![]() ![]() ![]() |
|
|
DIRECTORIO de la SECCIÓN |
¡MALPOCADO! |
Los documentos a los que aquí se accede han sido realizados seleccionados expresamente para desarrollar los programas académicos que trabajamos con nuestros alumnos. Esta serie se completa en algunos casos con propuestas de actividades interactivas, audios o vídeos que concretan y validan el grado de comprensión alcanzado o, simplemente, actuan como elemento motivador. También está disponible una estructura tipo «Wiki» colaborativa, abierta a cualquier docente o alumno que quiera participar en ella. Para acceder a estos contenidos se debe utilizar el «DIRECTORIO de la SECCIÓN». Para otras áreas de conocimiento u opciones use el botón: «Navegar» |
Autor: Ramón del Valle Inclán |
Esta fue la mía andanza
sin ventura.
–Macías
La vieja más vieja
de la aldea camina con su nieto de la mano, por un sendero de verdes orillas
triste y desierto, que parece aterido bajo la luz del alba. Camina encorvada y
suspirante, dando consejos al niño, que llora en silencio.
–Ahora que comienzas
a ganarlo, has de ser humildoso, que es ley de Dios.
–Sí, señora, sí…
–Has de rezar por
quien te hiciere bien y por el alma de sus difuntos.
–Sí, señora, sí…
–En la feria de San
Gundián, si logras reunir para ello, has de comprarte una capa de juncos, que
las lluvias son muchas.
–Sí, señora, sí…
Y la abuela y el
niño van anda, anda, anda…
La soledad del
camino hace más triste aquella salmodia infantil, que parece un voto de
humildad, de resignación y de pobreza, hecho al comenzar la vida. La vieja
arrastra penosamente las madreñas, que choclean en las piedras del camino, y
suspira bajo el mantelo que lleva echado por la cabeza. El nieto llora y tiembla
de frío; va vestido de harapos. Es un zagal albino, con las mejillas asoleadas y
pecosas: lleva trasquilada sobre la frente, como un siervo de otra edad, la
guedeja lacia y pálida, que recuerda las barbas del maíz.
En el cielo lívido
del amanecer aún temblaban algunas estrellas mortecinas. Un raposo que viene
huido de la aldea atraviesa corriendo el sendero. Óyese lejano el ladrido de los
perros y el canto de los gallos…
Lentamente el sol
comienza a dorar la cumbre de los montes; brilla el rocío sobre la yerba,
revolotean en torno de los árboles con tímido aleteo los pájaros nuevos que
abandonan el nido por vez primera; ríen los arroyos, murmuran las arboledas, y
aquel camino de verdes orillas, triste y desierto, despiértase como viejo camino
de geórgicas. Rebaños de ovejas suben por la falda del monte; mujeres cantando
vuelven de la fuente; un aldeano de blancas guedejas pica la yunta de sus
bueyes, que se detienen mordisqueando en los vallados; es un viejo patriarcal;
desde larga distancia deja oír su voz.
–¿Vais para la feria
de Barbanzón?
–Vamos para San
Amedio, buscando amo para el rapaz.
–¿Qué tiempo tiene?
–El tiempo de
ganarlo. Nueve años hizo por el mes de Santiago.
Y la abuela y el
nieto van anda, anda, anda…
Bajo aquel sol
amable que luce sobre los montes, cruza por los caminos la gente de las aldeas.
Un chalán asoleado y brioso trota con alegre fanfarria de espuelas y de
herraduras; viejas labradoras de Cela y Lestrove van para la feria con gallinas,
con lino, con centeno. Allá, en la hondonada, un zagal alza los brazos para
asustar a las cabras, que se gallardean encaramadas en los peñascales. La abuela
y el nieto se apartan para dejar paso al señor arcipreste de Lestrove, que se
dirige a predicar en una fiesta de aldea.
–¡Santos y buenos
días nos dé Dios!
El señor arcipreste
refrena su yegua, de andadura mansa y doctoral.
–¿Vais de feria?
–¡Los pobres no
tenemos qué hacer en la feria! Vamos a San Amedio buscando amo para el rapaz.
–¿Ya sabe la
doctrina?
–Sabe, sí, señor. La
pobreza no quita el ser cristiano.
Y la abuela y el
nieto van anda, anda, anda…
En una lejanía de
niebla azul divisan los cipreses de San Amedio, que se alzan en torno del
santuario, obscuros y pensativos, con las cimas mustias ungidas por un reflejo
dorado y matinal. En la aldea ya están abiertas todas las puertas, y el humo
indeciso y blanco que sube de los hogares se disipa en la luz, como salutación
de paz. La abuela y el nieto llegan al atrio. Sentado en la puerta, un ciego
pide limosna y levanta al cielo los ojos que parecen dos ágatas blanquecinas.
–¡Santa Lucía
bendita vos conserve la amable vista y salud en el mundo para ganarlo!… ¡Dios
vos otorgue qué dar y qué tener!… ¡Salud y suerte en el mundo para ganarlo!…
¡Tantas buenas almas del Señor como pasan, no dejarán al pobre un bien de
caridad!…
Y el ciego tiende
hacia el camino la palma seca y amarillenta. La vieja se acerca con su nieto de
la mano y murmura tristemente:
¡Somos otros pobres,
hermano!… Dijéronme que buscabas un criado…
–Dijéronte verdad.
Al que tenía enantes abriéronle la cabeza en la romería de Santa Baya de Cela.
¡Está que loquea!
–Yo vengo con mi
nieto.
–Vienes bien.
El ciego extiende
sus brazos palpando en el aire.
–Llégate, rapaz.
La vieja empuja al
niño, que tiembla como una oveja acobardada y mansa ante aquel viejo hosco,
envuelto en un roto capote de soldado. La mano amarillenta y pedigüeña del ciego
se posa sobre los hombros del niño, anda a tientas por la espalda, corre a lo
largo de las piernas.
–¿No te cansarás de
andar con las alforjas a cuestas?
–No, señor; estoy
hecho a eso.
–Para llenarlas hay
que correr muchas puertas. ¿Tú conoces bien los caminos de las aldeas?
–Donde no conozca,
pregunto.
–En las romerías,
cuando yo eche una copla, tú tienes que responderme con otras. ¿Sabrás?
–En aprendiendo, sí,
señor.
–Ser criado de ciego
es acomodo que muchos quisieran.
–Sí, señor, sí.
–Puesto que has
venido, vamos hasta el Pazo de Cela. Allí hay caridad. En este paraje no se
recoge una triste limosna.
El ciego se
incorpora entumecido y apoya la mano en el hombro del niño, que contempla
tristemente el largo camino y la campiña verde y húmeda, que sonríe en la paz de
la mañana, con el caserío de las aldeas disperso y los molinos lejanos,
desapareciendo bajo el emparrado de las puertas, y las montañas azules, y la
nieve en las cumbres. A lo largo del camino, un zagal anda encorvado segando
yerba, y la vaca de trémulas y rosadas ubres pace mansamente arrastrando el
ronzal.
El ciego y el niño
se alejan lentamente, y la abuela murmura, enjugándose los ojos:
–¡Malpocado, nueve
años y gana el pan que come!… ¡Alabado sea Dios!
ADEMÁS |
Responsables últimos de este proyecto Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica |
Apunte estadístico Portal activo desde abril de 2004. Los auditores de seguimiento que contabilizan las visitas desde esa fecha acreditan una suma entre 4.000 y 10.000 visualizaciones diarias para el conjunto de secciones que lo integran. Las visitas en el servidor «https» son privadas y no quedan reflejadas en los contadores visibles |
|