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DIRECTORIO PRINCIPAL |
TALANTE DOMINICANO EN LA EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA |
Los documentos que aquí se insertan son obra del hacer entregado y estudioso de D. Ramón Hernández, historiador de la Orden de Predicadores. Profesor, teólogo, bibliotecario... pasa sus últimos años de vida en San Esteban de Salamanca entre libros y legajos. Internet fue para él un descubrimiento inesperado. A pesar de la multitud de libros y artículos publicados en todo el mundo con fruto de su trabajo la Red ayudó a llevar su pensamiento hasta los más recónditos lugares del planeta: «Me leen ahora en la web, en un solo día, más personas que antes con mis libros en todo un años» solía decir con orgullo refiriéndose a este proyecto. Para acceder a estos contenidos se debe utilizar el Menú Desplegable «ÍNDICE de DOCUMENTOS». Para otras opciones: Seguir «DIRECTORIO PRINCIPAL» o el botón: «Navegar» |
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CONTENIDO
1.
Modelo apostólico de la predicación dominicana
2.
Pobreza evangélica, base de la predicación misionera
3.
Hacia un clero indígena
4.
Liberación del indio
5.
Primeros pasos de Bartolomé de Las Casas por los los indios bajo el influjo
dominicano
6.
Primeros catecismos comunitarios de los dominicos
7.
Continuidad del ideal misionero
8.
Dilema entre convento y misión
9.
La huella de fray Domingo de Betanzos
10.
Los catecismos dominicanos, reflejo de su método misional
San
Pablo expresa la fuerza interna de la misión apostólica con esta frase: “¡Ay de
mí, si no evangelizare!”[1]. Los primeros
misioneros dominicos de América fueron el fruto maduro de una reforma religiosa
en toda línea. Fueron la manifestación de la intensa vida evangélica, que se concentraba entonces en los
claustros dominicanos, al vencer por completo la etapa relajada de la llamada
“claustra”.
1.
MODELO APOSTÓLICO DE LA PREDICACIÓN DOMINICANA EN LAS INDIAS.
Nuestros primeros
misioneros de América tomaron como modelo en su evangelización las predicaciones
paulinas. San Pablo, al predicar a los gentiles, que tenían muchos dioses, con
la confusión religiosa y el desenfreno moral que eso comportaba, les hablaba de
un solo Dios y de una sola moral.
Comenzaba exponiendo la
idea de un Dios creador: que hizo el cielo y la tierra, y también a los hombres.
Hablaba luego de la desobediencia del hombre y del alejamiento de Dios por el
pecado. Finalmente les anuncia a Cristo, que redime, salva y santifica a los
hombres por su cruz y resurrección. El primer sermón, que conocemos, de nuestros
misioneros a los indios de América, está recogido en su sustancia por un testigo
presencial, el P. fray Bartolomé de Las Casas. Predicó ese sermón fray Pedro de
Córdoba en Concepción de la Vega, ciudad de La Española. Era “el domingo entre
las Octavas de todos los Santos”, 3 de noviembre de 1510.
Fray Pedro de Córdoba había
animado a los españoles de aquella ciudad a enviarle todos los indios que
tuvieran a sus órdenes. “Enviáronle –cuenta Las Casas- hombres y mujeres,
grandes y chicos. Él, asentado en un banco y en la mano un crucifijo y con
algunas lenguas o intérpretes, comenzoles a predicar desde la creación del
mundo, discurriendo hasta que Cristo, Hijo de Dios, se puso en la cruz.
“Fue un sermón dignísimo de oír e de notar; de gran
provecho, no sólo para los indios (los quales nunca oyeron hasta entonces otro
tal, ni aún otro, porque aquél fue el primero que a aquéllos y a los de toda la
isla se les predicó a cabo te tantos años; antes todos murieron sin haber oído
palabra de Dios), pero los españoles pudieron dél sacar mucho fruto”[2].
El sermón del origen del
mundo o de la creación ocupó un lugar importante en la catequesis misional
americana. Los catecismos o doctrinas, que se compusieron para los indios,
tratan este punto necesariamente en la exposición del primer artículo del
Credo o símbolo de la fe.
Lo interesante para nuestro
propósito es que las dos doctrinas de Pedro de Córdoba, que son las primeras de
los dominicos, y de las primeras de toda América, contienen un sermón amplio,
muy bien destacado, que trata del origen del mundo.
También los indios tenían
su versión del origen del mundo. Los misioneros exponían con gran viveza la
historia de la salvación según los datos de la Biblia, invitando a los indios a
apartarse de sus dioses y a adorar al único Dios verdadero, que es el Dios de
los cristianos.
Este modo de exponer la
religión cristiana de forma plástica, en movimiento, a manera de historia, era
muy grata a los indios; los mantenía atentos a los personajes y a las cosas que
entraban en escena, y se les quedaban ya imborrables en su memoria.
Conociendo esta psicología
del indio nuestros misioneros, la instrucción doctrinal se la ofrecían siempre
por este método, conscientes de llegar así con facilidad al alma de los
naturales. De ahí el título con que aparece la primera doctrina de fray Pedro de
Córdoba, impresa en México en 1544: Doctrina cristiana para instrucción e
información de los indios por manera de historia. El colofón, explica que
“va por modo de historia, para que más fácilmente puedan comprender, y retener
en la memoria las cosas de nuestra fe”
[3].
La segunda doctrina impresa
en 1548, también en México, no hace especificación alguna, en la portada, a
nuestro respecto, pero el colofón abunda en esa misma intención de facilitar a
los indios la inteligencia del contenido, y da las siguientes razones para usar
la citada metodología: “assí porque mejor se dé todo a entender a estos
naturales, como también porque mejor lo tomen de coro (es decir, de memoria) los
que lo quisieren tomar”[4].
Evocábamos el método
paulino de predicar a los gentiles. Para Santo Domingo y para los dominicos fue
siempre San Pablo el modelo. Santo Domingo llevaba habitualmente consigo las
epístolas de San Pablo y las sabía casi de memoria. Del Apóstol de los Gentiles
recibió un día su consagración misional. Los dominicos consagraron muchos de sus
conventos e iglesias a San Pablo.
Los Hechos de los
Apóstoles nos ofrecen dos esquemas distintos de la predicación de San Pablo,
según se dirigiera a los judíos o a los paganos. Con respecto a los gentiles ya
lo hemos indicado; con respecto a los judíos la idea de fondo es que todo
el Antiguo Testamento se encamina a la revelación de Jesucristo y a las
exigencias del Evangelio.
Nuestros misioneros de
América predicaban también a dos públicos diferentes: a los españoles y a los
indios. Hemos visto lo que predicaban a los naturales de aquellas nuevas
tierras. A los españoles les muestran las desviaciones de su conducta como
cristianos: su entrega desenfrenada a las riquezas y a los vicios, y su mal
comportamiento con los indios.
Esta doble predicación con
su doble esquema correspondiente lo observamos en los dominicos desde su
aparición en el Nuevo Mundo. El paradigma es fray Pedro de Córdoba. Es también
Bartolomé de Las Casas el testigo de excepción, presencial unas veces y muy
cercano a los hechos otras.
El mismo día 3 de noviembre
de 1510, en cuya tarde predicó mediante intérpretes aquel delicioso sermón a los
indios sobre el origen del mundo, había predicado por la mañana a los españoles
residentes en Concepción de la Vega. Fue un “sermón alto y divino –dice Las
Casas- e yo se lo oí, e por oírselo me tuve por felice”.
Era el domingo infraoctava
de Todos los Santos y se mantuvo a tono con las circunstancias, orientando sus
consideraciones a la “gloria del paraíso que tiene Dios para sus escogidos”.
Nuestro testigo presencial dice de este sermón que fue predicado “con gran
hervor y celo”[5].
2. POBREZA EVANGÉLICA, BASE
DE LA PREDICACIÓN MISIONERA
La pobreza evangélica fue
en Santo Domingo un medio esencial de la predicación. Se iba a predicar a los
pobres y descarriados; se iba a predicar la verdad en sí misma, desnuda de toda
inmundicia terrena, tal como la predicaron Jesucristo y los Apóstoles. Éstos la
vivieron y la predicaron en la completa pobreza.
Santo Domingo de Guzmán
abrazó esta misma pobreza evangélica y apostólica, para vivir y anunciar la
simple y única doctrina de Cristo y de los Apóstoles. Con este ideal dominicano
en sus almas se decidieron a predicar a los pobres y descarriados del Nuevo
Mundo los misioneros dominicos.
Cuenta Bartolomé de Las
Casas que a mediados de 1511 se reunieron en junta capitular los quince
dominicos recién llegados a La Española y se marcaron las líneas fundamentales
de su actuación misionera:
“acordaron de consentimiento de todos, con toda buena
voluntad, de añadir ciertas ordenaciones y reglas sobre las viejas
constituciones de la Orden (que no hace poco quien las guarda) para vivir con
más rigor. Por manera que, ocupados en guardar las nuevas y añadidas reglas,
estuviesen ciertos que las constituciones antiguas, que los Santos Padres de la
Orden ordenaron, estaban inviolablemente en su fuerza y rigor.
“Y una entre otras, me acuerdo que determinaron que no
se pidiese limosna de pan ni de vino ni de aceite, cuando estuviesen sanos. Pero
si, sin pedillo, se lo enviasen, que los comiesen, haciendo gracias a Dios. Para
los enfermos podíase por la ciudad pedir…
“Ordenaron que cada domingo y fiesta de guardar,
después de comer, predicase a los indios un religioso… Y a mí, que esto escribo,
me cupo algún tiempo este cuidado. Y así era ordinario henchirse la iglesia los
domingos y fiestas de indios, de los que en casa a los españoles servían, lo que
nunca en los tiempos de antes habían visto”[6].
Una idea revolucionaria en
aquellos comienzos de la actividad misionera de nuestros primeros
evangelizadores de América fue la de formar un clero indígena. La
instrucción de jóvenes indios, que asumieran con los años la responsabilidad de
la evangelización de sus coaborígenes, hubiera sido un avance considerabilísimo
en la propagación y vivencia de la fe cristiana, en la promoción jerárquica y
administrativa de un grupo de élite, y ¿por qué no en la culturización y
progreso de los pueblos del Nuevo Mundo?
Llevaban sólo un año los
dominicos en América, cuando comunitariamente salió de aquella comunidad este
proyecto. Se fundaría un colegio en Sevilla, integrado por niños indios y
españoles, que, con el correr de los años, cuántos de ellos quisieran hacerse
dominicos y ordenarse de sacerdotes, recibirían las órdenes sagradas y se
dedicarían a misionar a sus paisanos de allá del océano. Expusieron la idea al
arzobispo de Sevilla, el dominico Fr. Diego de Deza, que aceptó la propuesta y
asumió gustosamente la carga de sufragar los gastos de la empresa. También la
corte respondió de forma positiva y apoyó el proyecto.
Ésta es la conocida
respuesta del Rey Fernando el Católico a Diego Colón, gobernador de Las Indias:
“Por parte de los frailes dominicos, que están en dicha
isla, me ha sido hecha relación que ellos tienen acordado, para fundar casa de
su Orden en esas partes, de tener en la ciudad de Sevilla una casa para maestrar
niños para religiosos de su Orden, e que, después que estuviesen bien
instructos, para hacer fruto en esas dichas Indias, para la salvación de las
ánimas de los indios… Y, si trujesen niños indios de esas dichas islas para
ello, serian muy mejor doctrinados y harán más fruto, suplicándome les madase
dar limosna, para traer los dichos indios al dicho estudio…
Por ende yo os mando que de los niños indios que hay o
hubiere en esa dicha isla, déis e fagáis dar a los dichos frailes dominicos
quince niños hábiles e suficientes para el estudio, para recibir el hábito, e
ansí dados, se los dejéis e consintáis traer, e que serán los niños indios, que
estuvieren hechos a los mantenimientos de Castilla, porque en su salud,
trayéndolos, no reciban tanto daño”[7].
¿Por qué no se llevó a la
obra semejante empeño? En más de un siglo se adelantaron nuestros misioneros a
la promoción del clero indígena, y en varios siglos al del clero propiamente
indio. ¡Cuántos intereses debió haber por medio para impedirlo! Debió
considerarse por parte de encomenderos y colonizadores como una promoción
excesivamente alta de la raza india. La explotación del indígena se hubiera
venido abajo con la actividad de los sacerdotes indios, y nada mejor al caso que
cortar el peligro en su propia raíz.
El alma inquieta de
nuestros misioneros no se agotaba fácilmente en su opción decidida por los
pobres, humildes y explotados, que eran los nativos en relación con los
españoles, que eran los ricos, los poderosos y los explotadores.
Podían haberse contentado
con eso, y habrían satisfecho su conciencia. Pero semejante actitud no iba con
ellos, que habían asumido desde el primer momento vivir con el pobre, estar con
el pobre y ser la voz del pobre. Como otras veces optaba y programaba la
comunidad. Ahora decidieron levantar lo más alto posible la voz de quienes no
tenían protector.
Se preparó entre todos el
sermón. Luego se eligió para predicarlo al mejor dotado: al celoso defensor del
oprimido; de voz sonora, y de fácil, clara y contundente expresión. El elegido
fue fray Antón Montesinos, del que dice Las Casas: “tenía gracia de predicar;
era aspérrimo en reprender los vicios, y sobre todo en sus sermones y palabras
muy colérico, eficacísimo, y así hacía, o se creía que hacía en sus sermones
mucho fruto. A éste, como muy animoso, cometieron el primer sermón de esta
materia, tan nueva para los españoles de esta isla”[8].
Se escogió como día
apropiado el cuarto domingo de Adviento, que cayó en ese año del 1511, el 21 de
diciembre. La iglesia estaba llena de españoles, que acudían sin falta a cumplir
el precepto dominical. La Navidad está encima –a cuatro días vista- y muchos
pedían confesión, para comulgar tranquilos en tan solemne día del 25 de
diciembre. Ha comenzado la misa. Se ha leído el Evangelio de Juan Bautista,
tronando en el desierto. Antón Montesinos comienza suavemente el sermón. De
pronto levanta su voz poderosa, y clama transfigurado:
“Yo soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla…
Esta voz es que todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la
crueldad que usáis con estas inocentes gentes. Decid: ¿con qué derecho y con qué
justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios?
“¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables
guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras sanas y pacíficas, donde tan
infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?...
“Éstos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?
¿No sois obligados a amallos como a nosotros mismos…?”[9].
Bajó muy sereno del púlpito
Montesinos; se sentía tranquilo porque había predicado, aunque muy dura,
la verdad.
El templo –nos dice Las
Casas- quedó convertido en un murmullo de protesta. El fraile daba testimonio
con su palabra y con su vida, pues él se dirigió luego con su compañero al
convento, que era un corral prestado, donde no les esperaba otra comida “sino
caldo de berzas sin aceite”, como atestigua el mismo historiador.
Que este sermón fue de toda
la comunidad misionera, aunque uno solo lo predicara, lo asegura en la
Historia de Las Indias Bartolomé de Las Casas, que siguió este proceso
puntualmente, como la persona más interesada por el problema de la liberación
del indio.
Los dominicos lo pensaron
antes detenidamente, “encomendándose mucho a Dios”. Por fin “acuerdan” la
predicación del sermón “y firmáronlo todos de sus nombres, para que pareciese”
que del “consentimiento y aprobación de todos procedía”[10].
Cuando, después del sermón,
fueron las autoridades al superior de los dominicos, para que hiciera
retractarse al predicador, fray Pedro de Córdoba, como superior, protestó que
“lo que había predicado aquel Padre, había sido de parecer, voluntad y
consentimiento suyo y de todos”[11].
No vamos a referir ahora
con detalle las repercusiones que tuvo este sermón en la corte española, en la
Provincia Dominicana de España y en el mundo universitario e intelectual.
El Rey Católico Don
Fernando se vio obligado a buscar un remedio a aquellos abusos laborales crueles
y a los malos tratos de los españoles con los indios. Salieron de las juntas de
teólogos y juristas, convocadas por el Rey de España, en Burgos y Valladolid las
Ordenanzas de 1512-1513: el primer código laboral indiano, que pretendía regular
y suavizar los trabajos de los indios bajo los encomenderos hispanos.
Éstas llamadas “Primeras
Leyes de Indias” no satisficieron a los dominicos, que pretendieron desde el
primer momento eliminar lo que consideraban, y era realmente, la raíz, causa y
origen de todos los males: la encomienda de indios en manos particulares de
españoles.
Se podía admitir la
encomienda en manos del rey, como vasallos especiales, que necesitaban
especiales atenciones. En ningún caso debía el rey entregarlos a los
particulares españoles, que sólo pensaban, en general, en enriquecerse mucho y
pronto a costa de la explotación hasta la muerte del trabajo de los nativos.
El Vicario Provincial de
los Dominicos en el Nuevo Mundo, fray Pedro de Córdoba, y el predicador, fray
Antón Montesinos, mostraron su insatisfacción por las citadas leyes, y esperaron
seguros los inanes resultados de esas leyes, para continuar su protesta.
5.
PRIMEROS PASOS DE LAS CASAS POR LOS INDIOS BAJO EL INFLUJO DOMINICANO.
Bartolomé de Las Casas se
iba contagiando de esta mentalidad de los misioneros dominicos, y muy pronto, el
día de la Asunción de Santa María Virgen, 15 de agosto, del 1514, se decidió a
consagrar sus fuerzas físicas, intelectuales y morales, y su vida entera a hacer
realidad aquel ideal dominicano.
Se presentó ante fray Pedro
de Córdoba y le hizo manifiesto su propósito de ir a España y atajar desde la
corte regia la indicada raíz de los males[12].
Vendría al rey de España, le expondría al rojo ardiente la situación agónica de
los explotados indios, y arrancaría del monarca la ley extirpadora de la
encomienda y la garantía máxima de su cumplimiento.
Hemos visto que la primera
intervención de los teólogos sobre los problemas de los indios tuvo lugar en las
juntas de Burgos de 1512, cuyo fruto fueron las Primeras Leyes de Indias.
Las Casas vino a España en
octubre de 1515, y volvió a America en 1516, creyendo llevar la solución con los
tres Padres Jerónimos, que el Regente de España, Cardenal Cisneros, enviaba como
plenipotenciarios para reformar el gobierno de Las Indias. No fue así. Los
Patres Jerónimos cayeron en la trampa de los encomenderos.
Los dominicos reanudaron
sus quejas y Bartolomé de Las Casas vuelve a España en junio de 1517, para urgir
la única posible reforma: la eliminación de las encomiendas de indios a
particulares.
Fue en esta venida de Las
Casas cuando tuvo lugar otra junta de teólogos, que merece la pena ser tenida en
cuenta, pues antecede nada menos que en nueve años a la entrada de Francisco de
Vitoria como catedrático en la Universidad de Salamanca, y algunos más a sus
primeros planteamientos de los problemas indianos ante el mundo universitario.
Cuenta Las Casas que su
compañero de fatigas por España, fray Reginaldo de Montesinos, hermano del ya
conocido revolucionario fray Antón, tuvo un fuerte encuentro con un alto oficial
regio en Valladolid. Éste se atrevió a decir a fray Reginaldo que “los indios
eran incapaces de la fe”. Y, sin arredrarse, respodió secamente el dominico:
“eso es herejía”. Dice también Las Casas que aquella respuesta, tajante, “no le
fue muy sabrosa” al alto consejero, y que “quedó muy enojado”[13].
Para conseguir una
oposición eficaz a los muchos que pensaban como aquel alto funcionario de
Castilla, fray Reginaldo escribió al prior del convento de San Esteban de
Salamanca y le propuso convocar una junta de teólogos, que decidiesen con
autoridad sobre esta cuestión.
Era prior del convento
salmantino de los dominicos fray Juan Hurtado de Mendoza, Maestro en Sagrada
Teología y de gran ascendiente en la ciudad y universidad de Salamanca, como
también en toda la provincia dominicana de España por su sabiduría y su eficaz y
decisiva actuación en la reforma de la vida religiosa.
Fray Juan Hurtado tomó muy
en serio la sugerencia de fray Reginaldo Montesinos y logró reunir en el citado
convento de San Esteban, según Bartolomé de Las Casas, trece o más maestros en
Teología del convento y de la universidad.
Estudiada la cuestión por
aquellos sesudos catedráticos y sabios, y ordenados escolásticamente los
resultados, establecieron –dice el Defensor de los Indios- “cuatro o cinco
conclusiones con sus corolarios y probanzas, la postrera de las cuales fue que,
contra los que aquel error tuviesen y con pertinacia lo defendiesen, se debía
proceder con la muerte de fuego como contra herejes”.
Todas esas decisiones
-concluye Las Casas- “vinieron firmadas y autorizadas de los susodichos trece
maestros, y yo las vi y trasladé, y pusiéralas aquí a la letra, sino que con
otras escrituras en cierto camino me las hurtaron, y así se me perdieron”[14].
6.
PRIMEROS CATECISMOS COMUNITARIOS DE LOS DOMINICOS
Otro de los frutos de
aquella conciencia comunitaria de misión fue la organización de la enseñanza
cristiana a los indios en un catecismo elaborado por toda la comunidad. Debió
escribirse ese catecismo bajo la dirección de fray Pedro de Córdoba en los
primeros años inmediatamamente después de la llegada de aquel insigne grupo de
misioneros a Las Indias.
Se hicieron dos
redacciones, una breve y otra amplia, usando una u otra según las urgencias y
necesidades. La segunda está concebida en plan de sermones sobre los temas que
de forma resumida aparecen en la primera. Tal vez estos sermones fueron
compuestos cada uno por un misionero, con lo que todos hubieran colaborado
material y formalmente en la redacción de los catecismos.
Estos catecismos debieron
correr primero en varias copias, que se irían multiplicando, según se iban
abriendo nuevos campos de acción y se iba acrecentando el número de misioneros y
catequistas. En 1544 y en 1548, por disposición del obispo de México, Juan de
Zumárraga, fueron llevados a la imprenta.
El catecismo amplio es
bilingüe, en español y en mexicano. La necesidad de aprender las lenguas nativas
la vieron enseguida los misioneros. No eran los indios los que debían aprender
el español, como pretendían los gobernantes y encomenderos, sino los
predicadores evangélicos los que debían aprender, y cuanto antes, las lenguas de
los nativos.
Para lograr aprender pronto
y bien esas lenguas, pensaron nuestros misioneros que no bastaba con oír a los
indios y a los intérpretes. Sin abandonar eso, les pareció a los frailes que lo
mejor era reducir las lenguas a normas racionales de gramática, con cuyo estudio
la inteligencia humana las dominaría más perfectamente.
Pedro de Córdoba, que había
vuelto a España con motivo del famoso sermón de Motesinos y de las Primeras
Leyes de Indias, en su segundo viaje a América en 1514 llevó consigo un buen
lote de gramáticas castellanas de Antonio de Nebrija. La finalidad de esas
gramáticas no era enseñar el castellano a los indios, sino tener un
instrumento adecuado para reducir a normas gramaticales las lenguas de los
indios, como había hecho Nebrija con la lengua castellana.
Así la Orden Dominicana
contó muy pronto con catecismos o doctrinas, gramáticas y diccionarios,
elaborados por los mismos frailes misioneros sobre las más diversas lenguas
indias de América[15].
7.
CONTINUIDAD DEL IDEAL MISIONERO DOMINICANO.
Vamos a exponer ahora el
contenido de un documento, escrito casi sesenta años más tarde de la llegada de
los primeros dominicos a tierras de Indias, y que nos ofrece resumidamente la
continuidad de ese ideal de celo y pobreza apostólica durante algo más de medio
siglo.
En 1569, a los cincuenta y
nueve años de su estancia en América los dominicos hacen un examen balance de su
actividad misionera. Esta relación fue pedida por el Maestro de la Orden de
Predicadores, fray Vicete Justiniano Antist, al entonces provincial de la
provincia dominicana de Santiago de México, fray Pedro de Feria[16].
Éste meritísimo misionero,
enfermo crónico de asma desde su expedición a Florida, ocupado en la composición
y publicación de su Doctrina cristiana en lengua castellana y zapoteca,
no pudo escribir el examen-informe solicitado por la más alta jerarquía de la
Orden.
Fue su sucesor en el
provincialato, fray Juan de Córdoba, quien, nada más tomar la posesión de su
cargo, se decidió a llevar a cabo este análisis histórico-reflexivo sobre la
misión dominicana en América, particularmente en Nueva España.
El P. Juan de Córdoba
afirma que va a hacer esta relación “con toda fidelidad” y la hará desde el
comienzo de la misión hasta el año en que esto escribe. Para conseguir la mayor
certeza en la exposición de los hechos ha consultado a “los religiosos más
antiguos de esta Provincia y que más noticia tenían de ella”.
Nos advierte también en su
pequeño prólogo de presentación que ha procurado ceñirse escuetamente a la
verdad de los acontecimientos, evitando ser prolijo en los detalles. No
obstante, si a Vuestra Paternidad Reverendísima agradara una mayor
pormenorización, no tiene más que indicármelo, para ser atendido con una
“relación más larga y copiosa”[17].
Da comienzo el relato con
una breve noticia de la conquista de México por Hernán Cortés. Los hechos son de
sobra conocidos y no cree necesario extenderse sobre ello; por otro lado aquí
sólo interesa la actividad dominicana.
El ambiente en que iba a moverse su
apostolado lo describe de esta manera: “es tierra muy larga; toda pobladísima de
innumerable gentilidad en grandes ciudades y pueblos. Adoraban a diversidad de
animales y figuras humanas, esculpidas en piedras y metales.
“Sacrificaban a estos ídolos, por la mayor parte,
hombres vivos en mucha cantidad, cada uno según los moradores que había. Tenían
fiestas, donde se juntaban muchos pueblos, donde sacrificaban doscientos y
trescientos y más, sacándoles el corazón y rociando con la sangre de ellos los
altares y rostros de los ídolos, con otras innumerables supersticiones, que
sería imposible referirlas”[18].
Se nos evoca la sapiencial
actitud de Hernán Cortés con los primeros misioneros delante de los indios, para
inducir en estos el más alto concepto de la religión cristiana y de los
representantes de Jesucristo. Se postraba el conquistador delante de los
misioneros y les besaba con toda devoción las manos, para que reconocieran los
nativos la superior categoría de aquellos hombres, vestidos de forma distinta y
más pobre que los demás. Los indios se preguntaban admirados qué clase tan
elevada de hombres serían aquéllos, cuando un capitán tan valiente y victorioso
se rendía ante ellos de esa manera.
Se nos evoca igualmente a
los primeros dominicos llegados al Nuevo Mundo y su extraordinario celo por la
salvación de las almas; cómo desde la isla de La Española, al tener noticia del
inmenso imperio descubierto en el continente americano por Hernán Cortés, se
afanan por ir lo antes posible a evangelizarlo.
Se hace memoria de “el egregio fray Pedro
de Córdoba, hijo de San Esteban de Salamanca, varón de grande santidad y
doctrina” y de “fray Domingo de Betanzos, su segundo, que fue el primer fundador
desta Provincia, santo varón”[19].
Doce eran los que componían
el primer grupo de dominicos que llegaron a Nueva España en 1526. Las muertes y
enfermedades los redujeron en poco tiempo a tres: Domingo de Betanzos, veterano
misionero de La Española; Gonzalo Lucero, todavía diácono, y Vicente de Las
Casas recién profeso, sin ninguna orden sagrada.
Con nuevos religiosos
venidos de España y con las vocaciones surgidas entre los españoles residentes
en México se fueron multiplicando aquellos misioneros y fueron extendiendo su
radio de acción entre los indios. Muy pronto quedaron prendados los naturales de
los dominicos, pues encontraron en ellos los mejores defensores de sus derechos
frente a los abusos de los conquistadores y encomenderos. Lo expresa así el
documento que comentamos:
“Comenzaron los indios a cobrar gran amor a los
religiosos y a tenerlos en gran veneración, viendo cuán diferente era su modo de
vivir al del resto de los españoles, y viendo cómo los favorecían y defendía tan
determinadamente contra los encomenderos, a los que consideraban sus enemigos, y
contra las injurias, que por ellos les eran hechas, lo cual entonces los
religiosos podían hacer, porque los reyes y los que gobernaban la república
holgaban dellos, y como a personas que no pretendían sino sólo el bien de la
república les era dado todo crédito y autoridad”[20].
Las tentaciones de los
sentidos, para la saciación de todos los instintos malos del hombre, eran
particularmente frecuentes en estas tierras, y muchos, tantos laicos como
clérigos, caían en ellas. Los dominicos, que se habían forjado en España en la
más exigente reforma, se propusieron vencer estas fuertes y persistentes
dificultades con la oración asidua, particular y comunitaria, la mortificación,
el celo infatigable por las almas y la abstinencia, que practicaban en muy alto
grado, “privándose aún de lo necesario”. Esto acrecentaba la admiración de
los indios, y así los frailes “eran tenidos en gran admiración del pueblo”[21].
Según la célebre consigna
misional de San Pablo de “hacerse todo para todos”[22],
supieron nuestros misioneros hacerse indios con los indios, para salvar a los
indios. Ahí estuvo la razón de su éxito. Si querían comunicar su fe con presteza
y con eficacia, había que hablar como hablaban los indígenas, aprendiendo sus
lenguas y sus costumbres. Pretender que aprendieran primero los naturales el
español, para que pudieran ser luego evangelizados, era retrasar excesivamente
la evangelización o hacerla imposible.
El gran problema de las
lenguas era su multiplicidad; cada región tenía la suya, y bien distinta de las
demás. Buena prueba del ardiente celo de los misioneros en la propagación de la
fe cristiana, fue esta entrega afanosa al aprendizaje de las lenguas nativas.
Los encomenderos, colonos,
conquistadores y políticos, que iban a acrecentar al máximo su poder y riqueza,
no se molestaron por las lenguas, sino que imponían por todas partes la propia.
Los frailes hicieron suyo
este sacrificio:
“y ansí -dice nuestro documento- unos en seis meses y
otros en un año, otros en más o menos tiempo, aprendieron sus lenguas, en las
cuales les predicaban y confesaban, por lo cual los indios cobraban mayor
afición a los religiosos, y porque andaban entre ellos sin fausto y sin darles
pesadumbre, comiendo de sus mantenimientos lo que les daban, sin importunarles
por otra cosa”[23].
8.
DILEMA ENTRE CONVENTO Y MISIÓN
Al aumentar notablemente el
número de dominicos en Nueva España, surgió la nostalgia de los grandes
conventos y comunidades dominicanas de la metrópoli. Tenían de modo especial en
su mente el convento de San Esteban de Salamanca.
¿Por qué no formar en el
Nuevo Mundo ese tipo de comunidades? Se vivirían a tope las observancias
monásticas con todos sus elementos santificadores (coro solemne, silencio,
estudio…); se llenarían así de contemplación y de santidad de vida los
misioneros; saldrían luego de dos en dos por cierto tiempo a los poblados
indios, anunciando el Evangelio, y retornarían de nuevo al convento para
llenarse otra vez de vida divina, mientras otros salían del mismo cenobio, para
continuar la obra misionera de los anteriores. Así lo defendió con todas sus
fuerzas fray Domingo de Betanzos con algunos adictos.
Para muchos de los frailes
de la Nueva España el citado sistema tenía un defecto muy grave: la falta de
continuidad en la misión, tan necesaria en los primeros años hasta dejar
implantada y organizada entre los indios la Iglesia. Por ello la mayor parte de
los dominicos opinaron contra fray Domingo de Betanzos y su grupo, pese a la
veneración que siempre tuvieron por este Padre, que fue el fundador de la
Provincia dominicana de Santiago de México.
Se impuso, pues, la
necesidad de que los misioneros viviesen de continuo con los indios. En estos
poblados se levantaron pequeñas casas para dos, tres, o cuatro frailes, que se
llamaron vicarías. El ministerio de los sacramentos, la exposicón frecuente de
la doctrina cristiana y la ayuda a los indios en los más varios problemas estaba
así garantizada. Los indios acrecentaron de este modo la confianza en los
misioneros, que no los abandonaban, y se multiplicaron las conversiones y
los bautismos.
Los primeros años fueron
particularmente duros, sobre todo para los que vivían en las vicarías.
“La vida y ejercicio de los religiosos en aquellos
tiempos eran grandes trabajos, sin comer pan ni beber vino, sino comiendo
tortillas de maíz de la tierra, asadas al fuego; y, como no había pesquerías,
como las hay ahora, contentábanse los religiosos con unos huevos cocidos y una
escudilla de cocina, sin aceite ni manteca, porque no lo había en la tierra, y
por este modo las demás cosas de su mantenimiento, en lo qual no echaban de ver,
con el fervor del espíritu que los regía, olvidados de sí y empleados en
aquellos santos ejercicios”[24].
Se nos da en este documento
la biografía más antigua que poseemos de fray Domingo de Betanzos. Un asceta de
pura ley, había llevado vida eremítica antes de hacerse dominico en el convento
de San Esteban de Salamanca. Llegado a Las Indias en 1513, siguió el rigor de su
habitual penitencia en la vida privada. En los dominicos de Nueva España impuso
un género de vida de extrema pobreza y de gran mortificación.
En cuanto a él, según este
relato:
“Su comida ordinaria eran pan y agua y leche áceda,
excepto las Pascuas y fiestas principales, por cuyo honor comía alguna vez unos
huevos. Su vestido era sayal muy basto y corto; su conversación era muy llana y
alegre, como de hombre en quien parecía morar Dios.
“Su oración era muy larga en las noches, y, donde
quiera que iba, parecía ir siempre haciendo ejercicios con el espíritu. Recibía
tres disciplinas cada noche a imitación de nuestro Padre [Santo Domingo]; sus
palabras eran encendidas; nunca nadie, que de él fuese castigado y reprendido,
parecía estar mal con él, sino recibir sus correcciones con paciencia, y asín,
por el consiguiente, todas sus obras eran desta manera”[25].
En 1527 llegó a México fray
Vicente de Santa María. Venía con otros frailes y con el cargo de Vicario
General para los dominicos de Nueva España, concedido por el Maestro General de
la Orden Dominicana, fray Silvestre de Ferrara. Vicente de Santa María era hijo
del convento de San Esteban de Salamanca, como también lo era Domingo de
Betanzos, pero tenía otro carácter y venía con otros aires. Más activo que
contemplativo, y más práctico y efectista, aflojó en la disciplina conventual
para favorecer la misión entre los naturales.
Betanzos no pudo sufrir
aquel cambio tan radical en lo que juzgaba pertenecía a la sustancia de su
fundación: las observancia conventuales y la vida de penitencia. Se fue por ello
muy lejos, a Guatemala, para hacer allí otras fundaciones según su ideal.
La decadencia espiritual
consiguiente entre los dominicos de México, les hizo añorar los tiempos de
Domingo de Betanzos y enviaron por él. Vista la nueva situación de los frailes
en Nueva España, Domingo de Betanzos se embarcó para la metrópoli. Desea formar
una provincia independiente con gracias especiales del Maestro de la Orden y del
Papa, y llevar consigo al Nuevo Mundo un buen número de frailes, dispuestos a
secundar sus ideas.
En España y en Roma el
austero porte de Betanzos cautivó a los jerarcas y le dieron en abundancia
cuanto pedía. Cuarenta frailes dominicos embarcaron con él para Las Indias. El
éxito del viaje a España y a Roma había sido completo. La gran prueba y la
gran amargura fue el tornaviaje. De los cuarenta misioneros reclutados treinta y
dos perecieron en el mar, víctimas de los “naufragios a causa de las tormentas”[26].
Enterados en México de la
fundación de la nueva Provincia, se reunieron los frailes y eligieron Provincial
al prior del convento de Santo Domingo de la capital azteca, fray Francisco de
San Miguel.
Cuando llegó el fundador de
la provincia de México, Domingo de Betanzos, se encontró con los hechos
consumados. Sus sueños de reforma, pensó que se le esfumaban. Él venía, sin
embargo, con una autoridad superior, la de Vicario General.
Al ver que el Provincial
elegido seguía la línea amplia, abierta por el anterior Vicario General, fray
Vicente de Santa María, Domingo de Betanzos depuso al recién elegido Provincial
de la Provincia de México.
9.
LA HUELLA DE FRAY DOMINGO DE BETANZOS
Domingo de Betanzos siguió
entonces los pasos señalados en las Constituciones Dominicanas. Reunió, pues, el
Capítulo Provincial, que fue el primero de la Provincia de Santiago de México, y
se procedió a la votación secreta. El escrutinio dio por resultado la elección
para Provincial del propio Betanzos.
Con el poder en las manos
este santo varón volvió de un solo golpe las cosas a la austeridad primitiva.
Era el año de gracia de 1535. El capítulo reunido en México, bajo la inspiración
de fray Domingo de Betanzos, adoptó la más exigente pobreza. Lo recoge así
nuestro documento:
“Se ordenó (en este capítulo) que en esta Provincia se
vistiesen los religiosos de sayal: sayas, escapularios y túnicas, todo corto y
estrecho, y que trajesen alpargatas de cuerda, y no zapatos; que no trajesen
calzas con peal, sino a manera de una manga de capote; que no trajesen sayos,
sacos, ni almillas, sino sola la saya y la túnica y escapulario, lo cual se usó
mucho tiempo, y lo demás dello se usa ahora, y en todas las demás cosas
pertenecientes al cuerpo se guardaba semejante rigor.
“Para que los religiosos no pudiesen tomar ocasión
alguna de importunar a sus parientes ni a otros seglares, ordenaron que hubiese
disciplina ordinaria cada noche, después de maitines, lo cual se guarda hasta
hoy, salvo las fiestas solemnes. En la pobreza se puso grandísimo rigor, de
suerte que ni una pluma, ni una aguja, ni hebra de hilo, ni un pliego de papel
podía dar un religioso a otro sin licencia.
“Esto todo era ordenado y enderezado así, porque aquel
santo varón y aquellos padres fundadores entendían la grosedad de la tierra
acerca de las riquezas, y porque no se ensuciasen los religiosos con
desordenadas codicias; lo cual asimismo duró muchos años en esta tierra y dura
gran parte dello, y se pone gran diligencia en que se guarde, porque los
predicadores puedan hablar con libertad”[27].
“Hablar con libertad”. Esa es la distinción del
verdadero apóstol. Sólo podían hablar así los que llevaban vida evangélica y
practicaban la pobreza apostólica, es decir, los que gozaban de la “libertad de
los hijos de Dios”[28].
Ese mismo rigor fue mantenido por el siguiente Provincial fray Pedro Delgado,
hijo también del convento de San Esteban de Salamanca. Según cuenta nuestro
informe “rigió la Provincia con gran vigor, y sustentose en su tiempo toda la
austeridad de la fundación y observancia de las cosas muy menudas de la
Constitución.
“En aquellos tiempos no se usaba salir frailes a
visitar en la ciudad a seglares amigos y parientes, si no era el Prior y un
fraile viejo a los devotos de casa; y ansí no se encontraban frailes por las
calles, si no era a confesar enfermos y a predicar. Pedían limosna los sábados
con las alforjas al hombro por las calles y pan de casa en casa como los Padres
Franciscanos, que ya había en esta tierra pan de Castilla, aunque poco. Teníase
tal rigor en los que iban a pedir que jamás se pudiesen perder de vista”[29].
Los ingresados en la Orden
en México formaban ya un grupo importante, que iban muy gustosos a las vicarías
entre los indios. Su formación doctrinal no era muy fuerte, pues se juzgaba que
no eran necesarios muchos conocimientos para atender a los naturales de aquellas
tierras.
En lo que ciertamente se exigía mucho era
en las lenguas indígenas y en las vivencias religiosas. Entre esas vocaciones se
cita como todavía vivo fray Francisco de Aguilar, que había participado como
militar, antes de ser dominico, muy al lado de Hernán Cortés en la conquista de
México y dejó escrita una Relación breve de la conquista de la Nueva España[30].
Sucedió a Pedro Delgado en
el provincialato otro religioso de gran virtud. Era fray Domingo de la Cruz,
hijo del convento de Santa Cruz de Segovia. Mantuvo la línea rigorista de sus
dos predecesores. Tuvo más suerte que Pedro Delgado en la recepción de
vocaciones. En efecto en el provincialato de Pedro Delgado apenas si hubo
novicios, mientras que en los dos primeros años del gobierno de Domingo de la
Cruz “tomaron el hábito en esta casa (de Santo Domingo de México) más de
cincuenta frailes, de la mayor parte de los cuales está ahora poblada esta
provincia”. Fueron estas vocaciones el fruto de “muchas disciplinas y
oraciones” a Dios “para que nos ampliase, lo cual tuvo por bien su Divina
Majestad de conceder”[31].
Fue este capítulo electivo
de 1541 muy rico en prescripciones de observancias monásticas y disciplina
conventual, para favorecer la concentración de los frailes en una vida de
oración y de estudio.
Por lo que se refiere a la
pobreza, tan compañera de la predicación evangélica, se ordenó “que los
conventos, que se edificasen, que sean muy humildes.
“También se mandó debajo de precepto, lo cual se ha
guardado y se guarda siempre, que ningún religioso, habiendo de ir a España,
llevase dineros, ni su valor, sino lo que el Provincial le señalase para su
viático, ni tampoco lo inviase.
“Ordenóse también en este capítulo y en el capítulo
provincial que llamamos de entremedias de trienio, otras muchas cosas, para
conservar el rigor de la constitución, las cuales, si no era con gran
necesidad, no se quebrantaban, ni se dispensaba en ellas”[32].
El ascendiente de fray
Pedro Delgado en la provincia dominicana de México era muy grande. El capítulo
provincial de 1544 volvió a elegirlo Provincial, con lo que el rigor de la
observancia y el buen espíritu religioso quedaba asegurado. Terminado el trienio
de su segundo provincialato fue nombrado maestro de novicios. Era éste un cargo
central para mantener y promover las observancias religiosas y el espíritu
heredado de los mayores.
Resumiendo, fray Pedro
Delgado evocaba por encima de todo la concepción religiosa de fray Domingo de
Betanzos. Como éste, consideraba un peligro en la vida dominicana morar
perpetuamente entre los indios dos frailes, o tres o cuatro en las vicarías, sin
poder llevar las exigencias de la oración, del estudio, del silencio y de la
disciplina regular de la Orden, que se practicaban habitualmente en los
conventos.
Fue elegido para un tercer
provincialato fray Pedro Delgado, pero, por más que le porfiaron, no quiso
aceptar, por razón del inconveniente que acabamos de exponer[33].
10.
LOS CATECISMOS DOMINICANOS DE INDIAS, REFLEJO DE SU SISTEMA MISIONAL
El único modo de llevar a las gentes a la
fe, que consiste en iluminar el entendimiento y persuadir a la voluntad,
preconizado por Bartolomé de Las Casas, es–como dijimos- el seguido por nuestros
misioneros no solamente en sus catequesis orales, sino también en las escritas.
En un principio, para comunicarse con los indios, los misioneros se servían de
intérpretes, repidiendo incansablemente las mismas cosas y utilizando los
gestos de las manos, de los ojos, y del resto del cuerpo, para facilitar el
sentido de sus explicaciones. Después utilizaron los dibujos, acomodados a las
formas de expresión y símbolos ordinarios de los indios; todavía se conservan
algunos de estos catecismos pictográficos[34].
Muy pronto consiguieron
nuestros frailes dominar las lenguas indígenas y tradujeron a los caracteres
latinos los sonidos de las palabras aborígenes. De esta forma comenzaron a
exponer por escrito en las lenguas nativas sus explicaciones religiosas.
Como quiera que al mismo
tiempo muchos indios iban aprendiendo el español, los misioneros escribían en un
español muy sencillo sus doctrinas, para lectura de los indios instruidos, o
para ayuda de los misioneros, que debían acomodarse a las mentes indias, o para
que los catequistas, tanto españoles como indios, leyeran el texto al público,
cuando faltaba el misionero.
Más completas eran todavía las doctrinas
o catecismos bilingües o trilingües: en español, en la lengua india más general
y en la lengua india más propia de la región que se pretendía instruir en la
religión cristiana.
Mencionábamos al principio
las doctrinas de fray Pedro de Córdoba y sus compañeros dominicos de misión. La
más completa de ellas fue la impresa en México en 1548 en dos lenguas, española
y mexicana. No se sigue en el cuerpo expositivo de esta doctrina, como tampoco
en la primera, el método dialogal de breves preguntas y repuestas, que se dan en
otros catecismos, como para aprenderlos literalmente de memoria.
Los dominicos siguen en
estos catecismos un método exhortatorio o parenético, que, al mismo tiempo que
expone la doctrina, anima al público a practicarla y a vivirla. El nuevo
catecismo es concebido como un conjunto de sermones, que podrían predicarse o
leerse ante los indios, sobre los artículos de la fe, los sacramentos, los
mandamientos, la oración y otros temas complementarios.
Son un total de cuarenta
sermones expuestos en un lenguaje vulgar, asequible al público más sencillo, y
abunda en repeticiones, ejemplos y comparaciones. Es este catecismo un modelo de
pedagogía, que persigue la fácil inteligencia y el más alto aprecio de los
misterios cristianos por los misionandos.
La dulzura, el celo
apostólico y el amor a los indios – urgidos en la citada obra de Las Casas-
vienen reflejados en todas las páginas de esta doctrina. Sirva de ejemplo de
este estilo directo y afectivo esta página del primer sermón:
“Amados y muy queridos hijos míos. Sabed y tened por
cierto que nosotros los religiosos os amamos de todo nuestro corazón y voluntad.
Y por este amor que os tenemos y con que os amamos venimos con muy grandes
trabajos de muy lexos, transpasando muy grandes mares con muchas tempestades y
peligros de muerte, por veniros a ver aquí a vuestras tierras. Y nuestro Señor
Dios nos ha guardado, y él mismo nos ha traýdo hasta llegar aquí.
“Y la causa es para que nosotros os digamos palabras
muy grandes y de gran excelencia y de gran admiración y maravilla, que nos ha
dicho y descubierto a nosotros, para que os las digamos y declaremos a vosotros,
y también para que os demos de las grandes riquezas de nuestro gran Dios y
Señor, que a nosotros ha dado, que son muy grandes y preciosas, las quales son
la sancta fe cathólica, que es la fe de los christianos.
“Porque por aquesta sancta fe os ha de ser dado
grandísimo gozo y alegría, descanso y gloria allá en la casa de nuestro Dios en
el cielo”[35].
Casi veinte años más tarde
de la impresión de esta catequesis de fray Pedro de Córdoba, exactamente en
1567, se imprime también en México otra doctrina bilingüe dominicana. Ahora es
en las lenguas española y zapoteca. Se debe a otro gran ejemplo de misioneros y
su catecismo será también modélico para doctrinas posteriores. Su autor es fray
Pedro de Feria, que fue provincial de la Provincia dominicana de Santiago de
México entre 1565 y 1568, y que en 1574 fue ordenado obispo de Chiapas, ocupando
esta sede hasta su muerte en 1589[36].
No es este catecismo, como
tampoco los dos antes mencionados, un conjunto de fórmulas frías, breves, para
encomendarlas tal como están a la memoria, en plan de preguntas y respuestas,
sino de exposiciones sencillas con mil recursos pedagógicos, para llegar al
entendimiento y a la voluntad de los catequizandos.
Debemos añadir que el
catecismo de Feria es un instrumento precioso para entrar en la mente y en la
forma de pensar y comprender los indios. La abundancia de comparaciones con su
género de vida y en las circunstancias en que se mueven nos descubren al hombre
primordial, que vive de sus sentidos. La abundancia de sus ilustraciones es otro
acierto, acomodándose al gusto del indio por lo sensible y por lo pictórico.
Digno de atención en este catecismo es el
acopio de referencias a las costumbres de los naturales y que son una
contribución importante a la antropología y etnología indiana. Sólo un ejemplo.
En la exposición de la creación del mundo, al hablar del Dios de los cristianos,
alude a los cultos idolátricos y sus sacrificios en estos términos: “pedíades
estas cosas a los ídolos de piedra y de palo, y os sacrificábades las orejas y
las lenguas; matábades hombres delante del demonio”[37].
Vuelve sobre el tema,
cuando explica el sacrificio de la misa y dice: “solíades ofrecer a vuestros
dioses sacrificios de perros y gallinas y de otros animales y de vuestra propia
sangre, que os sacábades de las lenguas, para los aplacar y alcanzar de ellos
mercedes”[38].
Notas
[1]
I Cor 9, 16.
[2]
Bartolomé de Las Casas, Historia
de Las Indias, lib. II, cap. 54, Madrid 1961, pág. 134b.
[3]
Pedro de Córdoba, O. P.,
Doctrina cristiana…, Ciudad Trujillo, República Dominicana 1944, págs. 61 y
122.
[4]
Pedro de Córdoba, O. P.,
Doctrina cristiana en lengua española y mexicana… Obra impresa en México… en
1548, y ahora editada en facsímil, Madrid 1944, fol. CLIVv.
[5]
Bartolomé de Las Casas, O. P.,
Historia de Las Indias, lib.II, cap. 54, Madrid 1961, pág. 134b.
[6]
Bartolomé de Las Casas, O.P., Historia… lib. II, cap. 54:BAE 96, p. 135b.
[7]
Cf. M. Ángel Medina, O. P., Una
comunidad al servicio del indio…, Madrid 1983, pág. 89;
Antonio de Remesal, O. P., Historia general de Las Indias
y particularmente de Chiapa y Guatemala…, vol. I, edic. por
Carmelo Sáenz de Santa María, S. J.,
en la Biblioteca de Autores Españoles (BAE), número 175, Madrid 1964,
lib. VIII, cap. 17, pág. 395bs; Manuel
Giménez Fernández, Bartolomé de Las Casas, Volumen Primero…,
Sevilla 1953, pág. 593; José María Vargas,
O. P., Bartolomé de Las Casas, su personalidad histórica, Quito
1974, pág. 43; Vicente Rubio, O.P.,
Una carta inédita de fray Pedro de Córdiba, en “Communio” 13 (Sevilla
1980) pág. 414s. Debemos también tener en cuenta que la ley 17 de las llamadas
“Primeras Leyes de Indias”, surgidas ante la posición indiófilo-liberadora de
los primeros misioneros dominicos, ordena la educación de los niños de los
caciques durante cuatro años, para que, después de esa formación eduquen a los
otros indios.
[8]
B. de Las Casas, Historia de Las
Indias, lib. III, cap. 3: BAE 96, pág. 175b.
[9]
Ib., lib. III, cap. 4: BAE 96, pág. 175b.
[10]
Ib., lib. III, cap.3: BAE 96, págs. 175b.
[11]
Ib., cap.4: BAE 96, pág. 177a.
[12]
El P. Las Casas defiende como una tesis bien probada que “la raíz de la llaga
mortal, que mataba a los indios e impedía que fuesen doctrinados y cognosciesen
a su Dios verdadero, era tenerlos los españoles repartidos, que, aquesto
supuesto, ninguna ley, ninguna moderación, ningún remedio bastaba, ni se podía
poner, para que no muriesen” (Hist. de Las Indias, lib. III, cap. 13: BAE
96, págs. 201a). La encomienda a los españoles particulares es, pues, para Las
Casas, como también las guerras de conquista, la raíz de todas las desgracias
de Las Indias.
[13]
B. de Las Casas, Historia de Las
Indias, lib III, cap. 99: BAE 96, pág. 409b.
[14]
Ib., pág. 410a.
[15]
Sobre los primeros misioneros dominicos de América y su obra lingüística cf.
José Luis Espinel, O. P., en
Colón en Salamanca. Los Dominicos…, Salamanca 1988, págs. 147-154.
[16]
Está recogida esta relación en Colección de Documentos Inéditos relativos al
descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América
y Oceanía…, vol. V, Madrid 1866, págs. 447-448.
[17]
Ib., pág. 448.
[18]
Ib., pág. 449.
[19]
Ib., págs. 450.
[20]
Ib., pág. 451s.
[21]
Ib., pág. 452.
[22]
I Cor 9, 22.
[23]
CDIA, vol. V, pág. 453.
[24]
Ib., pág. 454.
[25]
Ib., pág. 457.
[26]
Ib., pág. 458.
[27]
Ib., pág. 460.
[28]
Rom 8, 21.
[29]
CDIA, vol. V, 461.
[30]
Francisco de Aguilar, O.P., Relación
breve de la Conquista de la Nueva España, México1954.
[31]
CDIA, vol. V, 462.
[32]
Ib., 463.
[33]
Ib., pág. 464s.
[34]
Cf. E. Pérez Bravo, Influencia
de las primeras “Doctrinas Cristianas” en el Nuevo Mundo, Palencia 1963;
J. Guillermo Durán, Monumenta
Catechetica Hispanoamericana, Siglos XVI-XVIII, I, BuenosAires 1984.
[35]
Pedro de Córdoba, O. P.,
Doctrina cristiana en lengua española y mexicana… Madrid 1944, pág. Xirv.
[36]
Pedro de Feria, O.P., Doctrina
Christiana en lengua castellana y zapoteca…, México 1567;
José Salvador y Conde, O. P.,
Fray Pedro de Feria y su Doctrina Zapoteca, Madrid 1948.
[37]
P. de Feria, O. P., Doctrina
Christiana…, México 1567, fol. 11r.
[38]
Ib., fol. 81v
Responsables últimos de este proyecto Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica |
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