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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
DE ALEFATOS Y ALFABETOS |
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Un poco de historia |
Análoga a la ínsula Perdida o a la Terra Incógnita, a un Grial siempre prometido y nunca encontrado, la lengua perfecta no ha dejado nunca de fascinar a los más grandes espíritus de la cultura europea; y sin embargo, mientras evoco aquí el sueño de una lengua única capaz de hermanar a todos los seres humanos, y mientras los pueblos de Europa están discutiendo sobre su posible unión política, militar y comercial, se hablan todavía lenguas diversas; es más, incluso se hablan un número mayor de las que se hablaban hace diez años, y en algunos lugares, enarbolando la bandera de la diferencia lingüística, se están armando unos contra otros
[Eco, Umberto.1999:133}
La gran revolución llega con la sustitución de los sistemas sintético-pictográficos por los analítico-fonéticos que no todas las grandes civilizaciones son capaces de realizar (China y Japón, por ejemplo). Ahora cada grafema no equivaldrá a un objeto o idea, sino a un elemento lingüístico, sílaba o fonema, reduciendo de manera drástica el inventario de grafías suficientes para construir un número ilimitado de palabras y mensajes, incluidas las nociones abstractas [Lérida Lafarga, Roberto, 1998].
La mezcla de las poblaciones autóctonas de Siria, Fenicia y Palestina, liberadas de las rígidas tradiciones mesopotámicas y egipcias, con pueblos nómadas de origen árabe, provoca en el II milenio un resurgimiento comercial cuya demanda documentaria determinará la evolución de la escritura cuneiforme hacia formas más simplificadas y basada en la representación gráfica de fonemas, no de sílabas, excluyendo, o no, lo sonidos vocálicos en el inventario de signos: los alfabetos,
Aceptado el principio, la fonetización se expandió con celeridad habilitando nuevas formas de expresión de lo abstracto. Lo hace dividiendo las palabras en sílabas, usando estas como base los silabarios. De los siete sistemas de escritura orientales, cuatro de ellos se transformaron en silabarios: el cuneiforme en Mesopotamia, el semítico, a partir del jeroglífico egipcio, el chipriota, a partir del cretense, y el japonés, desde el chino.
El primitivo alfabeto surge para anotar las lenguas semíticas, el arameo, aunque sea a los fenicios a los que corresponda el mérito de su difusión. Las escrituras semíticas primitivas no son alfabetos propiamente dichos. El término alfabeto alude a una escritura que expresa los sonidos individuales de un idioma. A lo largo del II milenio se probaron diversos recursos para signar las vocales en los silabarios del tipo semítico egipcio, pero ninguno consigue desarrollar un sistema vocálico completo. La forma habitual era añadir indicadores para auxiliar la lectura de las vocales, que normalmente quedaban sin indicación, las matres lecciones, y que eran empleados esporádicamente. Fueron los griegos los que, habiendo aceptado en su totalidad las formas del silabario semítico occidental, desarrollaron un sistema de vocales que, añadidas a los signos silábicos, reducían el valor de estas sílabas al de simples signos consonánticos, creando de esta forma por primera vez un completo sistema alfabético de escritura. Y fue de los griegos de quienes, a su vez, aprendieron los semitas el uso de los signos vocálicos y por lo tanto, a desarrollar sus propios alfabetos. Gelb los clasifica en tres tipos diferentes:
Tipo I. Griego, latín, etc. Vocales indicadas por signos separados: t-a, t-i, t-e, t-u, t-o.
Tipo II. Arameo, hebreo, árabe, etc. Vocales señaladas por signos diacríticos separados: ţ, ť, o análogo.
Tipo III. Indio, etíope, etc. Vocales indicadas por marcas diacríticas añadidas al signo o mediante modificación interna [Gelb, Ignace J.1987:254].
El origen fenicio del alfabeto griego parece no admitir dudas. La forma primitiva de sus letras, su orden y sus nombres, aportan un testimonio acorde con la tradición. Herodoto lo denomina Phoinokeia grammata. Tradicionalmente se considera a Cadmo, legendario fundador de Tebas, el introductor en Grecia del alefato fenicio en el siglo VIII a. C. (cronología que posiblemente deba ser adelantada en uno o dos siglos), iniciando la transición hacia el alfabeto occidental hoy conocido. Ocurre así:
Las iniciales del silabario semita pasaron a constituir el alfabeto consonántico, aproximadamente sobre el siglo XV a.n.e., extendiéndose por la zona de Siria, Palestina, y Arabia, desde dónde los fenicios lo exportaron -a través del comercio y sus colonias- por el Mediterráneo. El orden y los nombres de las veintidós letras consonánticas originarias se conservaron casi intactos en la mayoría de los alfabetos que fueron emergiendo de este tronco común: hebreo, arameo, sirio, árabe, hindú, fenicio etc. Para obviar el grave inconveniente que suponía la ausencia de vocales inventaron unos indicadores -llamados "madres de la lectura"- que usaban de forma variada e irregular para cerrar el sentido y paliar así los posibles equívocos. Pero los griegos hicieron algo más -o mucho más- que importar el alfabeto fenicio, pues introdujeron las vocales que harían de su alfabeto el primero que merece justificadamente tal nombre. Transformaron el indicador semítico "aleph" -que señalaba la presencia de una breve aspiración- en "alfa", el "he", en "épsilon", el "waw en "u" de upsilon, el "yodh" en "iota", y el sonido enfático "ayin" en "ómicron". De manera que, no es que crearan las vocales, sino que tradujeron aquellos indicadores "madres de la lectura" semítica en vocales. La trascendencia de su innovación consistió en poder designar, sin ambigüedades, cada sonido con un signo, y en el uso metódico que hicieron de esas vocales, mientras que los semitas empleaban sus indicadores de manera irregular y esporádica [Prieto, José Luis. 1999:II].
Este paso marca las distancias entre la cultura griega y las coetáneas. En éstas, silabarios ambiguos y complicados limitan su expresividad y la divulgación de la escritura, cuyo uso sigue estando restringido a castas de escribas profesionales y para fines religiosos, contables o administrativos. La aparición de formas literarias como la lírica o el teatro, y abstractivas, como la filosofía, son posibles, en gran medida, gracias a este desarrollo.
No obstante, para algún investigador [Goody, Jack. 1992:219 y ss.], se ha puesto demasiado énfasis en los logros griegos, puesto que la incorporación de signos vocales específicos al grupo de signos consonantes se había desarrollado mucho antes en Asia Occidental.
El origen cananeo de los alfabetos parece demostrase por descubrimientos arqueológico importantes. La escritura primitiva (proto-cananea) parece haber contado con veinticinco letras pictóricas hacia el siglo XV a. C. En 1905, en el interior de una mina de turquesa de Serabît el-Khâlem, en Siria, se descubren unas inscripciones de aspecto egipcio con un limitadísimo número de signos diferentes que hacen pensar en la utilización de algún tipo de alfabeto. La idea se ve reforzada por hallazgos similares en Ugarit, 1929, que corresponden a textos épicos y mitológicos, desarrollados de izquierda a derecha, en un alfabeto consonántico cuneiforme de treinta y dos letras que transcribe un dialecto cananeo del siglo XIV a. C. Ese alfabeto parece haber sido utilizado en toda Siria y Palestina, como demuestra la existencia de bastantes tablillas e inscripciones de tipo comercial de finales del XII. Otros restos más recientes de la misma zona, (Byblos, Gezer, Lachish) muestran la sustitución de la grafía cuneiforme por la lineal.
Aparentemente, los hebreos adoptan el alfabeto cananeo, que ya era conocido en Palestina antes de su llegada, alrededor del siglo XII, aunque no hay demasiadas evidencias de ello, y adquiere su carácter distintivo en el siglo VIII, conservando su uso hasta la diáspora judía a Babilonia. También lo hacen, alrededor del siglo XI, los arameos, de quienes se conservan muchos textos del siglo VII, papiros y ostracas, por todo Oriente próximo, prueba evidente de su enorme difusión cultural. De ellos toman el alfabeto los nabateos, hablantes del árabe, que habitan al norte de Arabia, al sur de Jordania, en Israel y península de Sinaí. Los fenicios, que construyen su estrado en los aledaños de los montes Líbano hacia el 1500, asumen, personalizándola, la cultura cananea que difunden, gracias al comercio, por todo el occidente conocido.
La misma labor difusora realizada por los fenicios aprovechando las vías marítimas, es realizada por la variante aramea, por vía terrestre, hacia el este. A través del reino de Navatea se extiende, a través del Sinaí, a la península de Arabia y África. Incluso llega a la India y Persia de manos de mercaderes semitas.
Son, como quedó dicho, los griegos los artífices de la consideración de las vocales en el inventario de signos. Pero realizaron otras importantes alteraciones en la escritura semítica.
Los caracteres semíticos eran leídos, en general, de derecha a izquierda, sentido que conservan las primeras inscripciones griegas, pero con posterioridad adopta el procedimiento mixto llamado bustrófedon, similar al movimiento del arado, en el cual las líneas de la escritura corren alternativamente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. El estilo de escribir solamente de izquierda a derecha, el que mejor se acomodaba a los escribas, diestros, de tinta y pluma, no aparece hasta el siglo VII a. C.
El arte de la escritura alfabética llega a Roma gracias a los etruscos y se expande por Europa en tiempos del Imperio. El alfabeto etrusco original comprendía 26 letras, de las cuales los romanos tomaron en préstamo veintiuna (A, B, C, D, E, F, Z, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, V X). Posteriormente, el séptimo signo (Z con el sonido de /g/ o /k/) fue reemplazado por G, y se adoptaron las letras griegas Y y Z, siendo colocadas al final del alfabeto latino. El desarrollo de la V en U y W y la diferenciación de I y J fueron evoluciones tardías que tuvieron lugar en los siglos X y XIV, respectivamente. Queda así definitivamente establecido el sistema escritorial utilizado hoy mayoritariamente.
La conclusión principal que sigue al somero repaso realizado hasta aquí sobre las fases evolutivas de la escritura, es la demostración evidente de su caminar en una única dirección para alcanza el pleno desarrollo. En palabras, también, de Gelb:
[…] podemos observar tres grandes avances mediante los que la escritura evolucionó de las etapas primitivas a un alfabeto completo. […] El principio de fonetización, camino de un silabario totalmente sistematizado, está comprobado históricamente por primera vez entre los sumerios, más tarde en otras muchas escrituras del Viejo Mundo. La esporádica presencia de la fonetización en varias partes del mundo […] prueba que este principio pudo haber evolucionado con independencia en diferentes países. El segundo adelanto importante fue la creación del silabario semítico occidental, consistente en unos 22 signos, idéntico en principio al análogo silabario egipcio de 24 signos. Lo extraordinario de la realización semítica no consiste en ninguna innovación revolucionaria, sino en haber rechazado del sistema egipcio todos los signos léxicos y signos con más de una consonante y en su limitación a un pequeño número de signos silábicos abiertos. […] la creación del silabario semítico tuvo una importancia considerablemente mayor en la historia de la escritura que análogas innovaciones en otros países, simplemente porque esta escritura se convirtió en la madre de todos los alfabetos. […] Finalmente, el tercer avance importante, la creación del alfabeto griego, fue conseguido mediante el uso sistemático de un recurso (matres lectionis) utilizado repetida, pero esporádicamente, en el Oriente Medio. La agregación regular de vocales a los signos silábicos tuvo como resultado la reducción de los valores de estos signos silábicos en signos alfabéticos, lo que condujo por lo tanto a la creación de un alfabeto completo. […] El extremo que debe destacarse es que ninguno de estos tres avances importantes es auténticamente revolucionario en el sentido que represente algo enteramente nuevo […] el único desarrollo notorio en la historia de la escritura es la sistematización en una determinada etapa de recursos que, conocidos anteriormente, habían sido empleados sólo de modo casual [Gelb, Ignace J.1987:262-263].
Cualesquiera que sean sus precedentes, los sistemas de escritura, siempre se inician en una fase logográfica que les lleva sucesivamente, y sin omitir paso alguno, a estadios silabográficos y alfabetográficos, en ese orden. Ninguna escritura comienza con una etapa silábica o alfabética, a no ser que la tome prestada del un sistema que ya conocido las etapas previas. Sí puede detenerse e interrumpir su evolución. Las hubo que se quedaron en el periodo logográfico o silábico. La ruta inversa, alfabeto-silabario o silabario-logografia, es imposible.
La sucesión de etapas de la escritura refleja las fases de la psicología primitiva. Los primitivos son capaces de comprender partes del discurso, afirmaciones y frases, pero tienen dificultad para reconocer palabras individuales. La posibilidad de separar una palabra en sus sílabas componentes significa un avance en la comprensión del idioma y con frecuencia, sólo se llega a aprender con influencia exterior. La división de sílabas en sonidos individuales, sencillamente, escapa frecuentemente a su capacidad.
La evolución retrógrada, y el abandono, de ciertas escrituras estuvo, seguramente, motivada por el dominio excesivo de una casta sacerdotal o política. En tales casos, los sistemas se cargaron gradualmente de desviaciones artificiales demasiado difíciles para que las dominase la masa popular que opta por aprender un sistema nuevo, importado del extranjero, antes que intentar entender las argucias barrocas de los ilustres escribas. Eso ocurre con los sistemas cuneiformes, relativamente sencillos y fáciles de aprender, de acadios, asirios y babilonios primeros comparados con los de los asirios y babilonios posteriores sustituidos, finalmente, por la escritura aramea. Igual puede afirmarse de los jeroglíficos egipcios del Imperio en contraste con las derivaciones enigmáticas de la era ptolomaica, que termina con su sustitución por la escritura copta.
Por otra parte, la generalización de un sistema poderoso y flexible para registrar el habla que posibilita la transferencia cultural indirecta, es decir, sin la intervención de intermediarios humanos directos, tiene múltiples y beneficiosas consecuencias. Hace posible la reconstrucción del pasado de forma diferente, y el mito es sustituido por la historia, la conservación, que lleva a la acumulación que incrementa el conocimiento humano, codifica y fija reglas y leyes, calendarios, registros… La escritura, en definitiva, asegura, frente a la comunicación oral, la extensión del saber y el sentido único a través del tiempo y el espacio. Emisores y receptores no precisan ya compartir la misma situación espacio-temporal para asegurar la difusión del conocimiento descontextualizado. Es la ausencia del contexto común lo que conduce a la universalidad y hace la comunicación comprensible por sí misma sin elementos de autoridad externos que avalen su razón. Por supuesto, no puede omitirse que junto al texto escrito aparezca la interpretación como disciplina paralela.
[…] lo que debe mantenerse inalterado a través de las interpretaciones, traducciones, adaptaciones, difusiones, conservaciones, es el sentido. El significado del mensaje debe ser el mismo aquí y allá, hoy y ayer. Esta universalidad es indisociable de una pretensión de clausura semántica. Su esfuerzo totalizador se enfrenta a la pluralidad abierta de los contextos que atraviesan los mensajes, a la diversidad de las comunidades que los ponen en circulación. De la invención de la escritura derivan las muy especiales exigencias de la descontextualización de los discursos. Desde el momento en que se produjo este acontecimiento, el dominio omnicomprensivo del significado, la aspiración al todo, el intento de instaurar en cada lugar el mismo sentido (o, en el caso de la ciencia, la misma exactitud) ha quedado para nosotros asociados a lo universal. [Lévy, Pierre. 1998:20
El discurso escrito, además, implementa un repertorio de conectores que organizan las ideas en un flujo de subordinación lineal, razonada y analítica y carece de los contextos existenciales que rodean el discurso oral, por lo que ayudan a determinar el significado en éste. Elimina la acumulación de expresiones formularias que no son necesarias para seguir lo escrito porque el lector puede volver atrás cuando sea necesario para recuperar la idea perdida. La escritura otorga el tiempo necesario para reorganizar, precisar y eliminar lo redundante. Sustituye a la mente de sus funciones conservadoras y favorece la producción de nuevos conocimientos y crea condiciones de objetividad en el sentido del alejamiento personal. Por último, y gracias a la escritura alfabética da origen a la lógica formal y abstracta que puede funcionar fuera de todo contexto pragmático [Ong, Walter J.1993].
Pero el paso de la cultura oral a la escrita no fue fácil. La aceptación y difusión del alfabeto tropezó con una apreciable resistencia que sólo el paso del tiempo logró vencer. José Luis Prieto reproduce un texto de Platón que extrae de Fedro, en el siglo IV:
Así fueron muchas, según se dice, las observaciones en ambos sentidos (de censura o de elogio) que hizo Thamus a Theuth sobre cada una de las artes y sería muy largo exponerlas. Pero cuando llegó a los caracteres de la escritura: "este conocimiento, ¡oh rey! -dijo Theuth- hará más sabios a los egipcios y vigorizará su memoria: es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que en él se ha descubierto." Pero el rey respondió: "¡oh ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra es ser capaz de comprender qué daño o provecho encierra para los que de él han de servirse, y así tú, que eres padre de los caracteres de la escritura, por benevolencia hacia ellos les has atribuido facultades contrarias a las que poseen. Esto, en efecto, producirá en el alma de los que lo aprendan el olvido, por el descuido de la memoria, ya que, fiándose en la escritura recordarán de un modo externo, valiéndose de caracteres ajenos. No es pues el elixir de la memoria lo que has encontrado. Es la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que procuras a tus alumnos; porque, una vez que hayas hecho de ellos eruditos sin verdadera instrucción, parecerán jueces entendidos en muchas cosas, no entendiendo nada en la mayoría de los casos y su compañía se hará más difícil de soportar porque se habrán convertido en sabios en su propia opinión, en lugar de sabios [Prieto, José Luis. 1999:IV].
La reflexión de Thamus refleja las dudas que acompañan al uso generalizado, mecánico e inhumano de la escritura, que otorga “apariencia de sabiduría”, y no “verdadera” sabiduría, y favorece el “olvido” por “el descuido de la memoria”.
En un estadio paralelo de opinión se pueden situar voces mucho más cercanas, como la de Herbert Marshall McLuhan desde 1962. McLuhan plantean la inexorable desaparición de los libros como soporte de la cultura y defiende en su argumentación que el hombre, cuando mejora sus condiciones de vida gracias a lo que inventa, traslada al campo de la técnica actividades que son, hasta ese momento, responsabilidad directa suya. Y esa transferencia siempre conlleva la merma de alguna facultad. Si la comunicación oral propiciaba experiencias sinestésicas del mundo, basadas en la colaboración e interdependencia de todos los sentidos, la escrita escindió vista y oído. En su obra La galaxia de Gutenberg pasea por la historia para describir, entre otros eventos, las perturbaciones que, en ese sentido, siguieron a logros culturales tales como el alfabeto o la imprenta artífices de tipologías humanas diferentes: el hombre alfabetizado, el tipográfico, el eléctrico…
En su artículo sobre filosofía y comunicación, Moya Cantero analiza los temores descritos y concluye:
Dejando al margen los inconvenientes que Platón encontraba en el hecho de que el texto hiciera dispensable la presencia del autor, lo cierto es que la escritura, al eliminar los vínculos físicos entre emisor y receptor, propició la sistemática distinción entre una entidad, el texto, que se tomaba como dada, fija, autónoma y objetiva, y algo, como la interpretación, que podía considerarse inferencial, falible y subjetiva. No cabe duda de que una idea básica en la filosofía occidental como la de la conmensurabilidad de los discursos, esto es, la idea de que en todo conflicto teórico siempre es posible encontrar un tertium que permite dirimirlo racionalmente, pudo venir de la mano de aquella distinción. McLuhan, desde luego, así lo creyó, pues sostuvo que la emergencia de la tradición crítica, de la que nos habla Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, no hubiese sido factible sin un nuevo medio de comunicación que permitía disociar discurso y acción, texto y circunstancia y, con ello, pensar una posible tradición o metanarrativa -la filosófica, claro está- que, al poder aislarse de toda contingencia, de todo contexto, era capaz de encontrar el auténtico sentido de los discursos y contar una, y sólo una, historia: la de la Verdad .
En resumen, a pesar de las cauciones de Thamus y de las reservas del mismo Platón a la hora de emparentar ciencia y escritura, podemos sostener que el paso del pensamiento mágico al lógico no fue, como se presenta habitualmente en los manuales, fruto de un proyecto reflexivo de un puñado de intelectuales, sino resultado de un proceso inducido por el uso generalizado de la escritura [Moya Cantero, Eugenio.1995: 51-56].
En definitiva, la cultura oral desaparece muy lentamente, en la medida en que el almacenamiento escrito de información la va sustituyendo. A pesar de la relativa facilidad del aprendizaje de los usos del alfabeto frente a lo dificultoso del dominio de los sistemas silábicos, parece que, en Grecia, su nacimiento y cuna, perviven juntas oralidad y escritura, hasta el 400 a. C. Y, aún entonces, el autor utiliza el nuevo medio para fijar ideas o facilitar la composición, pero tiene siempre muy claro que el destino final de su creación es la recitación o el canto en un medio oral donde se escucha, no se lee.
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