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DIRECTORIO PRINCIPAL |
LA SIMBIOSIS ENTRE MISIONEROS Y TEÓLOGOS ANTE LOS PROBLEMAS DE INDIAS - II |
Los documentos que aquí se insertan son obra del hacer entregado y estudioso de D. Ramón Hernández, historiador de la Orden de Predicadores. Profesor, teólogo, bibliotecario... pasa sus últimos años de vida en San Esteban de Salamanca entre libros y legajos. Internet fue para él un descubrimiento inesperado. A pesar de la multitud de libros y artículos publicados en todo el mundo con fruto de su trabajo la Red ayudó a llevar su pensamiento hasta los más recónditos lugares del planeta: «Me leen ahora en la web, en un solo día, más personas que antes con mis libros en todo un años» solía decir con orgullo refiriéndose a este proyecto. Para acceder a estos contenidos se debe utilizar el Menú Desplegable «ÍNDICE de DOCUMENTOS». Para otras opciones: Seguir «DIRECTORIO PRINCIPAL» o el botón: «Navegar» |
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2.2 Circunstancias que propician las leyes de 1542
Decía al comenzar el apartado segundo de este artículo que otro momento estelar, por lo que se refiere a la simbiosis de preocupaciones, hecha manifiesta en la correspondencia epistolar y de informes entre misioneros y teólogos, con consecuencias prácticas de especial relieve y significado, tuvo lugar en torno a las llamadas Leyes Nuevas de Indias de 1542-1543. El dominico Bartolomé de Las Casas y el franciscano Jacobo de Tastera (o también Testera) con sus acompañantes salen de Honduras para España a mediados de marzo de 1540, y llegan a Sanlúcar de Barrameda el 27 de Mayo de ese mismo año.
Vienen a hablar directamente con el Emperador Carlos V. Traen la representación del arzobispo de México Juan de Zumárragay del obispo de Guatemala Francisco Marroquín, juntamente con la de muchos misioneros, que les han entregado memoriales y cartas, que hablan de sus experiencias misionales y de los problemas y necesidades de aquellos pueblos del Nuevo Mundo.
El tema fundamental es el mal comportamiento de los españoles, que, con la esclavitud, las encomiendas y las guerras ponen en peligro la misma conservación de las razas indias, y el remedio eficaz y urgente de semejantes males. Otro encargo importante que traían los dos delegados de Las Indias –Las Casas y Tastera- era la de reclutar abundantes y selectos misioneros, de que tanta era la necesidad de un inmenso mundo, que no había oído nunca el nombre de Cristo y en el que había que comenzar por lo más elemental[1].
Las ocupaciones políticas y bélicas de Carlos V van retrasando el ansiado encuentro, fin primario de esta venida a España. Fray Jacobo de Tastera se encamina hacia Gante, en donde se encontraba entonces Carlos. Va bien surtido de recomendaciones y memoriales de Las Indias y lleva también una carta de Las Casas. Era necesario que el Emperador tomase lo antes posible conciencia de la gravedad del problema y urgía preparar su ánimo para tratar a fondo aquellas cuestiones con los hombres de sus Reales Consejos.
Entre tanto en España fray Bartolomé de Las Casas visita y acompaña en sus traslados al Real Consejo de Indias, exponiéndole con amplitud y variedad de detalles lo que de verdad está pasando en el Nuevo Mundo. Tampoco olvida la segunda de sus misiones: la reclutación de frailes para embarcarlos sin dilación a aquellas regiones, que tanto lo necesitan. Igualmente Las Casas, como verdadero abogado Defensor de los Indios, mientras el Emperador está ausente, va estudiando y ordenando sus informes y cartas, y perfilando sus argumentos en pro de la causa indiana.
Hasta el 1 de noviembre de 1541 no puso los pies en España Carlos V, proveniente del fracaso en la guerra contra Argel. Lentamente va llegando a Valladolid, en donde entra el 26 de enero de 1542. Allí lo espera Las Casas con su batería bien ordenada de relaciones, memoriales, informes, cartas y remedios, orientado todo a enterar de la manera más completa al Emperador de la complicada situación de Las Indias, y a sugerirle los remedios oportunos para superar aquella espantosa crisis, que puede terminar con la desaparición de los nativos y la destrucción de toda utilidad de aquel nuevo orbe.
Carlos V, apartado de momento de todos los conflictos internacionales, logra concentrarse en los asuntos que le vienen de Las Indias y toma conciencia de la grave situación tal como se la presentan los misioneros. Reúne su junta de expertos, que estudian todo aquel sinfín de memoriales, alegatos y propuestas, y elabora las famosas Leyes Nuevas de Indias.
El mundo misionero pareció satisfecho. Bartolomé de Las Casas pedía medidas todavía más rigurosas, para la desaparición rápida y total de las encomiendas, pero de momento las disposiciones legales que tendían a hacerlas desaparecer en distintas etapas, le parecieron una buena recompensa a sus múltiples años de titánicos esfuerzos. Las Nuevas Leyes parecían el principio auténtico de la convivencia pacífica y humana entre españoles e indios, y el comienzo de una época dorada en la política indiana de los Reyes de España[2].
Uno de los objetivos, el más importante, de la venida de Bartolomé de Las Casas y sus compañeros a España, se había cumplido, si no totalmente, sí al menos en cuanto se habían puesto las bases para su cabal cumplimiento. El otro objetivo, también de gran importancia y en el que habían insistido obispos y misioneros, que era el envío de evangelizadores a América, también en parte se había conseguido. Con Fray Jacobo de Tastera se había enviado un grupo en octubre de 1540. Ahora Las Casas estaba preparando otro extraordinario, que con las Leyes Nuevas de Indias en las manos, iba a representar la liberación definitivade los indios y a hacer efectivo el ideal misionero por excelencia.
El número total de misioneros que logró juntar para este grande y representativo grupo Bartolomé de Las Casas fue el de cuarenta y nueve, que con él a la cabeza harán cincuenta. Él iría ya como obispo consagrado de Chiapas, dando todavía más fuerza a su misión evangelizadora y liberadora de los indios. Eran misioneros procedentes de distintos conventos dominicanos, con los que Las Casas había tomado contacto para tan óptimo reclutamiento. El conjunto más numeroso partía del convento de San Esteban de Salamanca, que tenía ya tradición de ser el más misionero, pues surtía la mayor y mejor parte de los que hasta entonces habían ido a Las Indias. De él habían salido en 1510 los primeros evangelizadores dominicos de América con hombres tan eminentes que marcaron un estilo misional característico, que seguirán las continuas mesnadas misioneras dominicas hacia el Nuevo Mundo.
Hervía en Salamanca el espíritu misional. Para esta expedición de 1544, que acompañaría a Bartolomé de Las Casas en su nueva ida al Nuevo Mundo estaban preparados en el convento salmantino de San Esteban unos veinte frailes; en Sevilla se unirían al resto de la expedición. Los salmantinos habían decidido realizar el viaje a pie, llevando por el camino, en lo que les fuera posible el horario y el sistema de vida conventual, que con tanto fervor habían aprendido y practicado en el convento dominicano de Salamanca. Caminarían con austeridad y pobreza; harían a sus horas debidas la oración y los rezos litúrgicos; tendrían sus tiempos de silencio comunitario; predicarían por los pueblos que encontraran en el camino, y pedirían de puerta en puerta el alimento necesario para hacer su viaje hasta la capital de Andalucía.
En el momento de la despedida de su querido cenobio salmantino, la numerosa comunidad entera de San Esteban se conmovió emocionada ante aquel animoso grupo de apóstoles, decididos a dejarlo todo por llevar el Evangelio a tierras tan lejanas. Con el rostro alegre e ilusionado no parecían mostrar miedo alguno a los peligros y rigores del viaje y de la nueva vida apostólica, a la que se entregaban. Lo dejaban todo, hasta la mínima esperanza de volver a su tierra y a los suyos, por convertir para Cristo a todo un mundo inmenso, aún en gran parte desconocido. Desde un principio se nombró cronista del viaje a un misionero de óptimas prendas para ello, a Fray Tomás de la Torre, que cumplió admirablemente su cometido desde esos momentos iniciales de partir de su querido convento de Salamanca[3].
Es conmovedora la despedida, que describe magistralmente y con los sentimientos a flor de piel el citado cronista del viaje, Tomás de la Torre. A la puerta del convento la comunidad entera, con lágrimas, con prolongados abrazos, con recomendaciones interminables, alargando los minutos, porque saben que no volverán a encontrarseya más en este mundo de la tierra.
Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y los otros maestros los animan y les dan consignas prácticas de vida, que eliminaran sus intranquilidades de conciencia. “Podéis comer carne -les dice Vitoria-, sin el menor escrúpulo a faltar contra la abstinencia conventual, hasta que lleguéis y os establezcáis en Las Indias”. Los grandes moralistas salmantinos les daban la mejor cualificada seguridad en sus normas de conducta.
El venerable anciano Maestro de Novicios les recordaba la austera y sólida formación recibida, para que nunca la abandonen, como raíz y fundamento de su futuro apostolado. Todos les piden cartas: que nos escriban –les dicen-; contadnos si es verdad lo que acá se dice de Las Indias; que siempre oigamos cosas buenas de vosotros, como las esperábamos, si os hubierais quedado aquí, en España.
Los misioneros enviados a Las Indias no eran –como se dice a veces- los menos preparados del grupo de estudiantes, que acababan los estudios. En este caso, como también en los precedentes, eran de los mejores; aquellos sobre los que los superiores habían concebido las mejores esperanzas, si se hubieran quedado en la metrópoli. Los que aquí se quedaban, pedían –como parecía natural- cartas, y los misioneros enviaron cartas e informes en abundancia.
3. Teólogos ejemplos de simbiosis con el mundo misional
Las mencionadas cartas e informes de los misioneros fueron en muchos casos el punto de partida, para que los teólogos dictaran sus famosos pareceres sobre los problemas de Las Indias.Vamos a fijarnos, como botones de muestra, en algunos casos que hacen referencia a los tres teólogos aludidos al principio de este estudio sobre la simbiosis o interrelación misionero-teológica. Esos tres te-ólogos eran: Matías de Paz, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto.
3.1 Matías de Paz
Matías de Paz escribió su tratado Del dominio de los Reyes de España sobre los Indios a petición del Rey don Fernando el Católico. El rey de España deseaba ver bien fundado teológica y jurídicamente su señorío en el Nuevo Mundo. Necesitaba esta ayuda para responder con fundamento a las doctrinas, que se iban manifestando, después del famoso sermón, antes descrito, del dominico fray Antón Montesino en La Española. Matías de Paz, recién electo Regente del Estudio General de San Esteban de Salamanca y Catedrático de Sagrada Escritura de la Universidad del Tormes, gozaba de la máxima autoridad intelectual en sus reinos, para ofrecer una respuesta satisfactoria a tan preocupantes cuestiones[4].
El Rey de España tiene jurisdicción verdadera sobre Las Indias –enseña este teólogo-, pues el Papa, que es el dueño de todo el orbe, por concesión divina, ha concedido estas tierras a nuestro Rey. Esta conclusión general tiene, sin embargo, muchas atenuaciones. La primera de ellas es que ese dominio no es para enriquecerse, sino para que propicie la evangelización de aquellos territorios. El segundo atenuante es que ese dominio no debe ser despótico ni tiránico, sino político o de buen gobierno, es decir, que mire, primordialmente al bien de los indios.
Estos principios doctrinales tienen unas claras consecuencias inmediatas. En primer lugar, no se deben invadir aquellas regiones, si aceptan de buen grado la predicación. En segundo término, si hubiera oposición al Evangelio, no se les puede declarar la guerra, si antes no se les amonesta de forma debida. Tercero: el Rey puede imponer a los indios ciertos tributos y servicios, incluso algo superiores a los de los otros vasallos, por los costos de tan largos viajes y de tan arduos trabajos, siempre que esos tributos y servicios sean razonables.
Matías de Paz rechaza repetidamente el dominio despótico y la esclavitud con respecto a los indios Y lo hace basado no sólo en la doctrina, sino también en la experiencia, según los datos que le vienen de los misioneros. En este sentido viene a decir lo siguiente:
“aunque los indios pudieran ser tenidos como siervos, no es lícito hacerlo de ese modo, porque la experiencia enseña que, por causa de esa servidumbre, que hasta ahora se ha impuesto en aquellas regiones, la fe se pierde y el nombre de Dios es blasfemado, y las mujeres,antes de parir, matan a sus fetos, para que no vayan a parar a tal esclavitud, lo cual es muy horrendo, y un crimen detestable… En cambio, si se les deja libres, más y más aumenta la fe”.
Aduce el ejemplo de vida cristiana de una india, que él vio en Valladolid, y añade:
“y también me han contado que los indios harían en su patria otro tanto, si se les doctrinase bien y doctamente en las cosas de nuestra fe, y en las buenas costumbres, y se les tratase humana y benignamente, como hijos que viven bajo la gracia de Cristo, y no como sometidos a una pesada servidumbre”.
3.2 Francisco de Vitoria
Francisco de Vitoria también juzga las cosas por los informes de los misioneros, que llegan, y no por los meros principios de carácter especulativo. Vemos referencias a ellos en los apuntes de sus clases ordinarias, tomados por los alumnos y también en su relección Sobre los indios. Nos fijamos aquí sólo en una carta suya, donde lo vemos vibrar como lo haría un misionero, que ve expoliados y maltratados a sus catecúmenos y neófitos.
Esta carta la escribe Vitoria el 8 de noviembre de 1534 y la dirige a su amigo, el Dominico Fray Miguel de Arcos, Provincial de la Provincia Dominicana de Bética. Pensamos que entre los informes de los misioneros está el ofrecido directamente por fray Vicente de Valverde, capellán de Francisco Pizarro en la conquista del Perú.
El misionero fray Vicente de Valverde regresó del Perú a Espeña a mediados de 1534. Volvía a la patria con muchos de los que habían participado en la conquista del imperio incaico. Un buen número de los conquistadores, después del reparto del inmenso tesoro de Atahualpa y con otras riquezas arrebatadas por su cuenta, decidieron volverse a España. Habían conseguido lo que buscaban: una gran fortuna en poco espacio de tiempo.
Valverde debió visitar a su casa madre, el convento de San Esteban de Salamanca. Debió contar ante los ojos atónitos de los frailes aquella hazaña increíble de la conquista de un imperio extensísimo por 180 españoles. Para los dominicos, que habían acudido pronto y en buen número a la evangelización de las islas y tierra firme del Caribe, y de la Nueva España, se les abría de repente otro campo grandísimo para la predicación de la fe cristiana.
Fray Vicente de Valverde debió hablar también a los frailes de Salamanca de los graves defectos de la conquista del Perú: de la excesiva avidez de oro, de tierras, y de siervos y esclavos indios, de muchos de los españoles. Francisco de Vitoria, que escuchó aquellos informes, juzga duramente el enjuiciamiento de Atahualpa.
Bastantes de aquellos españoles, vueltos del Perú, que se habían enriquecido de la noche a la mañana con tesoros ajenos, vivían en grandes amarguras de conciencia, y venían a exponerlas a Salamanca ante Francisco de Vitoria. Esto lo manifiesta el teólogo salmantino en esta carta, que comentamos, a su amigoMiguel de Arcos[5].
A Francisco de Vitoria, avezado al estudio sin descanso, no le embarazaban los problemas en sí mismos. Le mortificaban los intentos de justificar los robos y los atropellos, sin que valieran para nada sus razones adversas. Las cosas eran demasiado graves, para escucharlas sin inmutarse. Él llega a escribir: “se me hiela la sangre en el cuerpo, en mentándomelas”. Y le manifiesta confidencialmente a su amigo, el P. Arcos, que a los peruleros no les satisfacían sus soluciones. Quieren remedios facilitos y que al mismo tiempo les dejen las conciencias tranquilas.
Le acusan al Maestro Vitoria de ir contra el Emperador y contra el Papa: contra el Emperador, porque condena la conquista de Las Indias; contra el Papa, porque condena las composiciones canónicas. El catedrático de Salamanca se ve obligado a precisar algo ambas cosas. No entra aquí en un juicio general sobre la conquista de Las Indias. Se permite suponer de momento que el Emperador “lo puede hacer estrictísimamente”. Lo que tiene por cierto es que, según los informes que a él han llegado, la guerra concreta contra Atahualpa ha sido injusta: “nunca Atahualpa ni los suyos habían hecho ningún agravio a los cristianos, ni cosa por donde les debiésemos hacer la guerra”.
Es más; supongamos que el Emperador tiene “justos títulos de conquistarlos”. ¿Hasta qué punto pueden llegar los españoles en sus pretensiones? Responde Matías de Paz: “supuesta toda la justicia de la guerra por parte de los españoles, la guerra no puede ir más allá de hasta sujetarlos y compelerlos a que reciban por su príncipe al emperador en la medida de lo posible, y con el mínimo daño y detrimento, y no para robarles echarlos a perder, por lo que se refiere a los bienes temporales”.
Francisco de Vitoria emite un juicio muy duro contra los indianos peruleros. No firmaría su inocencia –escribe- ni por la mitra de Toledo, que estaba entonces vacante. “Antes se me seque la lengua y la mano, que yo diga ni escriba cosa tan inhumana, fuera de toda cristiandad”. No faltará quien los excuse y quien alabe, incluso en aquellos conquistadores y encomenderos, “los hechos, la muerte y los expolios”.
La llamada “composición canónica”, a la que tantos acudían como el mejor y más fácil remedio ¿no era en verdad una solución legítima, para dejar quieta y consolada la conciencia? Nuestro teólogo ve en ese remedio un portalón de abusos. No rechaza de plano la composición, pero hay en ella habitualmente varios defectos en su aplicación: facilidad en considerar como poseedor de buena fe a los actualmente propietarios; ligereza al hablar de “restitución incierta” con respecto a los que fueron sus anteriores poseedores; la insignificancia de lo otorgado a los pobres en limosnas o de lo empleado en otras obras piadosas y de caridad, para componer el desfalco cometido en Las Indias para enriquecerse.
El problema de la legitimidad y del alcance de la conquista de Las Indias por los Reyes de España lo estudia definitivamente Vitoria en la relección Sobre los Indios. Rechaza los títulos fundados en el derecho civil europeo, pues ese derecho positivo es desconocido por los indios, que tienen por su parte sus propias costumbres y leyes; busca el encuentro o diálogo en el derecho natural, común a todos los hombres y a todos los pueblos.
Los llamados “ocho títulos legítimos” no son argumentos absolutos, que postulan siempre necesidad en su aplicación. Son ocho puntos de diálogo. Todos tienen sus bases en el derecho natural. El primero expresa el derecho natural de comunicacióny de sociabilidad de todos los hombres, pues todos forman parte de la misma naturaleza humana. El segundo, que habla de la evangelización, lo reduce Vitoria al derecho natural de la enseñanza de la verdad y de la corrección fraterna. El tercero y cuarto, que hablan de la defensa de los convertidos y de su conservación en la fe, encuentran una exigencia natural en la defensa de la libertad religiosa, y de la amistad o fraternidad especial que conlleva la fe.
El quinto de los títulos legítimos habla de la defensa de los inocentes o de los derechos fundamentales de la vida, de la dignidad del hombre y de la libertad. El sexto trata de la verdaderamente voluntaria y libre elección de la soberanía, que es un derecho natural de los pueblos, sin amenazas ni respaldo de armas. El séptimo tiene por base la defensa de los aliados y amigos, y el octavo, la protección y promoción de los menos dotados
Al evocar el título octavo, recordamos lo dicho antes: Francisco de Vitoria tiene en cuenta los informes que le llegaron en torno a los indios. Hace una descripción del estado de primitivismo y subdesarrollo en que se encontraban todas las manifestaciones humanas: en las ciencias, en las artes y en las virtudes de convivencia. “Ni siquiera son suficientemente capaces para gobernar la familia”. Vitoria dice que “esa ineptitud mental les atribuyen los que han vivido con ellos; la cual, afirman, es mayor que la que tienen los niños y adolescentes en las otras naciones”[6].
Él no se fía del todo de esas informaciones. Sospecha que exageran los que así hablan, y tiene noticia de que otros informan de otro modo más favorable, al menos con respecto a algunos pueblos indios, según había manifestado el propio Vitoria al principio de esa relección. Por ello este título octavo aparece un tanto vacilante. Dice que “no podría afirmarse con seguridad, pero sí discutirse, y aparece como legítimo para algunos. Yo no me atrevo a aprobarlo ni tampoco a condenarlo en absoluto”.
Esto no contradice lo afirmado al comenzar la relección Sobre los Indios, en que sostuvo que los indios son verdaderamente libres y dueños de sus bienes y de sus pueblos. Lo son, pero de modo tan deficiente que los derechos elementales del hombre no se encuentran salvaguardados ni favorecidos.
Las diversas urgencias hechas aquí por Francisco de Vitoria sobre el protectorado y la promoción de los pueblos del Nuevo Mundo tienen para él un carácter claramente temporal: hasta que los indios se encuentren en condiciones de gobernarse adecuadamente por sí mismos. Lo repite el texto vitoriano con estas palabras: “mientras constase que les era conveniente”; “mientras estuvieren en tal estado”. Estas condiciones de temporalidad, y de oportunidad, son aplicables a todos los títulos, y manifiestan un principio fundamental a tener en cuenta en toda la política indiana.
3.3 Domingo de Soto
El teólogo, discípulo y compañero de Francisco de Vitoria, Fray Domingo de Soto, es un caso especial en lo que se refiere a su dependencia de la información, particularmente misionera, y a su ansiedad por obtenerla lo más completa posible. Soto no quiere emitir su juicio sin tener datos abundantes, que le permitan ofrecer su parecer con garantías de seguridad.
Al principio de su enseñanza, pronuncia ante la academia salmantina su relección titulada De Dominio. En ella se hace esta neta pregunta: “¿con qué derecho retenemos el imperio ultramarino, poco ha descubierto? Y nos sorprende con esta seca respuesta: “yo en verdad no lo sé”. El verdadero sabio es humilde, no peca de osadía; no se pronunciará, si no tiene las cosas bien contrastadas.
Trece años más tarde, cuando ya se había pronunciado abiertamente Francisco de Vitoria sobre estos temas en sus relecciones americanistas, y corrían éstas manuscritas entre sus discípulos, da la impresión de que Domingo de Soto sigue con dudas importantes sobre el particular. Bartolomé de Las Casas escribe una carta a nuestro teólogo hacia 1548, para que apoye sus propuestas indigenistas ante la corte imperial. Esa carta de Las Casas nos revela en Domingo de Soto la prudencia del sabio salmantino, que no arriesga su juicio a pesar de las presiones de un amigo tan resuelto como el “Defensor de los Indios”[7].
Dice en esa carta Bartolomé de Las Casas que Domingo de Soto le ha escrito varias veces y le ha manifestado que no sabe qué responder definitivamente a esos problemas de Las Indias, porque las noticias que le llegan de allende los mares son muy distintas y contrarias las unas a las otras. Las Casas le advierte que hay un criterio para discernir la verdad de la mentira en esas informaciones. Ese criterio es el interés o desinterés de los informadores. Los que tienen sus riquezas fundadas en el abuso de los indios, robándoles y sirviéndose de ellos como esclavos, ésos dan informes favorables a los encomenderos, y desfavorables sobre la capacidad y las cualidades de los indios.
Los misioneros, los varones verdaderamente apostólicos, los que no buscan enriquecerse a costa de crímenes e injusticias, los verdaderamente desinteresados, ésos dicen la verdad. Fray Bartolomé de Las Casas habla de otras cartas de misioneros dominicos, enviadas por él a Domingo de Soto. Son cartas de aquellos misioneros que el propio Las Casas llevó consigo de Salamanca a Las Indias en 1544, y de los que hemos hablado arriba. Esas cartas –tan entrañables para Domingo de Soto, pues son de aquel grupo de apóstoles, discípulos suyos- tienen que ser, según Las Casas, un testimonio de irrecusable valor para el teólogo del convento de San Esteban de Salamanca.
Insistiendo sobre el tema de la búsqueda de información por parte de Domingo de Soto, éste había manifestado a Las Casas en una carta que esperaba la llegada de don Pedro de La Gasca, “el pacificador del Perú”, o el envío de sus informes, que pensaba Soto que serían definitivos o suficientemente completos. Bartolomé de Las Casas quiere desengañarlo y le advierte que la labor pacificadora de La Gasca es sin duda laudable, pero tampoco Pedro de La Gasca es de fiar en todo; en sus actuaciones en Las Indias hay cosas que no son buenas ni justas. Por otra parte la información de La Gasca no puede ser “una información plenaria”, como parece pedir Soto, pues Pedro La Gasca no ha recorrido todas Las Indias.
La obra cumbre de Domingo de Soto sobre estas materias él mismo la cita varias veces y se remite a ella, al rozar en distintas ocasiones el tema de Las Indias. Su título es De ratione promulgandi Evangelium (Acerca de la predicación del Evangelio). Esta obra trata, según el autor, “del dominio y del derecho de los Reyes de España sobre el Nuevo Orbe Oceánico”. La gran desgracia para nosotros es que esta obra ha desaparecido, pues era un tratado monográfico sobre su doctrina americanista. Ahora es necesario recomponer su pensamiento a través de textos parciales de las otras obras.
Los pasajes, sin embargo, son suficientemente abundantes, y parecen reflejar su mente con garantías de seguridad. Tenemos la carta citada de Las Casas; la también citada relección De Dominio; el resumen que hace Soto de la controversia de Las Casas con Sepúlveda en 1550, en el que Soto deja caer también parte de sus ideas; el fragmento de su relección de 1553 An liceat civitates infidelium seu gentilium expugnare ob idolatriam; la obra cumbre de Soto De justitia et jure; el comentario In Quartum Sententiarum de Pedro Lombardo, publicado tres años antes de su muerte y que refleja su último pensamiento.
De estas obras de Domingo de Soto nos vamos a fijar ya sólo en lo que nos dice en el Comentario al Cuarto Libro de Las Sentencias. Su doctrina americanista la expone clara y concisamente en dos conclusiones con sus correspondientes pruebas[8].
Primera conclusión: la Iglesia y cada creyente tienen el derecho divino y natural de promulgar el Evangelio por toda la tierra.
La prueba que hace referencia al derecho divino son los textos evangélicos, que recogen el mandato de Jesucristo a sus discípulos de predicar el Evangelio a toda criatura. La prueba correspondiente al derecho natural es que todos los hombres tienen libertad y facultad “para enseñar a otros” (“ius docendi”) y persuadirlos sobre las normas del bien obrar.
Segunda conclusión: si alguno nos impidiere la predicación del Evangelio, con justicia podríamos responder a esa violencia con las armas, a no ser donde veamos por experiencia que eso origina escándalo en injuria de la fe.
Para una más fácil inteligencia de esta segunda conclusión añade enseguida esta explicación: si un príncipe nos impide el ingreso en su territorio con la fuerza, o encarcela a los predicadores cuando van a sus pueblos a predicar, podemos rechazar esa fuerza con la fuerza.
Las razones que da para probar esta conclusión segunda son dos. La primera es que, actuando de esa forma, los mencionados jefes de los indios nos quitarían nuestro derecho, afirmado en la primera conclusión. La segunda razón es que esos príncipes harían injuria a sus súbditos, los indios, impidiéndoles el conocimiento de la verdad.
Sin embargo –continúa arguyendo Soto- a los que no quieran oírnos, no los podemos obligar por la fuerza a que nos oigan. La razón no es otra que el derecho sólo nos permite predicar. Obligar a que nos oigan, sería como forzarlos a la fe, que es plenamente libre.
La segunda conclusión había exceptuado el caso de que se originara escándalo con nuestra actitud violenta con respecto a los que impiden la predicación. En efecto, si por esa guerra diésemos tal escándalo a los naturales que concibieran odio contra la fe, debería cesar esa guerra como un mal mayor.
[1]Isacio Pérez Fernández, O. P., Cronología documentada de los viajes, estancias y actuaciones de fray Bartolomé de Las Casas… Bayamón (Puerto Rico) 1984.
[2]Antonio Muro Orejón, Las Leyes Nuevas. 1542-1543. Reproducción de los ejemplares existentes en la sección del Patronato del Archivo de Indias. Transcripción y notas, en “Anuario de Estudios Americanos” 2 (Sevilla 1945) págs.812-835.
[3]Fray Tomás de la Torre, O.P., Diario de Viaje. De Salamanca a Ciudad Real de Chiapa, 1544-1545… Edición preparada por Cándido Ániz, O. P., Caleruega (Burgos) 1985.
[4]V. Beltrán de Heredia, O. P., El tratado del Padre Matías de Paz, O.P., acerca del dominio de los Reyes de España sobre los indios de América. Edición crítica, en “Archivum Fratrum Praedicatorum” 3 (1933) 133-177; A. Millares Carlo, De las Islas del Mar Océano por Juan López de Palacios Rubios. Del dominio de los Reyes de España sobre los Indios por Fray Matías de Paz…, México-Buenos Aires, 1954.
[5]L. González Alonso-Getino, O.P., El Maestro Fr. Francisco de Vitoria. Su vida, su doctrina e influencia… Madrid, 1930, pág. 150s; V. Beltrán de Heredia, O.P., Ideas del Maestro Fray Francisco de Vitoria anteriores a las Relecciones “De Indis” acerca de la colonización de América según los documentos inéditos, en“La Ciencia Tomista” 41 (enero-junio 1930) 151-153; Francisco de Vitoria, Relección De Indis… Edición crítica bilingüe por L. Pereña Vicente… Madrid, 1967, 137-139.
[6]Francisco de Vitoria, Obras de… Edición crítica del texto latino, versión española… introducciones por el Padre Teófilo Urdánoz, O.P…., Madrid, 1960, pág. 724s.
[7]V. Beltrán de Heredia, O. P., Domingo de Soto. Estudio biográfico documentado, Salamanca, 1960, pág. 638-641.
[8]D. de Soto,
Commentariorum…in Quartum Sententiarum Tomus Primus…, Salamanca
1566, dist. V, cuest. Única, art.10, pág. 266s.
Responsables últimos de este proyecto
Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez
de Mercado
Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia
- Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica
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