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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
EL FANTASMA PROVECHOSO |
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Autor: Daniel Defoe |
Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un
antiguo monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla, aunque pensaba
que era demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces pensó en una
estratagema, que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba
encantada, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser creído por todos.
Con ese objeto se confeccionó un largo traje blanco y con él puesto se
propuso pasar velozmente por el patio interior de la casa justo en el
momento en que hubiera citado a otras personas, para que estuvieran en la
ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la noticia de que en la
casa había un fantasma. Con este propósito, el amo y la esposa y toda la
familia fueron llamados a la ventana donde, aunque estaba tan oscuro que no
podía decirse con certeza qué era, sin embargo, se podía distinguir
claramente la blanca vestidura que cruzaba el patio y entraba por una puerta
del viejo edificio. Tan pronto como estuvieron adentro, percibieron en la
casa una llamarada que el caballero había planeado hacer con azufre y otros
materiales, con el propósito de que dejara un tufo de sulfuro y no sólo el
olor de la pólvora.
Como lo esperaba, la estratagema dio resultado. Alguna gente fantasiosa,
teniendo noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la
ocasión de hacerlo y la vio en la forma en que usualmente se mostraba. Sus
frecuentes caminatas se hicieron cosa corriente en una parte de la morada
donde el espíritu tenía oportunidad de deslizarse por la puerta hacia otro
patio y después hacia la parte habitada.
Inmediatamente se empezó a decir que en la casa había dinero escondido, y el
caballero esparció la noticia de que él comenzaría a excavar, seguro de que
la gente se pondría muy ansiosa de que así se hiciera. En cambio, no hacía
nada al respecto. Se seguía viendo la aparición ir y venir, caminar de un
lado para otro, casi todas las noches, y siempre desvaneciéndose con una
llamarada, como ya dije, lo cual era realmente extraordinario.
Al fin, alguna gente de la villa vecina, viendo que el caballero daba a la
larga o descuidaba el asunto, comenzó a preguntarse si el buen hombre les
permitiría excavar, porque sin duda había allí dinero escondido. Pues, si él
consentía en que ellos lo cogieran si lo encontraban, excavarían y lo
encontrarían, aunque tuvieran que excavar toda la casa y tirarla abajo.
El caballero replicó que no era justo que excavaran y tiraran la casa abajo,
y que por eso obtuvieran todo lo que encontraran. ¡Eso era muy duro de
tragar! Pero que él autorizaba esto: que ellos acarrearían todos los
escombros y los materiales que excavaran y aparecían los ladrillos y las
maderas en el terreno vecino a la casa, y que a él le correspondería la
mitad de lo que encontraran.
Ellos consintieron y comenzaron a trabajar. El espíritu o aparición que
rondaba al principio pareció abandonar el lugar, y lo primero que demolieron
fue los caños de las chimeneas, lo que significó un gran trabajo. Pero el
caballero, deseoso de alentarlos, escondió secretamente veintisiete piezas
de oro antiguo en un agujero de la chimenea que no tenía entrada más que por
un lado, y que después tapió.
Cuando llegaron hasta el dinero, los ilusos se engañaron totalmente y se
maravillaron sin querer razonar. Por casualidad el caballero estaba cerca,
pero no exactamente en el lugar, cuando se produjo el hallazgo, cuando lo
llamaron. Muy generosamente les dio todo, pero con la condición que no
esperaran lo mismo de lo que después encontraran.
En una palabra, este mordisco en su ambición hizo trabajar a los campesinos
como burros y meterse más en el engaño. Pero lo que más los alentó fue que
en realidad encontraron varias cosas de valor al excavar en la casa, las que
tal vez habían estado escondidas desde el tiempo en que se había construido
el edificio, por ser una casa religiosa. Algún otro dinero fue encontrado
también, de modo que la continua expectación y esperanza de encontrar más de
tal manera animó a los campesinos, que muy pronto tiraron la casa abajo. Sí,
puede decirse que la demolieron hasta sus mismas raíces, porque excavaron
los cimientos, que era lo que deseaba el caballero, y que hubiérale llevado
mucho dinero hacer.
No dejaron en la casa ni la cueva para un ratón. Pero, de acuerdo con el
trato, llevaron los materiales y apilaron la madera y los ladrillos en un
terreno adyacente como el caballero lo había ordenado, y de manera muy
pulcra.
Estaban tan persuadidos -a raíz de la aparición que caminaba por la casa- de
que había dinero escondido ahí, que nada podía detener la ansiedad de los
campesinos por trabajar, como si las almas de las monjas y frailes, o quien
quiera que fuera que hubiera escondido algún tesoro en el lugar, suponiendo
que estuviera escondido, no pudiera descansar, según se dice de otros casos,
o pudiera haber algún modo de encontrarlo después de tantos años, casi
doscientos.
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Responsables últimos de este proyecto Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica |
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