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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
EL SOLDADITO DE PLOMO |
Los documentos a los que aquí se accede han sido realizados expresamente para desarrollar los programas académicos que trabajamos con nuestros alumnos. Esta serie se completa en muchos casos con propuestas de actividades interactivas, audios o vídeos que concretan y validan el grado de comprensión alcanzado o, simplemente, actuan como elemento motivador. También está disponible una estructura tipo «Wiki» colaborativa, abierta a cualquier docente o alumno que quiera participar en ella. Para acceder a estos contenidos se debe utilizar el «DIRECTORIO de la SECCIÓN». Para otras áreas de conocimiento u opciones use el botón: «Navegar» |
Autor: Hans Christian Andersen |
Había una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Pero, un día, su abuelo le
regaló uno muy especial que aún no tenía y que se convirtió en el mejor de
todos. Se trataba de una caja de madera muy hermosa, que contenía en su interior
todo un conjunto de soldaditos de plomo realizados a mano y, con mucho tiento, a
base de fuego y metal.
– ¡Soldaditos de plomo! ¡Muchas gracias, abuelo!- Dijo con alegría el niño tras
recibir su regalo.
Tras esto el pequeño fue sacando cuidadosamente, uno a uno, a todos y cada uno
de aquellos soldados de la caja, y los depositó sobre su mesita de escribir uno
detrás de otro en formación. ¡Qué elegantes se veían! Parecían un ejército,
espléndido y completo, uniformados en tonos rojos y azules. Sin embargo, al
sacar de la caja al último de los soldaditos, el pequeño pudo observar que le
faltaba una pierna, de la cual carecía desde nacimiento, ya cuando se
encontraban los artesanos fundiendo al último de aquellos soldados el plomo se
les agotó.
Lejos de importarle al pequeño que aquel soldado estuviese incompleto, decidió
otorgarle un sitio en su habitación más especial que al resto: lo situó frente a
uno de sus mejores juguetes, un hermoso castillo realizado en papel, custodiado
por una bella princesa vestida con delicado vestido de tul rosa y los brazos muy
altos, pues era bailarina. Aquella bella figura tenía una de sus piernas en
posición de ballet, tan alzada, que el soldadito no alcanzaba a verla creyendo
así que le faltaba igual que a él.
Permaneció desde entonces embelesado frente a la bailarina el soldadito, ajeno a
la vida que cobraban el resto de juguetes de la habitación cuando el pequeño se
iba a dormir. Aquellos juguetes saltaban, brincaban, y se comunicaban entre
ellos divirtiéndose alegremente. Todos menos el soldadito, que tan solo miraba a
la bailarina firme y sin cesar:
– ¡Es tan bella e igual a mí!- Pensaba el soldadito mientras veía a la bailarina
enamorado.
Pero entre el resto de los juguetes se encontraba uno muy singular que apenas se
divertía con los demás durante la noche, vigilando siempre al soldadito de
plomo. Se trataba de un duende encerrado en una caja sorpresa, desde la que
solía saltar para asustar a cualquiera que se atreviese a tocarle con un solo
dedo. Un día, el mal encarado duende, le dijo al soldadito:
– ¿Se puede saber qué miras, ahí plantado?
Pero el soldadito no contestó al duende y permaneció con la mirada fija frente a
la bailarina:
– ¡Ah! Pues como no me quieres contestar…atente a las consecuencias- Exclamó el
duende amenazando al soldadito.
Una tarde, el pequeño decidió cambiar de lugar al soldadito de plomo situándole
con el resto de sus compañeros, para que fuesen al fin un verdadero grupo de
soldados completo. Mientras los iba organizando a todos, el pequeño depositó sin
mucho pensar al soldadito de plomo en el alfeizar de su ventana. Y,
misteriosamente, cuando el muchacho levantó la mirada, el soldadito ya no
estaba. El pequeño buscó y buscó por todos los rincones de su habitación pero no
daba con el soldado, y pensó que tal vez podría haberse caído a la calle con una
ráfaga de viento. Sin embargo, el pequeño no pudo continuar su búsqueda debido
al mal tiempo y la lluvia que azotaba con fuerza la fachada de su casa, y mamá
le obligó a esperar:
– Cuando cese la lluvia lo buscarás- Dijo su madre preocupada.
Pero unos niños, que sí se encontraban en la calle jugando bajo la lluvia, se
adelantaron al pequeño y encontraron al soldadito bajo la ventana.
Entusiasmados, decidieron jugar con él:
– ¡Le haremos navegar en un barco de papel!- Exclamó uno de los niños.
De este modo, cogieron un periódico viejo, hicieron un barquito y, aprovechando
que la lluvia había formado pequeños riachuelos en las aceras, pusieron al
soldadito a navegar por ellos sobre el barco de papel, y los pequeños riachuelos
condujeron al soldadito hasta una alcantarilla:
– ¡Dios mío! ¿A dónde iré a parar? ¿Qué será de mí? ¿Habrá cumplido el duende su
amenaza y por ello estoy aquí? Ah…Nada de esto me importaría si estuviera
conmigo ella, la hermosa bailarina.Y el barquito, al ser de papel, poco a poco
se fue hundiendo y deshaciendo cada vez más, mientras el soldadito era
arrastrado con fuerza por el agua. Así continuó navegando sin poder parar, hasta
que el riachuelo le condujo hasta el mismísimo mar. Pero, de pronto, el barquito
ya no podía sostener al soldadito de tan mojado como estaba, hundiéndose
finalmente.
Poco antes de llegar al fondo un pez muy grande se lo tragó. Todo era silencio:
– Qué oscuro está. Pero, ¿dónde estoy?- Dijo aturdido el soldadito de plomo.
Y, cansado de cuestionarse su destino, el soldadito se durmió en la boca oscura
del gran pez. Poco duró, sin embargo, la tranquilidad del pobre soldadito de
plomo, que despertó de su siesta asustado por unos repentinos temblores y
tambaleos que le sacudían en el interior de aquella garganta. Pero, ¿qué estaba
ocurriendo?
El pez había sido pescado y caminaba rumbo al mercado de la ciudad, con tan
buena suerte que, la madre del pequeño que había recibido a los soldaditos de
plomo como regalo, había acudido también en busca de pescado fresco para poder
cocinar. Y así fue como finalmente el soldadito fue liberado y devuelto a su
lugar.
Muy contento el pequeño por tener de nuevo al soldadito de plomo, tras
colocarlos en la mesa de trabajo de su cuarto, justo frente a la ventana, acudió
a la llamada de su madre y bajó a cenar. Y en un momento, una fuerte ráfaga de
viento casi inexplicable, abrió con fuerza la misma que se encontraba esta vez
cerrada, despidiendo al soldadito de plomo directo a la chimenea encendida del
cuarto.
El pobre soldadito, que se derretía lentamente bajo las llamas, imaginaba sin
cesar a la bailarina, y aquellos pensamientos cariñosos y alegres le mitigaban
el dolor. De pronto, una nueva ráfaga de viento empujó a la bailarina de papel
hacia el fuego, en un singular revoloteo que parecía una magnífica función de
ballet.
A la mañana siguiente, apagado el fuego, el pequeño encontró bajo las ascuas un
pedazo de corazón de plomo fundido, que parecía lanzar destellos de purpurina y
telas de tul y seda…
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Responsables últimos de este proyecto Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica |
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