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OTRO TRIÁLOGO: ERASMO, VITORIA Y LUTERO - III

Los documentos que aquí se insertan son obra del hacer entregado y estudioso de D. Ramón Hernández, historiador de la Orden de Predicadores. Profesor, teólogo, bibliotecario... pasa sus últimos años de vida en San Esteban de Salamanca entre libros y legajos. Internet fue para él un descubrimiento inesperado. A pesar de la multitud de libros y artículos publicados en todo el mundo con  fruto de su trabajo la Red ayudó a llevar su pensamiento hasta los más recónditos lugares del planeta: «Me leen ahora en la web, en un solo día, más personas que antes con mis libros en todo un años» solía decir con orgullo refiriéndose a este proyecto. Para acceder a estos contenidos se debe utilizar el Menú Desplegable «ÍNDICE de DOCUMENTOS»Para otras opciones: Seguir «DIRECTORIO PRINCIPAL» o el  botón: «Navegar»

 

III. Al rojo ardiente. Imposible el acuerdo

 Las tres personalidades han sido presentadas. Sus posiciones doctrinales están tomadas con firmeza. Ahora van a enfrentarse duramente sin que ninguna se rinda. Los argumentos son expuestos con solidez y convicción, defendiendo tesis contrapuestas. El público, los hombresde aquel volcánico siglo XVI, toman partido por uno u otro de los personajes, o por una u otra doctrina. Posiciones éstas que todavía duran. Es necesario escucharlos a ellos en todo su hervor. Quizás principalmente por eso los hombres de aquel entonces se dividieron y siguen aún pendientes de estos personajes y sus cavilaciones, acentuándose esas zanjas divisorias por los siglos sin término.

 Retornamos, pues, a nuestros tres primeros sistemas con sus fundadores: Erasmo, Lutero y Vitoria. Están presidiendo la mesa redonda y concentran en sus palabras, y en sus gestos y semblantes la atención de los hombres cultos contemporáneos. De sus bocas de sabios admirados por su público salen los principios y argumentos, que sostienen su doctrina sobre la libertad. Un tema, que por su alcance, por sus múltiples aspectos y por las consecuencias psíquicas, políticas, sociales, morales y religiosas es central en la vida de los hombres y de los pueblos. Se volverá a él siempre, y siempre con las mismas divisiones de pensadores y directores de masas, aunque cada época descubra o acentúe un matiz peculiar.

 Desiderio Erasmo vio con buenos ojos los inicios de la revolución luterana. Luchaba ésta contra las indulgencias, las obras externas de piedad, la confesión sacramental, la oración vocal. Todo parecía coincidir con las duras críticas que él –Erasmo- venía haciendo contra la Iglesia, los eclesiásticos, los frailes y los mismos fieles, que vivían tan superficialmente su fe.

 Pero Lutero seguía su marcha destructora: la misa, la jerarquía, el papa, la libertad. Erasmo comenzó a pensar que eso era demasiado; Lutero se iba sin duda pasando de lo admisible. Las universidades se manifestaron enemigas de su falsa reforma; el papa León X, asesorado por las universidades y por largas reuniones con sus cardenales, se decidió a lanzar contra Lutero la condena de sus doctrinas y finalmente la bula de excomunión.

 Erasmo se vio obligado a atacar doctrinalmente a Lutero. Erasmo era sobre todo un humanista, que ponía en el centro de su filosofía al hombre y su libertad. Como hombre del primer Renacimiento era un optimista por naturaleza, queconfiaba en la bondad natural del hombre, y en el amplio campo que se ofrecía a su libertad. ¿Cómo admitir el pesimismo de Lutero con respecto a las fuerzas de la naturaleza humana y la negación de su libertad?

 Se decidió a escribir contra Lutero su De libero arbitrio[1]. En la introducción le advierte que va a atenerse a la exigencia luterana de argüir sólo por la Sagrada Escritura. Pero me permito –escribe- antes de entrar en materia preguntarte: ¿Cómo es posible que hombres tan eminentes y sabios, como los Padres de la Iglesia y los Doctores se hayan equivocado al atribuir eficacia al libre albedrío frente a la doctrina determinista contraria de Manes, fundador del maniqueísmo, o la de Juan Wicklef?

 Erasmo sigue su estilo del diálogo directo, o simulando un diálogo directo, muy ceñido al tema que le gusta resaltar, como la posesión del Espíritu de que presumen los protestantes, dándole vueltas y destacando sus múltiples y variados matices como en una composición sinfónica, para poder luego hablar libremente sobre la libertad, utilizando incluso la ironía. Veamos algunas páginas de este punzante simulado dialogo.

 “Se me dirá que para la Biblia no es necesario intérprete, pues la Sagrada Escritura es toda clara. Entonces ¿por qué durante tantos siglos hombres tan eminentes estuvieron ciegosen una cuestión de tanta importancia, como es la libertad?

 “Concedemos, como debemos conceder, que el Espíritu revela a los humildes e ignorantes lo que niega a los sabios, pues Cristo da gracias al Padre por eso. Es posible que santo Domingo y san Francisco fueran unos ignorantes de esa clase a la que le está permitido seguir su propia inspiración. Pero san Pablo en su época, cuando el don del Espíritu estaba en su vigor, manda que se verifique si esas inspiraciones vienen verdaderamente de Dios. Con mayor motivo debemos verificarlo nosotros, que vivimos en un siglo plenamente carnal.

 “Y entonces ¿según qué criterios examinaremos los Espíritus? ¿Según la erudición? Pero en los dos bandos [los partidarios y los enemigos del libre albedrío] hay maestros. ¿Según la conducta? En los dos bandos hay pecadores.

 “En una sola parte está el corazón de los santos, en la parte que se inclina por el libre albedrío.

 “Se me dirá: ellos eran simplemente hombres. Y yo replico: no he pretendido comparar hombres con Dios, sino hombres con hombres.

 “Me dicen: ¿qué prueba la mayor parte en favor del libre albedrío? Y yo respondo: ¿Y qué prueba la parte menor?...

 “Me dicen: ¿en qué ayuda la filosofía para facilitar el conocimiento de la Sagrada Escritura? Y yo respondo: ¿y en qué contribuye a eso la ignorancia de la filosofía?

 “Se me dice: ¿en qué la comprensión de los textos sagrados puede estar ligada a la reunión de un concilio ecuménico, donde puede ser que ninguno de los asistentes haya recibido el Espíritu de Dios? Respondo: ¿cómo contribuyen los conciliábulos privados, en donde es muy verosímil que no se encuentre ninguno que tenga el Espíritu?

“San Pablo exclamaba: ¿es que buscáis las pruebas de que Cristo habita en mí?[2]. No se creía en los Apóstoles sino en la medida en que sus milagros confirmaban su doctrina. Ahora, al contrario, cualquiera se siente capaz de exigir que se le crea, porque afirma que está lleno del Espíritu Evangélico.

 “Los Apóstoles hacían huir las serpientes, curaban enfermedades, resucitaban muertos… Por eso uno se decidía a creer, y no sin esfuerzos, las paradojas que enseñaban. Hoy día vemos a los nuevos doctores afirmar cosas que el sentido común califica de imposibles (como decir que no existe el libre albedrío), y no son capaces de curar un caballo cojo.

 “Y ojalá que a falta de milagros, tuvieran la sencillez y pureza de costumbres de los Apóstoles. Esto nos hubiera bastado a nosotros, pobres pecadores, para considerarlo como un milagro. Y no lo digo por Lutero, al que no conozco personalmente, y cuyas obras me han causado impresiones diversas, sino por otros a los que he conocido más de cerca. Éstos en las controversias de las Sagradas Escrituras contestan a las interpretaciones de los Padres, que les aducimos, exclamando: «esos no eran más que hombres».

 “Y cuando se les pregunta ¿por qué criterio establecen la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura, cuando por los dos lados no hay más que hombres? Contestan que por la revelación del Espíritu, es decir, invocando al Espíritu, que se revela al que confía en Él.

 “Y cuando se les pregunta ¿por qué el Espíritu les favorece más a ellos que a los antiguos, cuyos milagros han brillado siempre en el mundo entero? Responden que el Evangelio ha desaparecido de la tierra hace mil trescientos años. Es decir que solos los dos primeros siglos cuentan en la interpretación de la Escritura. [La época de Oro de los Santos Padres y toda la Escolástica caen fuera del Evangelio; lo que han escrito esos Santos Padres y Santos Doctores o no es evangélico o va contra el Evangelio; no merece atención].

 “Y si les exigís que su vida sea digna del Espíritu, responden que ellos son justificados por la sola fe, no por las obras.

 “Si les reclamáis milagros, contestan que el tiempo de los milagros ha pasado; ya no hay necesidad de milagros, porque ahora las Sagradas Escrituras han quedado perfectamente manifiestas y claras a la mente de todos los verdaderos creyentes.

 “Y si les respondemos que hay puntos en la Escritura que no son claros, o que muchos grandes espíritus han sentido de distinto modo, caen en un círculo vicioso de respuestas, que no acaban de tener sentido, pues te despachan diciendo que sólo ellos tienen el Espíritu.

 “Para rematar las dudas ¿qué haré yo cuando varios de vuestros doctores me ofrecen interpretaciones distintas, incluso jurando cada uno que él posee el Espíritu…?

 “En fin éstas son mis objeciones contra los que rechazan tan fácilmente la interpretación de los antiguos y nos proponen la suya como caída del cielo. Cabría suponer que Cristo hubiera dejado a su pueblo en el error en puntos secundarios, sin repercusión en la salvación de los hombres. Pero ¿cómo admitir que Él haya dejado durante 1.300 años a su Iglesia sumida en el error y que en esa multitud de santos no haya encontrado uno solo digno para descubrirle aquello que nuestros selectos hombres de hoy pretenden que es lo que constituye toda la doctrina evangélica?...

 “Yo en este libro voy a intervenir como un interlocutor moderado y pacífico. Si alguno de vosotros prefiere despreciarme ¿no podré yo exigirle ese espíritu evangélico que ellos tienen a flor de labios? San Pablo proclama: acoged al débil en la fe (Rom 14,1). Cristo manifestó que no vino a apagar la mecha humeante. Y San Pedro dice a su vez: estad siempre prestos a dar respuesta a todos los que os pidan razón de vuestra fe suavemente y con respeto”(I Pe 3, 15s)…

 Expone luego en primer lugar los textos bíblicos en favor del libre albedrío, y después los que parecen ir en contra, explicando cómo deben entenderse estos pasajes, que parecen negar la libertad en el hombre.

 Dos años tardó en contestar Lutero al De libero arbitrio de Erasmo. Lo hace en 1525, aquel año tan decisivo y de tanta actividad del padre del protestantismo; lo hizo con su obra De servo arbitrio[3].

 Empieza su introducción con estas palabras: “Martín Lutero al venerable varón, señor Erasmo de Rotterdam. Gracia y paz en Cristo. Ya he respondido muchas veces a esos argumentos de tu libro, y recientemente han sido del todo refutados por el libro invicto de Felipe Melanchton titulado Loci communes theologici, el cual, a mi parecer, es digno de la inmortalidad y también del canon eclesiástico.

 “Cuando lo he comparado con tu librillo, éste me ha resultado tan miserable y despreciable que lamento de corazón que hayas empleado tu bellísimo e ingenioso estilo en componer una cosa tan necia… Siempre fiel a ti mismo, procuras no comprometerte en nada, hablando siempre según las circunstancias, y, más astuto que Ulises, pareces navegar entre Escila y Caribdis… Con hombres así ¿cómo se puede llegar a un acuerdo?

 “Por eso no pensaba responder, pero algunos hermanos me han animado a ello, para reafirmar en la fe a los vacilantes… Permíteme, estimado Erasmo, pedirte que, como yo he tolerado tu ignorancia, tú me toleres mi poco refinamiento en la expresión…”

 Expone luego diversos puntos previos como: la certeza que viene de la fe; la claridad de la Escritura; el cáracter público del Evangelio… cosas ya expuestas otras veces y conocidas de todos (también de Erasmo). Pasa finalmente a refutar las interpretaciones de Erasmo sobre la Escritura en torno al libre albedrío: escenas y frases del Antiguo Testamento, en los que parece que el hombre no hace lo que quiere, sino que es llevado por Dios o por el diablo, como las frases de San Pablo a los Romanos en que el mismo Apóstol confiese que no hace lo que quisiera hacer y que hace lo que no quisiera hacer.

En la última parte tiene delante el evangelio de san Juan, que ya en el cap. 1 advierte que a los que recibieron al Verbo hecho carne los hizo hijos de Dios, lo cual no se debe ni a la sangre ni a la voluntad humana, sino que se debe sólo a Dios.

 Todos los autores que han tratado este tema del libre albedrío han tenido delante estos pasajes de la Escritura, que parecen contradecirse, y deben recurrir a la interpretación tradicional, que hallamos en los Santos Padres y los grandes Doctores de la Iglesia; también debe darse validez a lo que nos dicta razón o la experiencia o los diversos sentidos que caben en las frases bíblicas a tenor del texto y del contexto, para encontrar la solución o la interpretación más probable.

 Santo Tomás, cuando trata esta cuestión en la Suma de Teología, I, 83, en las Cuestiones Disputadas sobre el Mal, Cuestión VI, o en las Cuestiones Disputadas sobre la Verdad, cuestión 22, comienza poniendo delante algunos pasajes de la Escritura que parecen negar el libre albedrío. Los contrasta con otros que lo afirman, y recurre a la experiencia y a la razón para asentar la doctrina tradicional, que afirma el libre albedrío, pero muy dificultado por la debilidad de la voluntad como consecuencia del primer pecado.

 De hecho la discusión sobre el libre albedrío supuso la ruptura definitiva entre Lutero y Erasmo. Erasmo respondió pronto con una gruesa obra titulada Hyperaspistes Diatribae adversus servum arbitrium Martini Lutheri; obra que sólo mereció de Lutero una carta despectiva. La respuesta de Erasmo a la carta despectiva de Lutero no se hizo esperar con su Adversus calumniosissimam epistolam Martini Lutheri. Y por si fuera poco añadió enseguida otra muy larga Epistola contra quosdam qui se falso jactant evangelicos. Recogemos unos párrafos de ésta acerbísima carta:

 “Vos strenue clamatis in luxum sacerdotum, in ambitionem episcoporum, in tyrannidem Romani Pontificis, in garrulitatem sophistarum, in preces, jejunia et missas. Nec ista purgari vultis, sed tolli; nec omnino quicquam in receptis placet, sed zizamiam evellitis cum tritico, aut, ut melius dicam, triticum evellitis pro zizania.

 “At quid interim nobis profertis melius et Evangelio dignius, ut ab assuetis recedamus? Circumpisce populum istum evangelicum, et observa num minus illic indulgeatur luxui, libidini et pecuniae quam faciunt ii, quos detestamini. Profert mihi quem istud evangelium ex comessatore sobrium, ex feroci mansuetum, ex rapaci liberalem, ex maledicto benedictum, ex impudico reddiderit verecundum. Ego tibi multos ostendam, qui facti sunt seipsis deteriores. Excussae sunt e templis statuae, sed quid refert, si nihilo secius in anima colocantur idola vitiorum”[4].

 Francisco de Vitoria admira en Erasmo su humanismo, la belleza de su estilo, la confianza en la naturaleza, en la razón y en la libertad. No admira su teología, poco adicta al magisterio del papa y de los concilios, poco clara en la exposición de los dogmas cristianos, su excesiva entrega al examen lingüístico de los términos, como si su análisis fuera suficiente para la exposición y argumentación teológica. Pertenece al grupo de los que Vitoria llama “gramático-teólogos”, o “gramáticos metidos a teólogos”. Por eso su intervención en las juntas de Valladolid en 1527 sobre las obras de Erasmo, Francisco de Vitoria no condena a Erasmo, sino que le pide un lenguaje más claro en torno a las verdades sobre Cristo y la Trinidad y la moderación en la crítica excesivamente negativa, de la que hace continuo alarde contra las obras externas de piedad.

 Con respecto a Lutero, Vitoria tiende a encuadrarle en la corriente determinista de Juan Wicklef y al mismo tiempo en el pesimismo maniqueo en torno a la nulidad del valor de los actos de la naturaleza humana, ya procedan éstos de la razón, o de la voluntad o de los órganos externos.La naturaleza está viciada por el pecado original y todo cuanto sale de ella - según Lutero - está ya viciado desde su origen. Sólo la fe en Jesucristo vence esos pecados, no porque los borre o los perdone Dios enteramente, sino porque Dios no los tiene en cuenta, no los imputa, sino que los oculta como si los cubriera con un manto. No es un maniqueísmo radical el de Lutero, pero sí lo es en cuanto a los efectos pesimistas que engendra[5].

 Lo expone en el comentario a la cuestión 83 de la Prima secundae, todavía manuscrito,y en la relecciónSobre el homicidio, en que recoge el pesimismo luterano sobre la naturaleza humana, considerándola siempre inclinada al mal y contraria por completo a la gracia, que violenta a la naturaleza, quitándole la libertad y dirigiéndola hacia el bien. Termina esta nota Vitoria con la conclusión pesimista, que denomina como “el error más odioso e injurioso para los mortales, de que todas las obras de los hombres son pecados y merecedoras de lapena eterna, si no fuera que por la misericordia de Dios se convirtieran en pecados veniales”. En la relección Sobre el poder civil había enseñado que “nada que sea lícito según la ley natural está prohibido por el Evangelio”. Y añade “en esto consiste principalmente la libertad evangélica”.

 Si en el orden exterior del poder y de las leyes civiles Francisco de Vitoria se atreve a poner límites en favor de los derechos humanos y de las libertades del individuo, limitando el campo de acción del Estado, como lo expone en la relección Sobre el poder civil, en el orden interior de la conciencia y de la moralidad se permite igualmente limitar el campo de la ley, ampliando el de la libertad. Francisco de Vitoria abre así el camino hacia un sano probabilismo como norma de conciencia, cuando no hay certeza de la existencia de la ley, o del sentido cierto de la ley[6].  

    

Apéndice Americanista de Vitoria 

 

 Las normas generales de acceso a la Iglesia de Jesucristo son para Francisco de Vitoria las mismas que expondrá Bartolomé de las Casas en su tratado Sobre el único modo de llevar a los hombres a la verdadera religión. Se trata de convencer al entendimiento y de atraer la voluntad. Conseguir esto no es de suyo obra de poco tiempo ni poco esfuerzo. Es necesaria una exposición continuada, que vaya haciendo llegar lo sustancial del mensaje a la mente y al corazón, para que ahí madure y produzca el fruto de la verdadera conversión: convicción de la inteligencia y deseo verdadero de aceptar la nueva religión.

 Para ello el evangelizadortiene que tener celo de su fe, paciencia para exponer una y mil veces el mensaje hasta que se haga inteligible y atractivo para el catecúmeno, y amabilidad y paciencia a toda prueba para comprender las dificultades de los indios para abrazar con facilidad una religión tan distinta de la suya. En la evangelización americana hay una circunstancia especial: el dominio temporal de los reyes de España y la misión recibida de los papas de la protección y vigilancia de esa evangelización. Todos estos elementos hemos de tenerlos presentes en esta exposición.

Políticareligiosa americanista

 Francisco de Vitoria admite, como vía política del momento, que el rey, después de un suficiente adoctrinamiento, pueda forzar, de una manera indirecta, a los naturales a abandonar su religión y abrazar la cristiana. Pero, al admitir esto en pro de un príncipe, que era entonces absolutista y moderadamente maquiavélico, lanza una serie de trabas que limitan ese absolutismo y especie de

maquiavelismo, y lo acercan a las libertades lascasianas. Lo hace Francisco de Vitoria en tres pasos cada vez más limitadores de los poderes del monarca.

 Primer paso: habiendo precedido siempre un tiempo suficiente de instrucción catequética, “sería lícito hacerles fuerza, aunque moderada, para que abandonen sus ritos, y más tarde se podría promulgar la ley de destruir o de suprimir la religión mahometana; pero nunca con rigor y bajo pena de muerte o de destierro, sino con alguna otra de menor dureza. Sería una ley intolerable aquélla por la que un hombre fuese obligado a abandonar la religión heredada de sus mayores bajo un castigo tan atroz[7].

 “En segundo lugar y principalmente es preciso advertir que se ha de evitar el escándalo no solamente de esos infieles, sino también de las demás personas. Pues, entre otros, es un argumento no débil a favor de la religión cristiana el que se deje libertad a cada uno, para que ser cristiano, y el no haber ejercido la violencia, sino que en toda ocasión actuó sobre los infieles mediante milagros y razones. Nos sería arrebatada esta gloria, si comenzásemos ahora a obligar a los hombres a que acepten la ley de Cristo.

 “En tercer lugar hay que notar, y es preciso considerar en sumo grado, el resultado de estas medidas. Si de semejantes leyes se espera que verdaderamente los paganos se conviertan, y no sólo en apariencia, con razón han de promulgarse. Pero si por el contrario se teme que han de resistir y no ha de seguirse ningún bien, sino la persecución de los infieles, la confiscación de sus bienes, o algo semejante, no debe promulgarse semejante ley, aunque fuese útil para algunos, porque la ley debe mirar al bien común.

 “Y como es difícil evitar todos estos inconvenientes u otros similares, lo mejor es continuar la costumbre de la Iglesia, que nunca obliga a los paganos a abrazar la fe, siempre que entendamos que estas leyes no se promulgan, no porque en sí mismas no sean lícitas, sino porque no son convenientes, conforme a la sentencia del Apóstol: todo me es lícito, pero no todo conviene[8]. Pero es cierto, como queda dicho, que si, sin escándalo, por un simple mandato del príncipe todos los paganos abandonasen libremente sus ritos, no veo por qué el rey no pueda promulgar tal mandato”[9].

Como conclusión de mi trabajo voy a permitirme recoger unas palabras del papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. Hablando de la Iglesia y la política advierte que “no es tarea de la Iglesia que ella misma haga valer políticamente su doctrina”, y añade que la tarea propia de la Iglesia es “servir a la formación de las conciencias” (nº 28ª4). Ojala sea éste el feliz resultado del presente triálogo en nuestros lectores: servir a la formación de la conciencia recta de los hermanos.

 

[1]Cf. D. Erasmo de Rotterdam, Operum Nonus Tomus…, Basilea, Oficina Froben, 1540.

[2]II Cor 13, 3. San Pablo recoge en estasegunda carta a los Corintios las noticias que le llegan de las críticas que muchos de esa Iglesia lanzan contra él. Le piden pruebas o milagros que confirmen la verdad de su misión. San Pablo les recuerda su primera predicación, cuando fundó esa comunidad, la conducta que tuvo en aquella primera estancia y los milagros o pruebas, con que Dios testificó la verdad de su apostolado y de su enseñanza. Erasmo aprovecha esta ocasión para recriminar las exigencias de los reformistas, para que se les crea a pies juntillas, sin necesidad de prueba ninguna.

[3]M. Lutero, Opera Omnia…, t. III, Jena 1557.

[4]Muy expresivo el lenguaje latino de Erasmo; merece tenerse a la vista, porque retrata a su autor. Me permito en nota la traducción: “Vosotros (los luteranos) clamáis contra la corrupción de los sacerdotes, contra la ambición de los obispos, contra la tiranía del Romano Pontífice, contra la palabrería de los sofistas (los profesores de teología de París y Lovaina), contra las preces, contra los ayunos y contra las misas. No queréis corregir estos defectos, sino arrancarlos. Ninguna de las cosas tradicionales os agrada, y preferís arrancar la cizaña con el trigo, o mejor dicho, arrancáis el trigo en vez de la cizaña”.

 “¿Qué nos ofrecéis vosotros mejor y más digno del Evangelio, mientras dejamos las cosas que hemos recibido de la tradición? Mira a este pueblo evangélico (protestante) y observa si cede menos a la corrupción, al placer, al dinero que ésos a los que despreciáis. Muéstrame al que este evangelio (que predicáis los luteranos) ha convertido de glotón en sobrio, de cruel en manso, de avaro en liberal, de pecador en santo, de impúdico en casto. Yo te muestro a muchos que se han convertido en peores de lo que eran antes. Han sido extraídas de los templos las imágenes, pero qué aprovecha esto, si, no obstante, son colocados en el alma los ídolos de los vicios”.

[5]El maniqueísmo radical establece dos principios: el del bien y el del mal. Hay otro maniqueísmo más moderado, limitado al orden moral, que considera malo todo lo material y corpóreo, y la vida moral consiste en una ascesis de mortificación del cuerpo para poder liberar el alma de todo lo material; estos maniqueos tienden a pensar que la Encarnación del Verbo fue sólo aparente, pues Dios, puro espíritu, no puede asumir un cuerpo, que es puro mal. Lutero cae en una especie de maniqueísmo, fundado en el pecado original, que habría infectado de tal modo a la naturaleza humana que es incapaz de ningún acto virtuoso, sino que todas sus obras son pecado.

[6]Francisco de Vitoria expone su doctrina a favor del probabilismo en su tratado sobre la virtud cardinal de la prudencia, en los Comentarios a la Secunda Secundae de Santo Tomás, cuestión 47, artículo 4: edición del P. Vicente Beltrán de Heredia, O. P., t. II, Salamanca, Biblioteca de Autores Españoles, 1932, págs. 358-360.

[7] Siempre han tenido en la mente los teólogos, particularmente medievales, la actitud de san Agustín con respecto a los herejes donatistas. Desde el principio de su episcopado se entregó a combatir las principales herejías del momento: el maniqueísmo y el donatismo. Ésta tenía la peculiaridad de contar con bandas armadas, que sembraban el terror entre los católicos. El santo era enemigo del uso de las armas, y se entregó a combatirlos con sus escritos y disputas públicas. Después de gastar muchos años sin apenas conseguir nada, en el 411 tuvo lugar en Cartago la gran asamblea de obispos católicos y donatistas con un brillante triunfo de san Agustín y los católicos. Muchos donatistas se rindieron, pero un grupo de intransigentes no quisieron ceder y se decidieron a continur con la herejía. Fue entonces cuando el santo aprobó la intervención del ejército imperial, pensando que a Dios se va de ordinario por el camino del amor, pero también se puede ir, en casos especiales, por el camino del temor. ¡Cuántas veces el temor de Dios puede llevarte al amor!

[8]I Cor 6, 12.

[9]Vitoria, Francisco. de, Obras… Relecciones Teológicas. Edición crítica del texto latino, versión española, introducción general e introducciones con el estudio de su doctrina teológico-jurídica, por el padre Teófilo Urdánoz, O. P., profesor de la Universidad de Friburgo (Suiza), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC normal), 1960, págs. 1056-1057:de la relección De temperantia, fragmento americanista.

 

 

 

 

Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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