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EL ODIO AL JUDÍO

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síntesis

 

España no es una excepción a esta tendencia general. A las expulsiones masivas decretadas desde la realeza, hay que sumar la especial atención y empeño que les prestan determinados personajes de la Inquisición. La Guerra de Independencia supone la reacción frente a las ideas «afrancesadas» liberales cuyos adalides no ocultan sus simpatías hacia los judíos, especialmente los medievales, desarrollando una actitud revisionista frente a estos hechos que origina fuertes enfrentamientos en las instituciones y en la prensa. Aquí no será extraño adjetivar a ministros y jefes de gabinete como «rabinos» o «judíos». En este sentido, y como ejemplo del nivel de enfrentamiento, cabe recordar la caricaturización del ministro liberal Juan Álvarez Mendizábal, cristiano nuevo, como un judío adornado con un enorme rabo de rata[1].

Para situar en su contexto el complejo entresijo de supuestos vínculos que relacionan a judíos, masones, socialistas, marxistas, liberales…, y sus consecuencias, que denuncian cada día las páginas de la prensa confesional española a sus lectores, es interesante, como introducción general y antes de entrar en detalles, la lectura del extenso artículo que sigue, publicado en la primera página de El Siglo Futuro el 8 de abril de 1914, que firma G. F. Yáñez:

«La persistencia del pueblo judío a través de todas las civilizaciones, épocas y mudanzas, sin estar unidos a ningún territorio, es un fenómeno prodigioso y sin ejemplo, que no puede explicarse por la religión, pues como hemos dicho son muy frecuentes, sobre todo entre los hombres, los judíos racionalistas, librepensadores y ateos, y, sin embargo, se casan con una judía únicamente, y permanecen fieles a su raza. No puede explicarse tampoco por la lengua, pues el hebreo poco lo conocen los rabinos procedentes de las tres o cuatro facultades de teología israelita existentes en Europa.  La masa general de los rabinos solo conoce unas cuantas frases necesarias para su práctica ceremonial, cuyo significado saben puramente de memoria, y los judíos seglares, o sea la casi totalidad, solo aprenden en la escuela del rabino a que en su mayoría asisten, a escribir los caracteres hebreos, pero aplicados a los idiomas actuales vulgares, caracteres que emplean para en esos idiomas redactar sus libros de comercio o entenderse entre sí taimadamente.

No se explica la persistencia ni siquiera por la persecución misma o como una reacción contra ella, pues en muchos sitios hace ya largo tiempo que toda persecución, aun de orden moral, ha desaparecido sin que exista apenas antisemitismo, y en algún país, como en la Francia contemporánea, han llegado a ser el elemento predominante, a pesar de lo cual en todos lados permanecen aparte, inconfundibles, en toda su pureza étnica y sin fundirse en las razas que los rodean y numéricamente los dominan. El judío, que se mueve y cambia de residencia con extraordinaria facilidad, permanece siempre extraño y enemigo respecto al país que le da asilo. Encerrado en la ley, más o menos observada, y en la que los preceptos de Moisés ocupan la menor parte, y la mayor las disposiciones de esa diabólica reunión de reglas jurídicas, de costumbres y de prácticas supersticiosas que se llama Talmud, que es su única patria. El judío aspira siempre a la dominación del pueblo en que se halla instalado. El judío es eminentemente revolucionario. Judío era Carlos Marx, fundador del socialismo; judíos eran cuatro de los siete delegados que dirigían en un principio la Internacional; judíos han sido la mayor parte de los fundadores y directores en Francia de la D.G.T. (Confederación General del Trabajo) que implantó esta nación a La Internacional; judío David Swart, que fundó el anarquismo como cuerpo de doctrina, y esencialmente judío es el moribundo nihilismo ruso. Sabido es que Espinosa, el iniciador del panteísmo germánico, fue judío. En el judaísmo encontró el protestantismo, como todas las herejías, uno de sus principales apoyos en el principio, y obra absolutamente judía es toda la revolución liberal desde la Revolución Francesa inclusive, por ser obra de la masonería, institución esencial y fundamentalmente judaica, no en la mayoría de sus miembros, pero sí en su financiación, en sus ritos, en su jerga y en su fin (la reedificación del templo). La masonería es sobre todo judía en su dirección. El pueblo judío es gobernado por consistorios israelitas. Pues bien, esos consistorios forman en todas partes el núcleo de los grandes orientes masónicos, lo cual quiere decir que toda la obra de la masonería es al judaísmo a quien en primer término hay que atribuirla.

El elemento judío es en todas partes disolvente, molesto, perturbador y dañino. Comerciantes de mala fe dispuestos siempre a engañar al proveedor, al socio o al cliente, ladrones, jugadores empedernidos (gracias a eso no han acaparado aún todo el dinero circulante en el mundo), borrachos, mujeriegos, cobardes, traidores, vengativos, avaros, codiciosos, soberbios y sin dignidad cuando de dinero se trata. La presencia de ese pueblo constituye para la nación que tiene que sufrirlo una verdadera plaga social.  En las casas de comercio judías no se admiten más que empleados israelitas, pero en cambio, otros judíos que en ellas no logran colocación, procuran encontrarla en casas, compañías y empresas no judías, y tienen a sus correligionarios, rivales de las casas en que prestan sus servicios, al corriente de la marcha, situación y proyectos. De estas últimas no tienen a deshonor la quiebra fraudulenta, considerándola, si se logra sortear el código penal, como una habilidad comercial, y no sabemos de dónde pueden haber sacado el principio y la máxima, aunque si sabemos que lo practican, de que el juramento de decir verdad ante un tribunal no obliga más que tratándose de otro judío, pero nunca de un cristiano o rumi, como ellos nos llaman. Entre sí, luchan y se odian, pero se apoyan siempre unos a otros contra el cristiano, y a pesar de sus luchas y de sus odios, si un comerciante judío se establece en una localidad, sus correligionarios, clientes de otros establecimientos no judíos, siguen siéndolo si así creen les conviene, pero se hacen un deber de serlo también de su correligionario para alguna que otra cosa, y siempre en la medida necesaria para que se sostenga.

Así el elemento judío, formando una agrupación aparte con organización social, comercial y religiosa dentro de otra nación, es por todo extremo disolvente. La raza hebrea ha sido y es, por consiguiente, universalmente aborrecida. Ese aborrecimiento no es explicable, en su universalidad, con origen por el recuerdo del crimen cometido por la raza. Aspiran a la dominación universal que les es presentada como un derecho en la sinagoga, donde el rabino explica a los niños israelitas y también a los grandes cuando no hay ningún extraño, que la tierra ha sido dada por Dios a su raza en heredad que usurpan los demás hombres, nacidos para ser sus esclavos, e interpreta a capricho para probarlo, algunas profecías hábilmente escogidas y truncadas. De ahí ese afán de predominio que de ellos se apodera apenas arraigan en algún país, predominio que empieza siendo comercial, profesión a la que la mayoría de los israelitas se dedica, y termina siendo político, labor en que les prestan ayuda, de un lado, la fecundidad de la familia israelita, indudablemente la más prolífica que existe sobre la tierra, lo que hace que a los pocos años de llegados a una comarca ya sean numerosos, y de otro, la masonería, creada como instrumento con un solo objeto.

Un escritor contemporáneo ha representado a la raza hebrea como una esfinge de dos caras: una la de Rostchild, banquero y prestamista de reyes y rey él del mundo financiero, y otra la de Carlos Marx lanzando al proletariado contra la burguesía para despojarla de sus riquezas, que cuenta después con hacer venir a sus manos. El judío odia a la Iglesia y a los cristianos. Anhela, por medio del matrimonio civil que convierte el sacramento en contrato, y de leyes sucesivas de divorcio que hagan a este cada vez más fácil destruir la familia cristiana, pues así la secta judía, con su familia fundada en un fortísimo vínculo religioso, dominará más fácilmente en una sociedad fundada en el amor libre, que es el final de la evolución perseguida. El judío odia a la Iglesia y a los cristianos, y los grandes diarios anticlericales y enemigos de Cristo y del Pontificado son fundados y sostenidos por dinero judío, directa o indirectamente por medio de la masonería. Ese odio ha llegado hasta el asesinato ritual, canónicamente probado en algunos santos, y jurídicamente en delitos cometidos no hace muchos años en Rusia y en Hungría.

Es error grandísimo la afirmación, propalada por escritores masones, de que los israelitas contribuyen al desarrollo de la riqueza pública. El judío no es productor, puesto que no es agricultor, ni minero, ni ganadero, ni industrial; es solo comerciante, banquero, bolsista cambiante, comisionista o prestamista, es decir, intermediario en el movimiento de la riqueza de la que absorbe, separándola, grandísima parte, y a cuyo incremento en nada contribuye. Ese intermediario, si la producción existe, no falta nunca sin necesidad de los israelitas. Si algún servicio presta a su pesar, no compensa sus, indicados, innumerables inconvenientes que existirían en el solo hecho de formar, como hemos demostrado, una sociedad dentro de otra. Las izquierdas del liberalismo español quieren la venida a España de elementos israelitas y su nacionalización, para tener más votos completamente seguros y apoyo económico para sus periódicos y empresas. Claro está que existen judíos de buena fe, honrados y honorables, pero eso no impide en nada que, salvada la caridad sin límites que debe tenerse para con las personas y que debe practicarse en cada caso particular que se ofrezca, pueda afirmarse colectivamente, refiriéndose a la raza y secta judaica: El judío, ¡he ahí el enemigo!»

En la transición entre siglos, España pasa por momentos muy difíciles que culminan en la denominada «crisis del noventa y ocho». El desánimo hace mella en el pueblo que no entiende bien las razones de tan grande desastre. Hay problemas en África que revelan contradicciones en torno al elemento judío que cuenta con elevada presencia allí. Se les describe como aliados que hablan español, o como pérfidos espías infiltrados que suministran información y munición a los enemigos. La polémica campaña a favor del acercamiento de los sefardíes que encabeza el doctor Ángel Pulido Fernández, jaleada por políticos, periodistas e intelectuales liberales, y duramente atacada por el profesor de Derecho Canónico en la Universidad de Salamanca, Joaquín Girón y Arcas, es fuente de acalorados debates para ganar el apoyo de la opinión pública.  El miedo al masón, de antiguo origen, se acrecienta desde manifestaciones como las del obispo de Oviedo, Ramón Martínez Vigil, que en 1887 pronuncia un sermón publicado como carta pastoral, La Francmasonería, donde, además de dar instrucciones detalladas y concretas para combatir tan peligrosa «secta», dice revelar toda la verdad sobre ella: 

«¿Queréis oír ahora el proceso sumario de esa herejía formidable que se alza contra la Iglesia y el Estado, provocándolos descomunal combate? Pues no pondré una palabra mía; todo lo tomaré de los escritos y proclamas de los masones.

Ellos niegan la existencia de Dios, porque se opone, dicen, al progreso indefinido; niegan la distinción entre el espíritu y la materia, entre el alma y el cuerpo, porque es incompatible con la igualdad absoluta. Abajo, gritan, los linderos de las naciones; abajo los de los campos, los de las casas, los de los talleres. Fuera las fronteras de la familia, que no haya más que un pueblo. El suelo es propiedad de todos. Las mujeres y los hijos son comunes. Los humanicidas, añaden, han escrito con lodo y sangre el nombre de Dios. ¡Guerra a Dios! Es una barrera que limita la perfectibilidad infinita del progreso. Ni la materia puede estar sometida al espíritu, ni el hombre a Dios. Y este grito de guerra contra Dios, contra la moral, contra los reyes, contra los ejércitos permanentes, contra la magistratura, contra la herencia, contra la propiedad, contra la familia, esta nueva fase del gnosticismo en nuestros días es la savia maldita que circula en sus hijastros, el liberalismo, el comunismo, el socialismo; la que llevan infiltrada en sus venas los solidarios, los libre-pensadores, los intemacionalistas y demás frutos amargos de ese gnosticismo herodiano que va entregando la Europa a judíos masones y a judíos banqueros. La educación obligatoria de la juventud, substrayéndola a la autoridad paterna y la autoridad de la Iglesia; la licencia de la prensa; la esclavitud del Papa; la humillante dependencia en que se coloca al clero católico mientras que nadie se mete con los ministros de las falsas religiones; la exaltación de los adeptos iniciados de la secta a los puestos más importantes; la unidad de objeto, el proselitismo, los juramentos más execrables, las pasiones legitimadas en sus más bastardas manifestaciones, y un secreto misterioso que todo lo encubre, constituyen, por decirlo así, el activo de esta sociedad anónima.

Cristianos: si la guerra que se nos hace hoy en todo el mundo, si la apostasía de tanta juventud que abandona las prácticas de piedad y pretende llamarse cristiana sin hacer nada por Cristo, sí el escándalo que se está dando... no evidenciara mi juicio, tal vez me acusaríais de pesimista, de exagerado, de iluso. ¿Puede haber entrañas do quepa tanta maldad? ¡Ah, hermanos míos, la falange es numerosa! Consciente o inconscientemente, se han inscrito millones en esta conjuración. La hipocresía de la beneficencia que tanto halaga a los necios aprendices, como afirman los mismos masones; el amor propio, el placer, la curiosidad y el deseo de llegar a conocer algún día los misterios de las traslogias y del masonismo invisible, y el mutuo apoyo prometido a ambiciones desmedidas, seducen a muchos incautos que sacrifican su dignidad, su fe y su independencia, y, sin hallar luego salida de ese intrincado dédalo, son víctimas de verdugos sin entrañas y esclavos de un juramento sancionado con penas ineludibles. Y si a tanto no llegan, porque se desconfía de su honradez, serán pecheros eternos, y eternamente ignorantes de lo que en las logias concejiles se trama, aunque lleven pomposa y neciamente el título de Soberano, Príncipe Rosa Cruz, o de Gran Maestro de la Luz»[2].

En relación con el Congreso Antimasónico de Trento, La Lectura Dominical, en julio de 1896[3], se ocupa de dar a conocer el evento y su programa, a la vez que anima a los católicos para que escriban, trabajen en su difusión y, aquellos que dispongan de medios, tomen parte en las deliberaciones y votaciones. Y concluye:

«Los que no se sientan llamados por Dios a este apostolado, que trabajen propagando los escritos antimasónicos, descubriendo las asechanzas de la secta, confundiendo a los malvados e hipócritas, ganando para la causa de Dios a los ignorantes y desgraciados que se dejaron arrastrar, sosteniendo a los débiles y empujando a los fervorosos a grandes empresas por la gloria de Dios. Los que ni para otra cosa sirvan, que den limosna, y todos los demás, que oren».

El debate recrudece. Las logias masónicas y la trama judía son responsabilizadas, junto a otras «asociaciones del anarquismo y del librepensamiento», del clima anticlerical y antipatriótico que arraiga en España. Los carlistas califican de «revolución masónica» los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 y la campaña internacional de protesta por la condena a muerte y ejecución el 13 de octubre de 1909 del anarquista y librepensador Francisco Ferrer Guardia, acusado de ser el responsable de los sucesos[4]. Con objeto de frenar los males derivados de la incorporación con plenitud de derechos de los judíos a la sociedad española, y para proteger la industria y el comercio católicos, José Ignacio Suárez de Urbina y Cañaveral, crea en 1912 la Liga Nacional Antimasónica y Antisemita cuya voz será El Previsor, desde donde se anima a la creación de acuerdos de ayuda mutua y protección entre las empresas financieras, industriales, mercantiles y de crédito y ahorro católicas.

La Primera Guerra Mundial y la revolución de octubre de 1917 generan nuevos mitos acerca del pueblo judío. Se les presentan en la primera línea de las revueltas de Hungría ‒Béla Kun‒, y Alemania ‒ Kurt Eisner, Gustav Landauer y Rosa Luxemburgo‒, lo que, en sectores conservadores, afianza la idea que, junto a la masonería, avanzan los primeros pasos para el dominio del mundo.  Así lo subraya, por ejemplo, El Pensamiento Español en febrero de 1920:

«El primer impulsor y director de la revolución universal […] es judaísmo. Todo el movimiento socialista, desde Carlos Marx y Fernando Lasalle, como el anarquismo comunista iniciado en la Internacional, es judío. Y judío es también, en su forma más opresora, el movimiento capitalista israelita, que, por medio de empréstitos usurarios, ha clavado sus garras en la hacienda de las principales naciones. Quebrantando a los Estados cristianos, por un lado, y saqueándolos por otro, se va preparando aquel mundo nuevo, edificado sobre las ruinas del actual, en que dominará el judaísmo, según su nueva concepción mesiánica, la de creer que el mismo pueblo proscrito es su salvador, y el que establecerá su imperio sobre todos los pueblos»[5]

En relación con los medios de comunicación, funciona desde 1871 el Apostolado de la Prensa que se ocupa de diseñar estrategias para adaptar las estructuras existentes a las nuevas exigencias de la comunicación social. Con las cuotas que aportan los socios, se adquieren y distribuyen de manera gratuita folletos edificantes que llegan a la masa obrera y campesina a través de los centros de difusión de «buenas lecturas» o de propaganda, se crean bibliotecas y se imprimen y reparten hojas sueltas, impresos y opúsculos en las parroquias. Editores, libreros y jerarquía eclesiástica estrechan relaciones financieras, comerciales e ideológicas. También prolifera la convocatoria de actos literarios que otorgan voz y dan a conocer escritores píos cuya obra compite con aquellas otras de dudosa moralidad, y será distribuida por las escuelas. El movimiento iniciado en Barcelona, no tarda en extenderse a Madrid, Pamplona, Valencia… En el inicio del siglo XX, la Asociación Diocesana para las Buenas Lecturas de Sevilla promueve la Primera Asamblea Nacional de la Buena Prensa, que se celebra en 1904, antesala de la Asociación Nacional, que tendrá continuidad en nuevas reuniones ubicadas en Zaragoza (1908) y en Toledo (1924). Esta última se inicia con un discurso de Polo Benito ‒sacerdote, catedrático de la Universidad de Salamanca, colaborador de ABC y Mundo Católico, director de la revista Tierra y Roma…‒, en el que afirma: «En la España católica no hemos de seguir conjugando el verbo hablar, tenemos que perfeccionarnos en la del verbo hacer». En este III Congreso ya participa el fundador de la Editorial Católica (EDICA), director por muchos años del periódico El Debate y primer presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, Ángel Herrera Oria, que recibirá de Pablo VI la púrpura cardenalicia. Uno de los empeños de Herrera será mejorar la formación de los nuevos periodistas con la creación de una escuela profesional, un sueño que iniciará su andadura en marzo de 1926 bajo la responsabilidad de El Debate.

El motor que anima y consolida el movimiento de la Buena Prensa es el Correo de Andalucía, de Sevilla, de la mano de su arzobispo, cardenal y beato, Marcelo Spínola y Maestre que busca «encontrar un punto de encuentro» para coordinar los sectores católicos liberales, conservadores e integristas, devastados por la crisis que vive la sociedad española tras el Desastre de 1898.  Él es el firmante de la circular que inserta el Boletín Oficial del Arzobispado de Sevilla de 15 de diciembre de 1900:

«La Buena Prensa desinfectará el aire; le devolverá su salubridad, y hará que donde hoy reina la peste, y por ende la enfermedad y la muerte, se disfruten las incomparables ventajas de la salud[6]»

La asamblea de Zaragoza recibe alrededor de cinco mil asambleístas en representación de quince seminarios y ciento treinta publicaciones, de ellas, cuarenta y siete diarias. El empeño de los asistentes se centra en:

«Resaltar el espíritu de lucha de los católicos; de ahí que fuera recurrente la comparación entre la batalla emprendida por los cristianos contra el liberalismo y la que entablara el pueblo español, cien años antes, frente a las tropas francesas. Restando protagonismo a la Exposición hispano-francesa ‒expresamente concebida para conmemorar el centenario de la Guerra de la Independencia‒, la asamblea aragonesa se presentó como la verdadera encarnación del valor del español frente a las “huestes invasoras”. Sirva de ejemplo del ánimo que reinó en el encuentro el paralelismo que realizaron sus promotores acerca de ambos acontecimientos: “Todos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos, ancianos y niños, hombres y mujeres conmovidos por el amor religioso y patrio escribieron con su sangre aquella magnífica epopeya cuyo centenario conmemoramos: [...] si queremos mostrarnos hijos dignos de aquellos héroes debemos aniquilar esa prensa afrancesada por sentimientos e ideas que nos engaña”[7]».

La urgencia de incorporar un periodismo confesional al moderno sistema de comunicación, precisa de personas de pensamiento afín en las redacciones, con fuerte capacidad adoctrinadora y convencidas de que su misión con las rotativas responde a un mandato divino para salvar almas difundiendo mensajes ajustados a las doctrinas emanadas de encíclicas y alocuciones papales, directamente inspiradas por Dios. El periodismo es auténtico solo cuando tiene un fundamento religioso, ¡y el catolicismo es el arca donde se conserva la verdad absoluta!, llegándose a afirmar que si Jesucristo, resucitara, «sería periodista[8]» y que «un buen periodista católico vale más que media docena de predicadores[9]»

La nueva misión está en la prensa y muchos nuevos periodistas son sacerdotes ‒los «periodistas con sotana» ‒ que encuentran su inspiración en el modelo jesuita de la longeva Civittà Catolica.  La línea editorial y el tono lingüístico de los artículos e informaciones de la época, grandilocuente, patriótico y pletórico de expresiones belicosas, quedan netamente ejemplificados en el texto que sigue, firmado por el Padre Rabazza[10] y publicado por el periódico sevillano el 24 de septiembre de 1908:

«Llevamos un siglo luchando contra las ideas liberales infiltradas en las Cortes de Cádiz y transmitidas al pueblo por los que a sí mismos se llaman liberales. Hoy, ante los funestos frutos producidos por tales ideas, álzanse los soldados de la prensa católica, amparados por la Virgen “que no quiere ser francesa”, y trabajando en este campo con heroicos sacrificios, vendrá la restauración por la prensa portadora de las verdades de la Iglesia[11]».

Solo tras el congreso de Toledo se suaviza algo ligeramente la violencia verbal que inunda las páginas de los medios de comunicación afines a uno y otro bando. También se aprueba el cambio de denominación del colectivo que pasará a ser Prensa Católica. Nunca abandonará el movimiento el interés por ajustarse a los dictados del Syllabus de Pío IX, las Encíclicas de León XIII y los documentos de Pío X, que otorgan sentido a las actitudes combativas en la defensa de la religión y los derechos de la Iglesia. Otro centro de máximo interés será la cuestión educativa insistiendo en la necesidad de elevar la oferta de instrucción.  Al fragor de la batalla acuden, pluma en mano, un nutrido grupo de hojas parroquiales y nuevas revistas, como Ora et Labora. Destacan en el combate prestigiosas cabeceras de ámbito nacional que se retroalimentan entre sí: El Siglo Futuro, La Lectura Dominical, La Hormiga de Oro, El Iris de Paz… En 1913 La Buena Prensa contabiliza hasta setecientas cincuenta publicaciones asociadas, animadas por la entrega  de hombres como el obispo de Jaca, Antolín López Peláez, conocido como el «Apóstol de la Buena Prensa», o el padre José Dueso, autor de un folleto titulado Escándalo, escándalo, donde lista las cabeceras que un católico jamás debería leer, y establece las pautas para que el lector reconozca la «mala prensa», donde encuadra a cualquiera que ataque la decencia, la moralidad o la religión, o se muestre hostil a la Iglesia, a sus leyes, instituciones o enseñanzas, quienes se llamaren o fueren liberales y, por último, los indiferentes[12]. Del otro lado, en febrero de 1921, el diario independiente El Sol, en palabras de Ricardo Baeza, explica así a sus lectores su punto de vista en relación con la «conspiración» judía:

«El proletario odia al conservador, (llámesele patrono, burgués o como se quiera) porque tiene más dinero que él, y el conservador odia al judío por la misma razón. De donde podría inducirse que el judío es el hiperconservador, el más interesado en que las cosas continúen como están y el oro sonante de los cristianos, fluyendo pacíficamente hacia el Arca de la Alianza. Pero he aquí que, por extraña paradoja, el conservador se empeña en pintarnos al judío como el más peligroso de los revolucionarios, y todo el movimiento político del mundo como el resultado de una vasta conspiración judía. En todo tiempo, de Cristo acá, ha habido un antisemitismo latente, que de cuando en cuando se ha hecho bien patente, culminando de preferencia en los dos extremos occidentales. En Rusia se los pasaba, hasta hace poco, a cuchillo con cierta frecuencia, y España, cuando era una nación fuerte, sin temor a las críticas, los procesaba y quemaba luego en la plaza pública. Este último procedimiento, por más legal, nos parece mejor y muestra la superioridad moral de la nación española sobre la eslava. Se invocaban para ello razones religiosas, pero la verdad es que los judíos degollados o quemados solían tener hacienda que, como es natural, pasaba en buen pillaje a las turbas rusas, o —también más legalmente— a la Iglesia española. Realmente, no se podía perdonar que esta raza expulsada de su tierra, hubiese acabado por comprar todas las heredades ajenas. En justo desquite, el cristiano empezó a pensar que todas sus calamidades tenían un origen judío. Durante el siglo XIX sobre todo, cundió extensamente esta tesis de la conspiración judía. Los judíos dominaban el mundo y socavaban su base, para levantar más tardes sobre sus ruinas el Imperio de Sion. Como la Iglesia y la moral pública eran los dos principales baluartes de la organización cristiana, había que minar ambas e instaurar de nuevo el caos. En suma: la teoría de todos los revolucionarios. Aunque, según estas antisemitas a ultranza, no ha habido más revolucionarios que los judíos. La revolución de Cromwell, obra fue de los judíos, y obra de estos también la Revolución Francesa, la italiana, el anarquismo, el nihilismo, el socialismo, las guerras civiles, las internacionales, etcétera. Apenas se ha movido hoja en el árbol del mundo cristiano que no haya sido por obra y gracia de los judíos. Seguramente no habrá faltado algún investigador antisemita que haya descubierto que la expulsión de los judíos fue obra de los judíos. ¿Y quién no sabe que Eva fue judía y que el diluvio fue provocado por las iniquidades judías? Como nadie ignora que el dinero del mundo está en manos de la banca judía, y como todos saben que la alegría y la fuerza del mundo están en el dinero, la idea del complot judío ganó fácilmente terreno. Añádase a ello su sugestión novelesca sobre los cerebros un poco imaginativos. ¿Quién que no sea un metafísico o un teólogo puede prescindir enteramente del folletín?

Los judíos, por su parte, no se han defendido demasiado de la acusación. Si ella acrecía los odios y desconfianzas, agigantaba, en cambio, su importancia y halagaba inmensamente su vanidad. Es más, una legión de judíos vergonzantes se consagró a probar que casi todos los hombres eminentes que en el mundo moderno han sido eran de linaje judío. De un librito sé yo donde se demuestra que Napoleón tuvo, por lo menos, un tercio de sangre judía, y donde se dice que si en España no hay oficialmente judíos es porque todo el mundo es de ascendencia judía —teoría esta última que me parece singularmente fascinadora. Con las recientes sacudidas del mundo, esta doctrina de la conspiración judía ha tenido un fresco retoñar. En el mundo anglosajón, por lo menos, florece el antisemitismo más lozanamente que nunca. Las clases conservadoras empiezan a vociferar contra el peligro judío. La sensibilidad política necesita, por lo visto, de esta voluptuosidad del abismo. Hay el peligro amarillo, el peligro judío, el peligro negro en los Estados Unidos (que se conjura de cuando en cuando quemando algún negro atado a una estaca) ... Pero, desde luego, ninguno tan inminente como el judío.  Así lo declaró este verano el Morning Post, órgano acreditado del conservadurismo inglés, en una serie de artículos titulada “La causa del desasosiego mundial”, que causó considerable sensación, y que ha sido luego recogida en tema, y secundada por numerosos folletos y conferencias.  A creer al Morning Post, todo, la Gran Guerra, el movimiento sinn-fein, el bolcheviquismo, etc., se debe a los judíos. El bolcheviquismo, sobre todo, es una organización puramente judía. Ya teníamos una especie de Guía donde figuran todos los judíos eminentes del día y donde puede verse que casi todos los grandes puestos en el mundo son desempeñados por judíos, pero ahora acaba de publicarse un folleto en Norteamérica probando minuciosamente que de los 503 altos funcionarios del Estado en Rusia, 406 son judíos, y solo 29 rusos.

Cuando está uno acostumbrado a leer los folletines sabiendo que son folletines, se siente uno inclinado en principio a sonreír de este complot. Pero, meditando en ello, la sonrisa pasa, y viene la cavilación. Hay algo formidable en la imagen de esta raza escarnecida y martirizada, desarraigada de su hogar, multiplicándose y adueñándose de toda la tierra. Una pugnacidad sin ejemplo. Se los execró en Occidente, y, no obstante, pudiendo encauzarse hacia Oriente, se insinuaron en Occidente y lo penetraron todo. Contados, no habría nación hoy más numerosa que la de los judíos dispersos. Una cohesión también sin ejemplo. Cuando se ha observado un poco de cerca su unión y eslabonamiento, y se los ha visto como una inmensa familia, no parece tan desatinada la posibilidad de conspiración. Un sentido práctico incomparable. Piénsese que nunca ha habido una rebelión judía, a pesar de las innumerables persecuciones y pogromos. El tópico de la cobardía racial no es más que un sentido maravilloso de la realidad.  Por último, una raíz de la historia más tenaz y poderosa que ninguna. Cuando el cristiano no está más que en el año 1921 de su era, el judío está en el 5681 de la suya, en la que nada está muerto para él. No se diga que este sentimiento de la tradición es una imaginación romántica, sin eficacia positiva. Es la vértebra que permite a la raza volver la cabeza hacia el futuro. Sin él, es muy posible que algunos pueblos se hubiesen totalmente desmoronado. ¡Y qué eje pone en la vida del individuo un ideal de raza maltrecho!

Una cosa nos deja, sin embargo, un tanto escépticos sobre esta idea de conspiración terráquea y secular: su excesiva belleza. Por grande que sea la raza judía, nos parece un desmesurado homenaje. Además, ¿qué fin persigue este complot, cuando creería haberlo alcanzado? La idea de una nación judía universal, con capital en Jerusalén, vista desde fuera, presenta una fachada bastante pueril. ¿No tienen ya la banca y la intelectualidad judía el cetro del mundo? Por si fuera poco, el profesor Einstein, un judío, ha venido a trastornar nuestra concepción del mundo físico. Esta imagen, sin embargo, de la conspiración judía ha cautivado a algunos de los más hondos espíritus. Hace cincuenta años anotaba Dostoievski en uno de sus cuadernos:

“¡El Judío! Bismarck, Beaconsfield, la República Francesa, Gambetta, etc., todo esto como fuerza no es más que un espejismo. Sólo el Judío y su Banca son los amos de Europa. Y veremos cómo, de pronto, dirá veio, y Bismarck caerá como una hierba segada. El Judío y su Banca son ahora los amos de todo, de Europa, de la instrucción, de la civilización, del socialismo, del socialismo sobre todo, por medio del cual el Judío arrancará el cristianismo y destruirá su civilización. Y cuando quede sólo la anarquía, el Judío se pondrá a la cabeza de todo. Pues, aunque propagando el socialismo, los judíos continuarán unidos entre sí, y cuando toda la riqueza de Europa esté disipada, quedará la Banca de los judíos. Vendrá el Anticristo y se entronizará en la anarquía”.

Por lo visto, Dostoievski ignoraba que Beaconsfield y Gambetta eran también judíos. Es probable que, de haberlo sabido, aún habría engrosado la voz de su profecía[13]».

Pero en el debate periodístico no solo participan «publicistas». Grandes personalidades del pensamiento español de la época no dudan en entrar en la polémica haciendo pública su opinión. El artículo que sigue, insertado por D. Miguel de Unamuno en el diario La Libertad, en abril de 1924, responde a unas manifestaciones anteriores del historiador y filólogo D. Marcelino Menéndez Pelayo:  

«Hoy, jueves de la Semana Santa o de Pasión, lo que se llama Jueves Santo, aquí, en Fuertecabras de Fuenteventura, frente a la mar serena y el sereno cielo, sobre esta aislada tierra sedienta, hay que volver a meditar los misterios de la Pasión del Divino Maestro. Ante todo, una a vez más, ¿por qué le crucificaron? Nos lo dice el cuarto Evangelio, el llamado de San Juan, en su capítulo onceno, cuyos versículos 47 y 48 rezan así: Reunieron, pues, los Sumos Sacerdotes y los fariseos un concejo y dijeron: ¿Qué hacemos? Porque el hombre hace muchas señales, y si le dejamos así creerán todos en él y vendrán los romanos y nos suprimirán, y al lugar y a la raza.  Por donde se ve bien claro ‒repitámoslo otra vez más‒ que le ajusticiaron ‒ ¡justicia! ‒ por sedicioso, por razón política y judaica.  Y Caifás decía que convenía que muriese un hombre por el pueblo y no que la raza toda pereciese. Hoy la raza de Caifás y la de Jesús, la raza judía, anda por el mundo todo sin patria. ¿Sin patria? ¡Sin patria, no!, sin tierra, sin territorio nacional. Porque el que dijo lo de «Dad al César lo que es del César, el dinero, y a Dios lo que es de Dios, la honra y el acatamiento espiritual», nos dio la patria espiritual, la de la raza. Por razones políticas, de estrechez de raza, por separatismo de la civilización, acordaron los Sumos Sacerdotes y los fariseos, acabar con el Cristo. Bien decían los suyos, los de su casa, los de su familia, que estaba loco, según se nos dice en el versillo 21 del Primer Evangelio, en el llamado de San Marcos.

¿Por razón de estado?  La razón de estado fue lo que le movió a Pilatos a entregar al Maestro a los verdugos, después de hallarle inocente y preguntarse: «¿Qué es verdad?» Pero lo que a los sacerdotes y fariseos, a los nacionalistas judíos, les movió a pedir que se le crucificara, fue razón de estrecho nacionalismo judaico. El pueblo escogido no podía consentir que se le hiciese vivir en comunión espiritual con los demás pueblos, con los gentiles. Porque los demás pueblos odiaban y envidiaban ‒así creían aquellos ruines espíritus‒ al pueblo escogido.  La doctrina de aquel sedicioso era doctrina de universalidad, de hermandad de todos los hombres y todos los pueblos, ¿y como transigir y convivir en espíritu con el incircunciso? Los sacerdotes judíos que llevaron a la cruz al Cristo eran unos fanáticos. Pasaron los siglos y se estableció en España la Inquisición, y se expulsó a los judíos, primero, y a los moriscos, después. ¿Por motivos religiosos? No, sino para mantener una farisaica unidad de raza, para proteger la homogeneidad, que es origen de empobrecimiento espiritual, moral, y hasta económico, y de muerte.  Luego se hizo España el adalid de la contrarreforma. El hereje fue considerado un enemigo, no de la religión, sino de la patria cesárea, y fue el poder temporal, el poder cesáreo, el brazo secular, el que atormentó a los herejes. Es inútil que Menéndez y Pelayo, creyendo destruir lo que él creía una leyenda, haya creado otra. La leyenda negra de la Inquisición es menos negra que la realidad histórica»[14].



[1] Caro Baroja, J. Los judíos en España, p. 188. Imagen con el número 1 en el epígrafe «A modo de introducción».

[2] Martín Vigil, P. «La francmasonería», 1898, pp. 205-208.

[3] Texto completo en el apéndice «Hemeroteca».

[4] Victoria Moreno, D., «La temática antimasónica en la prensa católica…», 1990, pp. 205-208.

[5] Texto completo en el apéndice «Hemeroteca».

[6] Sánchez Sánchez, Isidro, «La Iglesia española y el desarrollo…», 1982, p. 46.

[7] Ruiz Acosta, María José, «El despegue de la Buena Prensa…», 1999, pp. 235-236.

[8] Romero Domínguez, Lorena, El papel de la prensa confesional…, 2009.

[9] El Correo de Andalucía: «El Sr. Obispo de Málaga y la prensa católica», 21 de agosto de 1899.

[10] Calasanz Rabazza: Orador, historiador y poeta. Provincial de las Escuelas Pías de Valencia. Autor, entre otras obras, de Religión y Patria (1908) y Posiciones de la mujer en las avanzadas del catolicismo (1915). 

[11] Ruiz Acosta, María José, «El despegue de la Buena Prensa…», 1999, p. 231.

[12] El Correo de Andalucía, Manual de instrucciones prácticas…, 1908.

[13] Para detalles sobre este artículo véase «Hemeroteca».

[14] Para detalles sobre este artículo véase «Hemeroteca».

 


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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