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DISEÑO Y PROPAGANDA DURANTE LA I GUERRA MUNDIAL

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El Diseño Gráfico

 

 

El origen del diseño gráfico, como se concibe en la actualidad, se suele situar en el intento modernista de fusionar arte y vida en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX.  Genios como Alfons Mucha, Charles Rennie Mackintosh o Peter Behrens, trabajan varias disciplinas.

En 1919, el arquitecto Walter Gropius, quien colabora con Behrens en Munich durante tres años, funda en Weimar (Alemania), la «Escuela Bauhaus», nombre que deriva de la unión de las palabras alemanas «Bau», construcción y «Haus», casa, que, en pocos años, superar la función de la enseñanza y se convierte en la primera escuela de diseño del siglo XX y en un movimiento artístico referente internacional de la arquitectura, el arte y el diseño. Nacida de la unión de la Escuela de Bellas Artes con y la escuela de Artes y Oficios se incorpora a los movimientos vanguardista de enorme influencia en los ámbitos culturales que siguen a la Primera Guerra Mundial.

El movimiento «Bauhaus» trata de unir todas las artes estableciendo un modelo estético para cualquier ámbito de la vida cotidiana. Por primera vez, el diseño industrial y gráfico se considera una profesión y se establecen las bases normativas y los fundamentos académicos hoy vigentes. La Bauhaus es sinónimo de modernidad, de colores primarios, nuevas concepciones del espacio y de la forma e integración de las artes.

Al mismo tiempo que en Alemania se crece la «Bauhaus», en Francia y otros países se desarrolla el «Art Decó» que destaca los trazos simples y rectilíneos en armonía con una estética plana.

El estallido de la Gran Guerra estimula esta deriva artística. La Primera Guerra significa la transición, el punto de inflexión entre el antes y el después en la historia del diseño gráfico. El Fauvismo aporta su manera de emplear el color, y la necesidad perentoria de los gobiernos por movilizar y manipular a las masas, la motivación. La conjunción de ambas fuerzas queda reflejada en los carteles de guerra, políticos o de propaganda, de la época.

Otra aportación importante en este terreno se debe a los rusos y a su empleo de las bases gráficas del Constructivismo que con sus imágenes y bloques sólidos de color animan a la revolución.

 

La propaganda

 

Violet Edwards define el concepto de propaganda en estos términos: «propaganda es la expresión de una opinión o una acción por individuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros individuos o grupos para unos fines determinados y por medio de manipulaciones psicológicas».

A este conjunto de actividades de propaganda de guerra se la denomina también «guerra psicológica», entendida como «El uso planificado de  propaganda y otras acciones orientadas a generar opiniones, emociones, actitudes y  comportamientos en grupos extranjeros, enemigos, neutrales y amigos, de tal modo que apoyen el cumplimiento de fines y objetivos nacionales[1]».

Los conocimientos sociológicos y psicológicos desarrollados hasta el comienzo de la contienda son aplicados para influir en las conciencias. La Primera Guerra Mundial es pionera en el control sobre la información que se llega al público general. Las caricaturas ocupan lugar destacado en los medios de comunicación para elevar la moral de lucha, disculpar las derrotas y esconder problemas de abastecimiento. En este aspecto los aliados, mejor organizados y dominadores de las conexiones marítimas, limitadas para los alemanes por el potente bloqueo naval inglés, parten con ventaja.

Todos los Estados participantes de la Gran Guerra van utilizar la propaganda durante el transcurso del conflicto. Su orientación, finalidad y objetivos varían con el paso del tiempo para adecuarse a las necesidades específicas de los gobiernos en cada momento. Cuando el enfrentamiento es ya es una realidad, la cuestión fundamental es aportar a la sociedad las razones por las cuales esté dispuesta a luchar, matar o morir.  Para Benedict Anderson es la fraternidad el valor fundamental que el que hombres y mujeres, incluso sin conocerse personalmente, se identifican como compañeros miembros de una misma comunidad imaginada. La percepción del peligro en las puertas del Estado propio produce una exaltación del nacionalismo. La propaganda convence, encauza y dirige al individuo hacia el convencimiento de su obligación de participar, de una u otra forma, en el objetivo común de la derrota del enemigo. «La propaganda de guerra existe desde que la guerra existe […].  Quizás en tiempos de guerra o de conflicto agudo es cuando   la propaganda alcanza sus cumbres más brillantes».  

Pizarroso plantea que, al ser la guerra una actividad humana y sus sujetos los hombres cuya particularidad es su capacidad de raciocinio, una de las armas primordiales en el ejercicio de la guerra es aquella que pueda gobernar el intelecto y los sentimientos humanos. Así, junto a específicamente militares, los gobiernos se valen de la propaganda como arma de persuasión para adherir a los ciudadanos a sus planes políticos. Fotografías, reales y trucadas, y panfletos de toda clase muestran, en ambos bandos, casas quemadas, mujeres violadas o niños descuartizados, suscitando un odio generalizado contra el bando oponente a la vez sirven de reclamo y llamada a la intervención de los países neutrales.

En general, los aliados van a presentar a los imperios centrales como países sin libertades, imbuidos de militarismo y cesarismo, ellos, en cabio, son esforzados cruzados que luchan por la igualdad y la democracia. Los alemanes, que no pueden condenar valores basados en las libertades públicas, imitando a Mann[2], describen el sistema democrático como «caduco parlamentarismo de abogados», que olvida en una maraña de discusiones infructuosas los deseos y necesidades del pueblo. La libertad alemana es entendida en el sentido de entrega del individuo a la sociedad, a la Volksgemeinschaft, lo que justifica la exigencia de valores autoritarios como el cumplimiento del deber, el orden y la disciplina. Entre los recursos desarrollados se encuentran las octavillas y panfletos, incluidas en diarios o arrojadas masivamente sobre amigos o enemigos por diferentes medios, y las ediciones especiales de los periódicos, pensadas para información interior. Pero en los comienzos del siglo XX, los medios de medios de comunicación masivos, como la radio o el cine[3], aún no están lo suficientemente popularizados como para ser utilizados con fines propagandísticos, por lo que los estamentos gubernamentales volcaron todos sus esfuerzos en el cartel.

 

El Cartel político y la guerra

Desde finales del siglo XIX los carteles se habían convertido en importante medio de publicidad comercial. Toulouse-Lautrec, Chére y Mucha, dieron vida y calidad a este medio. La población se había acostumbrado a contemplar grandes anuncios en las vallas, también erigidas para cubrir edificios en ruinas. Algunas imágenes famosas, como el yankee que señala con el dedo índice «I want you…», se repetirán en la Segunda Guerra Mundial.

El general, el cartel bélico, diseñado para presentar el mensaje de forma muy visual y comprensible, incluso para el sector analfabeto de la nación, puede encuadrarse en una de estas tres categorías:

1.       Animar al alistamiento

2.       Solicitar recursos económicos

3.       Denigrar a los enemigos resaltando sus defectos y destacando los valores propios

La propaganda dirigida a la retaguardia subraya la importancia de su sacrificio y esfuerzo para alcanzar la victoria. Igual sentido tiene la que mira al exterior con el objetivo de conseguir nuevos aliados. Fundamental resultó, en este sentido, la campaña británica emprendida para hacer entrar a Estados Unidos en el conflicto, cuyo gobierno, a su vez, busca por este medio el apoyo de sus ciudadanos hacia la guerra.

Las características del enemigo son indispensables para justificar el conflicto. No importa que para demostrar su falta de humanidad haya que mentir. A través de las atrocidades perpetradas por los otros, se provocan emociones en la población, entre ellas el miedo. Así, la propaganda llega a crear verdaderos histerismos en la opinión pública[4].

Pensando en los emisores de los mensajes y descubierta la existencia de una agencia de propaganda alemana a poco de iniciada la guerra, Gran Bretaña crea su propia Oficina de Propaganda de Guerra, con sede en Londres, que dirige Charles Masterman. El reclutamiento de escritores e intelectuales que apoyen los intereses de Gran Bretaña y difundan sus ideas al resto del mundo parece tan fundamental como el alistamiento de soldados para el enfrentamiento en los campos de batalla. Por ello Masterman acude a Arthur Conan Doyle, Gilbert Keith Chesterton, Rudyard Kipling o Herbert George Wells que no duda en afirmar: «Si no acabamos con la guerra, la guerra acabará con nosotros». Situaciones parecidas se producen en todos los países beligerantes.

En Rusia, el Ejército Imperial multiplica por cinco el número de sus efectivos a poco de iniciarse el conflicto pese a que el auge cartelístico en este país se producirá luego de la revolución de 1917 con las vanguardias y la nueva estética del realismo socialista orientada hacia el fortalecimiento del nuevo sistema de gobierno soviético.

La propaganda aliada centra importantes campañas en la figura de la mujer a la que presenta como elemento esencial en el ejército interior, destacando la importancia de su esfuerzo, trabajo, sacrificio e involucramiento para ganar la guerra. Esta incorporación femenina al sistema productivo se constituirá en uno de los mayores cambios sociales consecuentes al conflicto.

Si bien los temas tratados son los mismos, la estética de los carteles en los imperios alemán y austrohúngaro difiere de la utilizada por los países aliados. Los carteles alemanes utilizados durante la guerra van a adoptar el estilo del Plakatstil creado en 1906 por Ludwig Bernhard cuya particularidad era la representación directa y sintética de los objetos, un mensaje claro, la tipografía utilizada y el uso del cromatismo[5]. Si bien están presentes las figuras femeninas son predominantes los hombres en el centro de la imagen con armas y objetos de trabajo en sus manos.

Pizarroso expone hasta cinco técnicas fundamentales de la propaganda política: la orquestación, el contagio o unanimidad, la trasfusión, la contra-propaganda, la simplificación y la desfiguración o engrandecimiento.

La orquestación consiste en transmitir el mensaje a través de distintos vehículos, noticias de prensa, carteles, obras de teatro, películas, lecciones magistrales en colegios, sermones, conferencias… La trasfusión fomenta un mensaje basado en unos sustratos preexistente: en una mitología nacional, o en las fobias y filias comunes y tradicionales. La contra-propaganda se dirige a anular los efectos del discurso enemigo subrayando supuestas falsedades e inexactitudes, de este modo la población civil duda y la desmoralización cunde entre la combatiente…

El cartel de guerra se caracteriza pues, por la simplificación y deformación del mensaje. El enemigo es cruel y nuestro país, defensor de libertades y derechos, no puede permitirlo. Nuestro soldado es un héroe y el militar contrario un monstruo capaz de las mayores atrocidades.  En algún caso se llega a animalizar al enemigo al extremo de mostrarlo como un primate. 

La propaganda de la atrocidad, «atrocity propaganda», altamente significativa en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, se sirve de masacres, mutilaciones y maltratos para provocar emociones, especialmente el miedo. Los carteles se convierten en metáforas del terror que constituyeron el argumento movilizador para apoyar la guerra. Bernays destaca que los «manipuladores de la opinión patriótica», utilizan los estereotipos para provocar la reacción pretendida en las masas a las que se dirige y combina emoción y estereotipo.

El amor familiar y la ternura, es otro instinto usado en los carteles. Las imágenes utilizadas establecen una identidad entre patria y familia. El soldado es el protector de los débiles, de las mujeres, de los niños…

El grafismo de estos carteles busca el impacto inmediato en el espectador. En su gama de color predominan los tonos oscuros, más dramáticos, y los textos suelen ser muy cortos. La composición general incluye sólo los elementos imprescindibles con objeto de minimizar cualquier riesgo de la distracción. En aquellos cuya finalidad es la financiación bélica, el soldado, o la víctima, se dirige directamente al espectador para solicitar de él la compra de bonos de guerra.

A modo de conclusión

 

Arthur Ponsonby, político británico, pacifista, escritor y activista social, en su libro publicado en 1928, La falsedad en tiempo de guerra: Las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial, afirma que «cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima», y concreta en diez puntos lo que llama «decálogo de la propaganda de guerra»:

1.       Nosotros no queremos la guerra

2.       El enemigo es el único responsable de la guerra

3.       El enemigo es un ser execrable

4.       Pretendemos nobles fines

5.       El enemigo comete atrocidades voluntariamente.  Lo nuestro son errores involuntarios

6.       El enemigo utiliza armas no autorizadas

7.       Nosotros sufrimos pocas pérdidas. Las del enemigo son enormes

8.       Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa

9.       Nuestra causa tiene un carácter sagrado, divino, o sublime

10.   Los que ponen en duda la propaganda de guerra son unos traidores.

 

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BIBLIOGRAFÍA

ANDERSON, B. (1993). Comunidades imaginadas. México: Fondo de Cultura Económica.

BACCHIEGA, J. (2014). «La propaganda gráfica como arma psicológica en el transcurso de la Gran Guerra». Revista Relaciones Internacionales, número 47. Instituto de Relaciones Internacionales – Universidad Nacional de la Plata.

BERNAYS, E. (2000). Cristalizando la opinión pública. Barcelona: Ediciones Gestión 2000.

BERNAYS, E. (2008). Propaganda. Madrid: Melusina.

BROWN, D. (1984). «Government Public Affaires. Its Own Worst Enemy», en Public Relations Quarterly, nº 26, Spring term.

González Romero, E. (2013). La Primera Guerra Mundial en el cine: el refugio de los canallas. Madrid: T&B Editores. 

PIZARROSO, A. (1993). Historia de la propaganda. Madrid: Ediciones de la Universidad Complutense. 

Schulze Schneider, I. (2013). «Los medios de comunicación en la Gran Guerra». Historia y Comunicación Social. Vol. 18:15-30



[1] Daugherty, W.E. y Janowitz, M. (eds.), A Psychological Warfare Casebook, Baltimore (MD), The John Hopkings University Press, 1958, p.2 

[2] Thomás Mann, Observaciones de un hombre apolítico. 1918.

[3] Junto a esta explosión de imágenes y fotografías los ejércitos empiezan a crear secciones cinematográficas. Se contrata y se lleva al frente de batalla a profesionales a los que, en ocasiones, se otorga rango de oficial, con la misión de documentar en el nuevo soporte todo aquello que ofrezca una visión favorable de la potencia, material y moral, del ejército propio. Desde el entorno prebélico de 1910, los productores de películas estadounidenses y franceses, ya habían tomado conciencia del potencial manipulador de la nueva industria del cine y actúan en consecuencia ridiculizando de manera inmisericorde costumbres y personajes germanos.

[4] Pizarroso, 1993: 249

[5] Los carteles de estilo Plakatstil son fácilmente reconocibles por la ausencia de ornamentos y datos superfluos. Se centra de manera exclusiva en la imagen o idea que pretende transmitir y que convive de manera armónica con el texto que la acompaña. Su fondo es peno, preferentemente monocromático.

 


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Responsables últimos de este proyecto

Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado

Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica

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