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EL CONCILIO DE TRENTO, DOMINGO DE SOTO Y EL ARZOBISPO CARRANZA

Los documentos que aquí se insertan son obra del hacer entregado y estudioso de D. Ramón Hernández, historiador de la Orden de Predicadores. Profesor, teólogo, bibliotecario... pasa sus últimos años de vida en San Esteban de Salamanca entre libros y legajos. Internet fue para él un descubrimiento inesperado. A pesar de la multitud de libros y artículos publicados en todo el mundo con  fruto de su trabajo la Red ayudó a llevar su pensamiento hasta los más recónditos lugares del planeta: «Me leen ahora en la web, en un solo día, más personas que antes con mis libros en todo un años» solía decir con orgullo refiriéndose a este proyecto. Para acceder a estos contenidos se debe utilizar el Menú Desplegable «ÍNDICE de DOCUMENTOS»Para otras opciones: Seguir «DIRECTORIO PRINCIPAL» o el  botón: «Navegar»

 

   

 

Empiezo mi disertación con unas breves frases de eminentes compañeros de Domingo de Soto y de Bartolomé Carranza, en las que se resalta la sabiduría  de ambos, demostrada de muchos modos, pero particularmente es sus intervenciones en el concilio de Trento. Las primeras son para Domingo de Soto y pertenecen a Fray Luis de León, discípulo de Soto en la universidad de Salamanca. Esta universidad encargó a Fray Luis el sermón en los solemnísimos funerales, con que iba a honrar al ilustre Segoviano en Salamanca. 

El discurso de fray Luis de León es una pieza maestra en latín renacentista, de un inapreciable valor literario. "La universidad de Alcalá, que te alimentó; la de Salamanca, que escuchó entusiasmada tu doctrina; la ciudad de Trento, que en su concilio ecuménico admiró tu sabiduría; el emperador Carlos V, que te eligió como confesor; Italia, Francia, Alemania y España fueron testigos de tu ciencia, de tu virtud y de tu religión". "Los reyes y los próceres del reino sometieron las causas más graves a tu juicio, a tu arbitrio y a tu consejo, sin que tú aceptaras nunca las recompensas, que ellos quisieron ofrecerte".

Las frases de elogio sobre Carranza las tomamos del propio Soto, testigo de excepción y su compañero en los trabajos conciliares de Trento; las recogemos de la obra sotiana Apología contra Ambrosio Catarino, un obispo que en el Concilio de Trento se manifestó contrario a Soto y Carranza en varios puntos doctrinales y de reforma. Domingo de Soto recrimina a Ambrosio Catarino su espíritu agresivo y duro con los que no piensan como él.

No lo digo por mí, replica Soto, “pues aunque tú me hayas despreciado con tus maldiciones, me has tratado más suavemente que a otros. Pero ¿a quién se le enfriaría tanto la caridad de Cristo que no te reprenda por esas injurias que lanzaste contra el admirable y sabio Padre Bartolomé [Carranza] de Miranda, por el hecho de intentar convencer [en el Concilio de Trento] con una doctrina distinta de la tuya sobre la residencia de los prelados? Esa sentencia, sin embargo, por mucho que te opongas a ella, la mantuvo no sólo la mayor parte de los Padres, sino también la mejor, a saber, que la obligación de la residencia de los prelados es de derecho divino. Por lo tanto bien podrías… haber remitido en gran medida el calor de tus imprecaciones”.

 

1. Convocatoria del Concilio de Trento

Fue elegido papa Paulo III el 13 de octubre de 1534, siendo coronado el día 10 del mes siguiente. Dos gravísimos problemas, lo sabía de sobra, tenía ante sus ojos: la expansión del luteranismo, que se había apoderado de gran parte de Alemania y tendía sus tentáculos hacia otras naciones, y la necesidad urgente de reforma en toda la Iglesia. Por un concilio ecuménico se clamaba en la Iglesia desde el comienzo del pontificado de Adriano VI en 1522, y este pontífice vio clara su necesidad. Su breve pontificado de un año y dos semanas le impidió realizar aquel sueño. El papa siguiente, Cemente VII, temeroso del resurgir del conciliarismo, que ponía el concilio por encima del Papa, no mostró interés por convocarlo. Muere Clemente VII en septiembre del 1534.

El nuevo papa, Paulo III, que fue elegido el 13 de octubre de ese año 1534, atendió desde el primer momento a los dos desafíos, que la Iglesia le presentaba. Después de una brillante creación de cardenales verdaderamente comprometidos con el bien de la cristiandad, nombra entre ellos una comisión para elaborar un plan de reforma. El proyecto que le presentaron era muy riguroso, incluso con la corte pontificia, pero el papa lo aceptó en su totalidad. Unos meses antes de los dos años de pontificado, el 2 de junio de 1536 por la bula Ad Dominici Gregis Curam convocaba el concilio ecuménico en Mantua, que se abriría el 29 de mayo de 1537. La falta de inteligencia con el señor Duque de la ciudad y el ambiente de guerra entre Francia y España no favorecieron la llegada de los Padres convocados al concilio y el papa hubo de anular esa convocatoria.

Debemos resaltar, por lo que se refiere a nuestro caso, que Paulo III no se olvidó, en ese primer llamamiento, de la Universidad de Salamanca y de sus famosos teólogos. El 9 de abril de 1537 escribió al Rector y Maestrescuela de nuestra Universidad, pidiendo la presencia en aquella solemne asamblea del Maestro Supremo en las ciencias teológicas, Francisco de Vitoria. Lo expresa la carta pontificia en estos términos: os pido “que destinéis a Nos para la causa del Concilio al amado Maestro Francisco de Vitoria, principal doctor de Sagrada Teología en vuestra Academia, cuya célebre fama por su excepcional sabiduría ha resonado hasta nosotros”[1].

Otras dos convocatorias siguieron, una para Vicenza y otra para Trento, ambas inútiles, pues las contiendas bélicas no garantizaban un ambiente adecuado. La paz de Crepy entre Francia y España en 1544 creó las circunstancias favorables para la cuarta y definitiva convocatoria. La realizó el papa Paulo III por la bula Laetare Hierusalem del 19 de noviembre de 1544 para la ciudad de Trento, señalando como día de apertura el 15 de marzo de 1545, que debió luego diferirse, por la escasa asistencia de Padres y teólogos en esos días, hasta el 13 de diciembre de ese año[2].

Ante esta cuarta convocatoria, el Emperador comenzó a invitar obispos y teólogos a participar muy activamente en aquella internacional asamblea. Entre esas cartas hay una dirigida al Maestro Francisco de Vitoria, catedrático de la Cátedra principal de Teología en la universidad de Salamanca, ya consultado muchas veces por Carlos V sobre los problemas teológico-jurídicos más variados.

La carta fue entregada a su hijo Felipe, que también animaba en otra suya a Vitoria a dirigirse hacia Trento. Pronto contestó el sabio salmantino al príncipe Felipe, para que expresara a su Padre el gran deseo de complacerle, pues con mucho gusto participaría en un concilio, que tan provechoso iba a ser para la Iglesia, pero la enfermedad le tenía postrado en cama, sin posibilidad humana de levantarse y dar un solo paso. “Yo estoy más para ir al otro mundo que a cualquier parte de éste”. Por consiguiente –termina diciendo su carta- “Su Majestad y Vuestra Alteza serán servidos de aceptar mi excusa, y Nuestro Señor la vida de Su Majestad y de Vuestra Alteza siempre prospere para bien de la cristiandad”[3].

Ante la imposibilidad de la aceptación de Vitoria por causa de la enfermedad, el Emperador Carlos V tenía previsto el envío de Domingo de Soto como teólogo imperial, acompañado de Bartolomé Carranza de Miranda. Así lo expresaba en carta a su hijo, incluyendo en ella la cédula correspondiente para Soto. Domingo de Soto recibió la carta de Carlos V, junto con la de su hijo, el 19 de marzo de 1545. A los pocos días le escribió de nuevo el príncipe, diciéndole que estuviera preparado para salir hacia Trento cuando se lo indicase.

Domingo de Soto escribió al Emperador, expresándole que tenía a gran merced cumplir lo que se le mandaba y que cuando recibiera la orden, saldría inmediatamente para la ciudad de Trento. En carta al Príncipe le decía Soto que “un fraile como yo no tengo qué aderezar, sino que luego estoy presto para partir cuando y como Vuestra Alteza fuere servido”.

La Universidad de Salamanca, por su parte en una reunión del claustro académico, tenida el 20 de marzo, enviaba a Trento como representante universitario también a Domingo de Soto. A los pocos días la Universidad Salmantina recibía carta del Príncipe Felipe, ordenando a las autoridades académicas que diesen licencia al Maestro Soto para asistir al concilio, adonde lo enviaba el Emperador.

También el Emperador escribió a Fray Bartolomé Carranza de Miranda con el mismo fin. La carta imperial está fechada en Bruselas el 17 de enero de 1545. Carranza era entonces el Regente de Estudios del Colegio dominicano de San Gregorio de Valladolid. Estaba en esos días explicando el libro del profeta Isaías. Dejó estas clases en abril de 1545, dispuesto a acompañar a Domingo de Soto a la ciudad de Trento.

Soto suspendió las clases el 23 de febrero de 1545 y antes de mediado abril estaba en el colegio Vallisoletano de San Gregorio, para juntarse con Bartolomé Carranza y marchar cuanto antes a Trento. Hubieron de esperar algunos días para hacer el viaje con otros representantes imperiales, saliendo de hecho en dirección a Trento el 5 de mayo.

Si el Emperador Carlos V los nombró sus representantes doctrinales en el Concilio de Trento es porque sus nombres resonaban en los ambientes intelectuales de España, y hasta en la misma corte, como sabios de especial personalidad.

 

2. Actividad preconciliar de Domingo de Soto y Bartolomé Carranza

Llegan a Trento Soto y Carranza el 6 de junio de 1545[4]. A los dos días escribía Domingo de Soto a Carlos V, comunicándole esta noticia, y la escasez de teólogos y Padres, llegados hasta ahora a Trento. Mostraba también Soto al Emperador la urgencia de la reunión del concilio, pues en su viaje se habían percatado de la gran difusión de la herejía luterana por Francia e Italia. Era necesario empezar cuanto antes los trabajos conciliares, y “mayormente que hay otras cosas que corregir en las costumbres de la Iglesia, que, aunque no hubiese herejías, por ellas se habían de hacer tres concilios”.

Ni Soto ni Carranza perdieron el tiempo, al ver que se difería un mes y otro la apertura del concilio, esperando un mayor concurso de Padres. Nuestros dos  Teólogos afilaban bien sus exposiciones y argumentos. Domingo de Soto en ese tiempo de junio a diciembre fue avanzando en la preparación de su admirable tratado De Natura et Gratia, en que se exponen muchas cuestiones de primera importancia en el debate con los protestantes y que iban a enfrentar en el concilio a Padres y teólogos. Al mismo tiempo iba ideando su gran Comentario a la Carta de San Pablo a los Romanos, ya que esta epístola era para Lutero un fundamento bíblico singular.  

Carranza prepara de inmediato dos obras que imprimirá en Venecia 1546, y estrechamente relacionadas con el concilio: la Summa Conciliorum y la titulada Quatuor controversiarum de authoritate Ecclesiae, de authoritate Scripturae Sacrae, et de authoritate Pontificis et Conciliorum, explicatio; además de otra muy querida para él y que imprimirá también en Venecia, en 1547, y que lleva por título Controversia de necessaria residentia  episcoporum….

Ese medio año de espera sirvió igualmente a nuestros teólogos para ir creando amistades y otear por donde iba el pensamiento de los que ya estaban en Trento y de los que iban llegando. Una personalidad muy notable, que iba a armonizar bien con Carranza y Soto, era el Vicario General de la Orden Dominicana, Francisco Romeo di Castiglione, entonces máxima autoridad en la Orden Dominicana, pues se encontraba ésta sin Maestro y se preparaba para el próximo Capítulo General electivo.

Este célebre dominico había llegado a Trento un mes antes que nuestros Maestros en Teología, y notó muy pronto la poca personalidad teológica de algunos de los que iban a asistir, como Padres y Doctores Teólogos, a una asamblea tan decisiva para la Iglesia. Lo testimonia en esta carta que dirigió al cardenal Nicolás di Ardinghello, que era el cardenal Protector de la Orden de Predicadores, el 8 de julio de 1545. La carta está escrita en italiano, pero con muchas frases en latín, para indicar el carácter privado del escrito. Dice así:

“Hace cerca de dos meses que estoy aquí [en la ciudad de Trento] y he saludado y visitado frecuentemente a estos reverendos prelados y a otros doctores. Dialogando con ellos (lo digo con lágrimas), encuentro muchos errores y ojalá no fueran con la misma expresión y malicia luteranas.

“Et alius quidem tractat proponendum quod concilium sit supra Papam in criminibus citra haeresim; alius consulit concedendum fore lutheranis opera nostra non dici meritoria; alius justificationem gestit fidei prorsus tribuendam; alius non haberi purgatorium; alius demum excogitat viam et modum quo posset Romana Ecclesia cum lutheranis coire pro libito suo.

“Quae et his similia dum jugiter in suis conviviis et colloquutionibus tractantur, manifiestan su poca doctrina, y quizás su mala intención, y cuán expuesto es que, si se comienza así el concilio, los que deberían ser columnas de la verdad, resulten maderos podridos para ruina propia y de los demás; y quizás susciten tumultos y novedades vitandas, dando ocasión, máxime a los ultramontanos, para poner en duda lo que por tantos concilios y por las Sagradas Escrituras está ya resuelto et a Patribus universos aprobado.

“Sé muy bien lo que digo, y tal vez no soy el primero en desenmascarar a éstos y avisar de ello […] E non vorrei che questa nostra si vedessi”[5].

Este ambiente fue captado también por Soto y Carranza, y lo experimentarán en las discusiones conciliares, debiendo intervenir muchas veces y muy enérgicamente para defender la ortodoxia. Eran grandes conocedores de la doctrina de Santo Tomás de Aquino, que había escrito mucho y con gran precisión sobre las materias de la gracia y los sacramentos. La frase de la carta leída del Vicario General Dominicano Francisco Romeo, indicando que otros han observado lo mismo, se refiere seguramente a los dos teólogos dominicos españoles. No en vano éstos iban profundizando día tras día sobre esos mismos temas advertidos por Romeo.

Corrobora esto el hecho de que el Vicario General Romeo, al tener que ausentarse para preparar en Roma el capítulo general de la Orden Dominicana, dejó como representante suyo en el concilio, no a un dominico italiano, sino a Domingo de Soto, al que había conocido en esos días y consideró como el hombre de su confianza y mejor preparado para la difícil tarea que esperaba a Padres y teólogos en las asambleas conciliares.

Esto va a posibilitar al Maestro Soto figurar durante un año en el concilio de Trento como Padre conciliar y como teólogo, lo que aumentará su prestigio y su influencia doctrinal en ambos grupos  de conciliares: los obispos y sus peritos o asesores.

En esos meses precedentes a la solemne apertura del Concilio de Trento Domingo de Soto se fue ganando la admiración y confianza de los obispos o Padres Conciliares, de los teólogos o peritos del concilio y de los laicos, que asistieron al concilio en nombre del Emperador. Uno de los Padres de más prestigio y de los que más y mejor intervinieron en las discusiones teológicas y de costumbres o de reforma, fue el cardenal, obispo de Jaén, Pedro Pacheco, que se asesoraba siempre de Domingo de Soto para sus decisivas intervenciones.

También consultaba con frecuencia a Domingo el eminente cardenal dominico Fray Juan Álvarez de Toledo, hijo de los duques de Alba y entonces obispo de Burgos. Un gran predicamento consiguieron igualmente nuestros dos teólogos  ante el embajador imperial D. Francisco de Toledo, que en sus frecuentes cartas a Carlos V sobre la marcha del concilio habla muy elogiosamente de los dos representantes dominicos Bartolomé Carranza y Domingo de Soto.

El 11 de julio de 1545 tuvo lugar el nacimiento del primer hijo de Felipe II, el famoso Don Carlos, que tanta guerra daría a su padre. Los representantes españoles en Trento quisieron celebrarlo con la mayor notoriedad, religiosa y civilmente. En el orden religioso se organizó un triduo solemnísimo para los días 6, 7 y 8 de agosto. El sermón del último día, el más festivo, lo encargó el embajador español a Fray Domingo de Soto. Alude Soto a este evento en la obra De justitia et jure, que dedicó precisamente al primogénito de Felipe II, Don Carlos. Alaba las virtudes de la familia real, de su fe católica y de su protección a la Iglesia de Cristo, que, con la ayuda y bendición de Dios, don Carlos, haciendo honor a sus progenitores, sabrá continuar.

Hay todavía otra referencia de que predicó en Trento sobre el tema de la libertad. La negación de la libertad en el orden sobrenatural o de la gracia por la herejía luterana fue el motivo inmediato de la ruptura de Erasmo de Rotterdam con Martín Lutero. La referencia a esa predicación sobre la libertad la hace el mismo Domingo de Soto en otro sermón, predicado algo más tarde y al que voy a aludir inmediatamente, y que es el más importante de todos los  sermones sotianos que conocemos en torno a este sagrado Concilio.

 

3. Primeras actividades conciliares de Soto y Carranza

Volviendo a ver juntos a los compañeros dominicos Domingo de Soto y Bartolomé Carranza, ambos teólogos imperiales o representantes del emperador en el concilio de Trento, creo que se puede decir que los dos sermones a que voy a referirme ahora, el de Soto y el de Carranza, fueron de los más brillantes y pronunciados en dos momentos de crucial importancia en la historia conciliar. Con toda seguridad fueron encargados a estos dos dominicos por el prestigio de que gozaban en aquella asamblea como predicadores y como hombres sabios en cuestiones teológicas y eclesiásticas.

Estamos a finales de noviembre de 1545. El número de obispos y teólogos, llegados en los meses de finales del verano y de toda la estación de otoño, había aumentado notoriamente, y los legados pontificios en nombre del papa habían señalado como día de la apertura solemne del Concilio de Trento el 13 de diciembre, que era en aquel año el tercer domingo de Adviento. Pues bien, quince días antes, el 29 de noviembre, primer domingo de Adviento, por encargo de los legados pontificios, tuvo Domingo de Soto el sermón solemne delante de todos los conciliares, ya a punto de entregarse a las labores del Concilio.

Brillantísimo este sermón de Soto, que se conserva en su integridad. Se titula Sermo de extremo judicio (Sermón del juicio final), pues del juicio final hablaba, como habla también hoy, el Evangelio del Primer Domingo de Adviento[6].

Aquél (del juicio final) –exclama Soto- va a ser un concilio ecuménico muy distinto del que va a empezar aquí dentro de quince días. Será muy riguroso y perfectamente puntual, sin demoras, con la asistencia de todos los hombres y mujeres desde su creación hasta ese momento, sin que falte ni uno. Todos serán convocados a dar cuenta de todas sus obras. De modo especial deberán darla todos los prelados, porque tendrán que responder de sus obras personales y de los males causados a la Iglesia, descuidando la disciplina tradicional, como han hecho los protestantes, que, al quitar las leyes canónicas por humanas han prescindido también de las divinas, siguiendo sólo sus propias conveniencias.

Los Evangelios nos describen las calamidades que anunciarán aquel último juicio. Los términos tienen un valor simbólico, que son una lección para nuestro tiempo. El sol es la Sede Apostólica, que va oscureciendo su virtud primera, a la que es necesario volver y que se debe restaurar. El presente concilio ecuménico es para eso, para detener las tinieblas del error de la herejía y de los vicios que afectan a todos los estamentos de la Iglesia, pero de modo especial a la Curia Romana y a los obispos. La luna es el poder civil, que tiende a eclipsarse y a llenarse de sangre por las continuas guerras entre los países cristianos.

El impacto del sermón de Soto entre Padres y Teólogos conciliares fue muy fuerte, en la antesala ya del Concilio. El fervor del orador junto con la llamada a la conciencia y a la responsabilidad, para levantar los ánimos y precisar bien la doctrina y comprometerse con seriedad en la reforma, tocó el alma de los conciliares, aumentando el prestigio de Soto y abriendo la confianza en él para pedirle nuevas intervenciones.

No voy a perder los puntos de paralelismo de nuestros dos grandes representantes en Trento. Así como Soto tuvo el sermón del domingo primero de adviento, así también Bartolomé Carranza tuvo el sermón del primer domingo de cuaresma de aquella primera cuaresma conciliar. Quiero decir algo de ese sermón. Como Domingo de Soto, habla también Carranza muy ampliamente de la situación de la Iglesia y de la necesidad de una urgente y muy fuerte reforma, sobre todo en el alto clero, a causa del no cumplimiento de su obligación de residir en sus sedes episcopales, de la multiplicación de los beneficios eclesiásticos en una misma persona, del pecado de simonía tan ligado muchas veces a los dos defectos anteriores, del incumplimiento de sus ministerios de predicación, visitas pastorales, etc.

Muy práctico en los recursos oratorios para conmover a los oyentes, exclama Carranza: “Considerad, os ruego, aquella divina esposa del Hijo de Dios [la Iglesia] postrada ante vuestras rodillas, no refulgente con el esplendor de sus ornamentos, sino vestida con vestidos lúgubres,  toda  desaseada, bañada en lágrimas, clamar a vosotros, Padres, y pedir con insistencia que, pues está deformada  por vuestros vicios y vuestras negligencias, finalmente sea por vosotros reformada”.

Había colocado Carranza como lema de su discurso la pregunta de los Apóstoles a Jesucristo minutos antes de su Ascensión: Señor, ¿es que vas a restaurar ahora el reino de Israel?, y termina así su sermón:

“Señor, restaura, te lo ruego, en nuestros días el reino de Israel. Señor, que te quisiste llamar el renovador de todas las cosas, renueva, te rogamos, a tu Iglesia. Restablece aquel espíritu antiguo, que diste a nuestros Padres. Señor, suscítanos algún salvador. Un nuevo Moisés, un nuevo Gedeón, un nuevo David”[7].

La Apertura del Concilio de Trento fue el 13 de diciembre de 1545. Asistieron 34 Padres, 42 teólogos, 8 doctores en derecho canónico y civil, más algunos representantes seglares de los príncipes y gobernantes cristianos. Los Padres eran ciertamente pocos, pero había entre ellos hombres de muy alto valer. Los tres legados pontificios: Juan María Ciochi del Monte, que será papa con el nombre de Julio III; Marcelo Cervini, que también ocupará la sede de Pedro y será Marcelo II, y el cardenal inglés, pariente de Enrique VIII, Reginaldo Pole, que estará igualmente a punto de escalar la cátedra de Roma. Entre los obispos merecen destacarse: el obispo de Jaén, Pedro Pacheco, creado a los tres días cardenal, y que será el jefe de los Padres hispanos; el obispo de Trento, cardenal Madruzzo, que sabrá mantener con autoridad el orden y la disciplina en el concilio; Tomás Campeggio, obispo de Feltre, que había desempeñado legaciones importantes en las dietas alemanas. Entre los teólogos de la mayor solvencia se encuentran Jerónimo Seripando, superior general de los agustinos, que será pronto cardenal, y la brillante representación española: Alfonso de Castro, Andrés Vega, Domingo de Soto, Bartolomé de Carranza, Diego Laínez, Alfonso Salmerón.

Domingo de Soto presentó a los legados los poderes recibidos del Vicario General de los Dominicos Francisco Romeo, que debió marchar a Roma para asuntos de la Orden e ir preparando lo referente al Capítulo General electivo, que habría de celebrarse en la ciudad eterna. Había una disposición pontificia muy reciente (del mes de abril de ese año) que prohibía los votos por representación, pero el prestigio de Domingo de Soto era ya tan grande que los legados del Papa no vieron dificultad para que Domingo de Soto figurara entre los Padres del Concilio. “Propter viri doctrinam Patribus cognitam”, comenta en su diario el promotor conciliar Severolli[8]. “Uti virum doctum et prudentem”, decía el legado card. Cervini. O también “ut vir doctissimus et prudentia plurimum pollens[9]”. De esta forma Domingo de Soto no sólo figurará como teólogo imperial y de la universidad de Salamanca, sino que también, durante casi un año, como Padre del Concilio, hasta la vuelta de Francisco Romeo di Castiglione a finales de octubre de 1546, ya elegido Maestro de la Orden de Predicadores.

Un trabajo muy pesado y comprometido encomendaron los Padres a nuestros dos teólogos, Soto y Carranza. Fue la censura de libros sospechosos de herejía, para ser incluidos, si lo juzgaban conveniente, en el Índice de Libros Prohibidos, que pensaba publicar el concilio, como orientación de prelados y laicos, para no caer en las redes de la gran difusión que hacían los luteranos y calvinistas de sus obras. De esta labor conciliar dan testimonio Carranza y Soto por escrito[10].

La cuestión era muy delicada, pues había libros sospechosos de herejía, que tenían por autores a algunos de los asistentes al concilio. Así ocurrió con los Comentarios a San Juan Crisóstomo del abad benedictino Luciano, presente en el concilio. Había escrito, hacía poco tiempo, otro libro Sobre el libre albedrío, que se hizo sospechoso al secretario del concilio Ángel Massarelli, y como tal lo entregó al cardenal Cervini. Massarelli, como lo hará ya muchas veces en caso de duda, visitó a Domingo de Soto en el convento de San Lorenzo de los frailes dominicos de Trento. Soto estaba entonces muy preocupado con los citados Comentarios a San Juan Crisóstomo, que repetidamente caía en la herejía pelagiana, de hacer depender la predestinación, la gracia y la justificación de las solas obras del hombre. Aludirá a esto Soto algo más tarde en su Comentario a la Carta a los Romanos de San Pablo[11].

El Índice de libros prohibidos no aparecerá hasta enero de 1559[12], y no podemos saber qué parte de ese libro corresponde a Domingo de Soto o a Bartolomé Carranza. Quizás ninguna, pues fue publicado por Paulo IV, un papa muy duro en las lineas de reforma; no quiso renovar el concilio, después de terminada la primera etapa, pues se creía bastarse a sí mismo para reformar la Iglesia. En la tercera etapa conciliar los Padres considerarán ese Indice demasiado riguroso y se propusieron hacer otro, que fue en efecto más condescendiente.

 

4. Las sesiones IV y V: sobre la Sagrada Escritura y el Pecado Original

El Concilio en la Sesión III, todavía introductoria, y habida el 4 de febrero de 1546, señaló para la Sesión IV el 8 de abril. El tema sería la Sagrada Escritura y las Tradiciones Apostólicas. En el entretiempo se discutirían esos temas en las congregaciones particulares de los teólogos y en las congregaciones generales de los Padres, hasta llegar a un proyecto de decreto aprobado por todos. Las dos cuestiones fundamentales suscitadas acerca de la Biblia fueron las siguientes: 1ª. Sobre el canon de la Sagrada Escritura y las Tradiciones de los Apóstoles; 2ª. Sobre la autenticidad de la Vulgata y el modo de interpretar la Escritura.

Tanto Domingo de Soto como Bartolomé Carranza, como buenos humanistas y hombres del Renacimiento, recurrían mucho en sus lecciones escolares a la Sagrada Escritura, a los Santos Padres y a los Concilios, que interpretaban los Libros Sagrados y se hacían eco de la Tradición Apostólica. Por otra parte Domingo de Soto había escrito y pronunciado en la universidad de Salamanca tres relecciones o conferencias de alto nivel sobre la Sagrada Escritura. Además Domingo de Soto publicará poco después de la primera etapa del Concilio, en 1550, un amplio comentario a la Carta a los Romanos de San Pablo, de vital importancia para todo diálogo con los luteranos. Bartolomé de Carranza por su parte fue muy elogiado por el cardenal Pacheco en sus intervenciones; sobre el tema de las Sagradas Escrituras intervino Carranza dos veces, sin que se hayan conservado detalles del contenido.

Sobre varios puntos del proyecto de decreto que se iba a presentar en la sesión cuarta fue muy consultado nuestro teólogo salmantino. Para muchos el autor de la Vulgata no era San Jerónimo, sino que éste le dio difusión al usarla siempre en sus comentarios, pero que era una versión anterior con bastantes deficiencias. Soto se inclinó por la autoría de San Jerónimo; pidió no obstante una revisión a tenor de los buenos manuscritos existentes en Roma e incluso en España, para obtener un texto seguro y único para todos. Será ésta una empresa que el concilio y después los papas tomarán con gran empeño hasta conseguir ese ideal propuesto por Domingo de Soto[13].

Fue rebatido el abuso protestante de la libre interpretación de los textos bíblicos (el libre examen). No consta de ninguna intervención explicita de Soto sobre este punto en el concilio. Quizás asesoraba, como otras veces al cardenal Pacheco, que se mostró muy decidido, reservando el derecho de interpretación de la Biblia a los obispos, doctores y maestros, tutelados siempre por los obispos. Aducía el texto de San Pablo que atribuye a los obispos “el oficio de interpretar”. Por eso Domingo de Soto insistirá en que los obispos deberían escogerse principalmente entre los teólogos mejor que entre los canonistas. En aquel tiempo, en efecto, a los legistas y canonistas, no se les exigía ningún curso de teología, como lo impondrá posteriormente la Iglesia en la formación de los clérigos[14].

Soto intervino todavía dos veces antes de la promulgación de los decretos de la Sagrada Escritura. Pedía que se añadiera la necesidad de no caer en los abusos que se habían indicado en torno a la Vulgata. No se admitió, pues todo lo subsanaría una edición nueva y correcta. También indicaba Soto serían convenientes unas normas de interpretación, pues no siempre interpretarlas contra el sentido dado por los Padres puede considerarse herético[15].

En la preparación de la cuarta sesión se discutió asimismo, para el decreto sobre la reforma, la cuestión de la enseñanza de la Sagrada Escritura y de la Teología, como también sobre el tema de la predicación. Pero este decreto reformista no se logró perfilar suficientemente, y se dejó como complemento de la quinta sesión, cuya cuestión principal, de orden doctrinal o dogmático, era el pecado original.

En la misma sesión IV predicó el general de los Servitas, Agustín Bonucio. Resabios de influencia luterana aparecían con frecuencia en su discurso, quedando muy disgustados los Padres. El que más disgustado quedó fue Domingo de Soto, que lo comentó y censuró entre los Padres y teólogos españoles. Hubo incluso un encuentro público entre ambos, Bonucio y Soto, del que habla el embajador de España en dos cartas al Emperador Carlos V.

La primera carta es del 12 de abril de 1546: “En la sesión pasada predicó el General de los Siervos. Dijo algunas proposiciones que escandalizaron a algunos de los que le oyeron, y entre otros principalmente a Fr. Domingo de Soto, el cual afirma que en materia de justificación, que fue lo que trató, se conformó con la opinión de los protestantes… Y aun hay algunos perlados que defienden la opinión dicha del fraile casi en el mesmo sentido que la reprueba Fr. Domingo de Soto, de lo cual ha resultado algún rumor y diferencia entre la gente del Concilio… Para mañana tenemos concertado de vernos sobre la materia, donde haré la diligencia posible”[16].

La segunda carta es del seis de mayo y habla de la entrevista de ambos contendientes en presencia del cardenal del Monte y de otros prelados: “[…] Habiendo Fr. Domingo impugnado las palabras del General, el General respondió declarando su intención y sentido conforme a lo que Fr. Domingo entendía. Y, aunque las palabras de su discurso sonaban algo diferentes de esto, paresció allí que bastaba su declaración en el buen sentido. Fue reprendido del modo de hablar, y ordenóse que no se imprimiese ni publicase su discurso… Y, aunque se hubiera usar de más rigor en el caso, lo fecho ha sido de grande importancia, porque ya se entiende que algunos han mudado opinión en aquella materia conforme al sentido de Fr. Domingo de Soto”[17].

El cardenal Pacheco, con los otros conciliares españoles animaban a Domingo de Soto para que predicase sobre la materia de la justificación, significando los errores que debían evitarse en esta cuestión central del concilio. Nuestro teólogo creyó prudente no irritar más los ánimos, ya bastante alterados, y se escogió para esa predicación a Fr. Bartolomé Carranza, que supo responder con solvencia a cuanto se pedía en aquellas circunstancias.

Al final de la sesión IV, que tuvo lugar el 8 de abril de 1546, se decretó que la sesión V se tendría el 17 de junio de ese año. En la preparación de los decretos  para la sesión V los dos temas centrales eran de gran trascendencia. En el orden dogmático se había propuesto la cuestión del pecado original. En materia de reforma se proponía perfilar definitivamente la cuestión de la enseñanza de la Sagrada Escritura y de la Teología, y sobre la predicación, cuestiones éstas que no se habían podido dejar suficientemente listas para la sesión anterior. Sobre el tema dogmático del pecado original apenas pudieron intervenir nuestros dos teólogos, pues hubieron de partir para el Capítulo General de Roma que iba a tener lugar el 13 de junio de 1546[18]. Sobre la enseñanza de la teología habían tenido ya intervenciones muy decisivas y todavía hubo alguna ocasión para seguir exponiendo su forma de pensar.     

La Escuela Teológica de Salamanca brillaba entonces en la Iglesia de Occidente por su sana doctrina y por la eficacia de su método. Domingo de Soto era uno de sus exponentes más gloriosos. Y lo mismo podemos decir del Colegio de San Gregorio de Valladolid, cuyo Maestro y Regente era entonces Bartolomé Carranza. Un contraste muy fuerte frente a ellos lo representaban bastantes Padres y Teólogos del Concilio de Trento, que muy influidos por el espíritu de Erasmo de Rotterdam y de otros humanistas cristianos del tiempo despreciaban la Escolástica y reducían la Teología a una exposición gramatical y a una crítica lingüística en conformidad con los textos originales. Para el sentido espiritual, doctrinal o moral preferían la interpretación personal, prescindiendo de toda intervención de cualquier autoridad, fueran los Santos Padres, los concilios o la Sede Romana.

Domingo de Soto intervino a favor de la Escolástica, como lo manifiesta en el prefacio o capítulo primero de su obra De natura et gratia, y logró que muchos Padres se mostraran favorables y no se impidiera la enseñanza de la teología escolástica. En efecto en medio de aquel ambiente antiescolástico el abad italiano Isidoro Clario, muy influido por el espíritu renacentista, llegó a pedir que en el decreto “se obligara a los monjes de todas las Órdenes a tener lecciones de Sagrada Escritura, rechazando las cavilosas cavilaciones de los escolásticos, porque las lecciones escolásticas suelen engendrar muchas discordias, y éstas deben estar ausentes de los monjes”[19].

Domingo de Soto replicó que eso era ceder a las pretensiones de los luteranos de abandonar la Escolástica, porque no saben ni pueden replicar a los argumentos bien fundados y precisos de los buenos teólogos escolásticos. La teología escolástica no sólo no perjudica la inteligencia de las Escrituras, sino que supone un gran esfuerzo por buscar el sentido o los sentidos de los textos sagrados, mostrándolos más nítidamente y mejor fundados a los fieles. Muchos Padres se mostraron favorables; otros prefirieron permanecer en la oposición. El cardenal Pacheco alabó mucho la intervención del dominico Domingo de Soto y propuso que se dejase a los monjes y frailes seguir su método de enseñar la teología, y no se descendiera a estos detalles en la redacción del decreto.

Al tratar de la obligación de predicar que tienen los obispos, el cardenal Pacheco propuso que se hablara de la obligación que tienen los prelados de residir de ordinario en sus sedes episcopales, para atender debidamente a las obligaciones de su vida pastoral. Domingo de Soto propuso que se añadiera que la residencia era una obligación de derecho divino. Más fuertemente se expresaba en este sentido Bartolomé Carranza, que ya tenía un tratado sobre este tema preparado para su impresión. Los Padres decidieron dejar el tema de la residencia para más tarde.

El cardenal Pacheco expresó su deseo de que en el decreto dogmático sobre el pecado original se declarara la Inmaculada Concepción de la Virgen María, como plenamente exenta del pecado original. Domingo de Soto expuso que, como era un tema muy discutido entonces entre los teólogos, no se tratara de ello. No obstante al final del decreto se declaró que no era intención de los Padres incluir a la Virgen María en lo tratado acerca del pecado original[20].

 

5. El tema central: la justificación

Después de la promulgación de los decretos sobre el pecado original, y la enseñanza y predicación, se anunció como tema a debatir el más importante y candente en relación con el luteranismo, el tema de la justificación. Las discusiones van a ser muy largas y muy fuertes. Siete fueron los meses de trabajo, de exposiciones y precisiones teológicas, que consiguieron por fin una pieza teológica, pastoral y literaria de primera calidad.

El primero de los proyectos de decreto fue encargado al teólogo franciscano Andrés Vega. Pronto fue rechazado por los Padres, debido a su exposición demasiado escolástica de aserciones y argumentos. El Concilio prefería un estilo más directo y expositivo, exhortativo y pastoral. Fue entonces encargado de elaborar el proyecto de decreto –era el segundo- el General de los Agustinos, Jerónimo Seripando.

En la discusión de este proyecto intervinieron varias veces y con mucha eficacia nuestros dos teólogos, Soto y Carranza, que sirvieron para ir perfeccionando sucesivamente el proyecto. El cardenal legado Marcelo Cervini consultaba con frecuencia a Domingo de Soto, para asegurarse en sus exposiciones sobre el tema de la justificación. Dos puntos muy importantes se debían dejar claros en el proyecto definitivo. El primero: la justificación es una sola, no dos como quería Seripando y aparecía en su proyecto de decreto. El segundo punto: que la certeza sobre la propia justificación es sólo moral, y no absoluta o total, como defendía, entre otros Padres, el obispo dominico Ambrosio Catarino.

Algunos Padres, y entre ellos Jerónimo Seripando, para conseguir un acercamiento entre católicos y protestantes admitían una primera justificación o concesión de la gracia divina, que no era plena; para que fuera plena era necesaria la justificación imputativa, que consistía en la aplicación de los méritos de Cristo que eran como un manto que cubría los pecados, sin borrarlos, pero capacitando al hombre para toda obra verdaderamente buena.

También algunos Padres, sin caer en la posición típicamente protestante de la certeza personal absoluta de la justificación y de la gracia, aceptaban una certeza práctica infalible, para vivir plenamente tranquilos, aunque no tuviera el valor de la certeza llamada de “fe católica”, que es la certeza absoluta de la verdad de la palabra de Dios, o de los artículos de la fe, o de las definiciones dogmáticas[21].

Como otras veces el cardenal Pacheco, antes de redactar su dictamen sobre el proyecto de decreto de la justificación, dijo que prefería oír primero a Domingo de Soto, que figuraba todavía entre los Padres. Y el cardenal admitió lo que el teólogo Salmanticense había manifestado.

Quedaban dos expresiones, que tanto Domingo de Soto como Bartolomé Carranza pedían con toda su fuerza que fueran limadas en el proyecto nuevo del decreto. La primera era: “cum libertas arbitrii graviter vulnerata fuisset”. Se podría añadir: “licet non extincta”, para evitar toda aproximación a la negación de la libertad de los luteranos. Pero que mejor sería, indicaban nuestros dos teólogos, cambiar aquella frase por ésta otra: “vires naturales graviter vulneratae”. Pedían asimismo en el nuevo proyecto la supresión de las palabras: “justitia imputativa”, pues no existía más que la justicia inherente, participación de la justicia o de la gracia de Jesucristo.

Tampoco estaba Soto de acuerdo con la forma en que estaba expresada la necesidad de la caridad entre los actos previos a la justificación. Él defendía que bastaba decir la penitencia y el arrepentimiento, necesarios para que Dios perdonara el pecado y concediera la gracia[22]. Bartolomé Carranza, por su parte, hablando de la causa de la justificación, lo expresaba gráficamente con el símil del sol y del aire, que el sol ilumina. La metáfora adquirió fortuna entre los Padres, que después recurrían a ella. Decía así el símil de Carranza:

“como el aire, aunque es iluminado por el sol, no es lúcido, sin embargo, formalmente por la luz del sol, sino por la luz que existe en él, pero causada por el sol; así también nosotros somos justificados por Cristo, que es la causa eficiente y meritoria, y sin embargo no somos justificados formalmente (o en cuanto a la causa formal) por la justicia que está en Cristo, sino por la justicia que está en nosotros, pero que hemos participado de Cristo, y que permanentemente depende de Él y de su justicia tanto en la conservación como en su desarrollo”[23]. Somos justificados consiguientemente por la justicia  comunicada y recibida de Cristo en nuestra alma.

Con tantas correcciones el proyecto de decreto como una redacción nueva fue entregado por los Padres a la congregación particular de los teólogos el 13 de octubre de 1546. Dos semanas más tarde, el 28 de ese mes, escribía Diego Hurtado de Mendoza, representante imperial en el Concilio:

“Ayer se acabó de disputar el artículo [o proyecto] de la justificación, donde se ha señalado harto Fray Domingo de Soto, Prior de Salamanca, que fue el que guió el negocio, porque habló primero y es letrado de mayor experiencia y certeza que ninguno de los italianos; y fray Bartolomé [Carranza] de Miranda, y el doctor Ayala criado de Vuestra Majestad, que vino de allá. Hanse habido como prudentes letrados, y, lo principal, como buenos cristianos”[24].

El 30 de octubre ya estaba el Maestro General de la Orden Dominicana en Trento, con lo que Domingo de Soto, que era su representante, abandonó el puesto entre los Padres, quedando en el puesto de los teólogos.

El tercer proyecto de Decreto fue leído entre los Padres el 5 de noviembre de 1546, y se revisaron de modo especial los capítulos referentes a la certeza de la gracia y a la doble justificación, pues en ambos temas seguían algunos Padres y teólogos sin rendir sus armas[25]. Soto fue consultado, como otras muchas veces antes, en privado en el convento San Lorenzo de los dominicos de Trento. Soto consideraba inadmisible e innecesaria e inconveniente la doble justificación.

En cuanto al segundo punto –según Soto y Carranza-  no cabía una certeza de fe católica, en sí misma infalible, del estado de gracia; ni siquiera puede considerarse así la que defendía Ambrosio Catarino con otros y que la  hacían basar en la común experiencia del Espíritu Santo, que, en conformidad a lo dicho por San Pablo, “clama dentro de nosotros que somos hijos de Dios”. Sólo cabe esa certeza absoluta por una gracia o revelación especial directa del Espíritu Santo, que reciben o han recibido algunos santos. En los demás casos la certeza, por muy grande que se crea o  quiera tener, será una certeza moral[26.

Domingo de Soto continuaba trabajando en su obra Sobre la naturaleza y la gracia, y eso le permitía tener siempre la doctrina fresca y poder responder satisfactoriamente a los Padres en sus dudas doctrinales. Las discusiones, principalmente sobre las dos materias indicadas, fueron tan fuertes que fue necesario elaborar el cuarto proyecto de Decreto, en que no se mencionaran de forma explícita para no condenar con esas expresiones a bastantes católicos, que no cedían en sus posiciones doctrinales.

Logrado finalmente el consenso entre los Padres, la promulgación del decreto definitivo de la justificación tuvo lugar el día  13 de enero de 1547. Dos fueron los decretos promulgados en esa sesión VI: el primero, sobre la justificación, que consta de un proemio, 16 capítulos y 33 cánones; el segundo, sobre la residencia de los obispos y prelados inferiores, que consta de 5 capítulos.

Con respecto al decreto primero o de carácter dogmático, no se hace condenación expresa de la doble justificación para no molestar a los Padres y teólogos todavía defensores de esa doctrina, tan opuesta a la de los nuestros; pero difícilmente puede compaginarse esa doble justificación  con los textos aprobados, y sobre todo con los cánones 10, 11, y 32.

El capítulo 16 precisa sobre la certeza de la justificación que nadie debe dudar de la misericordia de Dios, ni del mérito infinito de Jesucristo ni de la eficacia de los sacramentos. Pero, considerando la debilidad de nuestra humana naturaleza, el hombre puede temer siempre de su fidelidad a la gracia, y por lo mismo nadie puede tener la certeza de una fe, en la que no quepa ninguna duda de que se encuentra en estado de justificación o de gracia.

En el decreto de reforma sobre la residencia se habla de la grave obligación que tienen los obispos y los otros prelados inferiores de residir en sus sedes, para conocer y atender debidamente las necesidades pastorales de los súbditos. No se dice que esa obligación sea de derecho divino. Aunque nuestros teólogos siguieron manteniendo el derecho divino, el Concilio creyó que bastaba con reconocer la obligación con la imposición de algunas penas, señaladas en el decreto, para aquéllos que no la cumplan.

 

6. Doctrina sacramentaria

Se señaló como fecha para la sesión siguiente el 3 de marzo de 1547. Los temas que se proponían para su estudio y declaración eran: primero, en la parte doctrinal, la cuestión de los sacramentos en general y del Bautismo y de la confirmación en particular; segundo, en orden a la reforma, continuaría la materia de las obligaciones de los obispos y de los prelados inferiores, y de las condiciones para acceder a esos oficios.

Domingo de Soto había conseguido el 8 de diciembre de 1546 la dimisión y absolución de su priorato del convento de San Esteban de Salamanca. Salió de la ciudad de Trento hacia mediados de ese mes hacia Venecia para la impresión de su obra Sobre la naturaleza y la gracia, tan importante para conocer el pensamiento de Domingo de Soto, algunas de sus actuaciones en el concilio, y el sentido preciso de los decretos conciliares. También imprimió en Venecia, durante esa estancia, la segunda edición latina de su opúsculo In causa pauperum deliberatio.

La doctrina sobre los nuevos temas, expuestos a los Padres y teólogos para su estudio, ya se encontraba elaborada con mucha precisión por los grandes maestros de la Escolástica, principalmente por Santo Tomás. Bartolomé Carranza conocía muy bien esa doctrina e intervino con mucho acierto y mucha aceptación de los conciliares. Por la razón indicada les fue fácil a los teólogos presentar en unos días sus conclusiones a los Padres.

En la congregación del 17 de enero se leyeron ante los Padres los errores extraídos de los libros protestantes. Estos debían presentarse a los teólogos para su estudio en sus congregaciones particulares. Los resultados debían entregarse a los Padres, que los tratarían en las congregaciones generales, para que, una vez puestos de acuerdo en todo, fueran llevados a la sesión solemne, donde tendría lugar la votación y la promulgación. Se tuvo esta sesión, que fue la séptima del concilio, como se había señalado, el 3 de marzo de 1547.

Consta el documento primero, el dogmático, de un  proemio y tres grupos de cánones, el primero sobre los sacramentos en general, el segundo sobre el bautismo y el tercero sobre la confirmación. En el proemio se advierte que después de haber expuesto la doctrina central sobre la justificación, es necesario exponer la doctrina de los sacramentos, por medio de los cuales toda verdadera justicia comienza, y, comenzada, crece, o, perdida, se recobra. De los sacramentos en general se dice que son siete; que todos son fuentes de gracia y que la conceden “ex opere operato” con la preparación suficiente por parte de los fieles; que tres de ellos imprimen carácter o señal indeleble, y que no se pueden repetir, el bautismo, la confirmación y el orden; que los ministros deben tener la intención de hacer lo que hace la Iglesia.

El decreto de reforma establece las condiciones para acceder al episcopado y las obligaciones de los obispos: nacimiento legítimo, edad madura (30 años), gravedad de costumbres y ciencia; debe proveer las parroquias en personas dignas, impedir la acumulación de beneficios, y vigilar la práctica de la residencia.

 

7. Traslado del concilio a Bolonia y su suspensión

Se señaló para la próxima sesión el 21 de abril de 1547. El tema a estudiar iba a ser otro de los centrales en relación con los protestantes, el de la Eucaristía. La muerte de un Padre conciliar y la enfermedad de otros provocó el rumor de una epidemia peligrosa. El médico del concilio, Girólamo Fracastoro, y otros doctores lo confirmaron. El cardenal Juan María del Monte expuso la situación a los conciliares y les invitó a recapacitar sobre la conveniencia o no de trasladar el concilio a Bolonia. Los imperiales, agrupados en torno a su jefe, el cardenal Pacheco, se declararon opuestos al traslado.

En la sesión octava, muy tumultuosa por la radicalización de los dos bandos, se aprobó por mayoría el traslado. La sesión siguiente ya se celebró en Bolonia el 21 de abril de 1547; ésta, como la décima o última, no hicieron sino decretar la prorrogación del concilio. Siguieron los Padres y teólogos estudiando la Eucaristía y acumulando material sobre la reforma, pero nada pudo decidirse. El papa suspendió el concilio el 17 de septiembre de 1549.

Regresó a Trento Domingo de Soto cuando había sido ya trasladado el Concilio a la ciudad de Bolonia. Los Padres y teólogos imperiales permanecieron en Trento, obedeciendo órdenes de Carlos V, que soñó siempre con enviar una buena representación protestante a Trento, que era ciudad imperial, y los protestante irían más fácilmente ahí que a una ciudad pontificia; a la ciudad papal de Bolonia no irían de ninguna manera los protestantes a tratar sus cuestiones religiosas con los católicos. Soto y Carranza permanecieron en Trento con los otros conciliares españoles.

El papa y los conciliares de Bolonia se esforzaron de diversos modos por atraer a los de Trento, pero no lo consiguieron. El Maestro General de los Dominicos escribió a Soto y Carranza, ordenándoles bajo precepto de obediencia que fueran a Bolonia y se unieran allí a los otros conciliares, pero esas cartas fueron interceptadas por el embajador imperial, y nuestros dos teólogos no se enteraron de esa orden del superior general.

De las dos cartas del Maestro General de los dominicos dirigidas a Soto y Carranza dio cuenta a Carlos V su embajador. De la carta segunda, que era la más exigente, dice Francisco de Toledo en su carta al emperador, fechada en Trento el 29 de abril de 1547: “El General de Santo Domingo escribió a los frailes de su Orden que aquí residen por orden de Vuestra Majestad y a los demás, mandándoles so pena de su obediencia, como acostumbra, que luego se fuesen a Bolonia o saliesen de Trento, lo cual dice escribilles porque es forzado a hacello, y esto repite dos veces.

“Yo tuve noticia de la carta, y la hube, y así no la han visto ni saben della los frailes, que, según son escrupulosos, temo que la obedescerían, si la viesen. Y al presente sería de gran inconveniente faltar de aquí cualquiera persona de los que han quedado. Lo cual procuran los Legados con gran diligencia, por deshacer lo de aquí y por dar ánimo a los que están en Bolonia, entre los cuales hay muchos que están allí malcontentos…”[27]

En febrero de 1548 se dirigió Domingo de Soto a Augsburgo, llamado por el Emperador, para revisar el Interim, fórmula de fe y disciplina intermedia para católicos y protestantes en Alemania, en la que intervino principalmente entre los católicos el también dominico Pedro de Soto.

El 12 de agosto de 1548 el confesor fray Pedro de Soto pidió licencia al Emperador para volverse a España. A los pocos días Carlos V tomó como confesor a Domingo de Soto. El cuatro de septiembre el Emperador mismo comunicaba esta decisión al Maestro General de la Orden de Predicadores, manifestándole sobre Soto que “de su persona, doctrina, buena vida y ejemplo tenemos toda satisfacción”.

Domingo de Soto, que venía trabajando en su comentario a la Epístola a los Romanos, pudo terminarla en la corte imperial y enviarla a la imprenta de Juan Steelsio en Amberes, viendo la luz en 1550.

Cansado muy pronto de la vida palaciega, en la que eran continuas las discusiones y los arreglos políticos no siempre justos, y, añorando siempre la tranquilidad conventual de Salamanca, regresó a su convento de San Esteban. Las razones de Soto, para dejar la Corte, no eran las posibles desavenencias con el Emperador, para quien conservó siempre una gran devoción y fidelidad, sino con los consejeros, particularmente con el político Granvela: por la falta de escrúpulos de éste, para imponer sus determinaciones, no muy de acuerdo en muchos casos con la más sana moral. Con él había fracasado Pedro de Soto y por él decidió Domingo apartarse de la corte.

El regreso a España de Domingo de Soto tuvo lugar en el mes de enero de 1550. Según el cronista de la época Florián de Ocampo, preguntado Domingo de Soto por qué había dejado la corte de Carlos V, dio la siguiente contestación, en la que parece manifestar su disconformidad con el consejero imperial Granvela. Así, se queja Soto, según ese cronista, del “mal aparejo que dava a los negociantes pobres de su corte, y bueno a los fatores [sic][28] de los grandes de Spaña, Ytalia y Alemaña.

Yten, que hazía en todas las villas y cibdades regidores y regimientos nuevos y tanbién escribanías para los vender por dinero, sea quien fuese el que lo diese, no mirando la habilidad y virtud, o el vicio y maldad de la persona que lo compraba.

Yten, porque bendía las encomiedas de los Maestrazgos y las anihilaba[29] perpetuamente, siendo renta pure eclesiástica, instituýda para la defensión de la fe contra los infieles.

Yten, que no proveýa obispados sin poner pensión a quien le havía servido.

Yten, que hazía premáticas y leyes para las quebrar por dinero, como quando vedó las mulas[30], y después las permitió a quien lo pagase, y los naypes, que mandó que nadie los hiziese, sino uno que se lo pagó.

Yten, que traýa consigo y con su consejo al obispo de Taracona [sic][31], hijo de Granvela, fuera de su obispado, en que incurría descomunión.

Al tiempo que huvo de venir Fray Domingo de Soto, el Emperador quedó muy bien con él. A la partida le envió por Eraso, su secretario, seyscientos ducados para el camino. Tomó dellos cinquenta, diziendo que le bastavan hasta llegar a Burgos.

Tornó a replicar el Emperador que los tomase para dar limosna.Respondió que su ofiçio no era dar limosna, sino rescibilla, y así se vino”[32].

 

8. La Segunda Etapa del Concilio de Trento: Cano y Carranza

El gran especialista en la segunda etapa del concilio de Trento, Constancio Gutiérrez, se pregunta en su obra Trento: un concilio para la unidad, ¿Por qué para esa etapa segunda Carlos V no convocó a los dos consumados teólogos Pedro de Soto y Domingo de Soto? Él no da ninguna respuesta, pero insinúa que quizás la respuesta haya que orientarla hacia esa exigente moral reformista de ambos confesores imperiales. Y copia, sin darle un valor de respuesta definitiva a su pregunta, la narración del cronista Ocampo que acabamos de transcribir.

Bartolomé Carranza había abandonado Trento a mediados de abril de 1548. El 6 de mayo lo encontramos como definidor en el capítulo provincial de la Provincia Dominicana de España, que se celebraba en el convento de Santo Tomás de Ávila. Poco después en ese mismo año fue elegido Prior del convento de San Pablo de Palencia. Aquí desarrolló una actividad muy significativa como profesor, dando lecciones sobre las cartas de San Pablo a los frailes de su comunidad, pero abiertas también a los otros clérigos.

El 2 de febrero 1550 en el capítulo provincial celebrado en el convento de Santa Cruz de Segovia fue elegido provincial. Carlos V le envía dos cédulas a finales de febrero de 1551, ordenándole que se presente en mayo en la ciudad de Trento, donde iba a tener lugar la reapertura del concilio. En efecto, el Papa Julio III por la bula Cum ad tollenda del 14 de noviembre de 1550 lo había convocado para el primero de mayo de 1551. Carranza escribe en Medina del Campo una carta al secretario del Emperador, don Francisco Eraso, fechada el 13 de marzo de 1551, en que le dice:

“Yo escrivo a Su Majestad, respondiendo a lo que los días pasados me mandó cerca de mi y da al Concilio, y suplicándole sea servido de me dar licencia, para que pueda concluir algunos negocios que están a mi cargo desta provincia, y para ello espero a nuestro General, que ha de venir a Salamanca la fiesta del Espíritu Santo al Capítulo General”[33].

La mejor colección documental del concilio de Trento, titulada Concilium Tridentinum de la Sociedad Görressiana, citada a pie de página aquí tantas veces, en el vol. XI recoge una carta de Carranza al Secretario del Emperador, para que recomiende a éste algunas medidas, que garanticen el éxito del concilio: que Su Majestad compela a los obispos a ir al concilio, sin admitir excusas, pues nuestros obispos están mejor preparados y tienen celo por el bien de la Cristiandad; los extranjeros son más numerosos y por eso no podemos sacar siempre adelante nuestras convicciones. “Los italianos, y principalmente los criados en Roma, tratan las cosas de Dios muy superficialmente y no con tanta verdad como sería razón. Intervenga para poner como legados a los cardenales Carafa y Pole, letrados y celosos del bien de la Iglesia. Necesitamos hombres que se duelan del mal y del decaimiento de la fe”[34].

En 1551 cayó la fiesta de Pentecostés o de la Venida del Espíritu Santo en el día 17 de mayo. En Salamanca se celebraron, a partir del 17 de mayo en Capítulo General de la Orden Dominicana y un Capítulo Provincial de la Provincia Dominicana de España. Hasta el mes de diciembre de 1551 no encontramos a Carranza en Trento. Otros dos dominicos como teólogos imperiales se encontraban ya actuando en el Concilio, Melchor Cano y su compañero Diego de Chaves. Fue Melchor Cano nuestro teólogo más brillante en esta segunda etapa del concilio, que intervino en la mayor parte de los temas y siempre dejando buena impresión entre los Padres. Bartolomé de Carranza intervino en esta segunda etapa una vez, con una exposición de tres horas sobre el sacrificio de la misa[35]. Por lo demás él continuó el trabajo, en que ya se había ocupado en la primera etapa, es decir, en la censura de libros.

Francisco de Toledo, embajador de Carlos V ante el Concilio, daba la siguiente impresión de Carranza y Cano en Trento. La carta está fechada en la ciudad conciliar el 30 de abril de 1552 y dice a nuestro propósito:

“Los dos frailes de Santo Domingo, Frai Bartholomé [Carranza] de Miranda y frai Melchor Cano han residido aquí por orden de Vuestra Majestad y servido en todo lo que se ha offrescido de su professión con gran noticia de sus letras y virtud; han sido approvados por todo el sýnodo por muy famosos letrados y predicadores insignes, y assí han ayudado mucho en todo lo que toca al buen enderezzo de lo que se hizo en los dogmas.

“Yo me aprovecho siempre dellos para templar quanto convenía los escrúpulos demasiados de los perlados y assí conoscí dellos con ser  tan letrados y virtuosos, como he dicho, ser los frailes menos espantadizos de quantos he visto…”[36].

M. Cano en su obra De locis Theologicis comenta así su actuación y la de Carranza en el Concilio: “no fue un juego, sino un verdadero combate el que luchamos en el Concilio de Trento ante la mirada espectante del mundo. Allí entonces encendimos una gran luz para los Padres, dispersamos las tinieblas de los adversarios y fuimos apreciados como teologos (“visi sumus theologi”).

Pero obramos con más audacia que los demás autores de la Escuela. Aquéllos en efecto suelen referir a palo seco las ideas y razones de los herejes sin emplear ningún adorno oratorio; nosotros, en cambio, hemos amplificado, aumentado, adornado aquellos argumentos mismos de los herejes, de manera que damos la impresión no sólo de haber afilado las armas que tienen los enemigos, sino incluso de haberles proporcionado las que no tienen.

Pero, como ya muchas veces he dicho en otros lugares, la verdad supera la mentira por admirablemente que esté ésta equipada y adornada”[37].

A principios de 1553 volvía Carranza a España, acogiéndose al colegio de San Gregorio de Valladolid. Renunciado el provincialato, se entregó al ministerio, sin renunciar al estudio, y comenzando a predicar en la capilla de la corte en Valladolid.  Ahí se ganó la admiración de Felipe II, que, al arreglarse su matrimonio con la reina María Tudor de Inglaterra, quiso llevarlo consigo a Londres en la primavera de 1554. Durante cuatro años fue el consejero y confidente de Felipe II en Inglaterra y Flandes. Colaboró en el esfuerzo de los reyes en volver al pueblo inglés a la obediencia católica de Roma.

Visitó las universidades de Oxford y Cambrige, donde introdujo la enseñanza de la Teología Escolástica Renacentista de corte Salmantino. En Oxford enseñaron los Maestros Dominicos, muy fieles amigos de Carranza, y unidos a él hasta en su mayor desgracia, Pedro de Soto y Juan de Villagarcía. Logró ganarse la confianza de los reyes y del cardenal legado Reginaldo Pole. A Carranza se recurrirá, estando ya éste en Flandes, para apoyar la inocencia y ortodoxia del cardenal Pole, cuando el papa Paulo IV quería condenar a este eminentísimo cardenal inglés como hereje[38].

En los primeros días del mes de julio de 1557 acompaña a Felipe II en su viaje a Flandes, estableciéndose en Bruselas. Aquí termina sus famosos Comentarios al Catecismo, que imprime en Amberes en 1558. La reina María Tudor muere en noviembre de ese año, y pocos días más tarde falleció el gran amigo de Carranza, el cardenal Reginaldo Pole. El matrimonio de la reina María con Felipe II no tuvo descendencia, y el reino de Inglaterra pasó a Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena. La labor restauradora de Carranza y de los católicos se vino abajo. Isabel I se proclamó en la primavera de 1559 gobernadora de la Iglesia de Inglaterra. Los católicos ofrecieron fuerte oposición, pero la nueva reina impuso la reforma anglicana, reprimiendo por la fuerza toda resistencia.

Antes de volver a España Felipe II designó a Bartolomé Carranza para la sede primada de Toledo, vacante por la muerte de Juan Martínez Silíceo. La ordenación episcopal tuvo lugar en Amberes el 27 de febrero de 1558 en el convento de Santo Domingo de Bruselas. El 1 de agosto de 1558 desembarcó en Laredo. La inquisición española trabajaba entonces en las audiencias de los reos del foco luteranizante castellano descubierto en el mes de abril de ese año, y donde la autoridad de Carranza era a veces sacada a colación por los acusados de herejía. El inquisidor general Fernando de Valdés comenzó enseguida a preparar cuidadosamente la emboscada al primado de las Españas.

Carranza asistió a Carlos V en Yuste en el trance final, la muerte del Emperador. El 13 de octubre de 1558 hizo su entrada solemne en la imperial ciudad de Toledo. El arresto del arzobispo fue decidido en el pleno inquisitorial del 1 de agosto de 1559. Fue obligado a salir inmediatamente, con engaño, hacia la Corte. El celoso arzobipo aprovechó el viaje para hacer la visita pastoral y predicar por los pueblos, que encontraba en el camino. Fue apresado el 22 de agosto en Torrelaguna, pueblo del cardenal Cisneros, en la provincia de Madrid, y conducido a la cárcel inquisitorial en la capital Vallisoletana. El durísimo proceso y su solución cae fuera de este estudio.

 

 

[1]  Vicente Beltrán de Heredia, O. P., El convento salmantino de San Esteban en Trento, en “La Ciencia Tomista” 75 (jul.-dic. 1948), pág. 8; Concilium Tridentinum…, edit. Societas Görresiana, Friburgo de Brisgovia, 1904, Acta, t. IV, pág. CXXXIX.

[2] Cuatro fueron las convocatorias para el inmortal concilio ecuménico de Trento. La primera tuvo lugar el  2 de junio de 1536 por la bula de Paulo III Dominici Gregis Curam para que se reuniera el 29 de mayo de 1537 en la ciudad de Mantua; puso dificultades el Duque de la ciudad, Federico Gonzaga, que no logró vencer el Pontífice; la guerra entablada entonces entre Francia y España tampoco era un clima muy oportuno. Impaciente el Romano Pontífice, porque el tiempo corría desfavorablemente para la eficacia del concilio, lo convocó de nuevo; esta segunda vez escogió la ciudad de Vicenza, poniendo como fecha de apertura el 1 de mayo de 1538; ahora fue la muy escasa asistencia la que decidió que el Papa la dejara para una mejor oportunidad; tampoco el ambiente de guerra favorecía la inquietud pontificia. El momento pareció llegar en 1542, después de que fracasaran los esfuerzos del emperador por  lograr un acuerdo entre católicos y protestantes en los coloquios de Ratisbona  de abril y mayo de 1541; entonces Paulo III lo convocó por tercera vez, ahora para la ciudad de Trento, el 22 de mayo de 1542 por la bula Initio nostri Pontificatus, debiendo comenzar el 1 de noviembre de ese año de 1542. Con gran dolor del Pontífice, también fue inútil esta tercera llamada a toda la Cristiandad Occidental; la nueva guerra entre el rey de Francia y el Emperador la  imposibilitaba. La paz de Crepy entre Francia y España en 1544 pareció un momento muy adecuado a la mente del Papa Paulo III y del Emperador Carlos V. Esta cuarta y definitiva convocatoria la hizo Paulo III mediante la bula Laetare Hierusalem del 19 de noviembre de 1544; señaló como lugar la ciudad de Trento y como fecha de apertura  el 15 de marzo de 1545, tercer domingo de Cuaresma (Domingo “Laetare Hierusalem”). Como los Padres eran muy pocos en esa fecha, pareció conveniente dilatarlo hasta conseguir un número más abundante; no se decidió el papa a abrirlo hasta el 13 de diciembre de ese año, domingo tercero de Adviento.

[3] Archivo General de Simancas, Estado-Castilla, Legajo 72, 60.

[4] Concilium Tridentinum… Edidit Societas Görresiana… Tomus Decimus. Epistularum Pars Prima…(5 martii 1545-11 martii 1547), Friburgo de Brisgovia, B. Herder, 1916, pág. 118: Carta de los Cardenales Legados al card. de S. Flora desde Trento el 8 de junio de 1545: “[…] Hier l’altro vennero due theologi dell’Ordine di San Domenico, Spagnuoli [Domingo de Soto y Bartolomé Carranza de Miranda], con una lettera dell’Imperatore et una del principe, dirette a lor’medemi, et una di Sua Altezza a don Diego, qual è in Venetia. Si mostrano molto reverenti […]”.

[5] Concilium Tridentino… t. X, Friburgo de Brisgovia, 1916, págs. 139-140: de la carta de Francisco Romeo a Nic. d’Ardinghello; éste era el Cardenal Protector de la Orden de Predicadores en la Curia Romana; Cf. V. Beltrán de Heredia, Dom. De Soto. Estudio biográfico documentado, Biblioteca de Teólogos Españoles, 20, Salamanca 1960, pág. 123 y nota 12, donde dice haberse dado un cambio de nombre, atribuyendo la carta a Soto, en vez de a Romeo, en su art. La teología en nuestras universidades del Siglo de Oro, en “Analecta Sacra Tarroconensia”, 14 (1941) 20.

[6] Puede verse este sermón en su original latino y en su traducción al español en Domingo de Soto, Relecciones y Opúsculos. IV. Edición, introducción y notas de Ramón Hernández Martín, Biblioteca de Teólogos Españoles, 46, Editorial San Esteban, Salamanca, 2003, págs. 303-337.

[7]  Concilium Tridentinum…, t. X, págs. 176-178.

[8] Concilium Tridentinm…, t. I., pág. 9.

[9] Conc. Trid…, t. IV, pág. 538.

[10] Proceso de Carranza, t. XI, donde se habla de los muchos libros examinados por Domingo de Soto y que dejó éste en Trento, al abandonar la ciudad conciliar. Igualmente en el t. IV, donde Carranza habla de su labor con Domingo de Soto como examinadores de libros “por orden de los Legados de la Sede Apostólica”. Cf. Marcelino Menéndez Pelayo ,  Historia de los heterodoxos españoles, t. 2, ed. 2ª, pág. 403. Conc. Trid. I, 206; V, 659.

[11]  Domingo de Soto, In epistolam divi Pauli ad Romanos commentarii, Antuerpiae, 1550, pág. 270.

[12] En ese mes de enero todavía no había sido apresado por la Inquisición Bartolomé Carranza, que lo fue el 22 de agosto, y no aparece incluido en el Índice de Roma, que se imprimió en el mes de enero de ese año de 1559. Sí aparecerá incluido su Comentario al Catecismo en el primer Índice de libros prohibidos de la Inquisición Española, que se imprimió en septiembre de 1559, como también se incluye a Fray Luis de Granada, San Juan de Ávila y San Francisco de Borja. Sí se condenan en el Índice romano, además de los libros de los reformistas heréticos (Lutero, Calvino, Bucero, Ecolampadio, etc), los de Erasmo de Rotterdam; de éste se condenarán todos sus libros, incluso –se precisa- los que no tratan de religión. Muy mal parados salieron también los dominicos Fray Bautista de Crema y Fray Jerónimo Savonarola. De éste se condenan muchos sermones y el libro Diálogo della Verità. Se condena también una gran lista de Biblias editadas en el siglo XVI. Unos años más tarde, en 1564, Pío IV publica en Lyon el índice de libros prohibidos mandado elaborar por el concilio de Trento. Lo preparó una comisión especialmente nombrada para esto, cuyo secretario y moderador fue el teólogo dominico portugués Francisco Forerio. No contiene los nombres de los dominicos Fray Bautista de Crema ni de Fray Jerónimo Savonarola. Tampoco hace mención de la condenación de Biblias, como el anterior. Con respecto a Erasmo de Rotterdam es algo más benevolo: hace relación de varias obras teológicas y espirituales, y termina con estas palabras: “caetera vero opera ipsius, in quibus de religione tractat, tandiu prohibita sint, quandiu a Facultate Theologica Parisiensi vel Lovaniensi expurgata non fuerint”. En cuanto a los Adagios de Erasmo se permite su lectura y retención mientras no sean  censurados por alguna Facultad de Teología o por el tribunal inquisitorial.

[13] Concilium Tr.t. X, pág. 470: de la carta de los Cardenales Legados al cad. Farnesio desde Trento el 26 de Abril del 1546: [...] Algunos religiosos españoles, principalmente franciscanos y dominicos defienden que nuestra edición de la Vulgata latina es la de S. Jerónimo y dan muchas razones. En la nota 4: De D. de Soto se sabe que Massarelli en nombre del card. Cervini acudió a él para que le diera alguna prueba de la autoría de San Jerónimo sobre la Vulgata. Soto se apoyaba en la autoridad de Fr. Titelmano y de A. Steucho.

[14] Domingo de Soto, De justitia et jure, lib. III, cuest. 6, art. 2. Cf. V. Beltrán de Heredia, O. P., Domingo de Soto…, pág. 138 y nota 48.

[15] Conc. Trid. V, 71.

[16] V. Beltrán de Heredia, O.P., El convento salmantino de San Esteban en Trento, en “La Ciencia Tomista” 75 (julio-diciembre 1948) 13; Archivo de Simancas, Estado 1463, fol. 73.

[17] Ib.,  pag. 14; Simancas E., fol. 207.

[18] Sobre la ida de Domingo de Soto a Roma para participar como definidor en el Capítulo General de la Orden de Predicadores del 13 de junio de 1546, acompañado de Bartolomé Carranza, ve a continuación lo que dice el cardenal Cervini sobre la oposición de Soto a abandonar de momento el Concilio.  Concilium Tr., t. X, pág. 505: de la carta del card. Cervini, Trento 28-29 mayo 1546: D. de Soto no quería ir al cap. Gen. de Roma, pero el card. de Burgos (Juan Álvarez de Toledo, O.P.) le insistió en varias cartas, y a disgusto salió de Trento “questa matina”. Cf. Benedictus Reichert, O.P., Acta Capitulorum Generalium Ordinis Praedicatorum, IV, Monumenta O.FF. PP. Historica, IX, Typ. Polyg. S. C. De Propaganda Fide, Romae, pág. 303.

Sobre la justificación de Adán y Eva antes del pecado las tendencias eran varias. Unos defendían que no habían sido creados en gracia, otros que nunca tuvieron la verdadera gracia sino cierta amistad y otros defendían que habían sido creados en la gracia santificante de la justificación. Ésta era la tesis que mantenían nuestros teólogos, siguiendo a santo Tomás y su escuela. El concilio había aceptado al principio la tesis tomista de que el primer hombre fue creado en santidad y justicia; pero en el decreto definitivo prefirió un término más amplio, que fue aceptado por todos los Padres: “primum hominem Adam, cum mandatum Dei in paradiso fuisset transgressus, statim sanctitatem et iustitiam, in qua constitutus fuerat, amisisse...” (Canon 1º).

Cierta preveción comenzó a notarse en la relación del pecado original con respecto a la doble justificación y sus fautores, que estudiaremos en el punto siguiente. Nuestros teólogos veían con buenos ojos la inclusión en el decreto de la expresión “in renatis nihil odit Deus”, como aparecerá en su canon 5º. Para Jerónimo Seripando aliquid odit Deus, scilicet concupiscentiam; también para Reginaldo Pole aliquid odit Deus, scilicet imperfectiones.

[19] Conc. Trid., t. I, pág. 60.

[20] Josephus Alberigo (et alii), Conciliorum Oecumenicorum Decreta…, Ed. 3ª, Istituto per le Scienze Religiose, Bologna, 1073, Decretum super pecato originali, 6, pág. 667.

[21] Concilium Tr., t. X., pág. 559, de la carta de los cardenales legados al card. Camerario de S. Flora desde Trento el 13 de julio de 1546: “hemos ordenado que mañana oigamos a algunos, cuya intervención se ha retrasado por ausencia o por otros motivos”.

En nota se indica que se refiere entre otros a D. de Soto, que debió ir a Roma al capítulo Geneeal, y a Bartolomé Carranza de Miranda que lo acompañó.

[22] Esta doctrina la expone pródigamente Soto en De natura et gratia, lib II, caps. 13 y 14.

[23] Cf. José Goñi Gaztambide, Los Navarros en el Concilio de Trento y la Reforma Tridentina en la diócesis de Pamplona, Imprenta Diocesana, Pamplona, 1947, págs. 53-64; este símil en las pás. 56-57.

[24] Archivo de Simancas, Estado, leg.1463, fol. 158; cf. V. Beltrán de Heredia, Domingo de Soto…, págs. 163-164.

[25] Seripando consideraba la concupiscencia como pecado, como una consecuencia del pecado original; como esa concupiscencia continuaba después de la justificación inherente, era necesaria también la imputativa; Pole advertía lo mismo con respecto a las otras pasiones y defectos que quedaban después de la justificación primera. Soto advierte que la concupiscencia en sí no es pecado, y existió antes del pecado original, durante el pecado original y después; lo que es pecado es el desorden que introduce el hombre por su libre albedrío. El pecado original queda completamente borrado por la gracia inherente de la primera justificación. 

[26] Cf. Domingo de Soto, O. P., Relecciones y Opúsculos…, t. IV, Salamanca, 2003, págs. 339-405; J. I. Tellechea Idígoras, Dos texos teológicos de Carranza: Artículus de certitudine gratiae; Tractatus de mysticis nuptiis…, en “Anthologica Annua”, 3 ,1955, págs. 621-707.

[27] Archivo de Simancas, Estado, leg. 1465, fol. 54; V. Beltrán de Heredia, O. P., Domingo de Soto…, pág. 171.

[28]  El P. V. Beltrán de Heredia transcribe este texto y advierte que contiene muchas inexactitudes:  V. Beltrán de Heredia, Domingo de Soto…, Salamanca, 1960, pags. 233-234. La palabra “fatores” es interpretada en esa transcripción por “factores”; creo que el autor quiere decir “fautores”.

[29]  ¿No querrá decir “alquilaba” en vez de “anihilaba”?

[30]  El P. V. Beltrán de Heredia transcribe “bulas”.

[31]  Pienso que quiere decir “Taraçona” Tarazona.

[32]  Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, Ms. V.II.4, fol. 363. Cf. Constancio Gutiérrez, S. J., Trento un concilio para la unión (155º-1552). III. Estudio, C.S.I.C., Madrid 1981, pág. 35, nota 151; V. Beltrán de Heredia, O.P., Domingo de Soto…,págs. 233-234, donde da poco crédito a esta narración, que considera más bien fruto de rumores palaciegos, pues Soto veneró y tuvo la más alta consideración y estima hacia Carlos V.

[33] Concilium Tridentinum, t. XI, págs. 617-618.

[34]  Ib., XI, pág. 617, nota 437.

[35]  José Ignacio Tellechea Idígoroas, Un voto de Fray Bartolomé Carranza, O. P. sobre el sacrificio de la Misa en el concilio de Trento, en “Scriptorium Victoriense” 5, 1958, págs. 96-146: los dos resúmenes que se conservan; las acusaciones  habidas en el proceso sobre el tema; otras testificaciones; el comentario de Carranza a la exposición de santo Tomás, etc. todo ello muy importante para ver el verdadero pensamiento de Fray Bartolomé sobre un tema que fue tan fundamental en el Concilio de Trento que fue abordado en las tres etapas conciliares, dando origen a un decreto digno de admiración, aprobado en la sesión 22ª el 17 de septiembre de 1562.

[36] Concilium Tridentinum..., t. XI, pág. 882.

[37] Melchor Cano, Le locis Theologicis. Edición preparada por Juan Belda Plans, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC maior), Madrid, 2006, Libro XII, cap. 12, pág. 869.

[38]  Cf. J. Ignacio Tellechea  Idígoras, Pole y Paulo IV. Una célebre Apología inédita del cardenal inglés (1557), en ”Archivum Hitoriae Pontificiae” 4, 1966, págs. 105-154; ve nota 4, en la pág. 107.

 

 
 

Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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