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EL «TEATRO NACIONAL»

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Contexto sociocultural

 

La personalidad del siglo XVIII está fuertemente condicionada por el pensamiento  ilustrado. La ilustración  es un movimiento del mundo occidental impregna todos los ámbito vitales: política,  filosofía,  cultura… Su materialización más paradigmática se encuentra en la Enciclopedia francesa. Proclama la prevalencia de la razón y la experiencia frente a los prejuicios, las supersticiones y la autoridad intelectual propias del barroco. Su objetivo: alcanzar la felicidad del ser humano, que sitúa por encima de los intereses del estado; su metodología: la enseñanza, el didactismo.

El XVIII es un siglo de reformas y de progreso alentados desde las ideas y valores de las clases dirigentes que intenta  mejorar la vida de los ciudadanos, pero sin que estos tengan intervención política. Es el Despotismo Ilustrado: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. No obstante sus valores e ideas sustentan las bases de la Revolución Francesa (1879).

El devenir de la ilustración es diferente según los países en cuanto a cronología y desarrollo. En España, por ejemplo,  se suele situar entre 1701, con el cambio dinástico entre Austrias y Borbones, y 1833, fecha del fallecimiento de Fernando VII.  Realmente, su implantación fue complicada porque siempre contó con la oposición de amplios sectores de la aristocracia, la iglesia e, incluso, parte del pueblo llano. La lucha contra la herencia del antiguo régimen se extiende hasta mediados del siglo XVIII.

Desde el punto de vista artístico, al periodo Barroco en auge en el siglo anterior, siguen los movimientos Neoclásico y Prerromántico que en muchos momentos conviven o se superponen.  

La estética neoclásica supone un cierto amaneramiento elegante de sabor helenístico con una excesiva preocupación por la forma, en un intento exagerado por acercarse a los grandes modelos de la antigüedad. En cierto modo un resurgir del Renacimiento,    pero mientras éste aspira a actualizar la antigüedad manteniendo al hombre en sus propias pasiones de época, el Neoclasicismo intenta sustituir las pasiones y sentimientos de la época por las de aquel universo ya desaparecido. No pone nada de su parte, solo copia y reproduce, y controla, y regula mediante normas. La regla del decoro, comprendido como el buen gusto, por ejemplo, establece cómo un personaje debe hablar y comportarse de acuerdo a su posición social, sexo, edad..., y qué medidas ha de tener un determinado edificio. El buen gusto supone la capacidad para identificar y aceptar lo bello y rechazar lo feo; así como de separar lo verosímil de lo imposible. El renacentista piensa en Grecia y Roma, pero observa y admira su entorno, el neoclásico cierra cualquier ventana al mundo exterior.

En este contexto no es extraño que se desarrollen y proliferen las academias de todo tipo, tanto oficiales como privadas, de historia, ciencias, lengua…, y las bibliotecas.

 En España, el Marqués de Villena, D. Juan Manuel Fernández Pacheco crea la Real Academia Española (de la Lengua) a partir de una tertulia de eruditos en 1713, y Felipe V funda la Biblioteca Nacional de España en 1712 con los fondos procedentes de una antigua librería denominada “de la Reina Madre” y los que él mismo trajo de Francia. Contando, además, con el privilegio desde entonces, de recibir un ejemplar de todos los libros que se impriman en el Reino.    

 De forma casi paralela, desde principios de siglo en algunos países de Europa,  como Inglaterra o Alemania, se mantiene una fuerte presencia de sentimiento e irracionalidad más cercana a la estética del barroco. La percepción de lo bello no se juzga por su adecuación a determinadas normas o preceptos, sino que viene determinada por la sensibilidad y subjetividad de quien crea el arte y del individuo que lo contempla, Lo sublime es aquello que emociona y deleita y no tiene por qué ser necesariamente bueno. Se trata del Prerromanticismo que se extenderá de forma a lo largo del siglo un cierto sentimiento depresivo, el tedium vitae ampliamente desarrollado en España.

Aunque persiste un férreo control civil y religioso sobre las publicaciones, durante el siglo XVIII mejora la industria editorial. El libro se contempla como objeto comercial asequible y proliferan los de pequeño formato. Importantes serán para el mundo literario la aparición de revistas periódicas. En España hay que citar al Diario de los literatos de España, de carácter trimestral. Fundado a imitación del francés Journal des Savants, tiene espíritu academicista, aunque no normativo, ofrece a sus lectores reseñas y comentarios de las obras más interesantes de todos los ámbitos del saber.

 

El siglo XVIII en la Literatura Española

 

Sigue, en principio,  la influencia barroco a lo largo de la primera mitad del siglo, más concretamente las líneas marcadas por Lope de Vega y Baltasar Gracián. La aparición de La poética de Ignacio de Luzán establece el cambio de rumbo hacia el neoclasicismo. Luego serán Gregorio Mayans y Siscar y Fray Benito Jerónimo Feijoo quienes consoliden la nueva vía.

Se pueden, en consecuencia, diferenciar en lo que a España se refiere tres tendencias:

TRADICIONAL

Continúa las preferencias del siglo anterior en todas en todos los géneros, aunque es especialmente patente en la lírica y el teatro. Perdura a lo largo del reinado de Felipe V. Más tarde, reinados de Fernando VI y Carlos III, se librará de influencias culterano-conceptistas. Sus máximos exponentes son Nicolás Fernández de Moratín en ciertos poemas como Las naves de Cortés destruidas o Fiesta de toros en Madrid, Ramón de la Cruz y González del Castillo.

NEOCLÁSICA

De fuerte influencia francesa, se hace patente en torno a 1750. De tono didáctico y moralizante alcanza, incluso a géneros tan alejados de la estética neoclásica con es el sainete. 

 PRERROMÁNTICA

Posee las características comunes a otras literaturas de  sentimentalismo, individualismo, exotismo y búsqueda de la libertad y la felicidad, impregnadas de un acusado cansancio de vivir

Las notas características de la literatura española del siglo se pueden concretar en:

La erudición y la crítica

 

El criticismo está en la esencia del carácter del siglo.  Criticismo que impulsa a los escritores, a veces hacia zonas inéditas del pensamiento,  a veces hacia regiones ya conocidas, pero que ahora precisan nueva exploración. Su nota sobresaliente es la universalidad: ningún tema le es ajeno. Cargados de buena intención, los autores se constituyen en mentores de la sociedad pensando que pueden llevarla a su perfección y a la felicidad.

Los escritos críticos del XVIII muestran más preocupación por el tema que tratan que por la forma como argumentan los puntos de vista propios. La España del siglo vive una feroz confrontación ideológica, reformistas ilustrados frente a conservadores absolutistas, que margina cualquier preocupación estilística. Obsesionan los problemas agrarios, la libertad de pensamiento, los privilegios de clero y nobleza y la educación. Otra cuestión de candente será la relación España-Europa para las que analiza una triple alternativa: aislamiento, integración o europeización con mantenimiento de las particularidades españolas. Las grandes figuras en orden al pensamiento son Feijoo, Jovellanos y Cadalso.

En la historia del criticismo en este siglo no se puede obviar la labor del numeroso grupo de jesuitas exiliados de España en virtud de la pragmática de Calos III, en 1767, no todos literatos, pero de enorme peso intelectual y científico, victimas de su afán por defender el pensamiento español y su aportación a la cultura europea, frente a quienes lo denigran de manera sistemática. Más de cuatro mil intelectuales, algunos de ellos eminentes entre los sabios,  se ven obligados a abandonar su patria en un solo día y sin juicio ni proceso. Asentados en Italia merecen las palabras pronunciadas en la apertura del curso de la Universidad de Bolonia, en 1781: “Apenas habría quedado en Italia vestigio de buenas letras y de los estudios, ni hubiéramos podido legar a los venideros monumento alguno digno de la inmortalidad, si por un hecho extraordinario no hubiera venido desterrado a Italia tanta copia de ingenio y sabiduría”. Por citar algunos de estos prohombres: Arteaga, Hervás y Panduro, Francisco Javier Lampillas…

 

La poesía

 

Con criterio de prioridad cronológica, hay que reseñar que los poetas tradicionales, inspirados en modelos de Quevedo y Góngora, perviven hasta la segunda mitad del siglo. En esta línea se encuentran, entre otros, Álvarez de Toledo o Villarroel. Posteriormente, la reimpresión de obras de Garcilaso y Fray Luís de León por impulso de Nicolás de Azara y Mayans y Siscar, hacen rebrotar, pasado la mediana de la centuria, las viejas escuelas Salmantina y Sevillana.

Es la aparición, en 1737, de la Poética de Luzán la que introduce la corriente neoclásica que sustituirá la inspiración por la norma y utilizará el término gusto como sinónimo de “criterio refinado y asesorado por la razón”. La poseía se hace ahora  racionalista, metódica y fríamente reglamentada. Los temas preferidos son la convivencia humana, la filantropía, el culto a la amistad y la vuelta a la naturaleza primigenia. El deseo de utilizar la lírica como instrumento de mejora social que se apodera de Jovellanos, Meléndez Valdés o Diego González. Junto a esta tendencia crece otra que muestra cierto sensualismo de corte anacreóntico. La moda neoclásica alcanza hasta el triunfo del romanticismo. Junto a los poetas citados, es preciso recordar a Nicolás Fernández de Moratín, incluso a su hijo Leandro, Cienfuegos, Trigueros o Iriarte, maestro, junto a Samaniego, del apólogo, o fábula, sencillas sátiras que suelen aparecer, según Entrambasaguas, en épocas faltas de creencias.  

Las primeras vibraciones románticas se perciben muy avanzada la centuria y en el comienzo de la siguiente. Los sonetos de José  Somoza caen de lleno dentro de la manera romántica pero el más típico precursor de romanticismo es Nicasio Álvarez de Cienfuegos con composiciones como La escuela del sepulcro, La rosa del desierto o Paseo solitario en primavera.    

 

El teatro

 

Casi puede afirmarse que el siglo XVIII no posee teatro propio. La primera mitad de la centuria está  contaminada con los peores residuos de la escena calderoniana, y la segunda se colma con refundiciones e imitaciones de la dramaturgia extranjera. Sólo Leandro Fernández de Moratín aporta algo de originalidad a una escena que en el pasado fue muy vigorosa. La clasificación más sencilla que suele proponerse para este género es:

La Tendencia Tradicionalista intenta continuar temática y técnica del gran teatro del XVII, pero son pocos los que lo consiguen con cierta dignidad.

Bances y López Cándamo es un, muy fecundo, autor de entremeses, autos, comedias de todo corte y bailes.  La audiencia de los tres alcaldes, El español más amante y desgraciado, La piedra filosofal, El esclavo en grillos de oro, El sastre del campillo

Antonio de Zamora se especializa en comedias religiosas, históricas y de figurón. Judas Iscariote se basa en los Evangelios apócrifos. Quitar de España con honra el feudo de cien doncellas es una refundición de Las famosas asturianas de Lope de Vega. Su obra más valorada es No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague y convidado de piedra es una escenificación de las aventuras del Don Juan, célebre personaje creado por Tirso de Molina.

Con el fallecimiento en 1750 del madrileño José de Cañizares se suele dar por finalizada esta corriente. La obra de Cañizares es, en cuanto a temática y variedad, similar a la de Zamora. Entre sus producciones más valoradas se encuentran El picarillo en España, señor de la Gran Canaria, sobre la conquista de las islas por el francés Bracamont  y El dómine Lucas.

La pieza fundamental de la Tendencia Popular es el sainete, prolongación natural de los pasos de Lope de Rueda y los entremeses cervantinos con los que comparte temas, personajes y costumbrismo. Muy denostado por los neoclásicos, que lo califican de género ínfimo, tiene muy buena acogida entre el pueblo. Suele escribirse en romance e intercala canciones y coplas. El aprecio popular es consecuente con su ingeniosidad y gracia chispeante. Pero el sainete tiene un valor añadido, se erige en documento histórico social de los usos, costumbres, problemas y tragedias de la vida cotidiana de la época. Su más digno cultivador es Ramón de la Cruz.

Se calcula que Don Ramón de la Cruz escribió más de cuatrocientos sainetes. Entre los destacados se citan: La embarazada ridícula, La presumida burlada, El alcalde limosnero, El burlador burlado  y, especialmente, Manolo, “tragedia para reír o sainete para llorar”.

Sujeto a las unidades dramáticas y bajo influencia francesa, la Tendencia Neoclásica  constituye el teatro característico del siglo.

La tragedia neoclásica goza de escasa popularidad siendo, tal vez, La Raquel, de Vicente García de la Huerta, la obra más valorada dentro de este género, posiblemente por la carga nacional y romántica que la impregna. En el Alcázar de Toledo se preparan unas fiestas en honor de Alfonso VIII, esclavo de los caprichos de la judía Raquel. La circunstancia provoca una sublevación popular, el asesinato de la favorita y la posterior venganza del monarca.  

Otros nombres que se deben citar dentro de este apartado son los de Nicolás Fernández de Moratín, autor de un fracaso estrepitoso Hormesinda, o José Cadalso artífice de la, también poco exitosa, Sancho García.

Mayor aceptación tiene la comedia neoclásica. Dos nombres marcan la diferencia Tomás de Iriarte y Leandro  Fernández de Moratín.   

Tomás de Iriarte comienza traduciendo piezas para los teatros de los Reales Sitios. Su primera producción propia de interés verá la luz en 1783. Se trata de una sátira sobre la deficiente educación que reciben los jóvenes: El señorito mimado. Poco después, y con el mismo tema, representa La señorita malcriada. Pero su mejor obra, según la crítica especializada, va a ser El don de gentes, donde  construye con Rosalía un sólido personaje femenino.

Con Leandro Fernández de Moratín la comedia dieciochesca alcanza la brillantez. Muestra en ella lo cotidiano, las pequeñas intrigas y problemas de unos personajes cargados de humanidad, madres ambiciosas, mozas hipócritas, galanes sin arrestos…

Un tema destaca por encima de todos: la elección matrimonial. Moratín otorga a los padres el derecho a aconsejar a los hijos, pero son estos los que han de tomar una decisión definitiva. Entre sus obras: El viejo y la niña, La mojigata, El sí de las niñas y La comedia nueva o el café.  

 

La prosa narrativa

 

La novela es un producto característico de la época y fiel reflejo de sus preocupaciones e ideas, lo que la carga de didactismo y propósito docente. El racionalismo y la incredulidad añaden más  notas características a este género literario. La educación del hombre abandonado a sus medios naturales como preconiza Emilio de Rousseau, imitado en Eusebio, de Montengón, de enorme éxito de publicación, y la sátira sobre la nobleza, la burocracia, la chabacanería y la retórica religiosa, dominan un grupo de novelas que culminan con Fray Gerundio de Campazas.

Diego de Torres Villarroel une la ficción literaria con la picaresca real. Calificado como “inquieto vagabundo” en contacto con todo tipo de gente, desde la humilde cuna hasta el más elevado rango universitario, deja patente en su obra el enorme atraso intelectual de nuestra nación. Su Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor don Diego de Torres Villarroel, de 1743, nos lo muestra como “espíritu independiente”, libre para expresar lo que piensa y artífice de su propia suerte.  Es autor, también, de Pronósticos anuales, Sueños morales y numerosa producción de carácter científico y crítico.

El jesuita José Francisco de Isla es un traductor y escritor incansable. A destacar El triunfo del amor y de la lealtad o Día grande de Navarra, los Sermones,  seis volúmenes de excelente oratoria sacra, y las Cartas familiares reunidas por su hermana. Pero la obra que mantiene su nombre en la literatura del siglo es Fray Gerundio de Campazas,  aparecida en 1758 y 1770. Agotada en tres días, provoca un aluvión de folletos a favor y en contra que obliga a la intervención del Santo Oficio. En ella, el padre Isla pretende construir una narración novelesca de carácter satírico amalgamada con un tratado de oratoria sagrada, poniendo en boca de su protagonista todas las extravagancias, disparates y chascarrillos irreverentes que circulan por la sociedad de la época. Su mayor defecto es la falta de unidad, pues sólo cuenta una  serie de aventuras yuxtapuestas sin apenas relación.


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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