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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
MUJER Y NAZISMO |
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La percepción de la mujer cambia de signo |
«Médico de 52 años, ario puro, veterano de la Batalla de Tannenberg, con
intención de instalarse en el campo, desea progenie masculina mediante
matrimonio civil con aria sana, virgen, joven, modesta, ahorradora, acostumbrada
al trabajo duro, ancha de caderas, que no use tacones altos ni pendientes y, si
es posible, también sin propiedades»[1].
El anuncio, publicado en el periódico alemán
Neueste Nachrichten, resume de modo gráfico la política familiar auspiciada
por el régimen de
Adolf Hitler dentro de su
proyecto de «nazificación», el ejercicio de ingeniería social impuesto desde el
Estado y que un sector de la población apoya con entusiasmo mientras el resto
acepta con un silencio casi culpable.
La mujer, según la concepción mesiánica del nuevo
mundo que están destinados a construir, tiene una misión esencial definida por
las tres «k» que señalan claramente su destino:
kinder, kirche, küche, niños, iglesia y
cocina. Por eso se promete un marido a cada una de ellas que, como
contrapartida, «tiene el deber de ser hermosa y traer hijos al mundo, y esto no
es tan vulgar y anticuado como a veces se cree. La hembra del pájaro se
embellece para su compañero e incuba sus huevos para él[2]».
Con
el nazismo en el poder, la política de división entre sexos se hace extrema. La
aceptación de la desigualdad entre las razas repercute en la desigualdad entre
los sexos. Lo dice Grunberger: «El antifeminismo era una variante no mortal del
antisemitismo»[3].
El régimen lo
reglamenta todo. A cada sector de la población corresponde una función
específica: «La intención era moldear al pueblo a imagen de un ejército:
disciplinado, resistente, fanáticamente concentrado en sus objetivos,
obediente hasta la muerte por la causa»[4].
Se impone,
pues, restituir a cada cual a la misión que biológicamente le corresponde. A las
mujeres se las reserva el rol reproductivo que hará grande a la raza aria, por
eso se las destierra de la práctica en el campo político, del mundo laboral
–donde entra en competencia con el hombre– y del universitario, reglado mediante
leyes que imponen los porcentajes máximos que puede admitir cada institución en
sus aulas.
Tampoco pueden ejercer como jueces o fiscales: «no pueden pensar lógicamente ni
razonar objetivamente, puesto que se rigen por sus emociones». En este discurso
de Goebbels queda meridianamente claro:
«El motivo por el que las mujeres han quedado
excluidas de las intrigas democrático-parlamentarias de los últimos catorce años
en Alemania no se debe a una falta de respeto, sino a que las respetamos
demasiado. No consideramos que las mujeres sean inferiores, sino más bien que su
misión y su valor es distinto al de los hombres. Por tanto, creemos que las
mujeres y más concretamente las alemanas, que son más mujeres que ninguna otra
del mundo en el mejor sentido de la palabra, deben dedicar su fuerza y sus
habilidades a otras tareas diferentes a las de los hombres»[5].
Y, en otro momento:
«Virulento debate sobre la mujer y sus tareas. En esto, soy enteramente reaccionario. Tener niños y educarlos es una gran tarea. Mi madre es la mujer a la que tengo mayor respeto, y está alejadísima del intelecto, y tanto más próxima a la vida. Hoy las mujeres opinan de todo, lo único que ya no quieren es tener hijos. Y a eso le llaman emancipación»[6].
Hitler lo subraya:
«Un hombre de verdad se sentiría avergonzado de
contemplar a una mujer participar en tareas de combate en caso de guerra. Ese no
es el campo de batalla de la mujer. Su lugar está con los niños, su función la
maternidad: ahí libra la mujer su batalla por su nación»[7].
Las limitaciones afectan también a otras libertades. Las menores de dieciocho años tienen prohibido transitar solas por las calles después del ocaso y acudir a salas de baile o cines sin la compañía de un adulto. La pena que castiga los incumplimientos es internamiento en reformatorio.
Como signo de disconformidad y rebeldía crece el movimiento swing, apoyado por jóvenes de ambos sexos que organizan y acuden a fiestas para disfrutar de la música jazz, que se vincula con la raza negra, y, en consecuencia, también ha sido prohibida.
El adoctrinamiento de las jóvenes alemanas se
consigue a través de asociaciones como «La Liga de Muchachas Alemanas», BDM
(Bund Deutscher Mädel), versión femenina de las Juventudes Hitlerianas. El
método se basa en la
ocupación total del
tiempo en ejercicios de desarrollo físico y competiciones de tipo deportivo,
compartido con sesiones sobre belleza, cuidado del hogar, y economía doméstica.
Contempla también el traslado temporal a granjas de familias numerosas para
conocer in situ «la emancipación de la emancipación de la mujer»[9].
El
colectivo es fácilmente identificable por sus camisas blancas, faldas hasta el
tobillo, largas trenzas rubias, en ocasiones recogidas a modo de corona sobre la
cabeza y ausencia de maquillaje. Una apariencia que tiene como objetivo mostrar
austeridad y
rehuir cualquier atisbo de reclamo sexual. No obstante, en el transcurso del
macro mitin celebrado en Nuremberg en 1936, al que se calcula un número cercano
a los 100.000 asistentes pertenecientes a los movimientos juveniles hitlerianos,
alrededor de novecientas chicas menores de dieciocho años quedaron embarazadas,
desconociéndose la identidad del padre en la mayoría de los casos.
La mujer entre la cosificación, la maternidad y la familia |
El Tercer Reich, en la necesidad de expandir su imperio,
no va a dudar en agredir a otros países y anexionar parte de sus territorios.
Pero la integración en el proyecto de pureza de sangre impone su repoblación. Y
la mujer es la única herramienta que puede servir a tal propósito, es la «cosa»
imprescindible. Por eso el régimen las clasifica:
«En 1930, seis años después de que Hitler lanzara sus diatribas contra las
mujeres judías en el Main Kampf y defendiera la esterilización de
millones de seres inferiores, uno de los ideólogos de la “sangre y el suelo”
subdividió al sexo femenino en cuatro categorías: mujeres a las que había que
estimular a que tuvieran hijos, mujeres cuyos hijos no eran objetables, aquellas
que era mejor que no tuvieran hijos y, por último, aquellas a las que había que
impedir que los tuvieran, sobre todo mediante la esterilización»[10].
Las
mujeres criadas en la ideología nacionalsocialista son educadas en la
maternidad. Y eso se consigue desde organizaciones como la Liga
Nacionalsocialista de Mujeres. Se necesitan cuatro hijos por madre
alemana para repoblar el país y garantizar unas fuerzas militares poderosas.
La revista
Frauen Warte (Las mujeres esperan), que dirige Gertrud Scholtz-Klink,
publica en 1935 un artículo titulado: «Tarea, voluntad y propósito de la mujer
alemana» que enumera las prioridades a considerar por la mujer para servir al
Führer:
«Debes adquirir el orgullo al que debes aspirar como madre de familia a la hora
de enfrentarte a todas las cosas, y el carácter para comportarte como mujer de
la nación de tu familia y tu patria en aquellos momentos aciagos del matrimonio
en los que el hombre no responde a tus expectativas, y en los que no debes
fustigarlo»[11].
La propaganda muestra la maternidad como la gran apuesta para alcanzar el sueño ario, pero no implica que deba ser fruto legítimo de una unión matrimonial. El estado civil no importa tanto como la pureza de sangre de los progenitores. Para hacer realidad esa aspiración nacen los Lebensborn.
Lamentablemente, en 1937, la inminencia de la guerra aconseja establecer un año de servicio obligatorio para todas las mujeres como requisito previo para su acceso al matrimonio y la maternidad. En 1945 el ejército alemán cuenta con medio millón de auxiliares femeninos. En ese intervalo, además, mano de obra femenina ha cubierto las vacantes generadas por la movilización de los hombres. La propaganda ha cambiado el modo de representarla y ahora la muestra como enfermera, maestra o funcionaria.
Lebensborn,
fuentes de vida,
las «fábricas de niños perfectos para Hitler», un proyecto creado por Himmler a
finales de 1935 que hay que contemplar como una experiencia, más o menos
encubierta, para promover la hegemonía racial fomentando la reproducción
selectiva de los soldados alemanes con mujeres que superan el examen de pureza
étnica aria, han sido formadas en el modelo de las «tres K», y preferentemente
no casadas con objeto de incrementar las posibilidades de adopción de los recién
nacidos por individuos miembros de las SS[12]. Su
puesta en funcionamiento y consolidación entre sectores importantes de la
población, hace circular jugosos rumores con tintes de leyenda. Historias que el
aparato propagandístico del régimen no duda en utilizar en su propio beneficio.
Ejemplo paradigmático es el asunto de «sementales», Zeugungshelfer,
descritos por la maledicencia popular como empleados permanentes contratados en
calidad de agentes de procreación. Himmler declara acerca de esa cuestión[13]:
«Yo
fomenté los rumores con el fin de que toda mujer soltera que deseara un hijo
pudiera dirigirse a Lebensborn con toda confianza... Sólo recomendábamos hombres
de auténtico valor, racialmente puros, como Zeugungshelfer».
Los
centros Lebensborn, fácilmente identificables por la exhibición de una bandera
blanca con un punto rojo en el centro, van a constituirse en lugar idóneo para
traen al mundo niños sanos y perfectos. Allí, las madres son atendidas, cuidadas
y aconsejadas. Es, también, el refugio perfecto de las madres solteras para
esquivar la crítica social.
Producido el parto, las casadas suelen volver a casa con sus hijos. Las
solteras, si así lo desean, pueden dejan allí a los recién nacidos. Se
documentan centros de este tipo en Alemania,
Noruega, Austria, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda, Bélgica y Francia y se calcula
en unos veinte mil los nacimientos ocurridos en sus instalaciones.
La célula básica de la sociedad |
La «célula básica de la sociedad»
Los «préstamos matrimoniales» –amortizados
progresivamente con el nacimiento de cada nuevo hijo–, y los subsidios
familiares, en efectivo, son, sin duda, serios estímulos en ese sentido,
engrasando la maquinaria propagandística que trabaja incansablemente para
expandir el culto a la maternidad. Por eso, cada 12 de agosto[14]
se otorgan las Cruces de Honor de la Madre Alemana
–bronce, plata y oro (cuatro, de seis y más de ocho hijos,
respectivamente)[15]–,
con la inscripción: «El hijo ennoblece a la madre». Cada nacimiento es una
respuesta al eslogan: «He donado un hijo al Führer».
No
obstante, el acceso a las ayudas tiene condiciones. Es prioritario salvar la
raza. La concesión exige la superación de estrictos controles previos,
sanitarios, étnicos, físicos y mentales. En ese sentido, se promulgan leyes en
prevención de descendencia hereditariamente enferma: Operación T4.
Quienes padecen deformaciones físicas, retraso mental, epilepsia, sordera o
ceguera, han de ser esterilizados y no pueden casarse.
«En Alemania, las leyes de esterilización de julio de
1933 afectaron a entre cuatrocientos mil y quinientos mil hombres y mujeres. Los
disminuidos psíquicos, en septiembre de 1939, fueron eliminados con gases
letales, acción conocida como Aktion T4[16].
La visión oficial sobre el uso de medios anticonceptivos y la práctica del aborto, referido a la mujer aria, queda meridianamente establecida en estas palabras de Hitler:
«El uso de los anticonceptivos por parte de las mujeres arias significa una violación de la naturaleza, una degradación de la condición femenina, de la maternidad y del amor. Los ideales nazis exigen que la práctica del aborto sea exterminada con mano dura. Las mujeres inflamadas por la propaganda marxista reclaman el derecho a tener hijos sólo cuando lo desean. Primero pieles, muebles nuevos, luego, quizá un hijo»[17].
El Tercer Reich es consciente de que el dominio militar
de otras tierras no asegura la consolidación de sus ideas en los territorios
anexionados. Son forzosas la repoblación y la reeducación de sus gentes, tareas
para las que la mujer destaca, con diferencia, como la herramienta perfecta. Es
la «cosa» imprescindible… y el alma de cada nueva familia.
«¿Puede la mujer imaginar algo más bello que estar sentada junto a su amado
esposo en su acogedor hogar y escuchar recogidamente el telar del tiempo,
mientras va tejiendo la trama y la urdimbre de la maternidad a través de los
siglos y de los milenios?»[18].
No obstante, aún en
el mejor de los casos, la vida familiar del momento no discurre sobre un camino
de rosas.
Dicen Irmgard Reichenau y Jella Erdmann[19]:
«Hoy en día, los hombres no son educados para el
matrimonio, sino contra él. Los hombres se agrupan en los Vereine (culbs)
y en los Kameradschaftheime (albergues). Los matrimonios tienen hoy menos
cosas en común y ejercen cada vez menos influencia sobre sus hijos. La mujer se
hunde más y más en las tinieblas de la soledad».
«Vemos a nuestras hijas crecer en una triste ociosidad, viviendo sólo por la
vaga esperanza de encontrar un marido y tener hijos. Si no lo consiguen, sus
vidas se verán frustradas».
El natural conflicto intergeneracional inherente a
determinadas etapas evolutivas de los hijos, se incrementa exponencialmente
debido al adoctrinamiento ideológico que emana de la escuela y de movimientos
emergentes multitudinarios como las Juventudes Hitlerianas. Las relaciones se
tensan. Los niños de diez años, que reciben dagas en las acampadas programadas
–y son instruidos en su manejo–, se consideran ya superhombres y los «reyes de
la casa». ¡No pueden doblegar su autoridad de «hombre» a las recomendaciones y
peticiones de una simple mujer, aunque ella sea su madre!
«Hoy
en día, los hijos varones, incluso de niños, no sienten respeto alguno por sus
madres. Las tratan como a sus sirvientas por ley natural, y consideran a las
mujeres en general como obedientes instrumentos de sus propósitos y deseos»[20].
Tampoco resulta
sencillo conciliar obligaciones familiares con deberes políticos. Un periódico
berlinés escribe en 1937:
«Es deber de un marido participar en las actividades
nacionalsocialistas, y una esposa que causa problemas en este sentido da motivos
para el divorcio. No debe quejarse si su marido dedica dos noches a la semana a
la actividad política; asimismo, los domingos por la mañana no pertenecen sólo a
la familia»[21]
La
presión del régimen no favorece la cohesión familiar. Los jóvenes han de
enrolarse obligatoriamente, por periodos largos de tiempo, en servicios y campos
de adoctrinamiento de carácter militar, laboral o social, y los adultos deben
afrontar el aumento de horas extraordinarias y los turnos de noche en aras de
mejorar la producción.
La
formación que un menor recibe en casa, es controlada de manera estricta desde
las delegaciones de Juventud. La sola sospecha de un niño criado en una
atmósfera familiar inconformista supone la inmediata solicitud ante el
tribunal tutelar de menores de una orden de traslado hasta un hogar
«políticamente de confianza[22]».
Por
otro lado, no todas las uniones son fértiles –una de cada tres en Berlín–. Un
«desperdicio genético», según una comisión para asuntos eugenésicos integrada
por portavoces del partido y abogados, que desaconseja su mantenimiento habida
cuenta de que los mismos individuos con otras parejas pueden resultar fértiles.
Esa y otras
cuestiones motivan la reforma de la ley del divorcio que en 1938 redacta el
doctor Gürtner, Ministro de Justicia. En ella se catalogan las razones que
avalan su concesión: el adulterio, la negativa a la procreación, la conducta
deshonrosa o inmoral, el desequilibrio, la enfermedad contagiosa grave, una
separación de tres años y… la esterilidad, salvo que antes se hubiese concebido
o adoptado un hijo.
Mujer y genocidio |
La propagación del antisemitismo se inicia a finales del siglo XIX y experimenta
un crecimiento espectacular con el
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. El congreso anual del partido
celebrado en
Núremberg en 1935 establece los principios que avalarán el posterior desarrollo
legislativo. La Ley de la ciudadanía del Reich cataloga a los alemanes
como «ciudadanos» y a los judíos como «residentes», y la Ley para la
protección de la sangre y el honor alemanes prohíbe el matrimonio,
cohabitación o relación sexual entre unos y otros.
La
decisión del llevar la diferencia hasta el exterminio del pueblo judío, la
«solución final», que se justifica en la lucha contra la supuesta degeneración
moral, cultural y económica semita, se toma durante el verano/otoño de 1941 y
alcanza su punto álgido en la primavera de 1942
con Heinrich Himmler[23].
Con anterioridad, en discurso pronunciado el 30 de enero de 1939 en el
Parlamento, Hitler había afirmado:
«Durante la época de mi lucha por el poder, fue en primer lugar la raza judía la
que no hizo sino recibir a carcajadas mis profecías cuando dije que algún día
asumiría la dirección del Estado y, con ella, la de toda la nación, y que
entonces, entre muchas otras cosas, resolvería el problema judío. Sus carcajadas
fueron escandalosas, pero creo que, de un tiempo a esta parte, ya solo ríen por
dentro. Hoy seré profeta una vez más: si los financieros judíos internacionales
de Europa y de fuera de ella logran sumir de nuevo a las naciones en una guerra
mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y, por lo tanto, la
victoria de los judíos, sino la aniquilación de la raza judía en Europa»[24].
Así comienza el traslado masivo de población judía a los campos de concentración
y exterminio, contexto en el cual la mujer semita se ve particularmente afectada
de trato deshumanizado, violento y vejatorio dentro y fuera de los centros de
exterminio. Su cuerpo se erige en símbolo de conquista y dominación y sufre
agresiones y humillaciones de todo tipo, incluido el sexual.
La
geografía alemana se puebla de campos de internamiento donde terminan las
personas «nocivas» para el régimen nazi. Declarada la Segunda Guerra Mundial, se
despliegan también por los territorios ocupados.
La jerarquización racial ubica a la mujer judía en la posición más baja entre
los iguales dentro de esos campos de exterminio. Desempeñan los trabajos más
duros y se encuentran indefensas frente a la violencia psicológica y sexual
ejercida por miembros de las SS y de otros prisioneros. Ninguna acción es
gratuita. El corte de cabello generalizado las despersonaliza y la separación de
los hijos les arrebata
la función esencial que el discurso nacionalsocialista considera en la
femineidad: la maternidad.
La mujer no aria carece de valor más allá de su
consideración como fuerza de trabajo barata, en tanto que su fortaleza física no
es vencida por carencias y penalidades, o su utilización como sujeto idóneo de
experimentación médica. La esterilización, amparada en supuestos experimentos
científicos, es, sin duda, la manifestación más severa de esa violencia sexual.
A iniciativa de Heinrich Himmler, y desde 1941, se generalizan en los campos
ensayos médicos, siempre en mujeres y niñas, dirigidos a frenar la reproducción
de manera rápida y efectiva. Operaciones quirúrgicas, radiaciones, tratamientos
hormonales y químicos…, se practican por miles cada día.
A destacar la solución del profesor de ginecología Carl Clauberg que propone un
método rápido y barato, capaz de impedir la reproducción sin debilitar el
cuerpo, de este modo, la intervenida puede continuar realizando el trabajo que
tiene asignado. Sustituye la intervención quirúrgica por la introducción de un
compuesto cáustico en las Trompas de Falopio que produce una severa inflamación.
El fármaco sella así los conductos y produce infertilidad permanente.
Otra línea de actuación dentro de la estrategia anti reproductiva es la
generalización de los abortos forzados para las «razas inferiores». Las
intervenciones abortivas, prohibidas y castigadas para las mujeres arias libres
de enfermedades hereditarias, son actividad habitual en los campos para
minimizar los efectos de las violaciones o no devaluar la fuerza de trabajo de
las mujeres.
Aunque las leyes emanadas del congreso de Núremberg
prohíben toda relación sexual entre alemanes y mujeres judías, se generalizan en
los confinamientos. En alguna ocasión, la aceptación de los abusos, constituyen
una garantía de supervivencia para las más jóvenes que acceden así a comida,
ropa u objetos de higiene, aunque siempre bajo la amenaza de que el hecho se
haga público.
Los Sonderbauten
Son burdeles dirigidos a satisfacer las necesidades
sexuales de prisioneros de alto rango. El primer Sonderbauten se
constituye en Mauthausen con la intención de incrementar la actividad extractiva
de su cantera, ofreciendo a los prisioneros más eficientes la posibilidad
mantener relaciones sexuales con las reclusas. La oferta se abre también a los
guardianes de las SS. La idea se generaliza como incentivo en todas las
instalaciones de trabajos forzados. Las mujeres que han de ejercer de prostitutas son
seleccionadas entre las más jóvenes y sanas bajo promesa de liberación,
incumplida siempre, en seis meses. En cualquier caso, esa salida es contemplada
por muchas como única alternativa a las cámaras de gas. El testimonio de aquellas que se vieron obligadas a
vivir ese infierno es desgarrador.
«Cada noche teníamos que dejar que los hombres se pusieran encima de nosotras
durante dos horas. Esto significa que podían entrar en el barracón, estar con
nosotras… Teníamos un baño con varios lavabos… nos lavábamos, entrabamos en la
enfermería donde cada noche nos ponían una inyección y después entraba el primer
prisionero, y luego el segundo y así… sin parar. Cada prisionero sólo podía
estar un cuarto de hora. Cada mujer recibía por día entre diez y veinte hombres.
Los guardianes de las SS nos vigilaban a través de pequeños agujeros en las
puertas»[25].
Posiblemente sean los Sonderbauten el paradigma
de la violencia vivida en los campos y de los extremos hasta dónde puede llegar
el ser humano sometido a ella para asegurar la supervivencia un día más, hasta
que su decisión alcanza la consideración de estrategia de vida.
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Wistrich, Robert S.
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[1]
Münchner Neueste Nachrichten
(Munich, últimas noticias),
de 14 de junio de 1935.
[2]
Schiüarzes Korps (El observador nacional),
de 15 abril 1937.
[3]
Grunberger, Richard (2007), página 269.
[4]
Ver
Kershaw, 2004.
[5]
Primer discurso de Joseph Goebbels como ministro para la Ilustración
Pública y Propaganda. Ver Goebbels, 1934.
[6]
Ver Claudia Koonz (2005).
[7]
Ver Hitler (2016).
[8]
Ver Olga Leygel (2011).
[9]
Alfred Rosenberg, Comisario para la Supervisión de la Educación
Intelectual e Ideológica del NSDAP.
[10]
Bock (1993), página 172. Citado por Amalia Rosado Orquín (2018), página
191.
[11]
Citado en Clara Pazos Polo y David Polo Serrano (2019), páginas 91 y 92.
[12]
Ver Yolanda Beteta Martín (2012).
[13]
Ver Richard Grunberger (1976), página 263.
[14]
Fecha de cumpleaños de la madre de Hitler.
[15]
Ver Reichsgesetzblatt, Boletín del Ministerio de Justicia del III
Reich, de 24 de diciembre de 1938.
[16]
Garrido y González (2012), página 16.
[17]
Ver Claudia Koonz (2005).
[18]
Doctor Kurt Rosten, en Dietrich
Strothmann (1960). Nationalsozialistische Literaturpolitik, Bonn,
página 410. Citado por Richard Grunberger (1976), página 270.
[19]
Deutsche Frauen an Adolf Hitler
(1934), Leipzig. Ver en Richard Grunberger (1976), página 275.
[20]
Leonora Kühn en
Deutsche Frauen an Adolf Hitler
(1934), Leipzig. Ver en Richard Grunberger (1976), página 275.
[21]
Richard Grunberger (1976), página 257.
[22]
Ver Richard Grunberger (1976), página 259.
[23]
Ver Ian
Kershaw (2009), página 151.
[24]
Ver
Wistrich, Robert S. (2002), página 122.
[25]
Citado en Yolanda Beteta Martín (2012),
páginas 128 y 129.
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