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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
LA PREHISTORIA DEL LIBRO Y LA ESCRITURA |
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Los orígenes |
Análoga a la ínsula Perdida o a la Terra Incógnita, a un Grial siempre prometido y nunca encontrado, la lengua perfecta no ha dejado nunca de fascinar a los más grandes espíritus de la cultura europea; y sin embargo, mientras evoco aquí el sueño de una lengua única capaz de hermanar a todos los seres humanos, y mientras los pueblos de Europa están discutiendo sobre su posible unión política, militar y comercial, se hablan todavía lenguas diversas; es más, incluso se hablan un número mayor de las que se hablaban hace diez años, y en algunos lugares, enarbolando la bandera de la diferencia lingüística, se están armando unos contra otros
[Eco, Umberto.1999:133}
La supervivencia de los primeros seres humanos depende de su capacidad para cubrirse, alimentarse y defenderse. La vida, o la muerte, del individuo, o del grupo, es consecuencia directa de su habilidad para afrontar esos retos. El hombre no está biológicamente dotado con instrumentos de ataque o defensa significativos para desenvolverse en un medio natural especialmente duro y disputar con garantías de éxito a otras especies espacio, comida y cobijo. No obstante, el paso del tiempo lo sitúa en la cima de la pirámide de poder. Conoce tan bien a la naturaleza que sabe adaptarse a ella y reconducir su potencial y fuerza en beneficio propio.
El ejercicio de la reflexión y la perseverancia abrirán las puertas al homo hábilis, primero, y al homo sapiens, después, marcando el principio de una evolución y desarrollo imparables e incomparables en el universo conocido.
El aprendizaje a partir de la experiencia comunicada mediante el lenguaje transforma la manada ocasional en grupo permanente organizado y solidario que es consciente de la importancia de conservar la memoria del camino recorrido, de los errores cometidos, de los pensamientos, ideas y sentimientos, que se encuentran en la base de la propia historia.
La aparición del lenguaje humano y su consideración como continuación, o no, respecto de las formas de comunicación animal ha sido objeto de no pocas controversias que continúan a día de hoy. A los evolucionistas no se les escapa la importancia del fenómeno. Charles Robert Darwin lo estima como “una de las principales distinciones entre el hombre y los animales”
Pero entender el lenguaje como la evolución simple de los primitivos sistemas de llamada utilizados por los primates, gritos de alerta y aviso o de localización de alimento, no basta para explicar el desarrollo de una herramienta tan poderosa.
Si un homínido emite por primera vez sonidos articulados con intención de transmitir un mensaje, esa conducta no resulta adaptativa, a menos que haya otros congéneres en condiciones de entenderle. Por lo tanto, lo razonable sería pensar que, tras los primeros intentos no correspondidos, las conductas lingüísticas desaparecerían. En este sentido, la posición dominante entre los lingüistas en la segunda mitad de nuestro siglo ha sido la de Chomsky, que defendía el carácter innato y peculiar del lenguaje humano, enraizado en nuestra conformación biológica, pero que al mismo tiempo sostenía que resultaba imposible -y ni siquiera era interesante- estudiar ese elemento biológico. [Nubiola, Jaime, 2000]
Étienne Bonnot, abate de Condillac, en su obra Essai sur l’origine des connaissances humaines, de 1746, esboza ya una teoría sobre el origen del lenguaje humano y afirma que antes de humanizarse el hombre se encontraba desprovisto de inteligencia y lenguaje, llegando a desarrollar ambas facultades gracias al contexto social en que se desenvuelve. El lenguaje primero estaría constituido por un conjunto de signos naturales que expresarían pasiones. Este planteamiento se encuentra a caballo entre la concepción onomatopéyica del lenguaje, que justifica su nacimiento por imitación de los sonidos de la naturaleza, y la teoría de las expresiones afectivas, para la que el lenguaje expresa la carga emocional que supone para el individuo la percepción del mundo (asombro, dolor, alegría…).
Se puede, pues, creer que las necesidades dictaron los primeros gestos y que las pasiones arrancaron las primeras voces. [...] No se empezó por razonar, sino por sentir. Se pretende que los hombres inventaron la palabra para expresar sus necesidades: tal opinión me parece insostenible. El efecto natural de las primeras necesidades fue separar a los hombres en vez de acercarlos. [...] Sólo de esto se deduce con evidencia que el origen de las lenguas no se debe a las primeras necesidades de los hombres; sería absurdo que la causa que los separa deviniese el medio que los une. ¿De dónde puede, pues, venir ese origen? De las necesidades morales, de las pasiones. Todas las pasiones acercan a los hombres, a los que la necesidad de tratar de vivir obliga a evitarse. No es ni el hambre ni la sed, sino el amor, el odio, la piedad, la cólera, los que les han arrancado las primeras voces. [Rousseau, Jean J., 1980:II, 32-33].
Pero no todos piensan así. La necesidad favorece también el desarrollo de los órganos fonadores, especialmente la laringe. La postura erecta permite a las manos realizar determinadas tareas gestionadas antes por la boca que resulta liberada para funciones comunicativas [Leroy-Gourhan, André. 1965]
Las manos se han hecho cargo de esta tarea y han dejado libre la boca para servir a la palabra. [Gregorio de Niza, De creaciones hominis. 379 aC].
Engels, anticipándose a las premisas del funcionalismo biológico, considera al hombre producto de la autocreación con ayuda del contexto social teniendo como motor la producción y el trabajo. Es el trabajo en asociación el que lleva al lenguaje al tener algo que decirse unos individuos a otros en beneficio del esfuerzo común. [Rossi-Landi, Ferruccio. 1992]
El funcionalismo biológico es una posición tradicional de la filosofía de la mente que, entre otros objetivos, pretende
… entender y explicar las propiedades de los fenómenos mentales –consciencia, intencionalidad, percepción, etc.- en términos funcionales […][entendiendo] la intencionalidad como una propiedad fundamental, y en cuanto a tal, la explica como producto de un proceso selectivo: un rasgo (o facultad) mental –el lenguaje, por ejemplo –ha sido seleccionado para realizar una determinada función, que no siempre necesariamente está actualizado, pero que se mantiene en el repertorio de la especie. Un “icono intencional” es un “mecanismo” que hace de intermediario entre otros mecanismos cooperantes (otros sistemas que han co-evolucionado y que han sido diseñados por evolución para cooperar). Los mecanismos cooperantes pueden ser internos a un organismo […] o pueden ser organismos distintos; por ejemplo cuando dos organismos cooperan a través del lenguaje (se comunican) para alcanzar una meta común en un determinado contexto conductual. Y cuando los mecanismos cooperantes interactúan a través de un mecanismo intermedio (en el caso anterior, a través del lenguaje) entonces ese mecanismo intermedio constituye (funciona) como un icono intencional. [Velarde Lombaña, Julián, 2000:80]
Ha sido en las últimas cuatro décadas cuando más profundamente se ha buscado la explicación al desarrollo de la comunicación humana y su relación con la evolución del cerebro en la especie. Se ha defendido, de un lado, la existencia de módulos u órganos mentales innatos, independientes entre sí, específicos del hombre y sin conexión alguna con otras especies. Se entiende por módulo una "arquitectura neurológica" peculiar accesible a un tipo de perturbaciones específicas que procesa de manera propia y característica. Ejemplos de tales perturbaciones pueden ser determinados estímulos de percepción visual y de lenguaje como son el color, la forma, el movimiento o contrastes fonéticos. Cada módulo es una parcela autónoma, no conectada a otros módulos, e inaccesible de forma directa desde los niveles conscientes de la mente [Fodor, J. 1985]. Una de tales estructuras es la responsable del lenguaje que Chomsky ve como la gramática universal, y Pinker como un instinto: el mentalés.
Parece ser que la mente es modular, puestos a usar un término técnico, esto es compuesta de sistemas discretos con propiedades específicas; uno de estos sistemas es la facultad del lenguaje. Este sistema parece ser exclusivo de la especie humana, en lo esencial, y común a los miembros de la especie […] por la estructura interna de tal facultad […] las personas hablan y entienden las lenguas particulares [Chomsky, Noam, 1989:131].
Así pues, conocer una lengua es saber como traducir el mentalés a ristras de palabras y viceversa. Las personas desprovistas de lenguaje seguirán teniendo el mentalés y los bebés y muchos animales no humanos tendrán seguramente dialectos más simplificados de él. Es más, si los bebés no tuvieran un mentalés del que traducir su propia lengua, no podría explicarse como aprenden esa lengua ni tan siquiera lo que significa aprender una lengua [Pinker, S., 1995:85].
Ambas teorías llevan implícitas un salto genético en la cadena evolutiva y la desconexión del lenguaje con otras facultades humanas.
No existe ninguna analogía digna de mención entre el esquema de la gramática universal que, según creo, debemos atribuir al entendimiento en calidad de carácter innato y cualquier otro sistema conocido de organización mental [Chomsky, Noam, 1971:146]
En oposición a este planteamiento se ha progresado en el último cuarto de siglo en la línea evolucionista que considera la emergencia del lenguaje consecuencia de los mismos procesos y mecanismos generales cognitivos. Investigaciones del campo de la neurobiología cerebral permiten determinar, cada vez con mayor precisión, cuales son las regiones del cerebro que controlan los rasgos mentales y rechazan que el lenguaje constituya un impenetrable módulo específico del cerebro humano que no es diferente en su arquitectura general al de otros homínidos. Sí es un órgano multifuncional adaptado para la regulación de la actividad secuencial en varios dominios diferentes. El área de Broca y el córtex prefrontal constituye la base cerebral que regula el habla y la sintaxis. Inicialmente dependió de ella el control de los movimientos secuenciales precisos de las manos, luego se generalizó para el control de los movimientos orofaciales, y finalmente, se responsabilizó del control de las reglas de la sintaxis [Velarde Lombaña, Julián, 2000:87].
Las semejanzas entre el desarrollo ontogenético de la organización combinatoria en el lenguaje y el de la combinación manual de objetos (incluyendo el uso de herramientas) son homólogos más bien que análogos. […] y está basada sobre el substrato neuronal de un área de Broca indiferenciada. A partir de los dos años, aproximadamente, el área de Broca se diferencia, creando dos redes separadas con partes más separadas del córtex prefrontal. A partir de ahí, el lenguaje y la combinación de objetos empieza a desarrollarse de manera más autónoma, generando, al final, cada uno sus propias formas específicas de complejidad estructural [Greenfield, P. 1991:550].
Estudios paleoneurológicos recientes destacan la importancia que, en la evolución del cerebro humano, tuvieron los cambios de la conducta social, y viceversa.
Es ésta una perspectiva que pondera las conductas sociales como agentes interactivos primarios en la evolución del cerebro humano de manera algo más destacable que otras explicaciones tales como el bipedismo, la caza y/o la recolección o el uso de las herramientas [Holloway, R. 1996:97].
La gesticulación es el vínculo más directo entre manualización y lenguaje. En los años setenta, el antropólogo Gordon Hewes [Hewes, Gordon. 1976] afirma que los primeros homínidos se comunican por medio de las manos y desarrollan movimientos manuales precisos, tanto para el lenguaje gestual como para la fabricación de herramientas.
La diestralidad y la comparable localización de los controles para la producción de un protolenguaje gestual sobre los mismos hemisferios cerebrales izquierdos pudieron haberse desarrollado en tándem. El aprendizaje social implicado en la transmisión de la fabricación de herramientas y manera de usarlas es comparable al implicado en la transmisión de señalización gestual [Hewes, Gordon. 1996:578].
La existencia de ese protolenguaje gestual parece ser corroborada por los más recientes estudios referidos a la impresión, por diversos procedimientos, de manos, en positivo y negativo, aparecidas en hábitat más antiguo del hombre primitivo. Desde el descubrimiento de la cueva de Gargas (Aventignan, Hautes-Pyrénées) a principios de siglo [Cartaihac, E. 1906a; 1906b], las representaciones de manos con los dedos incompletos o acortados, han sido objeto de estudio y suscitado numerosas hipótesis, desde la teoría de las mutilaciones voluntarias [Breuil, H. y Cartailhal, E.1910], hasta el origen patológico [Sahly, A. 1966], para justificar la ausencia de determinadas falanges de los dedos. En la segunda mitad del siglo XX se extiende la posibilidad de un repliegue intencional de dedos de acuerdo con un código gestual de significado cinegético [Leroi-Gourhan, A. 1967] y relacionado con las cinco especies de animales más representadas. Este tipo de lenguaje silencioso [Calvet, Louis-Jean. 2001:37-42] es practicado actualmente por los bosquimanos del desierto del Kalahari y resulta de gran utilidad puesto que permite la comunicación entre los cazadores sobre el tipo de presa que han avistado sin necesidad de articular sonidos que podrían alertar a los animales.
Si el lenguaje procede de los signos y éstos evolucionaron junto a la confección de herramientas que origina la tecnología, cabe suponer que ésta es esencial en la naturaleza humana, e inseparable de la evolución del lenguaje y la consciencia. El habla habría evolucionado más adelante, a partir de la capacidad para la sintaxis que permite secuencias de configuraciones complejas en la confección de herramientas, en la gesticulación y en la formación de palabras.
La cuestión es cuándo y cómo los homínidos franquean el tramo gesto-palabra. Nuestros antepasados debieron comunicarse con gestos de las manos, como sus primos simios. Una vez comenzaron a caminar erguidos, sus manos quedaron libres para desarrollar gestos más complejos y perfeccionados. Más tarde, su gramática gestual se hizo compleja, y los gestos evolucionaron hacia una mayor precisión. Finalmente, los movimientos precisos de las manos darían lugar a movimientos precisos de la lengua y de este modo, la evolución de los gestos daría dos grandes frutos: la capacidad de fabricar mejores herramientas y la de emitir sonidos vocales más complejos [Fouts, Mills y de Costa. 1999]. Fouts especula que los humanos comenzaron a hablar por medio de las denominadas formas arcaicas hace unos doscientos mil años, pero los científicos de Atapuerca han adelantado y fijado esa fecha en ciento cincuenta mil años.
La evolución neuronal del cerebro y las causas externas que determinan la aparición del lenguaje tienen consecuencias que van más allá de la simple comunicación. Para ello habría bastado con el desarrollo de sistemas lingüísticos preconstruidos con sonidos y símbolos convencionales. Va a permitir la construcción de imágenes mentales y la posibilidad de discriminar entre imagen y objeto, palabra y cosa o referente y referido, y otorga capacidades para aludir y nombrar objetos, situaciones o acciones inexistentes, para desinformar e, incluso, mentir [Rossi-Landi, Ferruccio. 1992].
La palabra se establece en vehículo que transmite hechos y voliciones, saberes y temores, más allá del espacio y el tiempo. Eso facilita la convivencia, la cooperación, la creación y el progreso. Inicia la etapa que se ha dado en llamar del libro oral [Escolar Sobrino, Hipólito, 1988]. Es la prehistoria del libro.
El libro es, en opinión de Hipólito Escobar, la herramienta más maravillosa creada por el hombre porque incrementa su capacidad de recuerdo, desarrolla la comunicación, y facilita el intercambio de información útil remontando incluso las barreras del tiempo en la percepción de los mensajes.
Aplicar la denominación de libro oral a algo que no se sustenta sobre sustancia material tangible, queda justificado porque, en el libro, lo que importa y permanece es el mensaje independientemente del soporte sobre el que circula. El libro ha adoptado múltiples formas a lo largo de la historia dependiendo de las necesidades de información, de los medios disponibles y de las características sociales de la civilización que las utiliza [Escolar Sobrino, Hipólito, 1988].
Pero la perpetuación de la cultura propia en soporte oral sólo es posible en sociedades pequeñas donde emisores y receptores comparten espacio y tiempo y establecen entre ellos lazos de interrelación directa. El saber se transmite así de una generación a otra, pero sufre las limitaciones inherentes a la memoria humana quedando a expensas de su capacidad para evocar y recordar. Por eso el recurso a apoyos visuales o rítmicos, soniquetes… [Lévy, Pierre. 1998].
Por otra parte, la oralidad, no favorece especialmente la experimentación intelectual ya que saber significa identificación comunitaria con lo sabido. El relato, en consecuencia, no puede ser original. Admite, a lo sumo, ligeras variantes dirigidas a captar la atención o el interés del auditorio.
Ambas circunstancias se encuentran en la base de la evolución desde el libro oral hacia el libro escrito. La debilidad de la memoria hace peligrar la permanencia íntegra de los datos considerados importantes por el grupo y la versión narrada por el contador puede resultar contaminada, de forma intencionada o no, por la interpretación personal fruto de la reflexión o el sentimiento, ofreciendo una versión recreada del conocimiento original. Se impone la búsqueda de algún sistema capaz de fijar los saberes y las ideas por encima del tiempo y las personas y que garantice su exactitud. Esta necesidad se acrecienta en la medida en que el pueblo adquiere un número elevado de integrantes que dificulta la llegada del mensaje oral a todos ellos.
Por otro lado, cuando la Sociedad de la Gran Caza se transforma en sociedad de pastores y labradores y, con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, en población sedentaria y excedentaria, que no precisa del trabajo de todos y cada uno de sus miembros para asegurar la producción, y consecuentemente, la subsistencia, un sector de individuos queda liberado para otro menesteres. De esta circunstancia derivan avances tan trascendentes como la metalurgia, la irrigación por periodos estacionales, la tracción animal, el arado, o, entre asentamientos urbanos fluviales próximos, el comercio.
El almacenamiento e intercambio de productos demandará un sistema contable interno y externo que muestre de manera irrefutable la situación comercial a nivel individual y colectivo. Es imposible confiar sólo a la memoria aquello que aporta cada uno a la comunidad y qué parte le corresponde en el momento del reparto. También impone la figura del testigo que da fe y deja constancia del acto realizado o comprometido.
Los primeros intentos en este sentido se manifiestan en forma de señales y símbolos acordados de antemano: quipos, conjuntos de cuerdas de colores con nudos de significado diverso; tarjas, documento contractual consistente en una caña sobre la que se practican numerosas muescas e incisiones es diferentes sentidos y que posteriormente se abre longitudinalmente, quedando cada mitad en poder de una de las partes del acuerdo de forma que la coincidencia de marcas cuando se recompone el conjunto acredita e identifica a los afectados; nampum, collar o cinturón de fibras vegetales o piel con conchas con valor de contrato o moneda; palos mensajeros, pinturas rupestres… Son todos ello simples recursos nemotécnicos que preceden al sistema de comunicación más estable, permanente y perceptible que se conoce con el nombre de escritura.
La escritura, definida como:
[…] sistema de intercomunicación humana por medio de signos convencionales visibles [Gelb, Ignace J. 1987:32]
se inicia en el paleolítico. Estos primeros pasos conforman la protohisoria del libro y se constituye como un lenguaje elemental y limitado en comparación con las posibilidades expresivas del lenguaje oral del que trata de hacer trascripción.
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