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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
CAMINANDO HACIA EL DESASTRE |
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Hacia la «Gran depresión» |
Uno de los acontecimientos más importantes de la primera mitad del siglo XX por
sus consecuencias para la humanidad en general, será la crisis económica
iniciada en 1929 decisiva, sin duda, para el florecer de los fascismos que
habrán de conducir de modo irremediable hasta la Segunda Guerra Mundial. La Gran
Depresión mereció de J.M. Keynes el calificativo de «la mayor catástrofe
económica de los tiempos modernos»[1].
El periodo comprendido entre 1924 y 1929 es de enorme prosperidad con un gran
volumen de comercio internacional, de construcción y de desarrollo de nuevas
industrias. El automóvil se produce en serie y la generalización de su uso
incrementa la demanda de petróleo, acero, caucho, componentes eléctricos…,
origina nuevas profesiones, conductor de camión, mecánico, empleado de
gasolinera…, y demanda el acondicionamiento y construcción de muchos kilómetros
de carretera. La radio y el cine también movilizan masas y, con ellas, nuevas
posibilidades de negocio y empleo.
El avance científico unido a la capacidad imaginativa y creadora de la
inteligencia humana parece haber colocado definitivamente a la civilización en
la senda correcta hacia la prosperidad y la opulencia. Pero este crecimiento
presenta puntos débiles en su estructura. El sistema económico capitalista que
lo posibilita se basa en la mutua confianza y el intercambio. Gracias a los
préstamos se levantan industrias que transforman materias primas en manufacturas
con el concurso de millares de obreros. La producción resultante podrá ser
adquirida gracias a los ingresos procedentes de la venta de quienes
proporcionaron la materia prima y de los salarios de la mano de obra que
participó en su transformación. Si el trabajador percibe menos de lo que
constituye una porción equilibrada sobre los dividendos empresariales o caen los
precios de los productos básicos primeros debido a la ley de la oferta y la
demandad o a la especulación, el equilibrio se rompe. No hay mercado que absorba
los stocks ni, en consecuencia, beneficios suficientes para responder a los
créditos solicitados. Entonces, la crisis está servida.
Por otra parte, la guerra, redujo sustancialmente la extensión dedicada al
cultivo del trigo en Europa. El valor del cereal subió y muchos agricultores,
especialmente de Estados Unidos y Canadá incrementaron su producción adquiriendo
mediante hipotecas nuevas extensiones de terreno cultivable. Finalizado el
enfrentamiento, no solo se recupera la producción europea de grano, sino que la
puesta en cultivo de muchos secanos gracias a los avances de la ciencia
agronómica y la mecanización provocan una sobreproducción tal que en 1930 el
precio del trigo es el más bajo de los últimos cuatrocientos años. Algo parecido
acurre con otros productos tradicionales: algodón, cacao, café… Los compromisos
hipotecarios adquiridos no pueden cumplirse. Naturalmente se demandan otros
productos agrícolas, pero el cambio productivo está supeditado a las condiciones
climáticas, conocimiento del agricultor y nuevas inversiones de capital.
Es al final de años veinte cuando aflora esta durísima realidad oculta tras el
espejismo del crecimiento y desarrollo económico que ha vivido el mundo a lo
largo de esos años. Los desequilibrios y fracturas del sistema capitalista
desestabilizarán las relaciones entre estados y desatará rivalidades nefastas
para la convivencia y la paz. Se buscan y proponen desesperadamente nuevas
soluciones sociales, políticas y económicas no siempre bien orientadas.
Consecuente con el fuerte crecimiento generado al abrigo de la reconstrucción de
las ruinas generadas con la I Guerra Mundial, se produce una alteración del
equilibrio anterior a 1914. Francia y Alemania muy afectadas en la contienda,
entran poco a poco en recuperación, Gran Bretaña, que basa su economía en las
industrias textil y siderúrgica, sobrevive a duras penas, mientras entran en
escena dos gigantes: Estados Unidos y Japón.
La primera Gran Guerra ha favorecido a Estados Unidos de forma espectacular. Es
primer proveedor de materias primas y productos alimenticios e industriales. El
incremento del comercio convierte a la flota americana en la segunda marina
mercante del mundo. Consolida sectores industriales nuevos como la industria
eléctrica, la química, la petroquímica, la aeronáutica, el cine y la radiofonía.
El sistema energético se renueva sobre la base del petróleo y electricidad y el
taylorismo y el fordismo revolucionan los modos y maneras organizar trabajo y
producción. Las empresas se asocian para minimizar competencias… Solo la
agricultura vive un crecimiento más moderado. Los precios agrícolas se mantienen
por debajo de los precios industriales. Muchos campesinos se ven en la necesidad
de vender sus tierras y marchar a la ciudad.
Los primeros síntomas de lo que depara el futuro se observan en otoño de 1928.
Su origen está también en los Estados Unidos. Aquí, la recesión comienza en
junio de 1929, pero lo que es tomado como propio de un ciclo económico habitual,
agudiza su gravedad, se prolonga en el tiempo y provoca el crac de la bolsa de
valores en 1929, la crisis financiera de 1931 y solo toca fondo en la primavera
de 1933. Los factores que más contribuyen a esta situación son la agricultura,
determinados sectores industriales obsoletos y el sistema monetario
internacional. El «jueves negro», 24 de octubre de 1929 quiebra el mercado de
valores de Nueva York. Estados Unidos, y el mundo, entran en un prolongado
periodo de deflación. Cae la producción, se acumulan los stocks, aumenta
masivamente el desempleo, el comercio internacional se contrae y cae a pedazos
el sistema de pagos internacional. Los precios bajan más que la producción. La
caída de la cotización de alimentos y materias primas es mayor que en las
manufacturas.
Los productores y exportadores de bienes primarios han de limitar la importación
de productos elaborados y se ven obligados a suspender pagos de deuda externa
originando una severísima contracción de la demanda que la economía
internacional[2].
En consecuencia, las tasas de paro alcanzan cifras exageradas. El desempleo de
larga duración significa una vida cargada de penalidades y estrecheces que
empuja a los parados hasta los centros de asistencia y caridad como única vía de
supervivencia.
El sistema financiero internacional y los flujos de capital se convierten en otra fuente de inestabilidad y discordia entre las naciones. La financiación del gasto bélico por el recurso de la creación monetaria ha obligado a suspender el patrón oro en los países beligerantes, excepto en Estados Unidos. La inflación que ello genera persiste en la posguerra y contribuye a la destrucción de algunas divisas. La vuelta al oro es, en muchos casos, premisa esencial para la reconstrucción económica. Una conferencia internacional celebrada en Génova en 1922 fija las bases para la restauración del patrón oro: convertibilidad, bancos centrales independientes, disciplina fiscal, apoyo condicionado a los países en dificultades y cooperación entre los bancos centrales[3].
Pero el dorado metal escasea y está mal repartido. Por
eso se autoriza completar las reservas de oro con divisas. Eso no propicia un
buen funcionamiento. Los problemas de competitividad de las exportaciones, la
elección de tipos sobrevalorados, las desconfianzas respecto a asuntos de
política fiscal y, en el caso de Alemania, el peso de las reparaciones de
guerra, fijadas en oro, generan una gran incertidumbre y problemas. Estados
Unidos llamado a cumplir la función de fuente fundamental de crédito, recorta su
papel cuando en 1922 se aprueba el arancel Fordney-McCumber que interrumpe el
proyecto comercial aperturista del Presidente Wilson.
La entidad de los problemas a lo que se enfrentan las finanzas internacionales
se visualizan en torno a 1930. Se deprecia el valor de las carteras e incrementa
la morosidad de los deudores. Los bancos, acuciados por su necesidad de
liquidez, reclaman la amortización de los créditos. En noviembre surge la
primera oleada de quiebras bancarias que arrastra al Bank of United States de
Nueva York pese a su solvencia[4].
En marzo de 1933 han desaparecido cuatro de cada diez bancos.
En Europa las cosas no marchan mejor. Los sistemas bancarios están entrelazados
en un complicado entramado de depósitos extranjeros a corto plazo. La crisis
financiera de 1931 comienza en Austria. Existen rumores acerca de la supuesta
insolvencia del Creditanstalt que respalda al cincuenta por ciento de la
industria del país. Los pésimos resultados de las textiles, cercanas a la
suspensión de pagos, pueden arrastrarle en su caída. El pánico se propaga. Desde
Alemania pasa a Gran Bretaña y a Estados Unidos. Se erosiona la confianza y
descienden las reservas monetarias.
Esta complicada situación tiene una deriva política peligrosa. Se difunden y
desarrollan visionarias soluciones basadas en la autarquía económica. Sectores
extremistas de la opinión pública asocian la situación con males intrínsecos del
sistema capitalista, desacreditan los mecanismos de la economía de mercado y
socavan los cimientos de la democracia liberal justificando iniciativas
revolucionarias de tipo fascista o comunista. El mismo Franklin D. Roosevelt,
para combatir los efectos de la «Gran Depresión», inicia una política
intervencionista conocida como «New Deal» y que se aplica entre 1933 y 1938. Sus
objetivos de sostener a las capas más pobres de la población y reformar los
mercados financieros no alcanzaron siempre los resultados esperados.
La concienciación en torno al problema humanitario que se está generando mueve
al universo cultural y artístico hacia parcelas de responsabilidad social e
intenta definir su labor creativa en términos políticos y humanitarios,
afanándose por dejar testimonio visual y escrito de los padecimientos de la
clase obrera a consecuencia del capitalismo, la codicia, la especulación y la
pérdida de los valores tradicionales. La prensa, la fotografía y el cine dejan
constancia de ello. Se denomina por ello «edad dorada del fotoperiodismo» al
periodo comprendido entre 1930 y 1950.
El propio Roosevelt promueve y patrocina una campaña fotográfica federal con
objeto de plasmar en imágenes las consecuencias de la Gran Depresión,
especialmente en lo que afecta a granjeros agricultores y ganaderos, al objeto
de conseguir las ayudas necesarias para redistribuirlos en zonas más fértiles.
El proyecto, bajo la responsabilidad inicial de Emerson Stryker, documenta
magistralmente la América rural, en una época marcada por la pobreza y la
miseria.
El cine también deja reflejo fidedigno de los problemas y vicisitudes de
aquellos años. La obra de
Charlie Chaplin es paradigma de ello.
A. García Megía
Bibliografía
1. Bandura, Romina, «Crisis y depresión 1929-1933», Boletín de Lecturas
Sociales y Económicas, Año 5. N° 23, UCA. FCSE, págs. 103-118.
2. Bilbao, Luis María y Ramón Lanza (2009), «Cuando todo falla», Cuadernos
de Economía, nº 88, Madrid, UAM, pag. 43-70.
3. Fearon, Peter (1979), The Origins and Nature of the Great Slump,
1929-1939, Londres, MacMillan.
4. Feinstein, Charles H.; Temin, Peter y Toniolo, Gianni (2008), The World
Economy between the World Wars, Oxford, Oxford University.
5. Friedman, Milton y Schwartz, Anna J. (1963), A Monetary History of the
United States, 1860-1960, Washington, Princeton University Press.
6. Granovsky, Luis (1979), «Cuando se hundió la economía de Estados Unidos:
1929, El "jueves negro"», Tiempo de Historia, número 59, págs 78-89.
7. James, Harold (2003), El final de la globalización. Lecciones de la Gran
Depresión, Madrid, Turner.
8. López Fernández de Lascoiti, Enrique (2009), «Crack de 1929: Causas,
desarrollo y consecuencias», Revista Internacional del Mundo Económico y del
Derecho, Volumen I, Madrid, UAM, págs. de 1 - 16.
9. Roosevelt, Franklin D., (1933) La prioridad es poner a la gente a
trabajar (discurso de posesión como presidente de E.E.U.U.).
10. Sarriugarte Gómez, Iñigo (2010), «La Gran Depresión American. Influencia en
el desarrollo de la fotografía social», De Arte, número 9, págs.
171-174.
11. Valverde, Alberto (1979), «Jueves negro; el día en que sucumbió Wall
Street», Diario El País, 24 de octubre.
[1]
Fearon, 1978:9
[2]
Feinstein, 2008:95
[3]
James, 2003: 31 y 50-67
[4]
Friedman y Schwartz, 1963:
309-311
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