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EL TEATRO

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Introducción

«El teatro, en su más amplio y noble sentido, es tan viejo como el hombre. Porque el hombre es siempre un ser mimético, un ser que finge e imita. Lo hace por utilidad material algunas veces, y por puro placer las más de ellas. Cuando el niño juega, está haciendo teatro. Cuando el adulto se disfraza y danza en fiestas o en rituales, está haciendo teatro. El afán de remedar, de reproducir gestos, ademanes, voces y actitudes, es connatural el ser humano.

Todas las liturgias religiosas son representaciones dramáticas. Si observamos los bailes de las sociedades primitivas, si nos detenemos a considerar el enfático mundo de las mitologías o el espectáculo de las ceremonias religiosas, si miramos sin ser vistos a un grupo de muchachos jugar a los soldados o a los indios, nos encontraremos ante la esencia misma de la representación teatral, ante su fuente primaria.

El fenómeno dramático precede, en todas las culturas, al fenómeno literario o al de las artes plásticas, porque el hombre, para satisfacer su afán de creación y de imitación, utiliza antes que nada el material disponible más próximo: el de sí mismo, el de su cuerpo. Pero el teatro, antes que ejercicio lúdico y complacencia del espíritu, fue necesidad práctica. Los habitantes de las cavernas paleolíticas y neolíticas, artistas mágicos, cazadores por imperiosas exigencias vitales, ofrecían como cebo a las pretendidas presas la imagen dinámica de una imitación que las atrajese. Se disfrazaban de las fieras buscadas, se revestían con sus pieles, fingían convencionalmente sus movimientos y sus bramidos. He aquí, vivamente, uno de los orígenes del teatro.

Por otro lado, la segunda de sus fuentes puede identificarse en las danzas mímicas ejecutadas por los hechiceros de las hordas para conjurar la fuerza maligna del enemigo sobrenatural, para contrarrestar el influjo de confusas y misteriosas divinidades. Todavía perduran en nuestros días mascaradas religiosas y folklóricas esencialmente semejantes a los ritos del hombre primitivo o a los de los pueblos poco desarrollados actuales. […]

Al nacer el teatro, nace también el lugar teatral, el escenario en que se celebra la representación. Ese lugar fue, primero, la fogata en la boca de la cueva, con su fondo de espesa selva o de rocas erguidas; luego, los soleados pedregales helénicos, los macizos templos dóricos, los umbrosos pórticos medievales. En Grecia se blanqueaban con cal paredes y se ornamentaba el suelo. A veces es al aire libre: en los teatros y circos de la antigüedad clásica, en carretas dispuestas en círculo, en estadios, en canales, en fiestas de feria, en la Piazza de San Marco, entre los jardines y surtidores de Versalles, en los campos de carreras. Otras veces, se sitúa en lugares cerrados: castillos, edificios especiales, galerías palaciegas, patios curtos, corrales, plazuelas y mesones.

Interviene la luz; para unir o separar a los actores y a los espectadores. Cuando es luz natural, une; cuando es artificial, a veces blanca, a veces de colores, trata de aislar al público en la penumbra o poner en evidencia a los actores. Las posibilidades de la luz han intervenido decisivamente en la evolución del espectáculo teatral. Más tarde inventó la puesta en escena, con la escenografía, el sonido y los efectos especiales. Pero la luz fue antes, en el espacio de la representación, en lo que hemos de llamar, con inevitable galicismo, el “lugar teatral”. Es bien sabido que, en innumerables aspectos, el último cuarto del siglo XIX y el XX son épocas que se caracterizan por una revisión de todos los valores precedentemente aceptados. Las formas de percibir y de representar el universo se modifican radicalmente. Y, como es lógico, el teatro también es alcanzado por esta transformación técnica, económica, social y estética. De ahí que haya surgido un nuevo modo de entender la función de aquél en la sociedad, así como los medios de expresión escénica y la dramaturgia misma. Entre otras cosas profundamente transformadas a lo largo de esta evolución, está el lugar teatral. Hacia 1870 el lugar teatral por excelencia consiste en lo que se ha dado en llamar «teatro a la italiana». Todas las salas se componen de una planta (orquesta y patio de butacas) y de un numero variable de pisos. La forma circular adoptada generalmente, condena a los dos tercios de los espectadores de los pisos altos a estar colocados literalmente y sin exageración alguna, los unos frente a los otros».

Novellón, Víctor. Principios del teatro.

Historia del teatro

El hombre es un ser mimético, es decir, finge y copia para obtener un beneficio material o el placer de jugar. Por eso se disfraza, o imita ademanes, voces y actitudes de otros en fiestas o espectáculos. Hace teatro. Todas las liturgias religiosas también son representaciones dramáticas.

El teatro como género literario nace en occidente en Atenas, entre los siglos VI y V A. C.  A partir de los ritos en honor Dionisio cuando una procesión de danzantes sigue a un carro que recorre las calles con la estatua del dios. Representan a los sátiros, sus compañeros de fiesta, y pasean disfrazados por las avenidas de la Grecia primitiva. Son jóvenes que desean alcanzar el éxtasis dionisiaco (Dionisos es el dios de la vendimia y del vino).  También se sacrifica un carnero cuya sangre fecunda los campos y los “trasgos”, nombre que reciben los danzantes, cantan algunos textos. De la palabra “trasgo" deriva el término tragedia. La palabra comedia procede de "comos", gritos lanzados por los danzantes dionisíacos. Las primitivas ceremonias evolucionarán hacia la representación teatral. A partir de ese momento cada una de las ciudades y colonias importantes cuenta con un teatro.

La tragedia es la más brillante de las invenciones griegas y la que mayor esplendor alcanzó. Supone el inicio de un género que aún hoy en día pervive. No es de tema original. El dramaturgo no inventa el argumento sino que toma temas de la Ilíada y de las leyendas mitológicas. Supone la lucha entre el hombre, el héroe,  y el destino funesto ante el cual nada es posible y sólo queda la resignación. Los tres grandes dramaturgos serán Esquilo, Sófocles y Eurípides.

En la estructura de la tragedia griega se distinguen las siguientes partes:

Entre las obras más representativas de la tragedia griega habría que citar:

ESQUILO: La orestíada, Las suplicantes, Los siete contra Tebas y Prometeo encadenado.

SOFOCLES: Ayax, Antígona, Edipo Rey...

EURIPIDES: Las Troyanas, Helena, Electra, Orestes, Las Bacantes...

Para los romanos el teatro tiene una utilidad práctica y política. Es un lugar de reunión donde discutir y ostentar poder y riqueza. El teatro europeo nace en la Edad Media vinculado al culto religioso. La misa es, en sí misma un drama que representa la muerte y resurrección de Cristo. Serán los clérigos quienes, en su afán por enseñar los principios de la fe a los fieles, en su mayoría analfabetos, creen los primeros diálogos para escenificar los episodios relevantes de la Biblia. Las representaciones tenían lugar dentro de las iglesias.  Con el tiempo se añaden elementos profanos y cómicos y terminan por representarse en lugares públicos: pórticos de las iglesias, plazas, calles...

El primer documento de este tipo que se conserva en castellano es el Auto de los Reyes Magos, de finales del siglo XII, y está escrito en romance. Es en el siglo XV cuando adquiere fuerza gracias a Juan del Encina, Lucas Fernández y Jorge Manrique, llegando su consolidación en los  siglos XVI y XVII con la creación de la comedia nueva. La primera obra dramática importante de este período es La Celestina, de Fernando de Rojas. 

El siglo XVII es el siglo de oro del teatro en España. La representación pública se convierte en el eje de la moral y la estética. El mundo es un gran teatro y el teatro es el arte más adecuado para representar la vida. Se crean las primeras salas teatrales, los corrales de comedias, las compañías, y proliferan los autores, entre ellos: Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca...

Orígenes del teatro occidental

La historia del teatro en occidente tiene sus raíces en Atenas, entre los siglos VI y V A. C. Allí, en un pequeño hoyo de forma cóncava -que los protegió de los fríos vientos del Monte Parnaso y del calor del sol matinal- los atenienses celebraban los ritos en honor Dionisio; estas primitivas ceremonias rituales irían luego evolucionando hacia el teatro, constituyendo uno de los grandes logros culturales de los griegos. Lo cierto es que este nuevo arte estuvo tan estrechamente asociado a la civilización griega que cada una de las ciudades y colonias más importantes contó con un teatro, cuya calidad edilicia era una señal de la importancia de la ciudad

Teatro Romano

Los romanos, grandes admiradores de los griegos, establecieron sus propios "juegos oficiales" desde el año 364 a. C. Pero la significación cultural que, por así decirlo, presidio la evolución del teatro ateniense no tuvo lugar en Roma. Por el contrario, los romanos vieron en el teatro un aspecto pragmático y político que no habría comprendido los atenienses. Para los romanos el teatro era un lugar de reunión conveniente para el entrenamiento y la ostentación. En consecuencia, las primitivas estructuras de madera modeladas en el siglo V a. C. por los griegos fueron pronto reemplazados por edificios de piedra, grandes e imponentes, erigidos como monumentos a la República. Los romanos también hicieron uso de escenografías pintadas en forma realista; en verdad el tratado escenográfico más antiguo que existe fue escrito por el romano Vitruvio al rededor del año 100 a. C. Estos amplios y nuevos edificios teatrales eran lugares excelentes para reunir al pueblo y autoridades romanas pronto advirtieron sus posibilidades políticas, decretando que todas las ciudades del Imperio debían incluir un teatro en su proyecto urbanístico. Con la creación de estas cadenas de teatro, los actores romanos vieron asegurada una buena manera de ganarse la vida si decidían hacer giras por las provincias y en efecto muchos lo hicieron.

El teatro en España

Edad Media

El teatro español, como el europeo, surge vinculado al culto religioso. La misa, celebración litúrgica central en la religión cristiana, es en sí misma un ‘drama’, una representación de la muerte y resurrección de Cristo. Serán los clérigos los que, en su afán didáctico por explicar los misterios de la fe a los fieles mayoritariamente incultos y analfabetos, creen los primeros diálogos teatrales: los tropos, con los que escenificaban algunos episodios relevantes de la Biblia. Estas representaciones, que tenían lugar dentro de las iglesias, en el coro o parte central de la nave, se fueron haciendo más largas y espectaculares dando lugar a un tipo de teatro religioso que fue el teatro medieval por excelencia. Poco a poco se fueron añadiendo elementos profanos y cómicos a este tipo de representaciones que, por razones de decoro, terminaron por abandonar las iglesias y comenzaron a realizarse en lugares públicos: en los pórticos y atrios de las iglesias, plazas, calles y cementerios.

En España se conservan muy pocos documentos escritos y menos obras teatrales de estos siglos. La muestra más antigua de teatro castellano es el Auto de los Reyes Magos de finales del siglo XII, escrito en romance y probablemente de origen franco. Pero puede decirse que hasta el siglo XV no empezó a cultivarse como tal el género, con Juan del Encina, Lucas Fernández y Jorge Manrique, si se exceptúan los juegos juglarescos populares.

Siglo XVI

Los parámetros medievales seguirán siendo la clave del teatro español hasta que, en el siglo XVI, se inicia el camino de la modernización que culminará en la creación de un género: la comedia nueva del siglo XVII. El siglo XVI es, por tanto, un momento de búsqueda y convivencia de varias tendencias: la dramaturgia religiosa (Gil Vicente), el clasicismo (Juan de la Cueva), los italianizantes (Juan del Encina, Bartolomé Torres Naharro) y la tradición nacionalista (Juan de la Cueva). La obra dramática más importante de este período es La Celestina de Fernando de Rojas. En realidad, es una comedia humanista, hecha más para la lectura y reflexión que para la escena. Se trata de una obra excepcional, magnífico retrato de la época y modelo de la literatura galante posterior. Es, sin embargo, una obra de tan complicada estructura dramática (alrededor de 20 actos) que no fue representada en su época y que sigue teniendo enormes dificultades para su puesta en escena.

Siglo de oro

El siglo XVII es el siglo de oro del teatro en España. Es un momento en el que las circunstancias sociales y políticas determinan una situación excepcional: la representación pública se convierte en el eje de la moral y la estética. Las ‘apariencias’ son fundamentales. El mundo es un gran teatro y el teatro es el arte más adecuado para representar la vida. Se crean las primeras salas teatrales llamadas corrales de comedias, que eran gestionadas por las Hermandades, verdaderos precedentes del empresario teatral moderno. Van a proliferar los autores, las obras y las compañías. El teatro deja de ser un acontecimiento restringido para convertirse en un producto competitivo, sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Un interesante debate teórico acompaña el nacimiento y desarrollo de esta forma nueva de entender el teatro. Dos autores de la época nos sirven para ilustrar el sentido y la evolución de este debate y del arte teatral: Cervantes y Lope de Vega.

La Ilustración

El siglo XVIII estuvo marcado en España, por primera vez, por la intervención del Estado en la orientación teatral del país. Bajo el influjo de las ideas de la Ilustración, se creó un movimiento de reforma de los teatros de Madrid, encabezado por Leandro Fernández de Moratín. El cometido principal de este movimiento era recomendar una serie de obras y prohibir otras, bajo la premisa de fomentar exclusivamente ideas que amparasen la verdad y la virtud, apoyando las representaciones que supusieran enseñanza moral o adoctrinamiento cultural. Entre las obras prohibidas figuraban algunas del siglo de oro, pero sobre todo se censuraba a aquellos autores contemporáneos que insistían en la fórmula del siglo anterior. Es preciso señalar que, pese a la censura ejercida, los objetivos de la reforma tenían tintes que hoy llamaríamos progresistas. El estado de la comedia española era francamente deplorable, cumplida cuenta de ello dio Moratín en La comedia nueva o el café (1792), contundente ataque contra los excesos del posbarroquismo. Entre las propuestas de la reforma estaba la obligación de hacer repartos de papeles fundados en las aptitudes de los intérpretes, la dignificación del poeta y la valoración de la figura del director. Sin embargo, y pese a los bienintencionados programas ilustrados, las que triunfaron en el siglo XVIII fueron las llamadas comedias de teatro y las comedias de magia. En ambas, los recursos tramoyísticos tenían un protagonismo casi absoluto. Había encantos, duendes, diablos, enanos que se convertían en gigantes. Los lugares de la acción competían en exotismo. Por más que el género fue objeto de la ironía y el desprecio de los neoclásicos, que veían en él todas las exageraciones de un posbarroquismo mal asimilado, el público respaldaba con entusiasmo este tipo de comedias.

El movimiento romántico

El romanticismo español no pasa de ser un movimiento arrebatado, con apenas quince años de presencia en el teatro. Sin duda la guerra de la Independencia y el posterior absolutismo de Fernando VII retrasaron la aparición de un movimiento que, como es sabido, tenía tintes altamente revolucionarios. No obstante, podemos decir que los románticos españoles coinciden, en sus grandes directrices, con los alemanes y franceses: afán de trasgresión, que explica las frecuentes mezclas de lo trágico y lo cómico, el verso y la prosa, tan denostadas por los neoclásicos; abandono de las tres unidades; especial atención a temáticas que giran en torno al amor, un amor imposible y platónico con el telón de fondo de la historia y la leyenda y abundantes referencias a los abusos e injusticias del poder; unos héroes misteriosos, cercanos al mito, abocados a muertes trágicas pero siempre fieles a su motivo amoroso o heroico. En este sentido, el héroe romántico por excelencia es el protagonista del Don Juan Tenorio de Zorrilla. En su romántica versión del mito, Zorrilla dota a la leyenda de unos inusitados niveles de teatralidad y, sobre todo, muestra a un personaje capaz de redimir con el amor su condición de burlador, obteniendo así el consiguiente perdón divino que dos siglos antes le negara Tirso de Molina.

En cuanto a las formas de representación, hay que destacar que es en este período —y las ideas de Larra, que dedicó muchos de sus artículos a los problemas que acosaban al teatro, influyeron en este sentido— cuando los actores se plantean por primera vez la necesidad de renovar las técnicas de interpretación. "Es preciso que el actor" —apunta Larra— "tenga casi el mismo talento y la misma inspiración que el poeta, es decir que sea artista". La inauguración, en 1830, del Real Conservatorio de Música, fue el primer paso hacia la consolidación de los estudios de interpretación.

Siglo XX

A finales del siglo XIX y comienzos del XX no se produce en España la renovación del arte dramático que sucede en otros países gracias a la obra de directores y autores como Stanislavski, Gordon Craig, Appia, Chéjov o Pirandello. Aquí el teatro es, sobre todo, un entretenimiento para el público burgués que acude con asiduidad a las representaciones. Las compañías teatrales formadas por las grandes actrices y actores del momento, que son además empresarios, están dedicadas a complacer los gustos de este público conservador y convencional. Los casos de Gabriel Martínez Sierra o de la compañía de Margarita Xirgu, dispuestos a jugarse el dinero y el prestigio en el descubrimiento de nuevos autores y en innovaciones estéticas, son excepcionales. También resultan excepcionales las aportaciones de Adrià Gual, creador del Teatre Intim que realizaba una programación de corte europeo. Lo corriente fue el éxito de aquellos autores que como José Echegaray, Premio Nobel de Literatura en 1904, complacían las expectativas del público teatral burgués. Benito Pérez Galdós, otro autor de reconocido prestigio, es un caso diferente. Galdós se atrevió a crear unos personajes femeninos que, como la protagonista de su drama Electra (1901), se enfrentan al fanatismo y al oscurantismo. Las obras de Jacinto Benavente señalan el final del tono melodramático, grandilocuente y declamatorio en el teatro. Benavente inicia con Los intereses creados (1907) o La malquerida (1913) el realismo moderno.

Géneros y subgéneros

subgéneros mayores

Los tres géneros mayores eran:

Otros subgéneros

Combinación con otras artes

La ópera

Drama musical cantado por los actores. Puede ser trágica o cómica, e incluir recitativos. Normalmente en italiano o alemán. Entre otras, la Traviata y Rigoletto, de Giuseppe Verdi, El barbero de Sevilla, de Joaquín Rossini, Tristán e Isolda y Parsifal, de Richard Wagner, Carmen, de Georges Bizet...

La zarzuela

Obra literario-musical exclusiva de España que alterna el canto y el recitado o declamación. Suele plantear un tema costumbrista. Ejemplo: Luisa Fernanda, con música de Federico Moreno Torroba.

La opereta

Más breve que la ópera. Trata generalmente temas de amor con más música que recitados. Se  desarrolla en forma optimista, sentimental y picaresca. El murciélago, de Johann Strauss.

Comedia musical

Procede de Estados Unidos. Está compuesta por diálogos, números musicales y danzas. Un ejemplo es Cats de Andrew Lloyd Webber

Ballet clásico

Representación de un argumento por medio de la danza y música.

Otras formas de teatro:

Marionetas, con muñecos de hilo, títeres, con muñecos de guante, sombras y mimos. 

 


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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