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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
LA PRINCESA Y EL GUISANTE |
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TEXTO ADAPTADO
Érase una vez un apuesto príncipe que tenía
el sueño de casarse con una princesa. En su reino había muchas
mujeres hermosas e inteligentes, pero él quería que su futura mujer
tuviera sangre azul. Quería
que fuera una princesa de verdad, hija de reyes y heredera de
su propio reino. Hasta el momento no había tenido suerte, pero no
perdía la esperanza de encontrarla algún día. El príncipe cumplía con todas sus
obligaciones diarias y era un buen hijo. Una de las cosas que más le
gustaba hacer después de cenar era quedarse un rato conversando con
sus padres, los reyes, junto a la chimenea del gran salón del
castillo. Al calorcito del fuego, los tres charlaban animadamente
hasta altas horas de la madrugada. Una noche de tormenta, mientras estaban en
plena charla, alguien llamó a la puerta. A todos les extrañó, pues
la noche no era la más adecuada para estar a la intemperie. No sé quién será a estas horas, dijo el
príncipe levantando las cejas y mirando a su madre con extrañeza, – No esperamos visitas en una noche de
truenos y relámpagos. El rey se dirigió ágilmente hacia la
entrada. A pesar de ser casi un anciano, su estado físico y su salud
eran realmente envidiables. Cuando abrió la puerta, su mandíbula se
desencajó por la sorpresa. Ante sus ojos estaba una joven bajo la
lluvia. Su elegante vestido estaba totalmente empapado y
de su pelo caían chorros de agua. La pobre tiritaba de frio y
casi no podía hablar. – Buenas noches. Me ha sorprendido una
fuerte tormenta y me preguntaba si me darían cobijo en su castillo
esta noche –, dijo la bella joven. – Dígame quién es usted señorita –, preguntó
el rey. – Soy una princesa de uno de los reinos
vecinos –, afirmó la muchacha. – Pase, no se quede ahí. En nuestro hogar
encontrará calor y alimento. Enseguida la reina se acercó y le dio
toallas para secarse y ropa limpia que ponerse. El príncipe se
percató de lo hermosa que era en cuanto la vio, pero se preguntaba
si se trataría de una verdadera princesa. La reina, viendo cómo el príncipe la miraba
embelesado, le dijo: – Hijo mío, veo que esta chica es de tu
agrado. Ciertamente es muy hermosa y parece culta y educada.
Comprobaremos si es una princesa de verdad. – No se me ocurre de qué manera podemos
asegurarnos –, dijo el príncipe con perplejidad. – Muy fácil querido hijo. Esta noche, debajo
de su cama, pondremos un pequeño guisante. Si nota su presencia es
que dice la verdad, ya que sólo las verdaderas princesas tienen una
sensibilidad tan grande. Tal como habían previsto, la joven se quedó
a dormir en el castillo. A la mañana siguiente, se reunió de nuevo
con la familia real en el salón principal. – Buenos días – dijo la bella joven
saludando con una pequeña reverencia. – Buenos días – contestaron todos a la vez. La reina invitó a la chica a sentarse con
ellos a desayunar. Luego le preguntó qué tal había dormido y si
le resultó cómoda la cama. – Pues si digo la verdad, señora, he dormido
fatal. Me he pasado la noche dando vueltas en la cama. Sentía algo
duro que no me dejaba dormir y no pude descansar en toda la noche.
Fíjese que hasta tengo moratones en la espalda y los brazos. ¡No
entiendo qué ha podido suceder! La reina, sonriendo satisfecha, le contó la
verdad. – Sucede que debajo de tu colchón puse un
guisante para comprobar si eras realmente sensible. Sólo una
auténtica princesa con delicada piel es capaz de notar la dureza de
un pequeño guisante debajo de un colchón. Ciertamente tú lo eres y
estaríamos encantados de que fueras la esposa de nuestro amado hijo. La princesa se sonrojó. También se había
quedado prendada del apuesto heredero, así que no dudó ni un momento
y dijo que sí. El príncipe, que había recorrido medio mundo buscando
a su princesa, al final la encontró en su propia casa.
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Responsables últimos de este proyecto Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica |
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