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ESPAÑOLES A LOS LOBOS

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«Ponerse una piedra en lugar del corazón y arrojar un millón de españoles a los lobos»

 

«Ponerse una piedra en lugar del corazón y arrojar un millón de españoles a los lobos»


La versión española de la crisis de fin de siglo se caracteriza por centrar su interés en el debate acerca de la identidad hispánica, su filosofía y sus creencias personales. La polarización de los diferentes puntos de vista endurece la discusión y dificulta la posibilidad de asimilar ideario y tradición en una nueva idea de España y su objetivo de vida. Unos y otros se mueven por el mismo motivo que lleva a Unamuno a gritar: «Me duele España».

Políticos e intelectuales se afanan por encontrar las razones que justifican la penosa situación vivida por la patria en 1898. ¡Hay que reestructurar el catálogo de valores sociales y morales! Éstos culpan a la degeneración y pérdida de los principios ancestrales que convirtieron al país en una potencia imperial; aquellos, en cambio, con los ojos fijos en Europa, claman por su renovación.

La vida cotidiana, aun en sus aspectos más nimios, se analiza con detenimiento y se cuestiona organización política, educación y la personalidad del español en relación a su trabajo, desidia, picardía, ignorancia..., y ¡hasta su modo de contar la Historia! El origen del desastre hay que buscarlo en quienes asumen parcelas de gobierno, en la moralidad o inmoralidad que desborda cualquier hecho social, en el olvido de los valores familiares, en la irrupción del nuevo concepto de «sociedad de masas»…

Se acusa a las ciencias experimentales de escasa presencia en las aulas universitarias, y al conocimiento de ser un lujo patrimonio exclusivo de la «clase ociosa» que es exhibido con orgullo en los salones y fiestas de sus casas.

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra1.


La ignorancia, el orgullo y la confianza en la mano protectora de Dios que ha acompañado siempre en la batalla, aparece en la base del desastre. Valores como honor, honra, honradez, fama, se defienden en ámbitos de fuerte enraizamiento católico, mientras se cuestionan en aquellos más imbuidos del espíritu protestante que sobrevuela Europa. La Historia no puede centrarse en los héroes, sino en los pueblos. Son ellos, con su trabajo y formación puestos al servicio del cambio, quienes la escriben. Véase reflejado lo anterior en el diálogo que imagina Azorín2:

«–Un patriota: ¡Salvemos el honor! ¡Viva la patria honrada! Hay que ir a la guerra con los Estados Unidos… ¡Arriba la gloriosa bandera de Pavía y de Bailén!
–Un hombre práctico: Esa guerra sería una gran desgracia. El soldado español es el más valiente de todos los soldados. Llevad al infante alemán a la manigua y no resistirá dos días de fatiga… Pero no tenemos dinero, no tenemos barcos. ¿Cómo vamos a pelear con nación tan poderosa?
–Un patriota: ¡Moriremos con gloria!
–Un hombre práctico: ¡Insensatez! Las naciones no son grandes por sus victorias o por sus derrotas; son grandes por su trabajo, por su industria, por su comercio, por sus artes.
–Un patriota: Sufrir las imposiciones de ese pueblo es una vergonzosa humillación. Hay que contestar a la osadía con arrogancia, a la injuria con el golpe. Antes la derrota que el deshonor. Antes la ruina que la afrenta.
–Un hombre práctico: No hay deshonra en la justicia; no hay afrenta en la prudencia. Reconocer el derecho no es humillante.
–Un patriota: Vencidos o triunfadores, seremos ante el mundo un pueblo heroico. Quien defiende su honor con energía es digno de universal respeto. Los débiles son grandes por su voluntad, no por sus fuerzas.
–Un hombre práctico: Quijotismo es arrojarse a empresas de punto de honra arriesgando en ello hacienda y vida. No son como los hombres los gobiernos; toman aquéllos sobre sí la consecuencia de sus acciones; caen las de éstos sobre gentes que sosegadamente viven sin curarse de maravillosas aventuras.
–Un patriota: ¡Cobardía!
–Un hombre práctico: ¡Virtud!
–Un patriota: ¡Viva el honor!
–Un hombre práctico: ¡Viva el trabajo!»

Todos los intelectuales participan de esta dinámica. Y su debate propicia la consolidación de un nuevo género literario:

«Unamuno y Ganivet introdujeron el puro ensayismo en la España de fin de siglo, acontecimiento literario este que también merece mención, pues no carece de relevancia. El ensayo ha sido un género literario adoptado definitivamente tras ellos en este lado de los Pirineos. Y cabe afirmar que es el género literario característico del siglo XX. Ambos hacen literatura con las ideas. “Hacen consistir la literatura principalmente en “opinar,” dirá Ortega y Gasset que elogia “la ampliación gigante que representan del horizonte ibérico” […]. Unamuno y Ganivet gozan de una faceta mística y cristiana, aun dentro de su heterodoxia, que resulta innegable […]. En el Idearium Ganivet habla del Cristo histórico con emoción, como Ideal de la humanidad y considera que el alma de España es esencialmente cristiana. Lo cierto es que siempre navegó entre el racionalismo positivista de la época y el misticismo cristiano que llevaba dentro de sí porque tenía un temperamento profundamente religioso»3.


Siguen un controvertido un fragmento del controvertido Idearium citado por Mercedes Gordón, que incluye la frase que da título a esta introducción, y la alusión que a la misma hace Unamuno en El porvenir de España:

Idearium español

 

«Sería, pues, muy fecundo y en ninguna manera peligroso, romper la unidad filosófica. El espíritu español ha sido sometido a las más formidables presiones que hayan sido inventadas por el exclusivismo más fanático; y ese espíritu, en vez de rebelarse, ha reconocido ser él mismo el juez y el criminal, la víctima y el verdugo, y ha llegado por espontáneo esfuerzo mucho más allá de donde debía de llegar por la coacción.
»Escrita está la Historia de los heterodoxos españoles por Menéndez y Pelayo, un español de criterio tan amplio y generoso, que hubiera sido capaz de hacer estricta justicia hasta a los herejes más empedernidos, si por acaso hubiera topado con algunos en sus investigaciones. Pero no haya temor; en España no hay un hereje que levante dos pulgadas del suelo. Si alguien ha querido ser hereje ha perdido el tiempo, porque nadie le ha hecho caso.
»Si en muchos asuntos de la vida el hombre ha menester del concurso de la sociedad, en las sectas es de tal punto decisivo, que la importancia de una disidencia religiosa, más que por el fondo doctrinal, se mide por el número de sus adeptos. España se halla fundida con su ideal religioso, y por muchos que fueran los sectarios que se empeñasen en «descatolizarla» no conseguirán más que arañar un poco la corteza de la nación.
»Pero después de varios siglos de silencio se ha tomado miedo a la voz humana, y se carece de tacto para apreciar las palabras por su valor, no por el miedo que mueven; y apenas se da alguna libertad a los espíritus díscolos e indisciplinados, sobreviene una grandísima inquietud; no se quiere comprender que la importancia de lo que dicen no está en lo que dicen, sino en la excitación que producen a quien los escucha.
»Acostumbrados a conservar la unidad de la doctrina por medio de la fuerza, duele ahora pelear para conservarla mediante el esfuerzo intelectual; como si no fuera cierto que la fuerza destruye, a la vez que las opiniones disidentes, la fe misma que se pretende defender. Uno de los errores que con más apariencia de verdad corren por el mundo es que las naciones adheridas a la Reforma han llegado a adquirir mayor cultura, mayor prosperidad, mayor influencia política que las que han permanecido fieles al catolicismo.
»Yo he vivido varios años en Bélgica y puedo decir que es una nación tan adelantada como la que más en todos esos órdenes de cosas en que hoy se hace consistir la civilización (en la que por desgracia se concedo más importancia a los kilómetros de ferrocarril que a las obras de arte); y Bélgica es una nación católica, más católica en el fondo que España. Pero en Bélgica hay otras confesiones y hay además fuertes agrupaciones anticatólicas; los católicos tienen que estar atentos y vigilantes, tienen que luchar y luchan con tanto ardor como en los tiempos del duque de Alba.
»La flaqueza del catolicismo no está, como se cree, en el rigor de sus dogmas, está en el embotamiento que produjo a algunas naciones, principalmente a España, el empleo sistemático de la fuerza. Cuanto en España se construya con carácter nacional, debe de estar sustentado sobro los sillares de la tradición. Eso es lo lógico y eso es lo noble, pues habiéndonos arruinado en la defensa del catolicismo, no cabría mayor afrenta que ser traidores para con nuestros padres y añadir a la tristeza de un vencimiento, acaso transitorio, la humillación de someternos a la influencia de las ideas de nuestros vencedores; mas por lo mismo que esto es tan evidente, no debe de inspirar temor ninguno la libertad.
»Hoy no puede haber ya herejías, porque el exceso de publicidad, aumentando el poder de difusión de las ideas, va quitándoles la intensidad y el calor necesarios para que se graben con vigor y den vida a las verdaderas sectas. Los que pretenden ser reformadores no pueden crear nada durable; pronto se desilusionan y concluyen por aceptar un cargo público o un empleo retribuido; y estas concesiones no son del todo injustas, porque les recompensan un servicio útil a la nación, el de excitar y avivar las energías genuinamente nacionales, adormecidas y como momificadas. De ellos pudiera decirse que son como las especias; no se las puede comerá todo pasto; pero son utilísimas cuando las maneja un hábil cocinero. Si hubiera modo de traer a España algunos librepensadores mercenarios y varios protestantes de alquiler, quizás se resolvería la dificultad sin menoscabo de los sentimientos españoles; pero no siendo esto posible, no hay más solución que dejar que se formen dentro de casa y tolerarlos y hasta si es preciso, pagarlos.
»Siendo yo niño leí el relato horripilante de un suceso ocurrido en uno de estos países cercanos al Polo Norte, a un hombre que viajaba en trineo con cinco hijos suyos. El malaventurado viajero fue acometido por una manada de hambrientos lobos que cada vez le aturdían más con sus aullidos y le estrechaban más de cerca, hasta abalanzarse sobre los caballos que tiraban del trineo; en tan desesperada situación tuvo una idea terrible: cogió a uno de sus hijos, el menor, y lo arrojó en medio de los lobos; y mientras éstos, furiosos, excitados, se disputaban la presa, él prosiguió velozmente su camino y pudo llegar a donde le dieran amparo y refugio.
»España debe de hacer como aquel padre salvaje y amantísimo, que por algo es patria de Guzmán el Bueno que dejó degollar a su hijo ante los moros de Tarifa. Algunas almas sentimentales dirán de fijo que el recurso es demasiado brutal; pero en presencia de la ruina espiritual de España, hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar, aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojamos todos a los puercos»4.

Carta I de Unamuno a Ganivet

 

»Espero no haya usted dado a completo olvido, amigo y compañero Ganivet, aquellas para mí felices tardes de junio de 1891, en que trabamos unas relaciones demasiado pronto interrumpidas, mucho antes, sin duda, de que llegásemos a conocernos uno a otro más por dentro. Débole por mi parte confesar que, al volver al cabo de los años a saber de usted y al conocerle de nuevo en sus escritos, me he encontrado con un hombre para mi nuevo, y de veras nuevo, un hombre nuevo, como los que tanta falta nos hacen en esta pobre España, ansiosa de renovación espiritual.
»Su Idearium español, ha sido una verdadera revelación para mí. Al leerle, me decía: “Torpe de mí, que no le conocí entonces… éste, éste es aquél que tales cosas me dijo de los gitanos una tarde en el café, en libre charla”.
»Esa libre y ondulante meditación del Idearium, merece, en verdad, no haber despertado en España ni los entusiasmos ni las polémicas que obra análoga hubiese provocado en otro país más dichoso, ¡y lo merece así! por la misma merced, por la que mereció abandonar la vida sin haber recibido el premio a que se había hecho acreedor aquel Agatón Tinoco, cuya muerte tan hermosamente usted nos narra. Vale más que su obra haya entrado a paso tan quedo que no el que hubiese hecho rebrotar a su cuenta el centón de sandeces y simplezas aquí de rigor en casos tales.
»El Idearium se me presenta como alta roca a cuya cima orean vientos puros, destacándose del pantano de nuestra actual literatura, charca de aguas muertas y estancadas de donde se desprenden los miasmas que tienen sumidos en fiebre palúdica espiritual a nuestros jóvenes intelectuales. No es, por desgracia, ni la insubordinación ni la anarquía lo que, como usted insinúa, domina en nuestras letras; es la ramplonería y la insignificancia que brotan como de manantial de nuestra infilosofía y nuestra irreligión, es el triunfo de todo género que no haga pensar.
»En tal estado de cosas, al contacto espiritual con obras tales como su Idearium, se fortifica en el ánimo el santo impulso de la sinceridad, tan cohibida y avergonzada como anda por acá la pobre. Porque entre tantos prestigios de que según dicen necesitamos con urgencia, nadie se acuerda del prestigio de la verdad, ni nadie se para tampoco a reflexionar en que nunca es una verdad más oportuna que cuando menos lo parezca serlo a los que de prudentes se precian y se pasan. En este sentido no conozco en España hombre más oportuno que el señor Pí y Margall. Espera a que la muela le duela para recomendar su extracción.
»Oportunísimo es ahora ese su libro de honrada sinceridad, ese valiente Idearium en que afirma usted que «en presencia de la ruina espiritual de España hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar, aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos».
»Sí, como usted dice muy bien, España, como Segismundo, fue arrancada de su caverna y lanzada al foco de la vida europea, y «después de muchos y extraordinarios sucesos, que parecen más fantásticos que reales, volvemos a la razón en nuestra antigua caverna, en la que nos hallamos al presente encadenados por nuestra miseria y nuestra pobreza, y preguntamos si toda esa historia fue realidad o fue sueño». Sueño, sueño y nada más que sueño ha sido mucho de eso, tan sueño como la batalla aquella de Villalar, de que usted habla, y que según parece no ha pasado de sueño, y si la hubo, no fue en todo caso más batalla que la de Cavite, que de tal no ha tenido nada.
»No está mal que soñemos, pero acordándonos, como Segismundo, de que hemos de despertar de este gusto al mejor tiempo, atengámonos a obrar bien.

«Pues no se pierde el hacer bien ni aun en sueños».
»Hay otro hermoso símbolo de nuestra España, moribunda, según Salisbury, y es aquel honrado hidalgo manchego Alonso Quijano, que mereció el sobrenombre de Bueno, y que al morir se preparó a nueva vida renunciando a sus locuras y a la vanidad de sus hazañosas empresas, volviendo así su muerte en su provecho lo que había sido en su daño.
»Pero de esto y de la necesaria muerte de toda nación en cuanto tal, y de su más probable transformación futura, diré lo que me ocurra en otro capítulo.
»Para él dejo la tarea de exponer con entera sinceridad las reflexiones que a su preñado Idearium me ha sugerido acerca del porvenir de los pueblos apremiados en naciones y estados y acerca del porvenir de nuestra España, sobre todo. Empezaré por D. Quijote»5.

 

1. Antonio Machado: A orillas del Duero.

 

 


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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