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MUJER Y NAZISMO

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La percepción de la mujer cambia de signo

 

«Médico de 52 años, ario puro, veterano de la Batalla de Tannenberg, con intención de instalarse en el campo, desea progenie masculina mediante matrimonio civil con aria sana, virgen, joven, modesta, ahorradora, acostumbrada al trabajo duro, ancha de caderas, que no use tacones altos ni pendientes y, si es posible, también sin propiedades»[1].

 

El anuncio, publicado en el periódico alemán Neueste Nachrichten, resume de modo gráfico la política familiar auspiciada por el régimen de Adolf Hitler dentro de su proyecto de «nazificación», el ejercicio de ingeniería social impuesto desde el Estado y que un sector de la población apoya con entusiasmo mientras el resto acepta con un silencio casi culpable. La permisividad que, en lo referente a costumbres sexuales, caracteriza a la República de Weimar, es donde reside a ojos de los ideólogos nazis la causa principal de la caída de la natalidad y el descenso en el número de matrimonios que experimenta Alemania. Se contempla, además, como un claro indicio de decadencia.

La mujer, según la concepción mesiánica del nuevo mundo que están destinados a construir, tiene una misión esencial definida por las tres «k» que señalan claramente su destino:  kinder, kirche, küche, niños, iglesia y cocina. Por eso se promete un marido a cada una de ellas que, como contrapartida, «tiene el deber de ser hermosa y traer hijos al mundo, y esto no es tan vulgar y anticuado como a veces se cree. La hembra del pájaro se embellece para su compañero e incuba sus huevos para él[2]».

Con el nazismo en el poder, la política de división entre sexos se hace extrema. La aceptación de la desigualdad entre las razas repercute en la desigualdad entre los sexos. Lo dice Grunberger: «El antifeminismo era una variante no mortal del antisemitismo»[3].  El régimen lo reglamenta todo. A cada sector de la población corresponde una función específica: «La intención era moldear al pueblo a imagen de un ejército:  disciplinado, resistente, fanáticamente concentrado en sus objetivos, obediente hasta la muerte por la causa»[4]. Se impone, pues, restituir a cada cual a la misión que biológicamente le corresponde. A las mujeres se las reserva el rol reproductivo que hará grande a la raza aria, por eso se las destierra de la práctica en el campo político, del mundo laboral –donde entra en competencia con el hombre– y del universitario, reglado mediante leyes que imponen los porcentajes máximos que puede admitir cada institución en sus aulas. Tampoco pueden ejercer como jueces o fiscales: «no pueden pensar lógicamente ni razonar objetivamente, puesto que se rigen por sus emociones». En este discurso de Goebbels queda meridianamente claro:

«El motivo por el que las mujeres han quedado excluidas de las intrigas democrático-parlamentarias de los últimos catorce años en Alemania no se debe a una falta de respeto, sino a que las respetamos demasiado. No consideramos que las mujeres sean inferiores, sino más bien que su misión y su valor es distinto al de los hombres. Por tanto, creemos que las mujeres y más concretamente las alemanas, que son más mujeres que ninguna otra del mundo en el mejor sentido de la palabra, deben dedicar su fuerza y sus habilidades a otras tareas diferentes a las de los hombres»[5].

Y, en otro momento:

«Virulento debate sobre la mujer y sus tareas. En esto, soy enteramente reaccionario. Tener niños y educarlos es una gran tarea. Mi madre es la mujer a la que tengo mayor respeto, y está alejadísima del intelecto, y tanto más próxima a la vida. Hoy las mujeres opinan de todo, lo único que ya no quieren es tener hijos. Y a eso le llaman emancipación»[6].

Hitler lo subraya:

«Un hombre de verdad se sentiría avergonzado de contemplar a una mujer participar en tareas de combate en caso de guerra. Ese no es el campo de batalla de la mujer. Su lugar está con los niños, su función la maternidad: ahí libra la mujer su batalla por su nación»[7].

Las limitaciones afectan también a otras libertades. Las menores de dieciocho años tienen prohibido transitar solas por las calles después del ocaso y acudir a salas de baile o cines sin la compañía de un adulto. La pena que castiga los incumplimientos es internamiento en reformatorio. Como signo de disconformidad y rebeldía crece el movimiento swing, apoyado por jóvenes de ambos sexos que organizan y acuden a fiestas para disfrutar de la música jazz, que se vincula con la raza negra, y, en consecuencia, también ha sido prohibida.

Pero la promulgación de las leyes reguladoras no siempre cuenta con la aceptación entusiasta de aquellos que deben someterse a ellas. Se proponen entonces incentivos y, si se mantienen las reticencias, se activa el recurso a la violencia que abate las obstinaciones más pertinaces. Quienes se adhieren con fervor a las ideas y ocurrencias del régimen y destacan por su defensa y aplicación, alcanzan cotas elevadas de autoridad y poder, a la vez que adquieren la condición de iconos y referentes del sistema. Es el caso de las gestoras responsables de la Unión de Mujeres Nazis, o de María Mandel, la «bestia de Auschwitz», y de su colaboradora y discípula, Irma Gresse, «el ángel rubio» –«Este es mi reino. Tengo poder omnímodo de vida y muerte sobre este rebaño»[8], que disfrutan de un estatus privilegiado por asumir la dura responsabilidad de señalar a los desgraciados que deben ser conducidos hasta las cámaras de gas.

El adoctrinamiento de las jóvenes alemanas se consigue a través de asociaciones como «La Liga de Muchachas Alemanas», BDM (Bund Deutscher Mädel), versión femenina de las Juventudes Hitlerianas. El método se basa en la ocupación total del tiempo en ejercicios de desarrollo físico y competiciones de tipo deportivo, compartido con sesiones sobre belleza, cuidado del hogar, y economía doméstica. Contempla también el traslado temporal a granjas de familias numerosas para conocer in situ «la emancipación de la emancipación de la mujer»[9]. El colectivo es fácilmente identificable por sus camisas blancas, faldas hasta el tobillo, largas trenzas rubias, en ocasiones recogidas a modo de corona sobre la cabeza y ausencia de maquillaje. Una apariencia que tiene como objetivo mostrar austeridad y rehuir cualquier atisbo de reclamo sexual. No obstante, en el transcurso del macro mitin celebrado en Nuremberg en 1936, al que se calcula un número cercano a los 100.000 asistentes pertenecientes a los movimientos juveniles hitlerianos, alrededor de novecientas chicas menores de dieciocho años quedaron embarazadas, desconociéndose la identidad del padre en la mayoría de los casos.

La mujer entre la cosificación, la maternidad y la familia

 

El Tercer Reich, en la necesidad de expandir su imperio, no va a dudar en agredir a otros países y anexionar parte de sus territorios. Pero la integración en el proyecto de pureza de sangre impone su repoblación. Y la mujer es la única herramienta que puede servir a tal propósito, es la «cosa» imprescindible. Por eso el régimen las clasifica:

«En 1930, seis años después de que Hitler lanzara sus diatribas contra las mujeres judías en el Main Kampf y defendiera la esterilización de millones de seres inferiores, uno de los ideólogos de la “sangre y el suelo” subdividió al sexo femenino en cuatro categorías: mujeres a las que había que estimular a que tuvieran hijos, mujeres cuyos hijos no eran objetables, aquellas que era mejor que no tuvieran hijos y, por último, aquellas a las que había que impedir que los tuvieran, sobre todo mediante la esterilización»[10].

Las mujeres criadas en la ideología nacionalsocialista son educadas en la maternidad. Y eso se consigue desde organizaciones como la Liga Nacionalsocialista de Mujeres. Se necesitan cuatro hijos por madre alemana para repoblar el país y garantizar unas fuerzas militares poderosas. La revista Frauen Warte (Las mujeres esperan), que dirige Gertrud Scholtz-Klink, publica en 1935 un artículo titulado: «Tarea, voluntad y propósito de la mujer alemana» que enumera las prioridades a considerar por la mujer para servir al Führer:

«Debes adquirir el orgullo al que debes aspirar como madre de familia a la hora de enfrentarte a todas las cosas, y el carácter para comportarte como mujer de la nación de tu familia y tu patria en aquellos momentos aciagos del matrimonio en los que el hombre no responde a tus expectativas, y en los que no debes fustigarlo»[11].

La propaganda muestra la maternidad como la gran apuesta para alcanzar el sueño ario, pero no implica que deba ser fruto legítimo de una unión matrimonial. El estado civil no importa tanto como la pureza de sangre de los progenitores. Para hacer realidad esa aspiración nacen los Lebensborn. Lamentablemente, en 1937, la inminencia de la guerra aconseja establecer un año de servicio obligatorio para todas las mujeres como requisito previo para su acceso al matrimonio y la maternidad. En 1945 el ejército alemán cuenta con medio millón de auxiliares femeninos. En ese intervalo, además, mano de obra femenina ha cubierto las vacantes generadas por la movilización de los hombres. La propaganda ha cambiado el modo de representarla y ahora la muestra como enfermera, maestra o funcionaria.

Lebensborn, fuentes de vida, las «fábricas de niños perfectos para Hitler», un proyecto creado por Himmler a finales de 1935 que hay que contemplar como una experiencia, más o menos encubierta, para promover la hegemonía racial fomentando la reproducción selectiva de los soldados alemanes con mujeres que superan el examen de pureza étnica aria, han sido formadas en el modelo de las «tres K», y preferentemente no casadas con objeto de incrementar las posibilidades de adopción de los recién nacidos por individuos miembros de las SS[12]. Su puesta en funcionamiento y consolidación entre sectores importantes de la población, hace circular jugosos rumores con tintes de leyenda. Historias que el aparato propagandístico del régimen no duda en utilizar en su propio beneficio. Ejemplo paradigmático es el asunto de «sementales», Zeugungshelfer, descritos por la maledicencia popular como empleados permanentes contratados en calidad de agentes de procreación. Himmler declara acerca de esa cuestión[13]:

«Yo fomenté los rumores con el fin de que toda mujer soltera que deseara un hijo pudiera dirigirse a Lebensborn con toda confianza... Sólo recomendábamos hombres de auténtico valor, racialmente puros, como Zeugungshelfer».

Los centros Lebensborn, fácilmente identificables por la exhibición de una bandera blanca con un punto rojo en el centro, van a constituirse en lugar idóneo para traen al mundo niños sanos y perfectos. Allí, las madres son atendidas, cuidadas y aconsejadas. Es, también, el refugio perfecto de las madres solteras para esquivar la crítica social. Producido el parto, las casadas suelen volver a casa con sus hijos. Las solteras, si así lo desean, pueden dejan allí a los recién nacidos. Se documentan centros de este tipo en Alemania, Noruega, Austria, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda, Bélgica y Francia y se calcula en unos veinte mil los nacimientos ocurridos en sus instalaciones.

La célula básica de la sociedad

 

La «célula básica de la sociedad». Así es definida la familia por la terminología nazi. El régimen consigue rebajar con su propaganda hasta en tres años la edad media de quienes contraen matrimonio. La reproducción es la motivación consciente que justifica su razón de ser, y la protege imponiendo fuertes limitaciones al aborto o premiando con incentivos económicos matrimonio y fecundidad.

Los «préstamos matrimoniales» –amortizados progresivamente con el nacimiento de cada nuevo hijo–, y los subsidios familiares, en efectivo, son, sin duda, serios estímulos en ese sentido, engrasando la maquinaria propagandística que trabaja incansablemente para expandir el culto a la maternidad. Por eso, cada 12 de agosto[14] se otorgan las Cruces de Honor de la Madre Alemana –bronce, plata y oro (cuatro, de seis y más de ocho hijos, respectivamente)[15]–, con la inscripción: «El hijo ennoblece a la madre». Cada nacimiento es una respuesta al eslogan: «He donado un hijo al Führer».

No obstante, el acceso a las ayudas tiene condiciones. Es prioritario salvar la raza. La concesión exige la superación de estrictos controles previos, sanitarios, étnicos, físicos y mentales. En ese sentido, se promulgan leyes en prevención de descendencia hereditariamente enferma: Operación T4. Quienes padecen deformaciones físicas, retraso mental, epilepsia, sordera o ceguera, han de ser esterilizados y no pueden casarse.

«En Alemania, las leyes de esterilización de julio de 1933 afectaron a entre cuatrocientos mil y quinientos mil hombres y mujeres. Los disminuidos psíquicos, en septiembre de 1939, fueron eliminados con gases letales, acción conocida como Aktion T4[16].

La visión oficial sobre el uso de medios anticonceptivos y la práctica del aborto, referido a la mujer aria, queda meridianamente establecida en estas palabras de Hitler:

«El uso de los anticonceptivos por parte de las mujeres arias significa una violación de la naturaleza, una degradación de la condición femenina, de la maternidad y del amor. Los ideales nazis exigen que la práctica del aborto sea exterminada con mano dura. Las mujeres inflamadas por la propaganda marxista reclaman el derecho a tener hijos sólo cuando lo desean. Primero pieles, muebles nuevos, luego, quizá un hijo»[17].

El Tercer Reich es consciente de que el dominio militar de otras tierras no asegura la consolidación de sus ideas en los territorios anexionados. Son forzosas la repoblación y la reeducación de sus gentes, tareas para las que la mujer destaca, con diferencia, como la herramienta perfecta. Es la «cosa» imprescindible… y el alma de cada nueva familia.

«¿Puede la mujer imaginar algo más bello que estar sentada junto a su amado esposo en su acogedor hogar y escuchar recogidamente el telar del tiempo, mientras va tejiendo la trama y la urdimbre de la maternidad a través de los siglos y de los milenios?»[18].

No obstante, aún en el mejor de los casos, la vida familiar del momento no discurre sobre un camino de rosas. Dicen Irmgard Reichenau y Jella Erdmann[19]:

«Hoy en día, los hombres no son educados para el matrimonio, sino contra él. Los hombres se agrupan en los Vereine (culbs) y en los Kameradschaftheime (albergues). Los matrimonios tienen hoy menos cosas en común y ejercen cada vez menos influencia sobre sus hijos. La mujer se hunde más y más en las tinieblas de la soledad».

«Vemos a nuestras hijas crecer en una triste ociosidad, viviendo sólo por la vaga esperanza de encontrar un marido y tener hijos. Si no lo consiguen, sus vidas se verán frustradas».

El natural conflicto intergeneracional inherente a determinadas etapas evolutivas de los hijos, se incrementa exponencialmente debido al adoctrinamiento ideológico que emana de la escuela y de movimientos emergentes multitudinarios como las Juventudes Hitlerianas. Las relaciones se tensan. Los niños de diez años, que reciben dagas en las acampadas programadas –y son instruidos en su manejo–, se consideran ya superhombres y los «reyes de la casa». ¡No pueden doblegar su autoridad de «hombre» a las recomendaciones y peticiones de una simple mujer, aunque ella sea su madre!

«Hoy en día, los hijos varones, incluso de niños, no sienten respeto alguno por sus madres. Las tratan como a sus sirvientas por ley natural, y consideran a las mujeres en general como obedientes instrumentos de sus propósitos y deseos»[20].

Tampoco resulta sencillo conciliar obligaciones familiares con deberes políticos. Un periódico berlinés escribe en 1937:

«Es deber de un marido participar en las actividades nacionalsocialistas, y una esposa que causa problemas en este sentido da motivos para el divorcio. No debe quejarse si su marido dedica dos noches a la semana a la actividad política; asimismo, los domingos por la mañana no pertenecen sólo a la familia»[21]

La presión del régimen no favorece la cohesión familiar. Los jóvenes han de enrolarse obligatoriamente, por periodos largos de tiempo, en servicios y campos de adoctrinamiento de carácter militar, laboral o social, y los adultos deben afrontar el aumento de horas extraordinarias y los turnos de noche en aras de mejorar la producción.

La formación que un menor recibe en casa, es controlada de manera estricta desde las delegaciones de Juventud. La sola sospecha de un niño criado en una atmósfera familiar inconformista supone la inmediata solicitud ante el tribunal tutelar de menores de una orden de traslado hasta un hogar «políticamente de confianza[22]».

Por otro lado, no todas las uniones son fértiles –una de cada tres en Berlín–. Un «desperdicio genético», según una comisión para asuntos eugenésicos integrada por portavoces del partido y abogados, que desaconseja su mantenimiento habida cuenta de que los mismos individuos con otras parejas pueden resultar fértiles.

Esa y otras cuestiones motivan la reforma de la ley del divorcio que en 1938 redacta el doctor Gürtner, Ministro de Justicia. En ella se catalogan las razones que avalan su concesión: el adulterio, la negativa a la procreación, la conducta deshonrosa o inmoral, el desequilibrio, la enfermedad contagiosa grave, una separación de tres años y… la esterilidad, salvo que antes se hubiese concebido o adoptado un hijo.

 

Mujer y genocidio

 

 

La propagación del antisemitismo se inicia a finales del siglo XIX y experimenta un crecimiento espectacular con el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. El congreso anual del partido celebrado en Núremberg en 1935 establece los principios que avalarán el posterior desarrollo legislativo. La Ley de la ciudadanía del Reich cataloga a los alemanes como «ciudadanos» y a los judíos como «residentes», y la Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes prohíbe el matrimonio, cohabitación o relación sexual entre unos y otros. La decisión del llevar la diferencia hasta el exterminio del pueblo judío, la «solución final», que se justifica en la lucha contra la supuesta degeneración moral, cultural y económica semita, se toma durante el verano/otoño de 1941 y alcanza su punto álgido en la primavera de 1942 con Heinrich Himmler[23]. Con anterioridad, en discurso pronunciado el 30 de enero de 1939 en el Parlamento, Hitler había afirmado:

«Durante la época de mi lucha por el poder, fue en primer lugar la raza judía la que no hizo sino recibir a carcajadas mis profecías cuando dije que algún día asumiría la dirección del Estado y, con ella, la de toda la nación, y que entonces, entre muchas otras cosas, resolvería el problema judío. Sus carcajadas fueron escandalosas, pero creo que, de un tiempo a esta parte, ya solo ríen por dentro. Hoy seré profeta una vez más: si los financieros judíos internacionales de Europa y de fuera de ella logran sumir de nuevo a las naciones en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y, por lo tanto, la victoria de los judíos, sino la aniquilación de la raza judía en Europa»[24].

Así comienza el traslado masivo de población judía a los campos de concentración y exterminio, contexto en el cual la mujer semita se ve particularmente afectada de trato deshumanizado, violento y vejatorio dentro y fuera de los centros de exterminio. Su cuerpo se erige en símbolo de conquista y dominación y sufre agresiones y humillaciones de todo tipo, incluido el sexual. La geografía alemana se puebla de campos de internamiento donde terminan las personas «nocivas» para el régimen nazi. Declarada la Segunda Guerra Mundial, se despliegan también por los territorios ocupados. La jerarquización racial ubica a la mujer judía en la posición más baja entre los iguales dentro de esos campos de exterminio. Desempeñan los trabajos más duros y se encuentran indefensas frente a la violencia psicológica y sexual ejercida por miembros de las SS y de otros prisioneros. Ninguna acción es gratuita. El corte de cabello generalizado las despersonaliza y la separación de los hijos les arrebata la función esencial que el discurso nacionalsocialista considera en la femineidad: la maternidad.

La mujer no aria carece de valor más allá de su consideración como fuerza de trabajo barata, en tanto que su fortaleza física no es vencida por carencias y penalidades, o su utilización como sujeto idóneo de experimentación médica. La esterilización, amparada en supuestos experimentos científicos, es, sin duda, la manifestación más severa de esa violencia sexual. A iniciativa de Heinrich Himmler, y desde 1941, se generalizan en los campos ensayos médicos, siempre en mujeres y niñas, dirigidos a frenar la reproducción de manera rápida y efectiva. Operaciones quirúrgicas, radiaciones, tratamientos hormonales y químicos…, se practican por miles cada día. A destacar la solución del profesor de ginecología Carl Clauberg que propone un método rápido y barato, capaz de impedir la reproducción sin debilitar el cuerpo, de este modo, la intervenida puede continuar realizando el trabajo que tiene asignado. Sustituye la intervención quirúrgica por la introducción de un compuesto cáustico en las Trompas de Falopio que produce una severa inflamación. El fármaco sella así los conductos y produce infertilidad permanente.

Otra línea de actuación dentro de la estrategia anti reproductiva es la generalización de los abortos forzados para las «razas inferiores». Las intervenciones abortivas, prohibidas y castigadas para las mujeres arias libres de enfermedades hereditarias, son actividad habitual en los campos para minimizar los efectos de las violaciones o no devaluar la fuerza de trabajo de las mujeres.

Aunque las leyes emanadas del congreso de Núremberg prohíben toda relación sexual entre alemanes y mujeres judías, se generalizan en los confinamientos. En alguna ocasión, la aceptación de los abusos, constituyen una garantía de supervivencia para las más jóvenes que acceden así a comida, ropa u objetos de higiene, aunque siempre bajo la amenaza de que el hecho se haga público.

Los Sonderbauten

Son burdeles dirigidos a satisfacer las necesidades sexuales de prisioneros de alto rango. El primer Sonderbauten se constituye en Mauthausen con la intención de incrementar la actividad extractiva de su cantera, ofreciendo a los prisioneros más eficientes la posibilidad mantener relaciones sexuales con las reclusas. La oferta se abre también a los guardianes de las SS. La idea se generaliza como incentivo en todas las instalaciones de trabajos forzados. Las mujeres que han de ejercer de prostitutas son seleccionadas entre las más jóvenes y sanas bajo promesa de liberación, incumplida siempre, en seis meses. En cualquier caso, esa salida es contemplada por muchas como única alternativa a las cámaras de gas. El testimonio de aquellas que se vieron obligadas a vivir ese infierno es desgarrador.

«Cada noche teníamos que dejar que los hombres se pusieran encima de nosotras durante dos horas. Esto significa que podían entrar en el barracón, estar con nosotras… Teníamos un baño con varios lavabos… nos lavábamos, entrabamos en la enfermería donde cada noche nos ponían una inyección y después entraba el primer prisionero, y luego el segundo y así… sin parar. Cada prisionero sólo podía estar un cuarto de hora. Cada mujer recibía por día entre diez y veinte hombres. Los guardianes de las SS nos vigilaban a través de pequeños agujeros en las puertas»[25].

Posiblemente sean los Sonderbauten el paradigma de la violencia vivida en los campos y de los extremos hasta dónde puede llegar el ser humano sometido a ella para asegurar la supervivencia un día más, hasta que su decisión alcanza la consideración de estrategia de vida.

 

Bibliografía

 

Beteta Martín, Yolanda (2012).  «La feminidad normativa y la violencia sexual en el III Reich. La deconstrucción de las identidades femeninas y la explotación sexual de las mujeres en los campos de concentración y exterminio», El Futuro del Pasado, n.º 3, páginas 107-135.

Bock, Gisela (1993). «Políticas sexuales nacionalsocialistas e historia de las mujeres» en Duby, George y Michelle Perrot, Historia de las mujeres en occidente. Tomo siglo XX, Taurus, Madrid, páginas 170-201.

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Garrido Caballero, Magdalena y Carmen González Martínez (2012). «Mujeres bajo regímenes totalitarios. Discursos y políticas de sumisión, discriminación, y terror», Anuario Hojas de Warmi, n.º 17, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia.

Goebbels, J. (1934). Deutches Frauentum. 25. Discursos seleccionados de Joseph Goebbels. German Propaganda Archive. Munich, páginas 118-126

Grunberger, Richard (1976). Historia Social del III Reich, Destino, Barcelona.

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Kershaw, Ian (2004), La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación, Siglo XXI, Buenos Aires.

Kershaw, Ian (2009). Hitler, los alemanes y la Solución Final, La Esfera de los Libros, Madrid.

Koonz, Claudia (2005). La conciencia nazi. La formación del fundamentalismo étnico del III Reich, Paidós, Barcelona.

Lengyel, Olga (2011). «La llamada a lista y las seleccionadas», Los hornos de Hitler, Emecé, Buenos Aires, páginas 97-103.

Lozano, Álvaro (2008). La Alemania nazi, Marcial Pons, Madrid

Ocampo, Silvina Andrea (2013). «El rol de la mujer bajo el nazismo», XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.

Pazos Polo, Clara y David Polo Serrano (2019). «La figura de la mujer en el nazismo», en Feminismo, investigación y comunicación: una aproximación plural a la representación de las mujeres, coord. por Bianca Sánchez Gutiérrez, Egregius Ediciones, Sevilla, páginas. 85-107.

Reich, Wilhelm (1973). La psicología de masas del fascismo, Roca ediciones, México.

Rosado Orquín, Amalia (2018). «La cosificación de las mujeres como instrumento de una ideología perversa: los cuerpos del fascismo», Asparkía, n.º 33.

Wistrich, Robert S. (2002). Hitler y el Holocausto, Mondadori, Barcelona.

 



[1] Münchner Neueste Nachrichten (Munich, últimas noticias), de 14 de junio de 1935.

[2] Schiüarzes Korps (El observador nacional), de 15 abril 1937.

[3] Grunberger, Richard (2007), página 269.

[4] Ver Kershaw, 2004.

[5] Primer discurso de Joseph Goebbels como ministro para la Ilustración Pública y Propaganda. Ver Goebbels, 1934.

[6] Ver Claudia Koonz (2005).

[7] Ver Hitler (2016).

[8] Ver Olga Leygel (2011).

[9] Alfred Rosenberg, Comisario para la Supervisión de la Educación Intelectual e Ideológica del NSDAP.

[10] Bock (1993), página 172. Citado por Amalia Rosado Orquín (2018), página 191.

[11] Citado en Clara Pazos Polo y David Polo Serrano (2019), páginas 91 y 92.

[12] Ver Yolanda Beteta Martín (2012).

[13] Ver Richard Grunberger (1976), página 263.

[14] Fecha de cumpleaños de la madre de Hitler.

[15] Ver Reichsgesetzblatt, Boletín del Ministerio de Justicia del III Reich, de 24 de diciembre de 1938.

[16] Garrido y González (2012), página 16.

[17] Ver Claudia Koonz (2005).

[18] Doctor Kurt Rosten, en Dietrich Strothmann (1960). Nationalsozialistische Literaturpolitik, Bonn, página 410. Citado por Richard Grunberger (1976), página 270.

[19] Deutsche Frauen an Adolf Hitler (1934), Leipzig. Ver en Richard Grunberger (1976), página 275.

[20] Leonora Kühn en Deutsche Frauen an Adolf Hitler (1934), Leipzig. Ver en Richard Grunberger (1976), página 275.

[21] Richard Grunberger (1976), página 257.

[22] Ver Richard Grunberger (1976), página 259.

[23] Ver Ian Kershaw (2009), página 151.

[24] Ver Wistrich, Robert S. (2002), página 122.

[25] Citado en Yolanda Beteta Martín (2012), páginas 128 y 129.


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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