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DIRECTORIO de la SECCIÓN |
CASA DE MUÑECAS |
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Autor: Henrik Ibsen |
FINAL
Helmer, Linde, Nora
(Llegan del baile; se oye música del piso de arriba)
Helmer: (pasando al interior de la casa) Sra. Linde…
Linde: Disculpe. Pasé un momento a ver cómo le quedó el traje a Nora…
Helmer:
Bien, bien.
(Sale)
Nora: (Sofocada cuchicheando) ¿Qué hay?
Sra. Linde: Ya hablé con él.
Nora: ¿Y?
Sra. Linde: Nora, te insisto: tienes que contarle todo a tu marido.
Nora: (Sin fuerzas) Lo sabía.
Sra. Linde: Nora, Nora; ya no tienes nada que temer de Krogstad. Pero igual
tienes que hablarlo todo.
Nora: No voy a hablar.
Sra. Linde: En ese caso, la carta va a hablar por ti.
Nora: Gracias, Cristina. Ahora sé lo que tengo que hacer.
Sr. Helmer: (De vuelta) ¿Y, señora, la admiró como quería?
Sra. Linde: Sí, y ya me despido.
Helmer, Nora, luego Rank
Helmer: ¡Ah, por fin! ¡Qué mujer más fastidiosa! (algo vacilante, va hacia
ella) ¡Pero qué buen champagne que había en la fiesta!
Nora: (alejándose) ¿No estás muy cansado, Torvald?
Helmer: No, para nada.
Nora: ¿No tienes sueño?
Helmer: No, al contrario. Estoy muy… animado. ¿Y tú?
tú sí tienes cara de sueño.
Nora: Sí, estoy cansadísima. Me voy a dormir enseguida.
Helmer: ¿Ves que tenía razón en no quedarnos más tiempo en el baile?
Nora: tú siempre tienes razón.
Helmer: Ésa es mi alondrita. ¿Y no viste lo alegre que estaba Rank?
Nora: ¿Sí? No hable con él.
Helmer: Hace mucho que no lo veía tan contento. (La mira un rato y se
acerca) Ah, qué maravilla estar en casa solos. ¡Mi cosita hermosa!
Nora: No me mires así, Torvald.
Helmer: ¿Por qué? ¿No puedo mirar mi tesoro? Y pensar que toda esta belleza
es mía, solamente mía, completamente mía.
Nora: (Corriéndose hacia otro lado) No me digas cosas así esta noche.
Helmer: (Siguiéndola) Ja, todavía tienes la tarantela en la sangre, mi amor;
y eso me atrae mucho más. Escucha; los invitados se están yendo. (En voz
baja) Pronto va a quedar toda la casa en silencio.
Nora: Eso espero.
Helmer: Sí, claro que esperas eso. Nora, ¿sabes…? Cuando voy contigo a una
fiesta… ¿Sabes por qué no te hablo, por qué me quedo lejos y te miro de vez
en cuando, así, disimulado? Porque me imagino que somos amantes secretos,
que estamos comprometidos pero que nadie sabe lo que pasa entre nosotros.
Nora: Sí, ya sé que estás pensando en mí todo el tiempo.
Helmer: Y cuando llega la hora de irnos, y te pongo el chal en estos hombros
tan delicados, y te envuelvo esta nuca perfecta, me imagino que estamos
recién casados, que llegamos de la boda a casa, y que nos quedamos solos,
por primera vez… contigo, muy jovencita y temblorosa y hermosa. Tuve ese
único deseo, toda la noche. Cuando te vi seducir y provocar con la
tarantela, no aguanté más y te traje rápido.
Nora: Déjame, Torvald. No seas así.
Helmer: ¿Qué te pasa? Estás jugando, ¿no? Así que no quieres. ¿Acaso no soy
tu marido?
Rank: ¿Puedo entrar un momento?
Helmer, Rank, Nora
Helmer: (Molesto) Rank, adelante. Es una especie de halago esto de que no
pases por nuestra puerta sin entrar.
Rank: Los escuché y me dieron ganas. ¡Ah…! Realmente disfruto estando con
ustedes. Helmer: Parecías disfrutar arriba también.
Rank: Muchísimo. ¿Y por qué no? ¿Por qué la gente no tendría que tomar todo
lo que el mundo le ofrece? Todo lo que se pueda, todo el tiempo que se
pueda. El vino era excelente. Es increíble todo lo que tomé.
Nora: Torvald también tomó mucho hoy.
Rank: Lo bien que hizo. Hoy me dije: voy a pasar una velada agradable
después de un muy buen día de trabajo. ¿Ya les conté?
Nora: ¿Alguna investigación científica?
Rank: Exactamente.
Helmer: Pero mira tú; ¡Norita hablando de investigaciones científicas!
Nora: ¿Buenos resultados?
Rank: El mejor posible: la verdad.
Nora: (Rápidamente) ¿La verdad?
Rank: Absoluta. Así que, después de todo, ¿por qué no iba a permitirme una
noche alegre?
Nora: Hizo muy bien, doctor.
Helmer: Lo mismo digo, siempre que no pagues las consecuencias mañana.
Rank: En esta vida todo se paga.
Nora: A usted le gustan los bailes de disfraces, ¿no?
Rank: Sí, cuando hay trajes graciosos.
Nora: ¿Y de qué vamos a disfrazarnos usted y yo en el próximo?
Helmer: ¿Ya estás pensando en el próximo? Qué insaciable.
Rank: ¿Usted y yo…? Ya sé. Usted será una mascota. Helmer: ¿Y cómo es el
disfraz de mascota?
Rank: Tu mujer sólo tiene que verse como todos los días.
Helmer: ¡Ja, muy bueno! ¿Y tú de qué te vas a disfrazar?
Rank: Ah, sí: yo, en el próximo baile, voy a ser invisible.
Helmer: ¡Genial! ¿Y cómo vas a hacer?
Rank: Hay un sombrero negro… ¿No escuchaste la leyenda del sombrero que te
hace invisible? Te lo pones y nadie más te ve, nunca más.
Helmer: (Disimulando una sonrisa) Sí, claro, claro.
Rank: Pero me estaba olvidando para qué vine. Helmer, dame un cigarro, uno
de tus habanos negros.
Helmer: Con mucho gusto. (Le ofrece la tabaquera)
Rank:(Tomando un habano y cortándole la punta.) Muy amable.
Nora: (Prendiendo un fósforo) Permítame que se lo encienda.
Rank: Gracias. (Nora acerca el fósforo para encenderlo) Y ahora... ¡Adiós!
Helmer: Adiós, amigo mío.
Nora: Descanse bien, Dr. Rank.
Rank: ¡Qué amable deseo! Gracias.
Nora: Deséeme usted lo mismo.
Rank: ¿A usted? Está bien, si usted quiere… Descanse bien. Y gracias por el
fuego. (Saluda y sale; al pasar por el buzón, arroja un sobre)
Nora, Helmer
Nora: (Ausente. Helmer saca sus llaves del bolsillo y se dirige al buzón)
Torvald... ¿qué vas a hacer?
Helmer: A vaciar el buzón. No queda lugar para los diarios de mañana.
Nora: ¿Vas a trabajar esta noche?
Helmer: Sabes que no… pero ¿qué es esto? ¿Alguien forzó la cerradura?
Nora: ¿La cerradura?
Helmer: Alguien lo intentó. No puedo creer que las sirvientas… acá hay una
hebilla, Nora. Es tuya…
Nora: (Precipitadamente) Habrán sido los chicos…
Helmer: Tienes que ponerle límite a estas cosas. Bueno, ya lo abrí. (Saca
las cartas) Mira cómo se amontonó correspondencia. (Examinando los sobres)
¿Qué es esto?
Nora: (Junto a la ventana, ahogada.) ¡La carta…!
Helmer: Dos tarjetas de Rank.
Nora: ¿Del Dr. Rank?
Helmer: Sí. Estaban arriba de todo. Las debe haber metido cuando se fue.
Nora: ¿Escribió algo?
Helmer: Una cruz negra encima del nombre. Qué siniestro… Es casi como si
anunciara su muerte.
Nora: Es lo que hace.
Helmer: ¿Qué? ¿Te dijo algo?
Nora: Sí. Esas tarjetas son su manera de despedirse. Quiere encerrarse a
morir.
Helmer: ¡Pobre! Pensé que iba a faltarme dentro de poco. Pero tan pronto… Y
va a
esconderse, como un animal herido.
Nora: Cuando tiene que suceder, mejor que suceda sin palabras, ¿no?
Helmer: (Caminando) ¡Estaba tan apegado a nosotros! No me puedo imaginar que
lo vayamos a perder. Su sufrimiento, su soledad… eran el fondo negro que
resaltaba nuestra felicidad. Y bueno, por ahí es mejor para él. Y para
nosotros también; ahora nos tenemos solamente el uno al otro. (La abraza)
Ah, mi mujercita adorada. ¿Sabes? Muchas veces desearía que te amenazara un
peligro terrible para arriesgar mi vida, mi sangre y todo tú.
Nora: (Desasiéndose, firme y decidida.) Lee las cartas ahora, Torvald.
Helmer: No, esta noche no. Esta noche quiero que estemos juntos, mi amor.
Nora: Tu amigo se está muriendo. ¿Cómo puedes pensar en otra cosa?
Helmer: Cierto; nos afectó a los dos. Esa cosa horrible: la muerte, la
disolución. Tenemos que sacarnos eso de adentro, primero.
Nora: (Abrazándose) ¡Buenas noches, Torvald!
Helmer: Buenas noches, pajarito. Que descanses. (Pasa a su despacho con la
correspondencia, cerrando la puerta.)
Nora, luego Helmer
Nora: (Ojos desorbitados, tantea, toma el saco de Helmer) ¡Adiós, Torvald!
No te voy a ver nunca más. (Se pone el chal) Y a los chicos tampoco… ¡Ah!,
el agua helada… negra… horrible… Que pase, que pase pronto. (Se detiene)
Torvald, ¿estás abriendo la carta? ¿La estás leyendo? Entonces adiós, mi
amor; hijitos míos… (avanza hacia la puerta) (Se detiene. Espera un tiempo
largo hasta que escucha un ruido; entonces corre hacia el vestíbulo. No
sale. Espera, inmóvil, como en una secuencia detenida, hasta que Helmer abre
con violencia la puerta de su despacho y aparece con la carta en la mano)
Helmer: ¡Nora! Nora: (Grita) ¡Ah...!
Helmer: ¿Qué es esto? ¿Sabes lo que dice esta carta?
Nora: Sí, sí. ¡Déjame ir!
Helmer: (la retiene) ¿Adónde?
Nora: (Intenta desprenderse) ¡No tienes que salvarme, Torvald!
Helmer: (Retrocede tambaleándose) ¡Entonces es verdad lo que dice! ¡Dios
mío! No puede ser; es imposible.
Nora: Sí, es verdad. Te amé más que a nada en el mundo.
Helmer: No quiero tus excusas idiotas.
Nora: (Dando un paso hacia él) Torvald…
Helmer: Desgraciada. Mujer estúpida. ¿Tienes la más remota idea de lo que
hiciste.
Nora: Déjame ir. No tienes que cargar con el peso de mi falta; no tienes que
hacerte responsable de una culpa mía.
Helmer: ¡Basta de melodrama! (La sujeta con violencia) Te vas a quedar acá a
rendirme cuentas de esto. ¿Entiendes lo que hiciste? ¡Contéstame! ¿Lo
entiendes?
Nora: (Mirándolo fijamente, con una expresión creciente de rigidez) Sí;
ahora empiezo a darme cuenta de qué es realmente lo que hice…
Helmer: (Paseándose) ¡Que despertar horrible! ¡Ocho años… ella, mi alegría,
mi orgullo... una hipócrita... una impostora; peor todavía: una criminal!
¡Qué abismo monstruoso! ¡Qué bajeza moral! (Nora continúa mirándolo sin
hablar. Él se detiene ante ella.) Tenía que haber previsto lo que iba a
pasar, con esa falta de principios de tu padre… ¡No me interrumpas! Al
final, heredaste todas sus bajezas. Falta de religión, falta de moral, falta
de sentido del deber… ¿Así que éste es mi castigo por hacer la vista gorda a
lo que él hizo? Lo hice por ti, ¿y me lo devuelves así?
Nora: Sí, así.
Helmer: Destruiste mi felicidad. Arruinaste mi futuro. ¡Qué espanto! Ahora
estoy en manos de un inmoral, de un tipo sin remordimientos de conciencia,
¡completamente en su poder! Y ese miserable me puede pedir lo que se le
antoje, exigirme cualquier cosa sin que yo me atreva a protestar. ¡Ay, tener
que hundirme como un perro por culpa de una mujer indigna!
Nora: Cuando yo desaparezca del mundo, vas a quedar libre.
Helmer: Déjate de frases huecas. Tu padre también tenía una colección de
frasecitas a mano. ¿De qué me serviría que te mataras? De nada. En todo
caso, se haría público el asunto y sospecharían que yo estaba al tanto.
Hasta podrían creer que te apoyé, que te induje a cometer el delito. ¡Y te
lo tengo que agradecer a ti! ¡A ti, a la que protegí y consentí hasta la
exageración durante todo nuestro matrimonio! ¿Te alcanza el cerebro para
entender lo que me hiciste?
Nora: (Con fría tranquilidad.) Sí.
Helmer: Porque es tan increíble que a mí no me cabe en la cabeza. Pero
tenemos que tomar una decisión. Sácate eso. ¡Que te lo saques, te dije!
Tengo que ver cómo satisfacer a este roñoso. Y ahogar el asunto, como sea…
En cuanto a nosotros dos, vamos a hacer como si nada hubiera cambiado. Sólo
para mantener las apariencias, por supuesto. Te vas a quedar en la casa,
obviamente, pero no te voy a permitir ver a los chicos. No te voy a permitir
educarlos: no me atrevo ni siquiera a confiártelos… Ay, tener que decirle
esto a alguien que amé tanto, que todavía… No; se terminó. Desde hoy no se
trata más de nuestra felicidad; se trata solamente de salvar los despojos,
las apariencias. (Suena el timbre. Helmer se estremece) ¿Quién puede ser?
¿Tan tarde? Lo único que me falta… ¿Puede ser él…? Escóndete, ¿me escuchas?
¡Escóndete! Voy a decir que estás enferma.
Nora: Léela.
Helmer: (Cerca de la lámpara) Casi no tengo valor. Tal vez ya estamos
perdidos. Pero no; tengo que saber. (Rompe el sobre, lee algunas líneas,
examina un papel adjunto y lanza un grito de alegría) ¡Nora…! Espera un
minuto, la tengo que leer otra vez… Sí, es verdad, sí. ¡Estoy salvado! Nora,
¡estoy salvado!
Nora: ¿Y yo?
Helmer: Y tú también, por supuesto. Estamos salvados, tú y yo. Mira: te
devuelve el pagaré. Se disculpa, se arrepiente de haber hecho lo que hizo;
dice que por un feliz cambio en su vida… ¡Bah; qué importa lo que dice!
¡Estamos salvados! Y no quedan pruebas en tu contra. Oh, Nora… No, primero
hay que deshacerse de todo este espanto. Veamos... (Mira el documento) No,
no quiero ni verlo; voy a pensar que fue una pesadilla. (Rompe el documento
y la carta, los tira en la estufa y mira cómo se queman) ¡Sí, sí, se acabó!
Ah, decía que tú sabías todo desde Nochebuena… ¡Qué días más horribles
habrás pasado, Nora!
Nora: Fueron una lucha atroz, sí.
Helmer: ¡Lo que habrás sufrido, pobrecita, sin ver otra salida que…! Pero
no; olvidémonos ya mismo de todos los horrores. Alegrémonos y digamos a cada
rato: “ya pasó, ya pasó”. Nora, ¿me escuchas? Parece que todavía no te diste
cuenta. ¿Por qué esa cara de afligida? Ah, sí, pobre Norita, te entiendo…
Todavía no puedes creer que te haya perdonado. Pero te perdono, Nora, te lo
juro. Te perdono todo, todo lo que hiciste. Sé que lo hiciste por amor a mí.
Nora: Eso es verdad.
Helmer: Por supuesto. Me amaste como una mujer debe amar a su marido. Sólo
te faltó entendimiento para elegir los medios. ¿Pero crees que te quiero
menos por eso; porque no sabes guiarte a ti misma? En absoluto; todo lo que
tienes que hacer es apoyarte en mí y dejarme que te guíe yo. No sería un
hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera el doble de atractiva para
mí. Así que no tomes en cuenta las cosas duras que te dije; fueron un
arrebato, cuando creí que se me iba a derrumbar todo encima. Pero te
perdono, Nora; en serio, te perdono.
Nora: Gracias por perdonarme. (Se va a un costado a cambiarse el disfraz)
Helmer: Nora, ven acá conmigo… ¿Qué haces?
Nora: Me quito el disfraz.
Helmer: Sí, está bien. Pobre pajarito, tan asustado. Tomate tu tiempo para
calmarte, que yo tengo las alas grandes como para cobijarte. (Paseándose,
mirándola como si no advirtiera su actitud) ¡Qué hermoso hogar tenemos por
fin! Acá vas a estar segura. Te voy a guardar adentro como una paloma
perseguida que salvé de las garras de un gavilán. Te voy a calmar ese
corazoncito asustado. De a poco lo voy a conseguir, Nora; créeme. Mira,
mañana ya todo va a parecer diferente. Y ya las cosas van a ser como antes,
y no voy a tener que seguir recordándote que estás perdonada, porque te vas
a dar cuenta sola. ¿Cómo puedes pensar que se me iba a pasar por la
imaginación repudiarte, o recriminarte algo? Ah, Nora, no conoces la bondad
de un hombre de verdad. Uno siente un placer sublime al perdonar a su mujer,
cuando lo hace con todo el corazón. Es como si ella se volviera doblemente
su posesión, como si él le hubiera permitido volver a nacer, y se convierte
no sólo en su mujer sino también en su hija. Eso vas a ser de ahora en más,
mi criaturita desvalida. No tienes que preocuparte por nada. Solamente
tienes que ser franca conmigo; yo voy a ser tu voluntad y tu conciencia. (La
mira sorprendido) Eh… ¿qué pasa? ¿No vienes a la cama? Te cambiaste.
Nora: (Vestida de diario) Sí, Torvald, me cambié.
Helmer: ¿Pero por qué, si es tan tarde?
Nora: No pienso dormir esta noche.
Helmer: Pero, Nora, mi amor…
Nora: (Mirando su reloj) No es tan tarde, Torvald. (Le acomoda una silla)
Siéntate. Tenemos que hablar. (Ella se sienta al borde de la cama)
Helmer, Nora
Helmer: Nora, ¿qué pasa? Estás tan seria.
Nora: Siéntate. Tengo mucho que decirte.
Helmer: (Se sienta en la silla, frente a ella) Me preocupas, Nora. No te
entiendo.
Nora: No, eso es exactamente lo que pasa. No me entiendes. Y yo nunca te
entendí a ti tampoco… hasta esta noche. No, no me interrumpas. Vas a
escuchar todo lo que tengo para decirte. Este es un ajuste de cuentas,
Torvald.
Helmer: ¿Qué quieres decir?
Nora: (breve silencio) ¿Hay algo que te llame la atención de la forma en que
estamos ahora, sentados así, uno frente al otro?
Helmer: No, ¿qué?
Nora: Llevamos casados ocho años, Torvald. ¿No te das cuenta de que ésta es
la primera vez que tú y yo, marido y mujer, nos sentamos a tener una
conversación seria?
Helmer: ¿Qué quieres decir ahora con “seria”?
Nora: En ocho años enteros… no, más; desde que nos conocemos, nunca hablamos
ni una palabra seria sobre un tema serio.
Helmer: ¿Y qué pretendías? ¿Que yo te contara mis problemas? Si tú no me
podías ayudar a resolverlos…
Nora: No estoy hablando de tus problemas. Estoy diciendo que nunca nos
sentamos a hablar para llegar al fondo de algo juntos.
Helmer: Pero, querida, ¿te habría interesado, acaso?
Nora: Esto es exactamente de lo que hablo. Nunca me comprendiste. Y fui
tratada muy injustamente, Torvald. Primero por mi padre, y luego por ti.
Helmer: ¿Cómo? ¿Nosotros dos, que te amamos más que nadie en el mundo?
Nora: (Moviendo la cabeza) Nunca me amaron. Disfrutaban conmigo, y les
resultaba entretenido quererme; es todo.
Helmer: Nora, ¿qué es esto?
Nora: La pura verdad, Torvald. Cuando vivía en casa de papá, él dictaba las
ideas y yo solamente las seguía. Y si no estaba de acuerdo, me callaba la
boca, porque no le hubiera gustado. A él le encantaba llamarme su
“muñequita” y jugar conmigo, como yo jugaba con mis muñecas. Y cuando me
mudé a tu casa…
Helmer: Esa no es manera de hablar de nuestro matrimonio.
Nora: (Imperturbable) Está bien, cuando papá me entregó en tus manos…
tú arreglaste todo a tu gusto, y yo
adapté el mío al tuyo… O a lo mejor lo fingí, no sé. Probablemente una
mezcla de las dos cosas. Ahora miro para atrás y siento que tuve una vida de
mendigo: viví al día, de hacer piruetas para ti, Torvald. Pero eso es lo que
tú querías. tú y papá me hicieron un
daño muy grande. Los dos son culpables de que yo nunca haya llegado a ser
nada.
Helmer: ¿Pero cómo puedes ser tan injusta; tan desagradecida? Fuiste feliz acá, ¿o no?
Nora: No, jamás. Pensé que sí; pero nunca fui feliz.
Helmer: ¡¿No...?! ¿Que no fuiste…?
Nora: No; estaba alegre. Es todo. tú
siempre fuiste muy bueno conmigo. Pero nuestra casa nunca fue más que una
casa de juguete. Yo fui la muñeca-esposa de esta casa,
como fui la muñeca-niña de la casa de papá. Y mis hijos, a su vez, fueron
muñecos míos. A mí me divertía que jugaras conmigo, como a los chicos les
divierte que yo juegue con ellos. Eso es todo lo que fue nuestro matrimonio,
Torvald.
Helmer: No… (concede) Bueno, sí, algo de eso puede ser, aunque tú lo hagas
sonar tan tremendo, tan exagerado. Pero te garantizo que de ahora en más
todo va a cambiar. Ya terminó el tiempo del juego y llegó el tiempo de la
educación.
Nora: ¿La educación de quién? ¿Mía o de los chicos?
Helmer: La tuya y la de los chicos.
Nora: No, Torvald. Tú no eres capaz de enseñarme a ser la esposa que
necesitas.
Helmer: ¿Y cómo puedes decirme eso tú?
Nora: ¿Yo…? Tienes razón. ¿Qué preparación, me pregunto, tengo yo para
educar a los chicos?
Helmer: ¡Nora, no digas eso!
Nora: Si tú mismo lo dijiste recién, cuando no te atrevías a confiármelos.
Helmer: Fue en un estado de furia. ¿Cómo puedes pensar así?
Nora: Es que tenías razón. Yo no estoy capacitada. Hay otra cosa de la que
tengo que ocuparme antes de educar chicos: tengo que educarme a mí misma. Y
tú no eres alguien capaz de ayudarme en eso. Lo tengo que hacer por mi
cuenta, y necesito estar sola. Así que te dejo, Torvald.
Helmer: (Se levanta de un brinco) ¿Qué dijiste?
Nora: Dije que necesito estar sola para entenderme a mí misma y entender lo
que me rodea, por mi cuenta. Te dejo; me voy de tu casa.
Helmer: Nora, Nora.
Nora: Y me voy ya mismo. Cristina me va a dejar pasar la noche en su casa.
Helmer: ¿Te volviste loca? No vas a hacer eso. Te lo prohíbo.
Nora: Es inútil que me prohíbas algo. Me llevo mis cosas solamente. De ti no
quiero nada, ni ahora ni nunca.
Helmer: ¿Qué delirio es este?
Nora: Regreso a mi casa mañana, quiero decir: a mi vieja casa; a mi pueblo.
Va a ser más fácil para mí encontrar trabajo allá.
Helmer: Es la falta de experiencia lo que te hace tan ciega.
Nora: Experiencia es lo que tengo que conseguir, Torvald.
Helmer: ¡No puedes abandonar tu casa, tu marido, y tus hijos! ¿Qué crees que
va a decir la gente?
Nora: No puedo pensar en esos detalles. Sólo sé que es indispensable para
mí.
Helmer: ¡Pero qué infame! ¿Cómo vas a traicionar así los deberes más
sagrados?
Nora: ¿A qué llamas tú “los deberes más sagrados”?
Helmer: ¿No tienes acaso deberes para con tu marido y tus hijos?
Nora: Tengo otros deberes igual de sagrados.
Helmer: No, no tienes. ¿Qué otros deberes puedes tener?
Nora: Mis deberes conmigo misma.
Helmer: Ante todo eres esposa y madre.
Nora: Ya no creo en eso. Ante todo, soy un ser humano, igual que tú… O, al
menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te van a dar la
razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero ahora no me puedo
conformar con lo que dicen los hombres y los libros. Tengo que pensar por mi
cuenta en todo esto y tratar de entenderlo.
Helmer: Pero ¿cómo no te das cuenta de cuál es tu puesto en el hogar? ¿No
tienes una guía infalible para estas cosas? ¿No tienes la religión?
Nora: Ah, Torvald. No sé qué es la religión.
Helmer: ¿Cómo qué no?
Nora: Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen cuando me preparó para la
confirmación. Que la religión era esto, aquello y lo de más allá. Cuando
esté sola y libre, voy a pensar también ese asunto. Y voy a ver si era
cierto lo que decía el pastor, o si puede ser cierto para mí.
Helmer: ¡Pero es increíble en una mujer tan joven…! A ver, si la religión no
te puede guiar, déjame explorar tu conciencia. Porque supongo que todavía te
queda algún sentido moral. ¿O tampoco lo tienes? ¡Contéstame!
Nora: No sé qué responder, Torvald. No tengo idea. Estoy completamente
desorientada en estas cuestiones. Lo único que sé es que tengo una opinión
totalmente distinta a la tuya. Y, además, me di cuenta de que las leyes no
son como yo pensaba, aunque no puedo entender que esas leyes sean justas.
¡Cómo no va a tener una mujer derecho a evitarle un sufrimiento a su padre
moribundo, y a salvarle la vida a su esposo! ¡No lo puedo creer!
Helmer: Hablas como una nena. No entiendes nada de la sociedad en la que
vivís.
Nora: No, seguro que no. Pero ahora quiero tratar de entender y averiguar
quién tiene razón, la sociedad o yo.
Helmer: Estás enferma, Nora. Tienes fiebre y no te funciona bien la cabeza.
Nora: Nunca me sentí tan despejada y segura como esta noche.
Helmer: ¿Y con esa seguridad, con esa lucidez abandonas a tu marido y a tus
hijos?
Nora: Sí.
Helmer: Entonces hay una sola explicación posible.
Nora: ¿Cuál?
Helmer: Que ya no me amas.
Nora: No, por supuesto.
Helmer: ¡Nora! ¿Y me lo decís así?
Nora: Lo lamento, Torvald. Porque siempre fuiste bueno conmigo… Pero no lo
puedo remediar. Ya no te amo.
Helmer: (Haciendo esfuerzos por dominarse) Por lo que veo también de eso
estás perfectamente convencida.
Nora: Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme ni un instante más
acá.
Helmer: ¿Me puedes decir cómo perdí tu amor?
Nora: Sí, claramente. Fue esta noche, cuando vi que no se producía el
milagro que estaba esperando. Ahí me di cuenta de que tú no eras el hombre
que yo había imaginado.
Helmer: Con eso no me alcanza.
Nora: Torvald: esperé ocho años, ocho años… Sabía que los milagros no se
realizan tan seguido. Y por fin llegó el momento de la angustia y me dije
con toda seguridad: acá llega el milagro. Cuando la carta estaba todavía en
el buzón, no me pude ni imaginar
que fueras capaz de doblegarte a sus exigencias. Estaba absolutamente
convencida de que le ibas a decir “vaya usted a contárselo a todo el mundo”.
Y cuando hubieras hecho eso…
Helmer: ¡Cómo! ¿Cuándo hubiera entregado a mi propia esposa a la deshonra?
Nora: Cuando hubieras hecho eso, tenía la absoluta seguridad de que te ibas
a presentar para hacerte responsable de todo, que ibas a decir que eras tú
el culpable.
Helmer: ¡Nora!
Nora: ¿Me vas a decir que yo nunca iba a aceptar semejante sacrificio? Claro
que no.
¿Pero de qué valdría mi palabra frente a la tuya? Ése era el milagro que
esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo, me quería matar.
Helmer: Nora, por ti habría trabajado con alegría día y noche, habría
soportado todas las penas y privaciones. Pero no hay nadie en el mundo que
sacrifique su honor por la persona que ama.
Nora: Lo hicieron miles de mujeres.
Helmer: ¡Ah! ¿Ves? Piensas y hablas como una chiquilina.
Nora: Puede ser. Pero tú no piensas ni hablas como el hombre al que yo pueda
unirme. Cuando te repusiste del primer susto, y no por el peligro que corría
yo sino por el que corrías tú, cuando pasó todo, para ti era como si no
hubiera ocurrido nada. Yo volví a ser tu muñeca, y ahora tenías que
manipularla con más cuidado todavía, porque
demostró ser tan frágil... (Levantándose) Torvald, en ese momento me di
cuenta de que viví ocho años con un extraño. Y que tuve tres hijos con é1…
¡Oh, no puedo pensar en eso ni siquiera! Me dan ganas de destrozarme.
Helmer: (Sordamente) Ya veo, ya veo… Parece que se abrió un abismo entre tú
y yo… ¿Pero no crees que lo podemos llenar?
Nora: Así como soy ahora, no puedo ser una esposa para ti.
Helmer: Pero puedo transformarme yo.
Nora: Puede ser… si te quitan tu muñeca.
Helmer: ¡Separarme… separarme de ti! No, no puedo ni pensar en eso.
Nora: (Con un maletín en la mano) Razón suficiente para que así sea.
Helmer: ¡Todavía no! Espera hasta mañana.
Nora: No debo pasar la noche en casa de un extraño.
Helmer: Pero; ¿no podemos vivir juntos… como hermanos?
Nora: Sabes demasiado bien que eso no duraría mucho… (Se envuelve en el
chal) Adiós, Torvald. No quiero ver a los chicos. Sé que están en mejores
manos que las mías. En mi situación, no puedo ser una madre para ellos.
Helmer: Pero, ¿algún día, Nora… algún día?
Nora: ¿Cómo voy a saberlo? Si ni siquiera sé lo que va a ser de mí.
Helmer: Eres mi esposa, pase lo que pase.
Nora: Mira: tengo entendido que, según la ley, cuando una mujer abandona la
casa, como yo ahora, el marido queda exento de obligaciones. De cualquier
manera, yo te eximo. No vas a quedar ligado por nada, y yo tampoco. Completa
libertad para los dos. Toma tu anillo. Dame el mío.
Helmer: ¿Esto también?
Nora: Sí. (Helmer se lo da) Bien. Asunto terminado. Toma las llaves. Las
mucamas están al tanto de todo lo que respecta a la casa… incluso mejor que
yo. Mañana, cuando ya me haya ido, va a venir Cristina a recoger lo que
traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.
Helmer: ¡Terminó todo! ¿No vas a pensar en mí nunca más?
Nora: Sí, seguro que voy a pensar muchas veces… en ti, en los chicos, en la
casa.
Helmer: ¿Te puedo escribir?
Nora: Nunca. Te lo prohíbo.
Helmer: Por lo menos enviarte…
Nora: Nada.
Helmer: Ayudarte, en caso de que necesites…
Nora: Dije que no. No aceptaría nada de un extraño.
Helmer: Nora… ¿no voy a ser más que un extraño para ti?
Nora: (Recogiendo su maletín) ¡Ah, Torvald! ¿Qué quieres? Para eso tendría
que realizarse un milagro imposible, el más grande de todos.
Helmer: ¿Cuál es?
Nora: No sé, Torvald. Tendríamos que transformarnos los dos hasta tal punto
que…
¡Bah! ¿Quién quiere creer en milagros, de todas formas?
Helmer: Yo quiero creer. Decime: ¿transformarnos hasta tal punto que…?
Nora: (Resopla) Hasta tal punto que esta unión pudiera convertirse en un
matrimonio de verdad. (Se encoge de hombros) Adiós. (Sale)
(Helmer permanece en escena. Se oye la puerta al cerrarse)
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Responsables últimos de este proyecto Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado Son: Maestros - Diplomados en Geografía e Historia - Licenciados en Flosofía y Letras - Doctores en Filología Hispánica |
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