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INGENIERÍA PROPAGANDÍSTICA NAZI

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Sin automóviles, películas sonoras y radio, no sería posible la victoria del nacionalsocialismo[1].

 La propaganda se encarga de extender en todos los ámbitos de la sociedad, a nivel individual y comunitario, trabajo, ocio, educación educación…, una velada coacción, pocas veces franca y visible, favorecedora de la ideología del poder fundamentado en el Estado y encarnada en sus instituciones, creencias y dispositivos culturales.

Desde el comienzo del siglo XX, se introduce el principio de que, para la formación de una masa social, es importante la exaltación e intensificación de la emotividad de los individuos que la integran[2]. La Gran Guerra y el devenir de la Revolución Rusa han puesto a los medios, de acuerdo con las nuevas teorías de comunicación, al servicio de propaganda para conseguir un estado de opinión pública acorde a los intereses políticos y cuyo eje central de apoyo y análisis se basa en el «miedo». En directa relación con éste ha de situarse un instinto muy primario, el odio, el cual ha estado presente en todo tipo de eventos propagandísticos[3]. La lección es aprendida por el partido Nacional Socialista que encuentra en Adolf Hitler un líder de sorprendente capacidad oratoria[4]. Su principal mérito es la capacidad para adaptar el discurso del régimen a las circunstancias de cada momento. La propaganda nazi pasa así de fomentar un cierto sentimiento antidemocrático fundamentado en el descontento y sentimiento de humillación generado por el Tratado de Versalles, consecuente, a su modo de ver, con la inestabilidad política generada en la República de Weimar por los frecuentes cambios de gobierno, al subrayado de la catástrofe económica internacional que sigue al crack económico de 1929 y que lleva a Alemania hasta un nivel de paro nunca conocido: siete millones en 1932.

Por otro lado, la constatación, evidenciada desde el análisis de las causas del éxito de la Revolución Rusa, de la existencia de una sociedad constituida en buena medida por una masa de individuos aislados, no demasiado habituados a ejercicios de razonamiento informado, fácilmente manipulables desde los nuevos medios de comunicación, conduce a la difusión y éxito de los diferentes totalitarismos desarrollados en los años veinte y treinta, asegurándoles un fuerte arraigo y apoyo popular impulsado y fortalecido desde ellos. Es el medio ideal para el desarrollo científico de las Teorías de Comunicación de Masas. La primera, tal vez, la denominada «Teoría hipodérmica» o «Teoría de la bala»: Son los medios de comunicación los que establecen las pautas de conducta y pensamiento en cada individuo indicando cómo deben actuar y ser[5].

[...] Los mensajes de los medios de comunicación, se insinuarán ‘bajo la piel’ e irán a atacar a los miembros del público exactamente como sucede con una inyección con aguja hipodérmica, sin ninguna posibilidad de mediación o reelaboración por parte de los receptores[6].

Wolf habla de que la propaganda sitúa el poder en manos de los medios de masas y de las elites que se sitúan detrás de ellos[7].

La búsqueda de soluciones para la problemática que vive la sociedad europea, en general y alemana en particular, parece demandar la aparición de un hombre providencial al que está dispuesta a seguir a cualquier precio. Y esto, sin duda, lo ofrece Hitler, maestro de la propaganda y la movilización, que llegará a construir un partido y un Estado inseparables con base en el culto al líder. En el Estado así constituido el uso de la propaganda es el vehículo esencial para mantener el poder. Por eso su ministerio más importante, incluso por encima del que se ocupa de los asuntos bélicos, será el que encabece Joseph Goebbels quien establecerá una censura férrea sobre los contenidos de los medios de comunicación, propagará el culto a la personalidad de Hitler y hará visibles y consolidará sus objetivos de país. Durante su período se ensayan los esquemas, instrumentos y tecnologías que después de la Segunda Guerra Mundial sirven de modelo para el desarrollo de las nuevas industrias culturales. La organización y redacción de los periódicos y revistas, incluidas las reglas de maquetación, la estructura de los noticieros de cine y radio, mantienen casi intactas las reglas establecidas por Goebbels. Nuremberg se convierte en la ciudad símbolo del nazi-fascismo. Es allí, en septiembre de 1934, donde se inicia la extensa serie de eventos multitudinarios del sistema. Los desfiles de Nuremberg sirven de ensayo para establecer mecanismos de encuadramiento y movilización de masas a partir de los cuales hoy se organizan eventos multitudinarios.

Las reglas reguladoras abarcan todo aquello que se inscribe en lo público, música, imagen, iconografía, arquitectura, teatro…, imponiendo expresiones propias de quienes detentan el poder, sobre cualquier interés personal, colectivo o artístico, a la vez que impide cualquier manifestación escéptica o crítica. La comunicación autoritaria opera, igual que en las comunidades primitivas, como un mecanismo que condensa motivaciones externas de orden religioso o mágico, siempre externas y superiores al pensamiento normal del grupo social o la comunidad, con instrumentos germinales de tipo moral, económico y político auspiciadoras del reconocimiento de la superioridad de ciertas personas, objetos o ideas[8]. En 1935 ven la luz los estatutos de protección de la «Sangre Alemana y el Honor» y de «Ciudadanía del Reich», y, un año después, Hitler invita a los jóvenes edificar una nación sin rangos ni clases erigida sobre el principio de fidelidad absoluta hacia su persona que, «aceptará su destino con orgullo».

Goebbels es quien modela el mito del Führer, el caudillo que guiará al pueblo alemán en su camino para superar la derrota pasada e instaurar un Reich eterno, basado en la supremacía racial. El «elegido», Hitler, resulta el personaje perfecto. Sus discursos no destacan el su contenido, pero sí por la escenografía cargada de simbología. En ese sentido, escribe Alejandro Pizarroso:

Estos discursos eran de larga duración. Se valía de la técnica del crescendo. Comenzaba lentamente con una voz monótona, comunicando casi indiferencia a sus oyentes, con una actitud relajada. Llegado un punto, acompañado de gestos de su mano derecha, el discurso se convertía en un torrente incontenible de palabras, vibrando su voz enfebrecida y concluyendo en un brusco final para volver a comenzar el proceso[9].

La simbología y parafernalia espectacular nazi remite a mitos del pasado que se visibilizan en desfiles, actos públicos y arengas, auténticos baños de multitudes magníficamente orquestados por Goebbels, donde proliferan las canciones grupales que aumentan el sentimiento de unidad y cohesión, y la ejecución de música solemne del genio Richard Wagner[10], el compositor favorito de Hitler. El ambiente generado, la uniformidad en la vestimenta, la multitud de banderas ondeantes al viento, y la presencia en las concentraciones de altas jerarquías del partido como enardecedores de los ánimos juveniles que se presentan como el terreno más abonado para sembrar este ritual. La intención es clara: es preciso impresionar a las masas y dotar a los actos de una «liturgia mística» que enmascare lo que es, simplemente, propaganda política.

El III Reich incluye el milenarismo con su propio mito de las tres edades, combina las antiguas mitologías germánicas con las reflexiones de Carlyle sobre el héroe carismático y las de Sorel y Nietzsche sobre la necesidad de una violencia redentora. Apela a la imaginería del romanticismo alemán [...] para revitalizar la idea de los buenos tiempos antiguos (y sagrados), el espíritu de la nación germana y, naturalmente, se inventa el mito de la superioridad de la raza aria[11].

El mayor orgullo para el ciudadano es formar parte del grupo humano superior, la raza aria. Por eso, todo rito ceremonial se adorna con elementos simbólicos alusivos. El candelabro, entregado por Himmler a los soldados en el solsticio de invierno, la espada y el anillo teutones son habituales en los actos en que participan altas jerarquías de la SS, junto a las runas, las dos eses[12]El alfabeto rúnico aporta también letra «Sig» (ψ) de las Juventudes Hitlerianas y otras señas de identidad importantes.

El emblema de la cruz gamada, en negro sobre blanco y rodeada de rojo, diseñado por Hitler en 1920, es adoptado como símbolo oficial del Estado de Alemania en las Leyes de Núremberg de 1935. La esvástica, «vida feliz» del sanscrito, se puede encontrar en otras grandes culturas históricas: India, Grecia, Roma…. Según Rosenberg, este símbolo migró con los germanos del norte. En ese momento, recuperada por la Thule-Gesselschaft, simbolizará el renacer de lo alemán y evocaría el honor de un pueblo, el espacio vital, la independencia nacional, la justicia social y la fertilidad regeneradora de la vida...[13], así como signo de salud que guía a los conquistadores nórdicos. Dado que esas otras culturas son posteriores a la germánica, les es legítimo deducir que es símbolo que acompaña siempre a los alemanes vayan donde vayan y testimonio inmortal su «paso y legado».

La instauración del Tercer Reich, erigido sobre la idea de «raza» capaz de perdurar a través de los siglos, exige espacio vital, la eliminación de las dos ideologías contrapuestas a sus objetivos, el marxismo y el sionismo, y tres «peligrosos» vicios políticos: la democracia, pacifismo y el internacionalismo[14]. De ahí la necesidad de llegar a un enfrentamiento final, de carácter militar y mitológico, que tiene como epicentro al «sionismo internacional», centro neurálgico de la propaganda nazi. La frustración e ira alemana es dirigida contra la comunidad judía, culpable de todos y cada uno de los males que les aquejan.

Al servicio de esta idea se activan y orientan todos los medios de comunicación, los tradicionales y el más nuevo, el nuevo: el cine. Entre los años 1919 y 1933 se desarrolla en Alemania el llamado «cine expresionista», pero su esplendor termina con el ascenso nazi al poder. El nuevo Ministerio de Propaganda con su censura y dictado de normas y consignas que deben aceptar los creadores de este incipiente arte, provoca la diáspora de maestros como Billy Wilder, Ernest Lubitsch Von Stemberg, Fred Zinneman… El cine alemán pasa a control completo del Régimen y se articula como arma de tergiversación. Los documentales del momento no vacilan en mostrar a niños y niñas «venerando» símbolos de los dioses nórdicos, bailando y desfilando en los solsticios, o invocando la protección mágica de los espíritus ancestrales para ensalzar el linaje de la raza. Será Helene Bertha Amelie Riefenstahl «Leni Riefenstahl» es una de las cineastas más comprometidas y activas en la propaganda del Régimen. El triunfo de la voluntad y Olympia son sus obras más conocidas.

La búsqueda de un lenguaje iconográfico específico capaz de hacer visible a los ojos del hombre de la calle la grandeza de la nueva identidad nacional que seguirá a sus propuestas de selección racial, se hace patente en la representación de sujetos estereotipados. Esta retórica visual es muy evidente en la cartelística del momento que recurre a imágenes que destacan y subrayan diferencias corporales para despertar en el espectador sentimientos, actitudes y emociones relacionadas con el miedo, el rencor, el odio, la admiración… Demostrada la superioridad del cuerpo, la inteligencia, que forma parte de él, queda legitimada también como superior de una forma natural. La representación de cuerpos humanos desarrollando ejercicio físico se convierte en prototipo de modelo racial[15].

Estas imágenes aportan un elemento subliminal más: La relación entre cuerpo y raza, que se propone como algo natural, trasciende del campo físico al espiritual. El cuerpo y las capacidades cognitivas de su poseedor están, de algún modo, vinculadas, y éste con las características heredadas de la raza a la que pertenece. Si un cuerpo en superior a otro, también lo será a nivel intelectual. La superioridad se manifiesta a través de acciones inteligentes, luego, demostrada la superioridad del cuerpo, la inteligencia, que forma parte de él, queda legitimada como superior de una forma natural y, consecuentemente, la diferencia entre razas, también[16].

Y, el mito se refuerza –en palabras del propio Hitler–:

¡Qué cuerpos tan maravillosos pueden verse hoy! Hemos tenido que esperar hasta nuestro siglo para que la juventud se fuera aproximando de nuevo a través del deporte a los ideales helénicos. Cómo se despreciaba el cuerpo en otros tiempos. En esto nos distinguimos de todas las épocas culturales pertenecientes a la Antigüedad[17].

En definitiva, la maquinaria de propaganda nacionalsocialista se ajusta milimétricamente a los parámetros expuestos por el propio führer en Mi lucha:

Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los que está destinada. De ahí que su grado netamente intelectual deba regularse tanto más hacia abajo, cuanto más grande sea el conjunto de la masa humana que ha de abarcarse […]. Toda propaganda eficaz deba concretarse a muy pocos puntos y saberlos explotar como un apotegma hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de aquello que se persigue […]. La masa no es capaz de retener ni asimilar todo lo que se le ofrece[18].

 

Bibliografía

Boni, Federico (2008), Teorías de los medios de comunicación, Aldea Global, Barcelona.

Castillejo Cuéllar, Alejandro (2007), «Raza, alteridad y exclusión en Alemania durante la década de 1920», Revista de Estudios Sociales, N.º 26, Bogotá, páginas 1-196.

Claramonte Arrufati, Jordi (2012), «Estéticas y políticas del Nazismo», Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte, t. 25, páginas 333-344.

Díaz Castro, Lorena Eiliana (2012), Teorías de la comunicación, Red Tercer Milenio, México.

Freud, S. (1991), Psicología de las masas, Alianza Editorial, Madrid.

Grunberger, Richard (2010), Historia social del Tercer Reich, Ariel, Barcelona.

Gubern, Román (2004), Patologías de la imagen, Barcelona, Anagrama. Págs. 261-263.

Gurwitsch, Aron (2010), «Algunas raíces filosóficas del nazismo», Contrastes: revista internacional de filosofía, N.º 15, páginas 353-376

Gutiérrez Pérez, Carlos (2009), La conjura Goebbels: de la propaganda a la comunicación política,  https://www.researchgate.net/publication/260287930_La_conjura_Goebbels_de_la_propaganda_a_la_comunicacion_politica

Huici, Adrián (1996), Estrategias de la persuasión: mito y propaganda política, Alfar, Sevilla.

Kehrmann, Detlef R. (2014), «La verdad del arte y la estetización de la política. El ejemplo histórico del fascismo europeo». Revista de Filosofía, N.º 136, Universidad Iberoamericana A.C., páginas 241- 265.

Kershaw, I. (1999), Hitler: 1889-1936, Península, Barcelona.

Mayor Pérez, Teresa María (2011), «El cine nazi: judíos versus arios, estereotipos y películas». Revista de Claseshistoria, N.º 256.

Montes Pérez, Carlos (2012), «Cuerpos representados, cuerpos dominados. Poder y representación en los carteles de propaganda nazi», Thémata: Revista de filosofía, nº 46, páginas 707-716.

Moreno Cantano, A. C. y López Zapico, M. A. (2014). «Propaganda del odio las exposiciones anticomunistas en el Tercer Reich», Historia y Comunicación Social, N.º 19, páginas 171-192.

Uribe Botero, Ángela (2013), «El lugar del pasado en la ideología nazi». Estudios Políticos, 43, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, páginas 76-91.

Wolf, M. (1991), La investigación de la comunicación de masas, Paidós, Barcelona.


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[1] Richard Grunberger 2010. Página 423

[2] Freud (1991), páginas 22-25.

[3] Antonio C. Moreno y Misael A. López (2014). Página 172.

[4] Julián Echazarreta Carrión Guillermo López García. Página 1.

[5] «En esta teoría, la explicación que se da de los medios de comunicación, es que éstos, de forma inductiva, marcan las pautas en cada uno de los individuos sobre cómo tienen que actuar y ser, sin que exista una amplitud de bagaje que les permita hacer una selección y optimización de la información recibida», Lorena Eiliana Díaz Castro (2012), Teorías de la comunicación, Red Tercer Milenio, México. Página 28.

[6] Federico Boni, Teorías de los medios de comunicación. Página 212.

[7] M. Wolf (1991). Páginas 27-29.

[8] Confrontar Gutiérrez Cuevas, 2009.

[9] Barroso, 1993. Página 334.

[10] El antisemitismo de Richard Wagner, evidenciado en su publicación de 1850 El judaísmo en la música y la afición de Hitler por la ópera, sitúan al compositor a la cabeza de los preferidos del régimen.

[11] Huici, 1996. Página 180.

[12] Confrontar Uribe Botero, A. 2013.

[13] Rosenberg, A. (1930), página 688. Citado por Riu, Enric (1917). Página 103.

[14] Kershaw, I. 1999. Página 294.

[15] Montes Pérez, C. 2012.

[16] Montes Pérez, C. 2012. Páginas 708-709.

[17] Speer, A, 2001. Página 179. En Montes Pérez, obra citada.

[18] Gubern, Román 2004. Páginas 261-263.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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